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Diz que no hay líderes



ES FALSO afirmar que en el mundo de hoy "no existen líderes". Sí los hay. Lo que ocurre es que la sociedad, y en especial la que nos atañe, la mexicana está tan ensimismada en sus dificultades, problemas, quejas, añoranzas, expectativas sobre o subvaluadas, que no se ha dado el tiempo ni el lugar para identificarlos, resaltarlos, ubicarlos.

Recordemos que, de acuerdo con los estudiosos del tema (y eso se supone que se los enseñan en el IPADE también), hay 9 tipos de liderazgo. No hay uno que sea el mejor, el más adecuado o idóneo para todo tipo de situación. Es la mezcla virtuosa de todos los tipos lo que permite que un grupo llegue a conseguir sus metas de manera asertiva.

Puede que no estemos de acuerdo con el tipo de liderazgo del presidente actual o del anterior, pero los líderes, a menos que sea por el uso de la fuerza, no se autonombran y eligen y erigen. El liderazgo reconocido por el conjunto es el que puede ser susceptible de ser elegido y encumbrado, por considerarlo la mayoría el más oportuno y pertinente para los fines del grupo. Eso no quita que el grupo, en tanto ente colectivo, pueda errar en su decisión o en los argumentos que la sostienen.

Una mayoría abrumadora eligió a AMLO y encumbró a muchos morenistas --chapulines o no, cada cual su conciencia-- en alcaldías y gobiernos estatales. ¿Se equivocó esa mayoría? ¿O es la desesperación, la ansiedad, el azoro, la perspectiva distinta de lo que se cree lo mejor lo que hace a la minoría no votante (entre los que me encuentro) acusar lo que nos pone en carácter de opositores al régimen y llevando a algunos (ahí sí me deslindo) a perder la objetividad y dividir a la sociedad en afiliados simpatizantes versus antipáticos reprobadores? Cada quién tiene su respuesta.

Ahí están los líderes. Véanlos. Están en los medios de comunicación, en las empresas, en las calles, como si esas figuras de antaño, a la espera inesperada de un cazador de talentos que los reconozca y les ofrezca el oro y el moro para llevarlos a la pantalla grande y a la chica y al móvil y a la postrera memoria desmemoriada de la fama.

Quizá estamos como los judíos y los musulmanes, esperando la llegada del mesías sin tener certeza siquiera de cómo lo reconoceremos a su arribo, tan escépticos como nos hemos vuelto.

Quizá estamos ilusionados con que surja de entre el fango, como por arte de magia, ese rostro, esa voz dulce y estentórea que nos subyugue con su encanto y nos dicte el camino, el único, hacia la salvación de nuestras omisiones y fallas individuales y como sociedad.

Tal vez estamos, como el anciano o el ciego, dispuestos a cruzar la calle rogando no ser atropellados o por un vehículo o por la muchedumbre, anhelando la mano tierna, solidaria, con intención benéfica de acompañarnos hasta el otro extremo del arroyo para, con el corazón en la mano, expresarle ese hondo "gracias" que traemos acogotado en el fondo de nuestro mar de angustias.

Ahí están los líderes. Actuando, no imponiéndose o vanagloriándose de sus capacidades y habilidades, de sus sueños o pretensiones. Ahí están, en la casas, las escuelas, las fábricas, el campo, haciendo con sus manos y sus pensamientos y sentir de este México nuestro una nación sobreviviente, orgullosa --a pesar de las discriminaciones entre nosotros-- de sus raíces autóctonas tanto como de las resultantes de la mixtura y el mestizaje, clave de lo que somos modernamente pues ya no hay nada puro en esta vida.

Ahí están. Son indicios de lo que podemos, de lo que queremos ser. ¿No los ven? Comulgan con nuestros valores, aunque establezcan el orden de estos en categorías distintas de prioridades. Porque los valores jamás se pierdan, contradiciendo a quienes piensan otra cosa. Porque esos valores son compartidos lo mismo por delincuentes que por la "gente buena". El ladrón honrado también murió en una cruz, según cuentan.

Los líderes que necesitamos, ahí están. Tal vez deberíamos dejar de tener miedo a los probables alacranes que imaginamos pueden estar debajo de una piedra de la que desconfiamos levantar.

Yo bauticé al hijo de María


NUNCA FALTAN los que ponen en duda la palabra de uno, sobre todo cuando de contar algunas anécdotas se trata. Cuando cuento, entre otras cosas y aventuras personales, mi incursión en las telenovelas mexicanas como analista literario, guionista, actor, y cuento en mi haber aquel ridículo —si así se quiere ver— “bit” de mi intervención en calidad de sacerdote bautizando al hijo de la protagonista en un capítulo de la telenovela Simplemente María, producida en su segunda versión por el mismo Valentín Pimstein, siempre me miran con suspicacia.

