LEYES DEL QUERER


Las Leyes del Querer es un libro recientemente publicado y que viene a sumarse a la ya larga bibliografía del prolífico Carlos Monsiváis, septuagenario periodista, escritor, crítico, cinéfilo y mexicano --entre otras monerías. En este volumen editado por la firma Aguilar, Monsiváis concentra su atención en uno de los personajes emblemáticos, mitológicos de la filmografía mexicana y mundial, Pedro Infante, el entrañable Pedrito, Pepe "El Toro". Aún no lo he leído, sólo he recibido la publicidad mediante el correo electrónico. Es bueno revisar el spam, porque en ocasiones se encuentra uno con cosas llamativas y que vale la pena comentar. Por supuesto, el spam debe ser leído siempre con reserva y precaución, a ojo de pájaro y sin clicar en nada que pudiere provocar que se contraiga un virus o permita la entrada de otros bichos informáticos capaces de extraer la información del ordenador o cosas peores. Hay spam que uno pudo haber solicitado en algún momento como consecuencia de andar de metiche y curioso entre sitios, redes y demás recovecos de la Internet, pero luego uno ya no se acuerda de haber visitado tal o cual página y registrarse como usuario. Hay otro que ni siquiera es solicitado. Uno y otro son como los volantes y la folletería que viene en el correo regular, junto al estado de cuenta bancario o en el que se ofrecen servicios diversos de los comercios aledaños al domicilio. Aunque tan odiosa a veces como el "correo basura" (otra forma de nombrar al "correo directo", la estrategia mercadológica que supone el spam igualmente cumple con una función básica: hacernos partícipes de que en algún lugar y de algún modo, alguien tiene lo que uno busca, alguien busca lo que uno tiene, dicho sea parafraseando el eslogan publicitario de Mercado Libre. Si en este caso el spam (sólo una especie de correo publicitario que se distingue del tramposo dedicado al phishing y otras menudencias de dudosa calaña) me pone a la vista una obra edificante, los resultados de un estudio estadístico, mañana quizá me quiera ver la cara invitándome a participar de aparentes negocios millonarios, a formar cadenas de oración (como aquellas en las que uno depositaba una monedita y tenía que circular entre los vecinos, en cuyo caso contario atraía la maldición o por lo menos la indiferencia de tal o cual santo). Lo destacable es que ahora estoy ofreciendo este espacio no tanto para comentar un libro que aún no he leído, o para hacer el elogio respectivo de la lectura del correo directo, como para invitar aquellos que generan spam a que tomen en cuenta que aquí podríamos comentar sus anuncios, para bien o para mal. No por lo que contienen, sino por lo que conllevan. Quien sabe, tal vez mañana Editorial Aguilar me contacte y diga, "oiga, le mando tal libro para que lo lea y lo comente" (una suerte de pago en especie). O quizá ofrezca, "oiga, por una iguala mensual muy muy módica le mando libro y publicidad para sostener su espacio y promovernos y apoyarnos mutuamente". O puede ser que no ocurra nada. Tú, estimado lector que has tenido a bien seguir una o más de las entregas aquí expuestas, comprenderías que el Elogio de la Lectura también pasa por el Elogio de los Tiempos, y que la época actual requiere de la correcta y honesta interpretación (corrección y certeza no necesariamente van de la mano) de los acontecimientos y cosas que se ofrecen consuetudinariamente a nuestros sentidos.

Recuerdos atropellados

Naucalpan, México, 18:20 hrs. Vengo de regreso de una de mis "habituales" caminatas vespertinas. Sé que debería hacer ejercicio más seguido, pero entre la desidia y la inseguridad, lo que menos pretendo es hacerme suficientemente predecible. Por supuesto que dentro de casa hago lo necesario para medio mantenerme en forma, tanto en lo dietético como en lo físico. No tengo el mejor cuerpo, pero creo no estar tan tirado a la calle, al menos para el gusto de mi Yo y quizá de algunas terceras personas. Que podría estar mejor, no lo niego, pero eso requiere determinados esfuerzos y gastos que no estoy con ánimos o con posibilidades de aplicar.

Vengo andando la avenida, discutiendo conmigo sobre mis inquietudes, mis problemas, mis proyectos, dándome ánimos frente a la adversidad a la que el mundo orilla hoy, buscando en mi interior las claves de mi existencia, la razón de ser de mi misión en la vida, los motivos para creer en mí, refrenando el paso al que obliga la bajada cuando repentinamente escucho no muy lejos un golpe sordo y un chillido. Enseguida un ¡NO! desgarrador. Me quedo congelado, viendo cómo el chillido se repite una, dos, tres veces mientras bajo el chasis de un automóvil blanco que circula a toda velocidad a pesar del tope que debió pasar previamente para aminorar su ritmo, bajo la sombra ominosa del progreso tecnológico y la indiferencia humana, un pequeño perro, un cocker spaniel color canela, rebota literalmente como pelota, como aquellas pelotas que llegué a perder y perseguir en mi infancia.

Un instante y toda una vida
18:21 hrs. La imagen que llega inmediatamente a mi cabeza luego de esos segundos de angustia pronta es la de mis queridas mascotas: Milka, una tierna Brittany spaniel con pedigrí, particolor, que murió anciana hace dos años; mi gran compañera, con la que estoy cierto que en alguna vida anterior o por venir (si he de creer en el código de la Bilblia) fuimos o seremos algo más que simple amo y bestia. Su madre, Candy (cocker spaniel canela), murió en 2002; siempre tendré la duda si a consecuencia de un tumor canceroso (cabía muchas posibilidades de ello) o por una picadura de alacrán (ya que por entonces comenzó a suscitarse una plaga de alacranes en el Distrito Federal y la zona conurbada. Ambas murieron entre mis brazos, plácidamente por gracia de la eutanasia, que a mi corazón y mis recuerdos no puedo aplicar para sanar la herida. Estas dos criaturas tuvieron la importancia semántica de equivaler a extensiones de otros dos amores dejados en el tiempo y sobre los que he escrito en otra parte. Estos mismos amores conocieron en su momento a Milki, mi Collie blanco con café, el cual murió viejo, en realidad no sé de qué ni cómo, un buen día le salió una bola inmensa en el ano que le impedía orinar y defecar; fui a la universidad y al regreso, con tacto, frío tacto, mi padre me dio la noticia del fallecimiento de la mascota con la que crecí. No supe cómo reaccionar, me quedé impávido. Se lo incineró, creo...

Milki un día se salió de la casa por descuido de mi padre, quien dejó la puerta abierta. Estuvo perdido varios días hasta que un buen vecino lo recogió luego de atropellarlo y lo llevó al médico veterinario, el único a la sazón en la zona y por lo mismo el médico de planta de Milki y luego de todas mis mascotas. Como consecuencia Milki vivió el resto de su vida con un tendón de la pata derecha trasera afectado, podía apoyar la pata y correr, pero estando en reposo, la encogía de modo que sólo la punta tocaba el suelo. Esa pose le daba una elegancia y un estilo sin igual. No faltaba quienes se burlaban diciendo que tenía un perro bailarín o, con peor sorna, maricón, afeminado. Y como años más tarde al querer cruzarlo descubrimos que sólo tenía un solo testículo, pues peor le fue en la boca de los maledicentes, propios o extraños.

Con Milki me creció un terrible sentimiento de culpa. No supe defenderlo, no me dejaron defenderlo a causa de mi edad. Siendo un perro tan alegre y bien portado, jamás pudo entrar a la casa más allá del quicio de la puerta. Toda su vida la pasó slo en el jardín. Yo lo sacaba a pasear y jugaba con él, pero cuando me daban permiso, excepto en mi adolescencia cuando ya tenía yo un poco más de uso de razón y responsabilidad. Crecí con esa consigna y, ya siendo adulto, cuando recibí la noticia de su deceso, el tren de imágenes de un amo mal agradecido por los momentos dichosos cruzó mi mente y aún lo hace.