Yo, por razones laborales, nunca pude ver el capítulo respectivo. Solo mi madre, para no variar, lo atestiguó; pero, no lo grabó en videocasete como muchas otras cosas. Ahora sé y he podido recuperar, gracias a una amistad rusa que además desde hace dos semanas es mi “esposa” en Second Life, no solo la escena o el capítulo, sino la telenovela completa (TOP CINEMA, 1993). Echen un vistazo al capítulo 9, minuto 24, segundos más o menos y ¡ahí estoy!, en mis fulgurantes 26 años recién cumplidos días antes de la grabación.

Gracias a una amistad rusa que además es mi esposa en Second Life
conseguí el capítulo de la telenovela en que actué.

La anécdota: Estaba por terminar la universidad y me titularía pronto de comunicólogo, en 1991. Hacia 1989, mi ex condiscípula y amiga, Verónica Pimstein, hija del afamado productor Valentín Pimstein y para quien yo laboraba eventualmente como analista literario de telenovelas, me invitó a participar con una instantánea intervención en la telenovela “Simplemente María” que producían en Televisa en su segunda versión, esta vez protagonizada por Victoria Ruffo. Acepté encantado, histrión al fin.

El día del llamado me tocó en suerte ir en la misma combi que la primera actriz Silvia Derbez. ¡Un amor de mujer! Reímos todo el camino con sus advertencias anecdóticas sobre su tendencia a ser malhablada y sus malestares estomacales por causa de los nervios escénicos que la convertían en una pedorra contumaz.

Los del elenco requerido y el staff de producción llegamos a la Parroquia Santo Domingo de Guzmán, en Mixcoac, locación donde se grabaría la escena del bautismo del hijo de la protagonista. Pasamos lista con la delegada de la Asociación Nacional de Actores. Me indicaron dónde recoger mi atuendo sacerdotal, me vestí y alisté para la grabación. En eso, el párroco me vio. “¡Qué traes puesto?”, me preguntó azorado. “Mi atuendo”, respondí. Nos presentamos y me llevó con él a la sacristía donde me instruyó paso a paso lo necesario para la escena y además me conminó a quitarme el disfraz para vestir y representar de manera pulcra a un sacerdote católico. Así, él mismo me asistió: vestí el alba, me ciñó la cintura con el cíngulo atado a la usanza, vestí encima la casulla con brocados en color verde, por tratarse de una ceremonia del cotidiano, y al final porté la estola. Comenté al párroco lo anotado por alguna persona en referencia a que yo entonces usaba bigote y si era preciso rasurarme, pues la escena se desarrollaba en los años sesenta. Me aclaró que ya en aquella década no era extraño que sacerdotes usaran, otra vez, vello facial, incluso barba, luego de decenios de prohibición, así que no era ningún desacato. Me instruyó también sobre el modo de efectuar los movimientos litúrgicos del bautismo y cómo emplear los instrumentos al efecto: el óleo de los catecúmenos, el crisma y me explicó el significado de los mismos.

Cabe señalar que soy católico por bautismo y confirmado como tal, por afán de mi madre. Mas, ya adulto, opté por definirme como agnóstico.

La directora, Beatriz Sheridan, judía como el productor e ignorante por lo mismo de estos detalles confesionales, me preguntó si sabía cómo desarrollar la escena. Asentí. Pregunté si llevaba algún diálogo y me aclaró que solo haría la finta, es decir solo marcaría la intención, simularía con mímica. Dicho lo cual, ya en mi sitio en el altar y rodeado de los demás actores y protagonistas actué, incluso fingiendo que decía algunas palabras. Al finalizar la toma y llamar a corte, el actor cómico Rafael Inclán bromeó diciendo: “¡Ah! ¿Era misa para mudos!” Y todos carcajeamos. Años después, muchos años después, me encontré al siempre ocurrente Rafael Inclán en las oficinas de la Asociación Nacional de Intérpretes y le recordé aquel hilarante momento. Sintió pena, creyó que yo le reclamaba y guardaba rencor, pero nada de eso y se lo aclaré. Es algo que recuerdo con gran cariño y, para muestra, aquí el recuerdo recuperado ¡al fin!