Perdóname, Milki. No supe amarte como merecías. Recordaré cuando jugábamos futbol y me tacleabas metiéndome la pata en plena carrera para quitarme el balón. Recordaré tu mirada vibrante.
La experiencia hizo que con mis lindas Candy y Milka tratara de que las cosas fueran diferentes. Y lo fueron, aunque aún con mis defectos humanos pesando mucho.

Claro que hubo otros amigos: German, un perro casi otentote policía; Hasley, mi primer cocker, muy malgeniudo, era adoptado y le costó trabajo adaptarse y en casa no se le tuvo la paciencia requerida; y Pingo, un cachorro pastor alemán inteligentísimo, que temía a mi padre, quien lo despidió de mal modo sólo por orinarse en la cortina cuando todavía no recibía su primera educación. Con este confirmé por primera vez la nobleza de que son capaces los perros como mascotas, pues a pesar de haberle pegado en la cabeza con un martillo real pero de juguete --porque me estaba interrumpiendo en el disfrute del juego de carpintero que me trajeron los reyes magos--, luego de chillar, Pingo me procuró y cuidó como su más preciado tesoro, sin rencor.

Nobleza obliga
18:23 hrs. La memoria de mis mascotas en un santiamén propició que un instante viera en cámara lenta lo que siguió. La fámula que ordena a la niña dueña del can quedarse en la banqueta corre de inmediato al punto donde yace la criatura, exclama desesperada "¡Te dije que no lo soltaras!". En la esquina, clavada por el susto, la pequeña con el rostro desencajado y un inaguantable sentimiento de culpa por el efecto de su desobediencia. Inexperta, confiada no midió el carácter de su mascota que, como es frecuente y como todas las mascotas, al saberse liberadas de la tensión de la correa pegan la carrera, juguetonas y curiosas, con una sola finalidad: desahogar la energía que acumulan en el encierro del hogar. Por fortuna la niña no salió destapada tras el perrito, porque ahora estaríamos lamentando una doble pérdida. A ojos de algunos, una más terrible y dolorosa que la otra (dejo al criterio del lector cuál es la una y cuál la otra).

18:25 hrs. Me acerco. La niña, al verme cruzar la calle siente seguridad de que no viene automóvil que la ponga en riesgo. Llega detrás de mí. El perrito, que hace un momento intentó volverse sobre su espalda, respira agitado. Segundos después lo toco. La muchacha acompañante de la niña, impresionada, llora de hinojos. El perro ha muerto aunque todavía está caliente.

18:26 hrs. Una providencial patrulla de tránsito aparece como de la nada y contribuye a cuidar que no seamos otros más los atropellados. Se presta para llevar el fiambre a algún veterinario. En el carril contrario, una joven muy guapa me pregunta por lo sucedido, también ofrece su vehículo para trasladar al fardo (me duele usar estas palabras, pero ya no había nada más). Una vecina pregunta a la niña dónde vive, conoce a su familia.

18:28 hrs. Los hermanos de la dulce niña de quizá nueve años de edad y ojos verdes (¿por qué en los momentos más importantes y significativos de mi vida hay unos ojos literal o metafóricamente verdes involucrados?); los hermanos, decía, llegan presurosos, preocupados. Luego de una breve disquisición sobre qué hacer con el cuerpo del amigo de la chiquita, el hermano mayor decide llevarlo a su casa y ver con calma qué se hará. Lo ayudo sosteniendo la cabeza, como hice con Candy y Milka, como hubiera querido hacer con Milki. Entramos en su cochera y lo depositamos con cuidado, como quien lleva una canasta de huevos.

Entre la culpa y la desdicha
18:30 hrs. Presentándome me despido del hermano mayor. Ofrezco mi ayuda en lo posible. Sé que tal vez no volveremos a coincidir si no es por arte de la casualidad. Me retiro. El rostro de la menor, sus lágrimas, su angustia me las llevo en el corazón a un lado de mi propio llanto, ahogado entre recuerdos. La comprendo como no tiene idea. Suplico al hermano que en su familia tengan cuidado de ella, que la tranquilicen y la hagan ver que la culpa es un asunto relativo, máxime en semejantes circunstancias.

Es duro recibir lecciones de la vida como esta a tan tierna edad. La dama de compañía también quedó afectada, pero ella podrá reponerse fácilmente, al fin este es un hecho que pasa todos los días, ¡y lo vemos con gran naturalidad! Perros pululan por nuestras calles. Al conductor, con intención o sin ella, sólo le basta centrar el objetivo y dejar que la física actúe por sí sola. Pero la consciencia tiene otros dictados. Ellos, son animales. Nosotros, nos creemos humanos. ¿Y los ojos llorosos de la niña? ¿Y su corazón acongojado? ¿Y las huellas en su memoria?

No hay un culpable en casos que, como este, no ocupan ni la esquina más perdida de los diarios. No hay denuncia, no hay orden persecutoria; ¡no hay crimen que juzgar excepto que de hoy en adelante, en los ojos verdes de nuestra dulce niña estará albergado el dolor del trauma? Su relación con los animales y los humanos será distinta, para bien o mal y esto porque, queriendo o no, todos, en nuestro fuero interno, somos culpables del accidente que sigue a la correa suelta.

Epílogo
Marzo 2 de 2009. Alrededor de las 17 horas. Hace un mes (30 días justos, contados desde el 30 de enero) que falleció mi madre. He salido a la calle para airearme un poco. Tomé el camino de costumbre, aunque la cabeza más embotada que normalmente y todo a causa del profundo dolor tras la enorme pérdida. Ando ensimismado, hablando conmigo, manoteando el aire. De pronto, dobla la esquina la niña de los ojitos verdes. No viene sola, la acompaña la fámula y la va jalando con enjundia un tierno cachorro de Shnauzer toy. Se aproximan a mí, me detengo para acariciar al perrito. Intercambio algunas palabras con la niña, ignoro si me recuerda desde el incidente narrado, tal vez sí, algo noto en sus hermosos ojos verdes (mi reflejo). La conmino a cuidar a su mascota. Por unos instantes su sonrisa se me ha contagiado. Apenas nos despedimos, luego de darle la espalda y dar el primer paso para encaminarme, el llanto callado pero incontrolable alcanza mi garganta y mis ojos. Pienso cuán afortunada es la niña, una mascota, aun cuando se antoja única, en la ingratitud humana o por la necesidad egoísta es sustituible. Una madre jamás. Desde ese encuentro y por más de 30 nuevos días, viviré hundido en una de las depresiones más hondas y largas de mi existencia.

PULITZER PARA DIGITALES


Los periodistas digitales ya pueden optar a los afamados Premios Pulitzer. A partir de ahora los trabajos publicados únicamente en medios on-line y que se presenten al certamen serán tomados en cuenta del mismo modo que los difundidos por medios impresos.
El Pulizter está considerado como el galardón más prestigioso al que puede optar un periodista y a partir de ahora los medios digitales y demás informativos que publiquen exclusivamente en la red podrán concursar en las catorce nominaciones de estos premios que preside la Universidad de Columbia.
El organizador de los Pulitzer, Sig Gissler, ha asegurado que "este es un paso importante hacia adelante, en un contexto en el que el periodismo on-line crece a velocidad trepidante".
Los premios empezaron a aceptar trabajos de las versiones digitales de algunos periódicos en 2006, pero no ha sido hasta ahora cuando por fin han abierto el paso a los medios que carecen de una versión de papel a las mismas categorías a las que optan el resto de los periódicos, aunque con algunas salvedades.
Las páginas web deberán actualizarse al menos una vez a la semana y deberán estar principalmente ocupadas en el desarrollo de noticias y reportajes propios, así como informar sobre la actualidad y las historias del día a día. Los medios que funcionen principalmente como agregadores de noticias con comentarios no serán elegidos, algo que según Gissler se examinará caso por caso. Los trabajos procedentes de revistas, televisiones o las páginas web de éstas seguirán estando excluidos de estos premios.
Joseph Pulitzer, que da nombre a los premios, fue un editor húngaro que compró la cabecera del New York World a finales del siglo XIX, un momento en el que el periódico estaba perdiendo dinero a espuertas. Giró el volante del rotativo hacia las historias humanas, sensacionalistas e impactantes convirtiendo su periódico en el de mayor difusión estadounidense del momento. Se le considera uno de los creadores de la llamada prensa amarilla y el principal precursor de la escuela periodística.
(Fuente: Boletín DirCom de Periodista Digital)