‒ § ‒

P.D.: Cuando uno revisa la ficha técnica y reseña en Wikipedia​, en la lista del elenco aparece un “José Antonio de la Vega” en el papel de Pánfilo. Y, más abajo, el nombre del célebre actor Antonio Brillas en el papel de un Sacerdote. Pudiendo hacer la corrección como colaborador que soy de Wikipedia no me he atrevido, porque no recuerdo si el actor homónimo mío Antonio De La Vega​, más conocido por sus intervenciones en cine y series, participó de veras en esa obra. Sí, creo recordar, que el entonces anciano Antonio Brillas intervino ya en los capítulos de la segunda parte como confesor de María; pero, ni la ficha de Antonio Brillas en Wikipedia, ni en el sitio especializado IMDb​ especifican dicha aparente intervención [cf. (ALCÁNTARA, ROMERO, FAJER, ORTIGOZA, & PHILLIPS, 1989); (IMDb, s.f.); (WIKIPEDIA, Colaboradores de, 2017)].

Referencias

ALCÁNTARA, C., ROMERO, C., FAJER, K., ORTIGOZA, G., & PHILLIPS, V. (1989). "Simplemente María". Recuperado el 10 de septiembre de 2017, de Topcinema.tv: https://topcinema.tv/mexican-serials/prosto-mariya-serial-simplemente-mara.html
IMDb. (s.f.). "Antonio Brillas". Recuperado el 10 de septiembre de 2017, de IMDb: http://www.imdb.com/name/nm0109371/
TOP CINEMA. (4 de marzo de 1993). "Simplemente María". Recuperado el 10 de septiembre de 2017, de topcinema.tv: https://topcinema.tv/mexican-serials/prosto-mariya-serial-simplemente-mara.html
WIKIPEDIA, Colaboradores de. (4 de febrero de 2017). "Antonio Brillas". Recuperado el 10 de septiembre de 2017, de Wikipedia, La Enciclopedia libre: https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Antonio_Brillas&oldid=96675689


Una crisálida llamada México o la causa de un despido

(Texto publicado originalmente el 18 de noviembre de 2005. Escribí este ensayo como borrador de un editorial para una revista que editaba hacia 1996 intitulada Correo Farmacéutico para un importante grupo empresarial, Grupo Casa Autrey, hoy Casa Saba, y se convirtió en el pretexto para mi despido violento e indignante por la forma como fui humillado por Sergio y Adolfo Autrey. El 30 de abril de 2007, con algunas modificaciones mínimas, lo solté al capricho de las mareas de la Internet. Hoy, vuelvo mis ojos a él dadas las circunstancias personales, de mi municipio, Naucalpan, y de mi país, México; para revisarlo y ampliarlo. ¿Sobrevivirá los mares procelosos o sucumbirá ante las artes náuticas de la estulticia? Quizá sus palabras me convirtieron en su autor proscrito. Quizá simplemente, como la mariposa monarca, extienda las líneas, alce vuelo y migre a otros ojos lectores más cálidos.)


Si el cambio de las cosas y las personas resulta impresionante, y despierta temores insospechados cuando se produce a flor de piel, no ocurre menos cuando se suscita en lo más recóndito del ser.

Cuando esto pasa, no sólo la apariencia se transforma, sino tal modificación superficial halla su explicación y, más, su justificación, precisamente en las estructuras que la sostienen.

Aprovechando que en noviembre migra a nuestro territorio la mariposa Monarca, haciendo un símil un poco burdo podríamos considerar al país, que hoy parece querer desmoronarse entre nuestras manos, una curiosa crisálida. En su interior hiberna la oruga en plena mutación; sin embargo, mientras se produce el milagro, el gusano nos resulta repugnante, chato, espinoso, desesperante en su lentitud. Todos sus sistemas: circulatorio, respiratorio, nervioso, digestivo, etc., sufren reformas, acondicionamientos que harán de tal ser en enésima gestación uno ágil, ligero, hermoso, pero momentáneo. Esta es la realidad.

Sí, México en sus sistemas no está enfermo, como algunos suponen. Está en transición. Por lo pronto es una oruga horrorosa que se ha despojado de su piel para mostrar su esqueleto corrupto, su pútrida carnosidad, su hermafrodita sensualidad, su calavera sonriente. Está inhumando su pobreza de espíritu a la vez que prepara sus vestidos catrines para el momento de su redención —porque lo bailado... ¡ni quien se lo quite!—. Espera que mañana, bajo el ala de su seductor sombrero y entre los resquicios de su huesudo pecho enamorado, pacerá el escarabajo y palpitarán unas alas ansiosas de desarrollarse y remontar las alturas.

Uno es apenas una parte mínima de tal criatura, pero no por ello deja de experimentar cambios en su complejidad. Desde lo más recóndito y aún contra el reconcomio de unos cuantos, se apresta para rasgar su envoltura de seda y surgir de una revolución más del ciclo personal, convirtiéndose en objeto de admiración... o repulsión; todo depende del cristal con que sea mirado.