DESDE MÍ Y HASTA EL INFINITO

Es fascinante ver cómo un tema se desarrolla paso a paso. Cómo una palabra o una idea es capaz de detonar ya molestia, ya inquietud, ya coincidencia y acuerdo, o rechazo y polémica.
Es curioso ver cómo, un fenómeno cotidiano, multiforme y multidimensional como la comunicación, a pesar de experimentarse a cada instante (o quizá por eso precisamente) se antoja tan complejo en su sencillez; siempre inacabado.
Son admirables las ramificaciones que un planteamiento suscita, y la manera como las mismas se concatenan y entrecruzan.
No es necesario ser profesional de la comunicación (locutor, periodista, publicista, publirrelacionista, diseñador, sacerdote, abogado, conductor de medio electrónico, conferencista, profesor, investigador, escritor, artista plástico, chef, madre o padre, consejero...) para constatar su omnipresencia y discutirla del modo como aquí queremos hacer.
El lego no tiene por qué excusarse. Tanto derecho tiene a entrar en el examen del tema como cualquiera. Porque si hay un tema profundamente humano que permea todos los ámbitos y quehaceres, ese es precisamente la comunicación.
Si nos ponemos muy académicos, tendremos que resumir en afán de un mejor entendimiento y para comenzar, que la comunicación presenta varios niveles, los cuales poco a poco habremos de ir examinando en nuestras conversaciones dentro de esta u otras discusiones y espacios.
El primero y más íntimo es la comunicación intrapersonal. Esta es la que experimentamos todos en la intimidad de nuestra persona. Está enraizada en nuestra identidad y determina en gran medida nuestra personalidad y las formas como esta se muestra. Sócrates nos enseñó que debemos conocernos a nosotros mismos y siglos después Jesús expuso como nuevo "mandamiento" amar al prójimo como a uno mismo. Este es el principio de la concordia y la armonía. Prem Rawat trata mucho este punto en sus conferencias acerca de la paz. Menciono sólo tres de entre muchos pensadores al respecto. No tener resuelta la comunicación con uno mismo deriva en fallas, deficiencias o carencias que se reflejan en uno o más de los siguiente niveles.
Ascendiendo en la escala se encuentra la comunicación interpersonal. Si sé estar conmigo mismo, me conozco y no me temo sino me amo, estoy en condiciones aparentes de entrar en contacto con los otros, empleando medios diversos desde el tacto hasta la carta o recursos tecnológicos como el presente. Aquí la dificultad principal es la de darme a entender y comprender a los demás. Estar dispuesto a compartir, a entregar parte de lo que soy y me conforma aún so pena del riesgo de ser mal interpretado, reconvenido, amado u odiado, plagiado o recompensado. Pero si no sé estar conmigo, si no me sé reconocer en mi soledad fundamental, difícilmente podré intercambiar algo con alguien, o quizá sólo esté capacitado para hacerlo de manera parcial o distorsionada. ¿Por qué tanta intolerancia en una pareja, entre hermanos? La violencia no tiene otro foco de gestación que el de nuestra propia alma. Si nos parece que otros son los violentos, es porque no hemos sabido hurgar en el espejo que ellos nos significan como iguales, pues tan seres humanos son los demás como nosotros. ¿Qué tan torcida está nuestra autoestima? Esa será la medida de nuestras relaciones.
Enseguida viene la comunicación intragrupal. La que sucede en la familia y con nuestros colegas y amigos y vecinos. ¿Cómo te llevas con tu vecino de al lado o el de enfrente? ¿Su violencia te afecta, cómo? ¿Y la tuya a él, cómo? En el primer nivel la confidencia está resguardada por la fidelidad de uno consigo mismo, en el siguiente la confianza extiende su mirada al horizonte cercano, buscando una forma de posesión del entorno y por ende de uno mismo, y aquí se amplía en el afán de establecer una nueva forma de identidad: la pertenencia, la integración.
En un cuarto nivel está la comunicación intergrupal. Aquí cabe la corporativa en una perspectiva sistémica. La comunicación cara a cara comienza a desdibujarse y cobra la dimensión de la ambigüedad despersonalizada. La noticia, el chisme, el rumor florecen como maneras de diferenciación. Sí, soy un individuo con un carácter determinado, con cierta habilidad para entrar en contacto con el prójimo y, unido a él, formar parte de, pertenecer a un grupo de semejantes, pero comienzo a comprender que la igualdad, la semejanza no es una falacia; hay otros grupos como el mío, pero no me resigno a ser uno más en la cuenta de los seres humanos y por ello, junto con mis pares, marco los límites doctrinarios, ideológicos, económicos, ecológicos suficientes para definir la diferencia entre nuestro mundo y el suyo. En esta red social y sus miembros y sus colaboraciones queda clara la distancia de intereses respecto de redes similares.
Más arriba está la comunicación propiamente social, ésta totalmente inasible a no ser por una forma distinta de medios y canales por los cuales transitan los mensajes que unos a otros nos enviamos de manera encadenada, difusa. Para que la sociedad de un pueblo entre en contacto consigo misma o con la de otro recurre en principio al intercambio simbólico que halla su carta de cabalidad en el mercado y el comercio. Conocemos de la existencia de otro ente social por lo que nos llega a las manos, ojos u oídos. Comp(a)ramos sus obras con las nuestras y tasamos la medida de su aprecio. Ya se trate de una palabra, de una caricia o de un vehículo, la visión del mundo se tecnifica, se reparte, se vota porque es compartida o con un conglomerado o con un dictador, voluntariamente o de modo impuesto. Las normas y el contrato fijan y explican este nivel de comunicación, la ley aquí es lo que la oración en el primer nivel; el convenio entre dos o más potencia las alianzas. El credo es uniforme y uniformador y la diferencia se vuelve amenaza a la soberanía. Los medios y los mensajes que en ellos circulan ya no pueden, por lógica, estar sujetos a las expectativas individuales; es necesario que apelen y se basen en los intereses vagos de la colectividad, muchas veces representada por minorías que reflejan sólo una mínima parte y se caracterizan por su comportamiento provisional. La espontaneidad de uno se ve ajustada por la norma, pero en circunstancias donde puede experimentar el anonimato, se desata... masivamente. Aquí radica la comunicación de masas: en la ola de emociones que sólo la información puede de modo relativo controlar, encausar y encauzar. La comunicación social no se aprende ni se estudia en el aula, sino en la calle. En el claustro y en el libro apenas se barruntan indicios para la comprensión de su funcionamiento.
Finalmente, por ahora, cabe recordar que dos son los componentes fundamentales de la comunicación: la expresión y la información. La segunda puede existir sola en la forma de simples datos, pero no comunica. La primera, la expresión en cambio, vehículo esencial por el cual se hacen comunes el pensamiento y el sentimiento, no puede existir sin al menos un rasgo de información.
Así, el silencio (para tocar una de las preocupaciones de Albi), en cualquiera de los niveles expresa e informa. Expresa o la confusión de sentimientos y pensamientos, o la ausencia de datos capaces de suscitar una emoción o un concepto. El silencio en sí no es ni puede ser jamás violento. No obstante esta afirmación, el modo como se lo interpreta es lo que puede provocar sentimientos o pensamientos violentos. En el valor que damos a la nulidad, a la nada, está la razón de la paz. De cada quien depende que esta razón sea positiva o negativa, es decir constructiva o destructiva. Callar a otro no tiene que ser necesariamente tomado como un acto violentador. Callar uno mismo tampoco. Si se calla ante la injusticia, el silencio resultante puede ser interpretado como cobardía o valentía (ahí está Santo Tomás Moro); pero no es inacción, no por enmudecer se omite el significado que los hechos y las cosas tienen en sí mismas.
En las guerras recientes como en las más antiguas la comunicación forzosamente ha estado presente de muchas formas. Masiva, por ejemplo, en la dispersión de miles de volantes propagandísticos desde aviones. De masas, por ejemplo, mediante las arengas en las plazas movilizando a la resistencia.
La comunicación nunca está ausente, ¡vaya ni después de la muerte!

ORTOGRAFÍA PUBLICITARIA


Cuando no es al periodismo, generalmente es a la publicidad, o de plano siempre se echa la culpa al habla cotidiana sino a la desidia o la ignorancia; como sea y por la causa que sea, los adefesios lingüísticos siempre están a la orden del día. Incluso algunos de ellos han adquirido tal fuerza con el tiempo, que la gente jura y perjura que obedecen a reglas gramaticales bien determinadas.
Es el caso de este anuncio volante de un trabajador mexicano especialista en la colocación de puertas y ventanas de aluminio. Ofrece sus servicios de casa en casa del modo como seguramente hemos visto en más de uno de nuestros países hispanohablantes.
Destacan: la zeta con que escribe la palabra "riesgos", y el cierre de la frase con repetidos signos de admiración cuya apertura jamás se dio; además de otras "minucias" como acentos ausentes o errores de lógica y puntuación.

Ofrenda ingenua

A veces quiero creer que hay alguien que vela por mis sueños y mis anhelos, que se adelanta a mis pensamientos y me protege y me cuida. No se trata de una divinidad ni de un ser mágico. Lo imagino un ser humano como yo, pero omnipotente, omnisciente, capaz de propiciar que las cosas ocurran, que las ideas se materialicen; sobre todo las mías. Es quien impide que caiga más hondo o me eleve demasiado. Aunque también, como no se deja ver, me hace sentir frustrado en mis esfuerzos y en mis intentos por agradecerle los frutos en potencia de mis talentos.
Cuando menos lo espero, encuentro que algún plan o concepto cobra vida pero en otras personas, otras conciencias, otros ámbitos. Si se me ocurre una situación, esta le sucede a algún conocido o quizás a otra persona pero, de todos modos y tarde o temprano, me entero del hecho y siento agrado y envidia. Gusto, porque hube de tener la visión; envidia, porque por alguna razón no se concretó por mí o desde mí.
En casos así me digo que no me ocurre precisamente pues lo que me guarda evita riesgos o traumas innecesarios, por eso destina o desvía el triunfo y la fama anhelados a los otros, trasladando a mí no los sinsabores sino sólo la zafia satisfacción de haber contribuido con mi sueño a la consolidación ajena y al logro del equilibrio universal. Cada quien tiene lo que debe, y no siempre lo que puede o quiere.
A veces me encuentro con amigos, colegas, familiares y, tras confesarles mis sueños, veo luego que estos se desarrollan de alguna manera en ellos o por ellos, como en una suerte de ofrenda a nuestra relación. Pero entonces me siento defraudado. ¿Por qué no se me permite experimentar el anhelo y sólo se me muestran los alcances del afán?
No cabe duda que hay fuerzas misteriosas que jamás comprenderé. Una de ellas es la fuerza de la ingenuidad.

Decisión fundamental

 

Prologo.

El siguiente cuento me lo hizo llegar un estimado condiscípulo de la universidad y colega. Lo escribió, según me dijo, poco tiempo después de haber trabajado en la Secretaría de Gobernación. Me hizo hincapié en su momento que guardara discreción pues al cobijo de la ficción se hallaba entrelíneas una cruda verdad experimentada por él mismo y en parte motivo para que se separara de sus funciones prudentemente.
Seguramente más de uno podrá hallar en el relato indicios esclarecedores de un suceso que dejó una marca indeleble en la historia de México como lo fue el accidente en que falleció el Secretario de Gobernación más joven que ha tenido el país, Juan Camilo Mouriño, al comienzo del sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, aun cuando ya se sabe que la desmemoria, tarde o temprano, hace su labor de difuminar o distorsionar los hechos para dar pie a interpretaciones variopintas, ya sea por conveniencia de los actores o para aplacar los ánimos de los infractores.

* * *


Decisión fundamental

por Alejandro Pliego

1

¿Quieres saber la verdad, la neta; de lo que es el narcotráfico en México? Pero hablo de la verdad; sin rollos, choros, tacos de lengua, o mentiras. Estas historias son tan reales, como que el que las vivió está platicando aquí ahoritita contigo, no son de oídas, no le pasó a un amigo de mi abuelito. Peor aun, las viví como en estos momentos siento que estoy respirando. Pero tranquis maestro, voy poco a poco; haciendo las pausas necesarias que dan paso al drama, tomando aire para recordar muy bien los detalles, las pequeñas historias debajo de la principal línea argumental que te quiero tirar. Con estos hechos mato muchos relatitos del periódico, mucha ficción de reporteros calenturientos que sueñan con toneladas de droga. No se necesitan grandes barcos, ni submarinos; no requieres ver los cuerpos decapitados, apilados en masa, ni la mirada desafiante del sicario atrapado, detenido al menos momentáneamente en su carrera delictiva. ¡No! ¿Para qué tanta alharaca?, ¿para qué tanta sangre?; si en lo pequeño está la neta, la pura verdad a nivel minimalista, pa’qué tantas pacas, kilos, toneles, túneles, y maletas con dinero; con estas historias en un dos por tres lo entenderás todo. ¿Qué, rey?, ¿no comprendes lo que digo?, ¿no sabes de qué te estoy hablando?, ¿al grano?: aguanta tantito que todavía no empiezo, se paciente que estoy tomando aire:
Tú sabes que acá tu broder es un survairbor, un elemento de la clase trabajadora aspiracional; con miras y con ganas a convertirse en una gente de bien, así como tú mi buen galán. Pero mi menda, sin las condenadas ventajas mínimas que la vidorria te tiene que ofrecer desde chiquito (sin albures, porfa). ¿Qué?, ya te estás burlando ¿o sí estás llorando en serio?; espérate tantito, ya voy a las historias, los antecedentes son necesarios para que comprendas, aun ha riesgo de que pierdas el interés de mis palabras que hoy caen como lluvia de otoño, ¡Qué tal Güey!
Resulta culebra, que en estos andares de la vida yo me dediqué al comercio, a la compra-venta, a la pizca, a la biznaga, a la persecución del bolillo en cuatro ruedas; era car diler, revendedor de autos usados. Ándale pues, sí, era coyote; pero no cualquier coyote, master, no cualquier revendedorcillo mí querido hijo de Putin (el de Rusia), yo tenía mi estilacho desarrollado ya en muchas horas de vuelo. No te creas figura, el riteil de objetos usados tiene su chiste, no cualquiera lo puede ejercer; se necesita ser un poco histrión, un poco político, un poco ojete, un poco misericordioso, un poco sacerdote. Lo que pasa es que el comercio de autos es especial, los coches son una extensión de tu casa y me atrevería a decir que de ti mismo; guardan un valor especial. ¿A poco no te acuerdas de tu primer carro?, y cuántas veces no has dicho en tono de presunción: “Ah, si el asiento trasero de mi vocho hablara”. Imagínate autos que pasaron veinte o treinta años con una misma familia; te prometo que se llegan a querer igual que a las abuelitas: entonces llego yo y le ofrezco al pater familia tres pesos por la nave, haciéndole ver la realidad: “Señor la neta su hija para ser modelo necesita bajar 120 kilos, operarse las verrugas, y ponerse coronas de porcelana en esos dientes muy afectados por las caries”. Permíteme el símil, doctor. Lo que te quiero ilustrar es que después de ver veinte años seguidos a una hija así, pues pierdes digamos que objetividad. Y el golpe con la realidad es muy duro, vas tratando de decir poco a poquito lo que realmente vale el bote; pero invariablemente de primera instancia te mientan la madre. Ya después de lo que se trata es de papachar y soliviantar la voluntad del otro, del que vende, o del que compra: convencer que no forzar, convencer es lo más bonito del amor (recuerda el asiento trasero del vocho).
Todo este choro de los coches era necesario para darle expresión dramática a la primera historia, para que la comprendieras en su justa dimensión: ahí estoy yo vendiendo mis carritos y por mal fario del destino, se aposentan en la calle donde hago la vendimia, un par de autos particulares que a leguas se ve que son de guarros, genízaros, tiras, guaruras, y no cualquier policía; estos son federicos, federales, de la PGR, específicamente un comandante y sus compinches de algo que hace años se llamaba Instituto Nacional para el Combate a las Drogas. Al menos así se identificaron cuando al terminar yo de mostrar un auto, me hicieron el alto y me charolearon, me pidieron que me identificara y me hicieron mostrarles los documentos que amparaban la legalidad, y la propiedad de dicho carro: “Oiga, amigo, tiene mucha clientela; tenemos tres días observándolo y no se da abasto. ¿Dónde compra los carritos? ¿Es buen negocio? La neta, ¿todos son derechos o hay calientitos? ¿A quién le lavas la feria? ¿Por qué te pones nervioso?”. Yo, con esa falsa tranquilidad que te da la calle, las broncas, o el no tener a ningún conocido “bien parado”, alcanzo a contestar:
— ¡Qué pasó oficial! Todo está en regla, revise usted; y no, no estoy nervioso—. Y el comanche deja ir la negritud de sus verdaderas intenciones.
—No, pues que bueno que me lo aclare. Sigue el Jefe ya en tono muy amable:
—Es que me gustó mucho el mustancito ese rojo que tiene, está bien cuidadito. ¿Verdad que te dije Perico? —y contesta El Perico como quien le habla a sus mayores: —Sí, apá.
Dice el comanche: —Desde que lo vi por primera vez me encantó, y me dije “para mi hijita ahora en sus quince”. ¿Cuánto quiere por el coche, cuánto es lo menos con ganas de venderlo, y si le da alguna facilidad de pago aquí a los cuates?
—Lo menos es tanto, ya con ganas de que se lo quede su hijita; y no, no doy facilidades de pago.
—Qué lástima porque no alcanzo a completarle, ¿verdad, Gámez? —y el tal Gámez contesta descarado:
—Así es don, del bisnes de aquí no ha salido nada, y ya llevamos quince días espiando a estos cabrones colombianos. ¿Verdad, Jefe?
—Sip, ponle las grabaciones al joven para que vea que no es mentira.
De la caja de teléfonos sacan una grabadora pequeñita, sin dejarme elegir me pone los audífonos y escucho:
“Aló, aló. Hola, Roberto, ¿cómo está? Seguimos esperando a toda la familia. No, no ha llegado nadie y ya tenemos rato. Ya se va a cumplir otro mes y la gente del otro lado ya está inquieta. ¿Usted sabe algo?”.
Me quitan los audífonos y me dicen como si yo entendiera perfectamente el lenguaje cifrado del narco: —Ya ve.