Fuera de todo símil, la realidad es que en México vivimos una revolución. La gente es el foco de ella, porque todavía es ella quien hace posible al negocio mexicano. Tal revolución es posible gracias al impostergable reconocimiento de la importancia de dos elementos básicos e inherentes a todas las personas, llámense obreros o funcionarios, campesinos o diputados: la educación y la comunicación. Todos nos comunicamos entre nos: a través de palabras, de gestos, de objetos como el dinero —una forma de comunicación poco reconocida como tal—; en una palabra, mediante símbolos. Y para entender, explicar y expresar tales símbolos se requiere de una capacitación particular. Partir de este binomio es trazar el camino hacia una verdadera “nueva cultura laboral” en cuyo centro se halla el hombre y no su cadáver erosionado por la acción desgastante de la injusticia.

México, entonces, es una enorme crisálida en cuyo interior se encuentra el hálito que el día menos imaginado puede volverse tormenta; en cuyo interior palpita el alma de un pueblo capaz de poner a temblar a la fe misma.


NOTA DEL AUTOR (21 de noviembre de 2016):

Miro lo que va ocurriendo poco más de diez años después de escritas estas líneas, y no nada más me percato que la descripción que hacen es atinada, sino desesperante por lo que a la morosidad retratada se trata.

El título, al paso del tiempo, necesita una aclaración que, además, amplíe la explicación preliminar. Fue, cierto, no nada más la causa de un despido, sino la causa de una larga depresión cuya huella a veces escalda al alma. Porque la herida dejada fue una burda forma de lección, la que se resume en la frase que Sergio Autrey me espetó tras leer el borrador original, cuestionando mi quehacer y oficio como escritor: "¿Por qué tendría que leer lo que escribes? Nada me obliga a leerte". Es esa una verdad indiscutible, que por sabida se calla y que, quienes escribimos, tratamos de no colocar en el pináculo de los pensamientos porque distrae la atención sobre lo que suponemos importante para expresar e informar, en una palabra, para comunicar. En especial cuando, si nos atenemos a los consejos de Rainer María Rilke, hemos visto en la escritura, en la literatura, la razón misma de nuestra existencia, aun cuando en ello nos vaya la vida, el prestigio, padezcamos hambre, soledad...

Cada vez que me enfrento a una página en blanco esa es la primera pregunta que me hago: ¿por qué tendría qué leer alguien lo que estoy por deletrear enseguida? Evito en lo posible las varias respuestas, porque ya me ha pasado que de pronto se me clava en la mente una de las opciones, a veces dadas como contestación viva por personas de carne y hueso que conozco, y me anquilosa la pluma o hasta me silencia por largo tiempo, hasta que consigo recomponerme del zarpazo de la adivinada prevaricación con que pudieren reaccionar alguno o todos los lectores. Entonces debo colocarme la máscara del cinismo, vestir la coraza de la indiferencia y la desfachatez, para acometer la tarea de escribir lo que pienso y siento sin temor de lo que otros puedan poner en contradicción, pero cuidando de no herir a sabiendas susceptibilidades, cosa difícil pues nunca falta quien toma las palabras a pie juntillas, a lo personal, o tergiversándolas aun alegando su leal saber y entender.

Por estos días, en la red social de Facebook, me encontré con el siguiente meme compartido ¡por colegas periodistas! En él una pregunta lapidaria atribuida al novelista y ensayista portugués [corrección de estilo mía]: "¿Qué derecho tienen un señor o señora de creer que, por escribir una columna, tenemos que creer que es verdad lo que dice?"


Grave pregunta, de esas que pueden convertirse en pesadilla para quien se ostenta escritor o, peor, para quien, como creo es mi caso, es desde la sangre misma escritor.

Cuestionamiento que llega a la médula misma. Que conlleva lo mismo un falaz procedimiento en su plan como una veraz síntesis analítica de las causas y efectos de la fe en lo que uno es, siente y piensa.

Por ahí, cierto amigo y colega, cronista y comentarista deportivo de cepa, Fernando Andere comentó bajo dicho meme una ¿verdad?: "No es importante si lo dijo Saramago [...]. Hoy cualquiera dice pendejadas". A lo que repuse que, si hacemos memoria, aun antes que naciéramos cualquiera decía pendejadas, nomás que las decían a grito pelón, en los cafés o la plaza; o al oído, sin que muchos se enteraran. Hoy, esos mismos tienen, no como los de antes, más medios a su alcance, la inmediatez efímera del muro de una red social que asegura incluso el anonimato o la identidad disfrazada, la recurrencia hasta el infinito de un meme hecho para toda ocasión.

Lo interesante de esta publicación es que fue compartida en un espacio supuestamente gremial, es tanto como un hara kiri o un regreso a las reconvenciones que ya se hacían a Voltaire siglos atrás. Y, dicho esto, ¿con qué derecho creo que lo que expongo es razón para que, quienes lean, crean que lo digo, no tanto con, sino cual verdad? Es más, ¿quién puede asegurar que no pertenece a esa caterva descrita, sino solo aquella persona exenta o carente de opinión formada? ¿Cómo llamar entonces a ese que no cree en lo que dice, aun dudando de su veracidad?