2

Pasó otro día y ellos seguían ahí. Yo no podía hacer nada, se me venían los gastos encima y tenía que seguir trabajando con o sin guarros. En uno de mis ires y venires me pararon El Gámez y El Perico (no estaba El Comandante) y me dijeron:
—Que dice El Jefe si nos presta tantito el Mustang, es que tenemos que hacer un mandado y así sirve que probamos el carrito.
Sonaron las alarmas dentro de mí: jamás se presta un coche y menos a unos judiciales con aliento alcohólico. Perfectamente distinguí el movimiento “discreto”, que hacen ellos, y que me permite encontrar entre sus hinchados estómagos y el cinturón imitación pita, con gran fajilla que presenta en el centro un cebú dorado, un par de pistolas tipo escuadra enormes, con el escudo nacional en las cachas. Tardé en contestar.
— ¿Qué pasó, jovenazo?; ¿se va a apretar?, ¿se va a poner marro? Ya sabe, hoy por nosotros, mañana por usted. ¿Quién sabe? A lo mejor mañana el que nos está pidiendo un paro es usted.
Tiene razón la filosofía cuando dice que en la vida estamos condenados a la soledad, y a la libertad de elegir; para bien o para mal, un volado, el factor suerte: ¿águila o sol?
¿Tu vi or not tu vi? ¿Me lanzo o no me lanzo? ¿Les presto el mustangio o no? En fracciones de segundo sopesé pros y contras, y llegué a una estúpida conclusión producto de mi juventud, y que intentaba ser salomónica: prestarles el coche ni loco, nunca jamás; negárselos tendría sus riesgos y tal vez consecuencias: provocar la ira de los judas. Así que rápidamente contesté:
—Yo los llevo, jefe.
Para mi sorpresa, pensé que insistirían en el préstamo. Las gandayas se sonrieron y me contestaron: — ¡Sale!; pero vámonos en friega porque se hace tarde. Así los tres nos subimos al hijo de Lee Iacoca. Y ahí te vamos a quién sabe dónde, solo recuerdo que me dijeron que íbamos hacia el oriente de la ciudad: “por Iztapalapa”. Durante el camino, tenso como iba, hablé poco; ellos en cambio se explayaron en anécdotas y admiraciones para su comandante: “es un chingón, se las sabe todas. Empezó muy chavo y estuvo con el mero mero en la DIP; con el mismo Negro Durazo. ¿Verdad, pareja?
—Al chile, sip, El Jefe Ortiz es muy respetado por todos los mandos.
Llegamos a una colonia sin calles pavimentadas, nos metimos por un laberinto de terrecerías, hasta dar con una casa de una sola planta, toda gris, sin pintura; los únicos rastros de color, eran los grafitis plasmados en la pared por las diferentes bandas de la zona. Se bajaron los chotas y tímidamente les dije: —Aquí los espero—, pensando sinceramente en dejarlos ahí, y salir corriendo.
—Nel, usted viene con nosotros—. Esto último dicho por los tamemes ya en un tono franco de que es a fuerza. No me gustó el modito, pero ni qué hacer, ya habíamos llegado y no me podía echar para atrás. Además yo sé que te va a resultar incomprensible esto que te voy a decir, rey, pero en el fondo tenía ganas de llegar hasta las últimas consecuencias, por morbo, o por curiosidad de mis veinte años.
Nada más al bajar del coche me pidieron, casi mi exigieron las llaves del mismo: “Es por si hay que mover la nave”. Mansamente di las llaves, tocaron tres veces en la reja oxidada de la casa y abrió una niña de no más de doce años de edad. A pesar de los jiotes, la niña no era fea y conservaba la mirada ingenua de quien solo piensa en caricaturas, esto me tranquilizó y más cuando, reconocidos los policarpos, fuimos invitados todos a pasar al interior del jacalote. Ya dentro, la estancia inspiraba más confianza pues se encontraba lo que supuse sería una familia completa: mamá, papá, abuelitos y niños viendo la tele; el cuadro de La Última Cena, los trofeos de fútbol, los recuerditos de las bodas y los bautizos, y un retrato grande que presentaba a un joven de rostro serio, frío; vestido de gala en uniforme de marino; empuñaba con la mano derecha un sable que tenía como mango la figura de un águila con el pico abierto, dispuesta a atacarte. Olía fuerte; a gas fugado, a gas quemado, a frijoles rancios, a metro. Cuando entramos toda esta gente ni siquiera volteó a mirarnos, como si no existiéramos; los judas, y yo en un tono más bien humilde y como pidiendo perdón por la intromisión, dijimos buenas tardes, un judicial añadió: — ¿Y El Chilín, jefe? Y el que al parecer era el papá le contestó en un tono seco sin siquiera mirarlo:
—Gerardo está atrás, en su cuarto.
Pasamos no sin antes decir “compermisito”. Recorrimos un largo pasillo y del fondo nos empezaron a llegar risas, llegamos a una puerta cerrada tocamos y nos abrió un monstruo. El tipo que nos recibió pesaría unos 130 kilos, distribuidos en aproximadamente 1.90 metros de estatura; nos sonrió con unos labios gruesos y color morado que se fundían en una cara hinchada, tenía manoplas en lugar de manos, y en esas manazas se perdió mi manita sudada cuando tuve que saludar al hijo de Shrek. Nos invitó a pasar a una habitación grande en donde encontramos a cerca de 15 personas, todos bebiendo refrescos de toronja con dos botellas de tequila blanco, sentados en sillas con el logo de una cervecería en el respaldo. Las sillas hacían una media luna alrededor de una cama grande, de sábanas sucias y colchas rotas, en donde estaba acostado un cadáver, un muerto viviente, un hombre en los puros huesos; las carnes de la cara se le encajaban en los pómulos salidísimos, los cabellos ralos y revueltos, los ojos saltones y rasgados no veían; te traspasaban sin misericordia, haciéndote sentir el peso de lo que han visto, de lo que han atestiguado, puertas que te llevaban seguro al infierno del alma de este tipo.
— ¡Qué pasó, hijos de la chingada! ¿Dónde se han metido?—, saludó con voz ronca el muerto-vivo, para después preguntar: — ¿Y este güey, quién es?—, señalándome a mí. Los judiciales prácticamente me empujaron hacia la cama pidiéndome que saludara al Jefe Chilín (así lo llamaron en voz alta). Me acerqué y olía a podredumbre, a perro muerto, a comida descompuesta revuelta con algún desodorante ambiental para baños, que alcancé a ver estaba al lado de la cama tirado en el piso. No supe qué hacer, mejor dicho no quería darle la mano; pero, ¿cómo evitarlo?, resignado le ofrecí mi mano derecha en donde supuse estaría la suya descarnada, cadavérica, y lo supuse porque hasta ese momento el Jefe Chilín estaba tapado con las cobijas hasta el cuello. Observé cómo empezaba hacer el movimiento para sacar un brazo de las cobijas y saludarme, yo tenía mucho asco y luchaba con la mejor de mis sonrisas para que no se notara, ya estaba resignado cuando del fondo de las cobijas salió la mano, pero no estaba sola, la acompañaba una pistola enorme, tipo revolver que me apuntó directo.
La sorpresa me hizo trastabillar; di un paso hacia atrás con intenciones de alejarme, pero, ya descarados, los dos judiciales por la fuerza me obligaron a permanecer de frente a la calaca empistolada, a la vez que me decían: —No le pasa nada. Salude.
Ofrecí mi mano y el muerto sin dejar de apuntarme sacó el brazo izquierdo, y en un movimiento incómodo para los dos nos saludamos en esa su izquierda. No me soltó de inmediato, se me quedó viendo y empezó a decir:
— ¿Sabes cuántos cabrones he visto volar con esta? (señalando la pistola); sí, cabrón, volar por el aire; ¡pum! Y ahí vas pa’tras uno, dos metros; ¡pum! Y saltas por el aire otro metro; ¡pum! Y te vuelo media cabeza; ¡pum! Directo a las entrañas y antes de que te caigas, puedo ver a través del hoyo que te dejé.
No era chiste, nadie en la habitación se reía, por el contrario todos estaban muy serios y respetuosos de lo que contaba aquel hombre:
—Todo es cosa de ganar el primer tiempo, si te apendejas te lleva la chingada; o, ¿no?, pinches judiciales culeros—. Los policías asintiendo con la cabeza, y el muerto sigue: —Yo no me apendejé, había buti tiras, y los hijos de su pinche madre (sus cómplices) me dejaron solo y al grito de ¡me la pelan! que empiezo: ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum! (con la mano de la pistola, imitaba la “patada” que daba esta a cada disparo mientras apuntaba a diferentes objetivos); y siguió: —Seis, siete disparos hasta que sentí el madrazo en la pierna, me caí de madre, me tumbó el balazo y como pude salí del banco; todavía alcancé a traerme una bolsa con pura pinche morralla, no alcanzó para el alcohol ni las vendas. Y aquí estoy todo jodido, pudriéndome por dentro, pero esto sí te digo pinche Muralla —dirigiéndose al monstruo que nos abrió—, voy a pescar al Chipotes; murallita china y verás que no vuelve a dejar abandonado a un compa en un jale.
Para estos momentos ya me había dejado de apuntar, me soltó la mano, y pude observar dos cosas: un tatuaje en su brazo, con forma de calavera fumando, que podía ser su autorretrato, y me di cuenta de que el marino del retrato de la entrada y él eran la misma persona, aunque no se parecieran en nada.
Al fin salimos de esa casa y yo estaba pálido y tembloroso. Los judas, creo, respetando las secuelas de mí miedo no hicieron comentarios. Ya casi llegando de regreso me preguntaron con cierta ironía reflejada en una sonrisita idiota:
— ¿A poco se espantó?
—Un poquito
—Ja, ja, ja; “un poquito”. Si conoció al as de la baraja, al bueno de Iztapa-lacra.
— ¿Será?
— Allá no se mueve nada sin el permiso del Chilín.
— ¡Újule, pareja!, si el jovenazo viene espantado, mejor que no le contamos lo que traemos.
Extrañado pregunto qué traemos, si ellos no salieron ni un momento del cuarto, y yo no vi que tomaran algo. Debajo del asiento del copiloto sacan dos ladrillos envueltos en papel aluminio, y estos a su vez guardados en plástico transparente que deja ver dos sellos en forma de escorpión. Me los muestran:
—La pura caspa del diablo, jovenazo (cocaína), el encarguito por el que fuimos.
En mi mente aparece la imagen cuando les di las llaves del auto, y lo comprendo todo. Me siento mal, estoy mareado y tengo ganas de vomitar. Ya no veo el momento en que lleguemos y me pueda meter a bañar; empiezo a comprender el tamaño de estupidez que hice, y esta no se arreglará con una bañada, necesito desaparecer y desaparezco.