Nadie enseña a nadie a ser padre; y hay padres que, aun cuando escribieran una enciclopedia, serían tan pendejos o sensatos como esos otros que, sin tener descendencia (me incluyo), quizá por eso mismo consiguen una perspectiva por lo menos distinta para atajar la empresa de la paternidad, sin que por ello su dicho sea verdad aplicable a todos los casos. Es ese un ejemplo de tantos entre temas que podemos hallar aquí y acullá de autores diversos que, en el ejercicio de su derecho de expresión, publican hoy opiniones disímbolas como parte de esta opinioncracia que nos caracteriza como sociedad del conocimiento y de la información.

Cervantes, Paz, Víctor Hugo, Saramago... Solo son nombres de personas que vivieron a su modo y en su tiempo, apegados como tú, amigo lector, al sentido común de su época y generación, que quizá consiguieron distinguirse del resto por suerte o por designio ¿divino? ¿Por qué hemos de creer que en sus obras, ficción o no, dicen verdad; o una verdad más asequible y fehaciente que las de otros que, en ese derecho, exponen su sentir y su pensar?

Cierto, a veces quienes escribimos y publicamos cometemos el pecado de la soberbia al intentar que nuestros argumentos cobren un peso específico en la conformación de una opinión pública y para ello cuidamos fundamentar, estructurar, verificar, parecer creíbles, sin que lo consigamos siempre y no solo por causa nuestra, sino también por causa de las expectativas de los lectores con quienes no por fuerza estamos obligados a coincidir; como de manera natural sucede viceversa entre ellos y nosotros, los que nos decimos autores.

Es común que, al contratar a una persona para una empresa, el reclutador le pregunte por qué debe ser la elegida por sobre otros candidatos. La misma pregunta pesa en el ánimo popular cuando se trata de escoger a alguien para gobernar los destinos de un municipio o una nación. Y también en el más pedestre de los niveles como lo es el mercadológico que, entre las palabras que le hacen palpitar está justo esa relacionada con los motivos que llevan a un consumidor a adquirir cierto producto, objeto, servicio, idea, marca. ¿Por qué comprar algo? ¿Por qué leer a alguien?

Esa pregunta hecha por Sergio Autrey mientras me apretaba fuertemente la mano con evidente rencor y odio, mirada desde la perspectiva de una circunstancia más existencial que laboral me puso sobre la mesa un ejercicio que luego los lectores no están dispuestos a llevar a efecto, ya por pereza o ignorancia: pensar, examinar, analizar las notas distintivas que hacen de un dicho o hecho, de un autor, cualquiera sea su condición, como uno valioso en lo que de original o falso tiene.

Lo que abunda en la Internet hoy es el clisé. Esa reproducción insistente, machacona de los contenidos llevados y traídos por el gusto de unos y otros, va conformando el cuerpo y el fondo definitivo de lo que creemos saber tanto como de lo que en efecto sabemos o, por lo menos, conocemos así sea "por encimita".

Esa pregunta no es mero cuestionamiento retórico. Y consta de dos respuestas, a veces contradictorias. Una proveniente de la experiencia y punto de vista del objeto mismo a comprar, del autor mismo a leer; otra se la encuentra en el prurito del comprador, del consumidor, del lector. Pero abundar en esto me desvía del tema que detonó este texto y aquel despido. Ya lo trataré en un ensayo postrero.

Divagando con Jacobo

Soy un asiduo lector y oyente de Jacobo Zabludovsky. En gran medida debo mi incursión en los medios a su ejemplo, como lo hice de su conocimiento al regalarle mi tesis de licenciatura, misma que ignoro si seguirá en su vasta biblioteca o si siquiera alcanzó un rincón en algún anaquel, como ignoro si leerá esta entrega.
Su columna más reciente intitulada "Adiós calidad de vida" que publica en el diario El Universal, del que hace algunos años fui columnista, como siempre es una impecablemente bien escrita, bien pensada. Sólo un pero le he puesto a @Zabludovsky_  (como es su cuenta de Twitter): jamás he leído ni escuchado de su pluma y su boca (ni cuando estaba en Televisa) que vacacione en México. Sólo hace comparaciones con Madrid, Paris y Buenos Aires. Aunque cosmopolitas, como las que puede efectuar Carlos Fuentes quien pasa la mitad del año en Cuernavaca y la otra mitad en Inglaterra, me parecen muy pobres sus referencias. Nunca he leído de él que reseñe y loe nuestras ciudades, nuestra gente, fuera del zócalo y el Centro de la Ciudad de México que, hay que decir de paso, no son todo el país aun cuando en ellos se concentren muchos acontecimientos que reflejan lo que sucede a lo largo y ancho de la nación. Y España, Argentina y Francia no son todo el mundo. No todos los lugares de recreo y convivencia son cantinas, hostales, El Taquito, la Plaza de la Maestranza, La Merced.