3

Máster, mi rey; acá tu buen siguió y siguió por la vida, y en este deambular me hice burócrata de postín, empleado de gobierno de “primer nivel”. ¡Ay, Güeyyy! Hombre de las confianzas de un Subsecretario del gobierno federal, cercanísimo al mismo Secretario de Gobernación. Tenía yo este puesto de asesor en gober; haz esto, haz lo otro, haz aquello y esto de hacer como asesor se resumía a: “redáctate un desplegado a favor del Secretario, lo va a firmar la Asociación de Músicos, así que ponle melodía”; o “realiza un estudio de impactos de prensa tanto a favor como en contra del Secretario, a los periodistas que escriben en con¬tra ponlos en una lista aparte y si ya van más de tres artículos negativos, los invitas a desayunar y les preguntas qué pasó”. Y en uno de esos días llegó mi cumpleaños, mientras estaba redactando un escrito de apoyo al Secretario de Gobernación; suscrito por el Sindicato de Trabajadores de la Industria Nopalera, que decía básicamente que no fuéramos babosos, y que apoyáramos la noble labor del secre.
Consuelito, quien era la asistente de un colaborador del Secretario muy importante, me informó: — Lic., le llama el Lic., que lo espera en su oficina, que no se tarde por favor.
No era cosa de hacer esperar a este funcionario tan importante, con quien yo me llevaba muy bien, y hasta podríamos decir que éramos como amigos; me dirigí de inmediato a su oficina. Y aquí, rey, empieza la segunda historia, el otro dilema, la otra elección impostergable y una vez más la realidad de estar completamente solo, ante el destino que en fracciones de segundo puede cambiar tu vida por completo. Toco y entro a la oficina, comedidamente se levanta a saludarme el Lic., cierra tras de mí la puerta y me abraza.
— ¡Hombre! Licenciado, ¡muchas felicidades!, que pase usted su cumpleaños lleno de felicidad rodeado de los suyos.
—Muchas gracias, licenciado. Correspondo al abrazo riñonero mientras me palmea la espalda el Lic.; pesará unos 130 kilos, repartidos en 1.90 metros de estatura, no alcanzo a abarcarlo todo. Huele fino. Por un momento nos quedamos frente a frente, él tomándome por los hombros; yo le llego casi al ombligo, noto de su aliento un discreto tufo a alcohol. La camisa impecable, mandada hacer, su corbata le queda ridículamente pequeña y está hecha trenzas, en una de las vueltas se puede leer la palabra Hermés. En la habitación está otra persona que ya se ha levantado para saludarme, el licenciado me presenta con él.
—Lic., tengo el gusto de presentarle —señalándome al hombre— a nuestro comisionado para el combate a las drogas en la zona norte del país—. Siguió: —El licenciado, aparte de su vocación de servicio público, es un gran artista, exquisito poeta de enorme sensibilidad. Seguramente usted, Lic., que es una persona informada, conocerá algo de su obra—. Dirigiéndose al hombre le pidió: — ¿Por qué no le tarareas una de tus canciones aquí al licenciado a ver si la reconoce?— El hombre empezó a cantar una melodía muy popular, conocidísima por medio mundo, creo que hasta concursó en un OTI.
—No me diga que usted es el autor de esta canción, si no mal recuerdo la cantaba fulana de tal. Es preciosa. Acentúo hipócritamente.
—Así es, licenciado. Me contesta y se sigue por ahí: —El servicio público tiene largas horas de trabajo, pero qué le puedo yo contar a usted, que está en lo mismo. Sin embargo uno se tiene que dar tiempo para alimentar al espíritu, al poeta y loco; al niño y al bohemio que nos habita licenciado, y que nos recuerda que somos simples seres humanos, que sufrimos y gozamos.
Después del discurso y ante el arrastre de sus palabras pensé: “este güey está francamente borracho, pero ¡no friegues! Son las diez de la mañana”. Observé sobre el escritorio de mi casi amigo, una botella de vodka fino consumida hasta la mitad, junto a ella estaba un litro de jugo de naranja abierto. Prosiguió el compositor:
—Pero le mandamos llamar porque me enteré a través de mi amigo, el coordinador, que el día de hoy es su cumpleaños. Y aun sin conocerlo me permití traerle un presente, un regalo que atestigua mi buena fe y mi interés de seguir trabajando juntos. Sí, no se sorprenda licenciado, ni crea que estoy confundido porque yo estoy allá en el norte del país y usted en el centro. De buena fuente sé que usted será propuesto para una alta comisión precisamente en el norte del país— me informó el artista y burócrata.
— ¡Ah, caray!— le respondí. —Ahora sí que me deja sorprendido, yo no sé nada de esto que me dice.
—Pormenores licenciado, pormenores; ya se enterará usted. Por lo pronto lo más importante es darle su regalo—. Dicho esto cruzó el brazo por el interior de su saco, y de una de las bolsas extrajo un salero. Sí, un salero para verter sal; de esos grandes de vidrio transparente, y donde los hoyitos para escanciar el contenido forman una “S”.
Al momento de poner el salero sobre el escritorio dijo orgulloso y sin ningún tipo de escrúpulo: —Oro blanco boliviano, licenciado, sin cortes, sin trucos, 20 gramos puros sembrados, cosechados, y procesados en las alturas de Bolivia, una belleza en color y efecto. La mejor cocaína del mundo, y no hablo de precios porque no quiero ofenderlo licenciado, pero esto compraría muchas voluntades.
Seguramente yo tenía la boca abierta por la sorpresa, no sabía qué responder, cómo actuar. La situación era en sí misma absurda, estábamos a menos de 20 metros de la oficina del Secretario de Gobernación. El bohemio destapó el salero, le quitó un papel que evitaba que el contenido se saliera por la “S”, y me dijo haciendo dos líneas blancas:
—Por favor, háganos los honores—. En cámara lenta volteo a ver a quien definitivamente ya no es mi amigo, y observo cómo el tipo sonriente, con una mirada vaga, se afloja el nudo de la corbata, se abre la camisa y de entre una camiseta, y los pliegues de su gordo cuello extrae una gruesa cadena de oro, que saca por arriba de su cabeza. De la cadena cuelga una cucharilla, una cuchara a escala mínima que supongo es de oro también, y que veo tiene bellos arabescos como adorno. Me pregunta feliz:
—¿Cucharita o popote, Lic.?
En fracciones de segundo pasan por mi mente varias conjeturas: “es broma, es un cuatro, es una prueba, es… es… la neta”, y antes de terminar estos pensamientos, el compositor se agacha y con una facilidad que no deja dudas de su experiencia en estos menesteres; aspira con dos inhalaciones largas interminables los caminitos de nieve que había vertido en el escritorio.
—Sírvame vodka, licenciado, por favor, para bajarme el pase. ¡Qué bárbaro! ¡Qué finura de material! Y no se lo estoy “cantando” licenciado, es solo la verdad. No cabe duda que el comandante Ortiz, decano de la policía mexicana; de esa policía que los ladrones respetaban, la de Arturo Durazo; consigue la crem de la crem.
Antes de que intentara hacer dos líneas más me adelanté e hice mi jugada; ya había calculado las posibilidades, pensé: “estos güeyes están locos o me confundieron, yo no voy a ninguna comisión al norte, tampoco se trata de hacerlos enojar desairándolos”. Así que señalé serio:
—Yo estoy verdaderamente conmovido con este detalle de amabilidad de su parte licenciados, estoy seguro que de seguir formando equipo con ustedes, podremos lograr cosas importantes dentro del servicio público. Sobre todo aprender yo, que soy el más novato, los interiores de la política mexicana. Gracias, muchas gracias por sus expresiones de generosidad, de confianza en mí. Sin embargo, me temo que no puedo aceptar su obsequio. Disculpen que para dar razón de esto necesite hablar de mi vida privada. Me acabo de divorciar y uno de los motivos, el principal, que causó esto es que tengo un problema de infertilidad. La que era mi esposa no pudo soportar esta situación, e ilusionada por ser madre en las formas naturales en que se es me pidió el divorcio, que no pude negarle comprendiendo la alta misión de una mujer ante su destino natural. Así, como el poeta, “cerrando los ojos, la dejé pasar…”. Tengo esperanza que pronto la vida me reconforte con otra ilusión, con otro amor; pero no soy ingenuo, sé perfectamente que a una familia la conforman los hijos, sin estos ¿qué sentido tiene la relación? ¿Qué sentido tiene la presencia en el mundo, sino se deja una semilla que germine en bien de la familia, de la patria? Así que me estoy sometiendo a un tratamiento con químicos muy agresivos, el doctor que me lo está aplicando me da algunas esperanzas, pero me advierte que lo debo seguir rigurosamente, con disciplina espartana. No puedo tomar ni una aspirina sin la supervisión del médico, sé que ustedes comprenderán.
Se hizo un silencio total durante los instantes siguientes a mis excusas por no poder drogarme; me dio la sensación de que no creyeron lo que les dije, pero de alguna manera reconocían el valor inventivo del rollo que les había tirado. Ambos cruzaron fugazmente una mirada de interrogación sin decirse nada, hasta que el bohemio, poeta y drogo comentó:
—No hay ningún problema, licenciado, le vamos a guardar aquí su regalito y cuando termine su tratamiento, entonces sí lo celebramos como debe de ser.
Platicamos un rato más sobre la convulsionada política nacional, y, cortésmente, dando de nuevo las gracias, me despedí y salí de aquella oficina.
Han pasado muchos años desde estos dos eventos, completamente aislados uno del otro, pero ligados por los temas de la droga y la corrupción. Nunca hubiera imaginado que en alguna parte de mi vida las aristas de estos sucesos se tocarían, al menos en mi mente ¿imaginación?, formando un círculo conmigo en medio.
Leo la primera plana del periódico, la noticia principal es el secuestro y asesinato de un niño de 14 años, hijo de un empresario mexicano. Se habla de la captura de los delincuentes que, posiblemente, lo privaron de su libertad, y peor aun de su joven vida. Me conmueve el relato de lo ocurrido y sigo leyendo: “…el jefe de la banda, también conocido como el comandante Ortiz, el apá, el…, que trabajó en la desaparecida.., bajo las órdenes del Negro…”. Cierro el periódico y me dedico a mi cotidianidad, a la rutina diaria, y en un momento todo se paraliza, del fondo de mis recuerdos surgen imágenes, palabras, sucesos. Me digo que estoy loco, que me invento cosas; sacudo la cabeza para alejar estos pensamientos, pero vuelven a mí con más nitidez, casi presentes a pesar del tiempo. Comienzo a sentir miedo, miedo a los fantasmas en los que no creo, sin embargo no me atrevo a abrir los ojos por temor a encontrármelos de frente.