Soy como soy

Retrato del autor
Foto: Jorge Álvarez Salazar
Soy como soy y punto. Tengo lo que tengo, y lo que no pues no; así de pedestre puede ser mi filosofía de la vida. Situarnos en un mismo canal, siempre resultará difícil, porque cada quien como individuo tiene su propia forma de expresarse, independientemente de la circunstancia en que se halle. Que aquí estemos entre "amigos" no nos coloca necesariamente en un mismo plano de experiencias ni siquiera relacionadas con aquellos años que lo mismo implican ventura que desventura. Hablo como hablo. Este soy yo, auténtico, desde chico. Y ya algunos aquí han expuesto la inquietud de quién es Ella. Lo mismo podrían decir respecto de mí o de ti o de cualquiera, porque aun cuando ligados por las letras no convivimos todo el tiempo.

Para empezar, la mía fue una generación parteaguas. La primera o de las primeras mixtas en la escuela secundaria. Recuerdo el shock que para muchos de nosotros supuso el encuentro entre géneros y la adaptación que requirió. Algunos salieron avante en esa adaptación, otros con más dificultad.

Si a mí me preguntan, puedo decir que a la mayoría ni los ubico. Especialmente entre las mujeres, salvo las de mi grupo de tercero o las que andaban en boca y ojos de todos. De los varones sí, a más, por los años que compartimos desde la preprimaria hasta la preparatoria o incluso la universidad. Algunos solo me conocen de referencia y viceversa, para bien o mal. Pero conocer no es saber. Y esto aplica tanto a las relaciones humanas como al empleo de una herramienta, llámese martillo o lenguaje.

Mi persona se expresa de este modo. ¿Correcto, incorrecto? Qui sá. Desde siempre, pero también puedo cambiar el nivel cuando es requerido. Que estemos en una "red social" moderna, práctica, y donde "así se conducen las nuevas generaciones" no obsta para que conste que mi forma de ser es tan única como la de cualquiera. Ninguno somos monedita de oro para caerle bien a todo mundo. Eso lo sé desde hace añales y precisamente fue mi generación de la escuela la encargada de hacérmelo notar más de una vez. Tú entre ellos, lo mismo sobrio que borracho.

Que no cuadra que sea irónico, lo siento.

Que no cuadra que sea cuidadoso en el decir, lo siento.

Que no cuadran mi vocabulario porque no lo vuelvo superficial, reducido, ni mi forma de expresarme por apelar a un diálogo mucho más edificante, lo siento.

Que perdí gracia para contar chistes, lo siento. Pero sigo riendo de mí tanto como de los demás y sobre todo con los demás. Y mi humor es muy mío.

Que mi discurso raya en monólogo, lo siento. Eso no quiere decir que no sepa hacer silencio para escuchar al otro con toda la atención y el respeto que me merece, porque sé el valor de la con-versación y su arte. Que el otro no pueda extenderse en su decir del modo como yo peco, no es problema mío.

Así, este soy yo; mejor dicho una parte de mí. La más visual, la más difundida lo mismo como profesor que como profesionista, hijo, hermano, condiscípulo; ya ante jefes y patrones, como ante vecinos, amigos y extraños. Gústele a quien le guste.

Por lo tanto, en buena onda, ubicado estoy. Si los demás no me ubican... Hace muchos años que dejé de sufrir por el sentimiento que produce saberse no "encajado". Y por eso vivo en el aislamiento físico, la virtualidad me ha abierto un mundo de posibilidades. Pero si tampoco encajo, tan fácil como cerrar mi ventanita y dedicarme a mí, lo único que tengo para explicarme la existencia, parafraseando a Unamuno (quien por cierto recomendaba en un poema que cuidara uno que el verso expresado fuera denso, denso, pues conlleva sustancia).

Y me ubico así, poeta, escritor que no ha publicado del modo que podría esperarse, soñador analítico, el vacilador relajiento, el bebedor moderado, el solitario, el loco de la colina que ve desde lo alto de su necedad a los villanos del valle y eventualmente baja para buscar su sustento y aprender de ellos lo que significa ser humano, lo que presuntamente conlleva la cordura y la normalidad. El personaje confrontado con la disyuntiva que implican la levedad del ser y la risa (recordando a Milán Kundera).
Finalmente, voy por la vida recogiendo pedruscos, guardándolos en el bolsillo de mi gabán, para darme cuenta, al final del día, que algunos se han convertido por arte de magia en gemas. Palabras, personas, momentos así los veo y así me maravillan y de ellos me enriquezco aunque sea con el sólo conocimiento de su existencia.

Y, como llegado a este punto tal vez más de uno se durmió por la muy natural animadversión que comporta reflexionar y exhibir lo que cada cual es, tan abierta y vulnerablemente como puede hacerse en un sitio como este, por no hablar de la flojera de leer, aquí digo ¡TAN TAN!, cierro mi "manchado" locker, guardo mi pergamino y cuelgo la invitación a mi alma, para quien la quiera aceptar tal y como la ofrezco, sin máscaras. Y algún día guardaré silencio. Largo silencio, no sin antes agradecer la oportunidad para exponer esto y todo lo anterior y todo lo que viniere.

Solo

Quiero decirte tan solo, madre, que...

Redes como aparadores

Mi otro yo. Perfil del autor en Facebook
Foto: Archivo VETA Creativa
Es impresionante la cantidad enorme de páginas "fake" (falsas) que hay en Facebook, Twitter y otras redes. Especialmente de personalidades y en particular de gente de la farándula y políticos. La gran mayoría formadas por admiradores o por agentes y representantes. Las segundas, como quiera, pasan por que es un contacto indirecto con la persona que uno pretende o quiere como contacto amistoso o profesional. Pero todas las demás, aunque cumplen con la finalidad de hacer que converjan individuos con intereses similares, no dejan de ser un espejismo que, en muchos casos, a la larga o a la corta, deriva en frustración para el usuario de la red social. Otro caso muy distinto es el que involucra estrategias similares por prevención y seguridad identitaria.

Toda página web, independientemente de su tipo y clase, tiene como enfoque y fundamento servir como aparador, al igual que sucede con las vitrinas de los grandes almacenes y las boutiques. De la vista nace el amor, pero no basta. Cuando un zapato te gusta, necesitas tocarlo, olerlo, calzarlo, calificarlo para decidir si lo compras o no; incluso para definir, más allá, si recomiendas la marca y el lugar donde se comercia o distribuye. Si el zapato expuesto en el aparador es sólo una muestra, el resultado es que simplemente te quedas con las ganas, su carácter de inaccesible genera antipatía en vez de simpatía.

Más de una persona (física o moral) debería evaluar muy bien el uso de las nuevas tecnologías tanto para su proyección como para su promoción. Si bien las redes sociales en la Internet permiten entre sus muchos usos la interacción y el intercambio de mensajes de todo tipo, en la capa superior, aún tratándose de sitios privados y restringidos (por seguridad) lo que prevalece y se privilegia es la exposición.

La idea hoy muy socorrida de "si no estás en la Internet, no existes" es tan falaz como aquella que propone que "si no apareces en la foto, no estuviste". El trasfondo publicitario de estas frases jamás debe, como ha sucedido, confundirse con el significado filosófico existencial de las mismas. Así, un primer corolario de esta reflexión puede ser, simplemente: no creas todo lo que ves.

Internautas se buscan... y tal vez se encuentren

Haciendo honor a la aspiración esencial de un medio como la Internet, retomo esta columna que comencé a escribir hace algunos años para el diario mexicano El Universal y, apelando al aislamiento, vuelvo a encerrarme en mi persona para lanzarme a la aventura de la navegación.

Los grandes aventureros del pasado tomaban un mapa, una brújula y otros enseres básicos y se hacían a la mar, se adentraban en selvas y ciudades, solos o con compañía selecta, y así incrementaban su percepción y conocimiento del mundo circundante. Hoy, los navegantes como yo, botamos naves en un mar virtual, cruzamos lagos de soledad, aceptamos el reto de complejos meandros informativos y, confrontando el miedo que supone ir más allá de las fronteras conocidas, bogamos entre ideas y ojos ajenos. Los internautas aparecen de pronto como monstruos amenazantes, trampas desconocidas, en las que nuestro pensamiento puede quedar atrapado o a través de las que podemos surcar sin pena ni gloria.

Cuaderno de viajes
La soledad tras la red obliga al soliloquio, pero imaginar que otros ojos como los nuestros atienden a nuestro sentir es consuelo suficiente. Monólogos y navegaciones. Ir de un sitio a otro, descubriendo mundos; parrafeando con uno mismo y a la vez con la humanidad. Eso encontrarás en este espacio y estas líneas encrestadas como olas. ¿Serán de tu agrado? Lo ignoro, a menos que tú me lo digas abiertamente. ¿Y si no lo son? No me importa demasiado. Soy yo quien se lanza a la aventura, y tú conmigo si has decidido a estas alturas subirte a mi goleta. Si voy sólo, el viento me acaricia y responde. Si vienes conmigo, el cielo me mostrará tu reflejo cual constelación de deseos. Para conocer Monólogos y Navegaciones previas, a la izquierda de este espacio verás un "Secreter de viajes". En él hallarás una bitácora de entregas cuya única pretensión es sobrevivir al naufragio del olvido.