BLOG INTELIGENTE

He dado una cuidadosa repasada al blog Biblialogos de este nuevo miembro de nuestro grupo Elogio de la Lectura / Meditaciones Antropológicas, y desde ahora fino amigo Ariel Ruíz Mondragón, y cuya liga se incluye en su mensaje previo y aquí.
A todas luces merece elogios. Su seriedad y capacidad periodísticas están a la vista. Con preguntas puntuales, inteligentes, bien construidas, Ariel sabe introducirnos en la obra y la persona que centra su atención en cada entrevista publicada. La más reciente al colega Raúl Trejo Delabre pone de manifiesto una preocupación que personalmente comparto en torno al potencial de la comunicación vía la Internet. No puede uno menos que reflexionar sobre las tampas en las que uno cae y las que uno mismo pisa en la aventura cibernética.
Aportaciones como la de nuestro buen amigo Ariel (bien venido al grupo y espero que éste para él resultara bien hallado) definitivamente enriquecen y dan sentido a este esfuerzo y sus colaterales reflejos como la revista Indicios Magazín-e.
No es fácil dedicar tiempo a un esfuerzo personal ambicioso. Crear un blog, mantenerlo, hacerlo atractivo se dice fácil; pero quienes nos metemos de lleno en la aventura incluso de conformar redes como las que se derivan de y construyen a Indicios Magazín-e, sabemos que no lo es. Por tal razón, y con mucho más gusto, venga el elogio y el apoyo a este y todos los esfuerzos de Ariel y cuantos miembros, lectores, visitantes y distraídos pasen por aquí y sitios semejantes, que no sólo muestran un profundo interés en las oportunidades de lectura, sino ven en ella la ocasión para meditar alrededor de lo que significa ser humano.

REFORMAS O TE REFORMAS


Entoriladas, así están las iniciativas de reforma que afectarán de un modo u otro a la estructura, funcionamiento y finanzas de PEMEX, el único monopolio autorizado en México. Me refiero a las sendas iniciativas propuestas por el gobierno del presidente Felipe Calderón y el Partido Revolucionario Institucional.
En el marco del "debate" que recientemente terminó y en el que tras más de 150 ponencias se concluyó lo consabido o sea la necesidad imperiosa de efectuar una reforma a fondo, mientras unos discutían sobre temas fundamentales para México, otros discurrían entre la "honestidad valiente" y la prudencia inteligente. Así, las tendencias recalcitrantes del lópezobradorismo se dedicaron a dar manotazos, pataletas y por su parte los "moderados" del Partido de la Revolución Democrática aprovecharon la oportunidad para colar sus intereses y posicionarse con ventaja.
Estrenando presidente sustituto -cuyos correligionarios maledicentes, con la sorna que los caracteriza, no tardarán en llamar "prostituto" -, los perredistas luego de un largo largo, muy largo derrotero postelectoral no tuvieron más que agachar la cabeza y aceptar la anulación de sus elecciones internas.
Las viejas y nocivas prácticas, que unos pocos creyeron habían quedado en el olvido, más los reconcomios y resabios hicieron presa del partido más representante hoy de la izquierda mexicana. Una izquierda que, cabe decirlo entre paréntesis, con los recientes acontecimientos se mira avergonzada, con pena ajena.
Con miras a una consulta popular propiciada por el gobierno capitalino de Marcelo Ebrard Casaubon, los esfuerzos perredistas por hacer válido su peso moral en el ánimo ciudadano se ha visto minada por sus propios actos y omisiones, mucho más que por lo que críticos a diestra y siniestra puedan apuntar.
Para el PRD el paréntesis se ha abierto en varios puntos con una finalidad, la reflexión en torno al cinismo y la estupidez.
Hace tiempo, en otros espacios, pronosticamos la escisión que hoy padece francamente este partido tan importante. No faltaron ni faltarán los que nos tachen de "escindidos mentales", de "traidores a la causa", de "denostadores gratuitos". Pero, dimes y diretes aparte, la ostentosa verdad de los hechos se impone y más de uno dentro de tal institución deberían pensar muy en serio que más vale cortar por lo sano antes que entorpecer más las oportunidades que este partido aún tiene para la carrera presidencial, hacia el 2012. El Frente Amplio Progresista (FAP) haría muy bien, en convenio con el PRD, en separarse definitivamente para formar un partido aparte. Ya tienes la base social y los militantes, incluso dirigentes. Siempre será preferible para una institución y para un país democráticos saber con qué fuerzas precisamente se cuenta.
En definitiva una izquierda moderada no puede ni debe convivir con una izquierda de expresiones radicales. Ya tuvimos pruebas de sobra de ello. Son, mejor que brazos de un mismo cuerpo o ramas de un mismo tronco, el anverso y el reverso de una misma moneda, lo que divide naturalmente las probabilidades de triunfo y acentúa las ocasiones y causas del descontento.
Para las mismas expresiones izquierdistas será más claro y contundente saber el grado real de penetración de sus propósitos o despropósitos, de sus métodos y procedimientos. Así, un ciudadano corriente podrá optar por elegir a un representante o gobernante radical, si considera que es lo que el país necesita, o a uno moderado o a uno de derecha o a uno de centro. En el plano de la política como en la barra de la cantina, las mezclas nunca son buenas. La borrachera y la consecuente cruda traen efectos colaterales que pueden cobrar la vida misma.
Si es congruente con sus dichos, más que con sus hechos, Andrés Manuel López Obrador y sus seguidores también deberían considerar que resulta torpe pensar en él como candidato presidencial para el 2012. Si lo y se considera "presidente legítimo", aspirar de nuevo a la competición por el cargo lo revelaría caudillo tan antidemocrático como el peor de los dictadorzuelos. Si el sufragio, como alegaron y pelearon, fue efectivo y en su favor, no cabría la reelección. De lo contrario sería tanto como reconocer que siempre estuvieron mintiendo o cuando menos inocentemente errados.
Por lo pronto el paréntesis queda abierto y listo para el seguimiento de otros nuevos indicios.

REFORMAS O TE REFORMAS















Entoriladas
, así están las iniciativas de reforma que afectarán de un modo u otro a la estructura, funcionamiento y finanzas de PEMEX, el único monopolio autorizado en México. (Ver más.)

efemérides

25 de abril de 1980 muere Alejo Carpentier, escritor cubano, es de los primeros en desarrollar el concepto de lo "real maravilloso", que a partir de tal año se hizo referencia obligada para hablar de la literatura latinoamericana.

Sant Jordi 2008

Sant Jordi té una rosa mig desclosa

pintada de vermell i de neguit;

Catalunya és el nom d’aquesta rosa,

i Sant Jordi la porta sobre el pit.

La rosa li ha contat gràcies i penes

i ell se l’estima fins qui sap a on,

amb ella té més sang a dins les venes

per plantar cara a tots els dracs del món.

Josep Mª de Sagarra