Comunicación entre líneas

(Texto originalmente publicado en mi blog VETA Literaria con el título "Fundición")

Tengo tanto por decir, mas no sé cuánto podré decir... Son tantas ideas y tan pocas palabras; tantos los significados y tan pocos los sentidos... La interpretación, pues, se reduce a los límites expresivos.

Entre más ideas, menos expresiones. Entre más expresiones, menos ideas.

Dice el dicho y no sé si dice bien o hasta dónde bendice: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno". Veamos y pongamos a examen su certeza.

Léanse los siguientes enunciados:
¡Hola!¡Hola, Carmen!¡Hola, Carmen! ¡Cuánto sin vernos!¡Hola, Carmen! ¡Cuánto tiempo sin vernos!¡Hola, Carmen, amiga! ¡Cuánto tiempo teníamos sin vernos!

Desde la primaria, tal vez.¡Hola, amiga! Desde la primaria no nos veíamos.

No se requiere un examen concienzudo de estos enunciados para percatarse que el problema básico de la expresión no estriba en su brevedad o en la falta de ella, sino en la intencionalidad y la intensionalidad del mensaje; sin olvidar su contexto.

Una sola palabra dice tanto y tan poco...

Y la suma de palabras tampoco es garantía suficiente de claridad y eficiencia comunicativas. Apenas los signos de puntuación ayudan mínimamente a la función del texto. Y es con mucho el contexto lo que provee de dirección y sentido al constructo surgido de la unión de moléculas conceptuales.

Esta misma explicación adolesce de excesos tanto como de omisiones, pues lo que se pone invariablemente a prueba en el fenómeno comunicativo, no es la habilidad de hablar o escribir (de expresar), y cuantimenod la de informar. Lo que en realidad se pone a prueba es la apertura o cerrazón, la flexibilidad del nexo entre expresión e información.

La intuición descansa, juguetea y se esconde entre líneas, entre palabras e incluso entre la insignificancia aparente de cada signo individual. Eso es lo que se pone a prueba cuando se emplea el lenguaje, en cualquiera de sus formas, para decir o callar el pensamiento o el sentir.

Lo probado es la razón...

Lo puesto en entredicho y a examen de conciencia es lo que un Yo indeclinable pretende con o contra un Tú diferenciado; o lo que deja de proponerse. Porque en el acto comunicativo está la decisión o la falta de ella. Se decide amar u odiar, o simplemente ignorar al ser semejante al Uno que toma la iniciativa de emitir su dicho o de atender el de otro.

Lo que se pone a prueba y evidencia y verifica es la humanidad del ser, la existencia de la persona humana, presente o ausente.

Al escribir esta disquisición me hallé presente ante mí. Siendo mismo. Mas, al leerme tú, ahora, me sabes ausente de algún modo corpóreo y sustancial y, sin embargo, estoy presente virtualmente por gracia de mi obra en expresión; por obra y gracia de mi invención.

Porque, al conjuntar estas ideas y las que las anteceden, me invento y creo una imagen esencial aunque vaga (o quizá vaga por esencial) de Mí. Ingreso en el terreno metafísico y me convierto en un fenómeno; el de la comunicación. Pero me vuelvo un fenómeno que se absorbe en sí mismo y se transforma en mí, mutándome, dándome doble valencia; pues al escribir me leo y al leer me describo.
Soy en este instante consumidor de líneas de palabras que, en un comienzo, alguien a quien llamo autor dejó en libertad sobre la superficie que ahora recorren mis ojos.

Lo que leo, no lo escribí yo sino otro y, sin embargo, por mencionarme, encuentro que mi ser está fundido al de otro. Sus palabras son ahora mías.

Ya no leo al autor...

Me escucho siguiendo un tren de ideas como provenientes de mí. Están en mi cabeza y es mi cabeza la que les da el sentido. Escribo con mis ojos y mi mente lo que el autor primario dejó volar hasta mí.
Este texto es ahora mío. La comunicación se ha producido.

La preocupación de otro ahora me pertenece. Puedo hacer con ella lo que me plazca: olvidarla, ampliarla, resolverla, difundirla y comunicarla a otros que, como yo, en su momento y espacio, repasaría mis propias construcciones ideológicas.

Entonces, como en el amor, dejaré de ser yo para ser otro, fundido ni más ni menos que tuyo, en una espiral continua y constante que va del silencio al estruendoso descubrimiento del Ser en mí.