Cuando Esperanza se hizo sinónimo de Ingenuidad

septiembre 23, 2019 Santoñito Anacoreta 0 Comments


ERA DE LA OPINIÓN... que el poder de una sonrisa puede mover montañas; que lo mejor siempre es poner buena cara al mal tiempo.

A mediados de los ochentas, cuando estaba tomando el curso de producción y guión de radio en la XEW bajo la tutela de don Raúl del Campo Jr. (que algunos equipararon con Valentín Pimstein en la producción de radionovelas), él nos conminó a sus pupilos a dos cosas: 1) observar las caras largas de los viandantes, de los ciudadanos ya entonces preocupados por la economía y la inseguridad en México. 2) Imaginar contenidos radiofónicos capaces de penetrar en las conciencias y hacer de la vida algo más positivo, capaces de inyectar optimismo en el mexicano. Ardua tarea ayer como hoy. Quizá hoy sea aún más dado el bombardeo de mensajes por todos los costados, entre medios tradicionales y redes sociales; mensajes, en su mayoría, o cargados de ira, encono y desconfianza o francamente naif en su propuesta de entretenimiento basado en fruslerías para las que, si unos tienen loas y aplausos ciegos, otros hacen gestos de fuchi y guácala.

Recientemente el presidente AMLO expresó que los mexicanos estamos felices, felices, felices. Y ni tardos ni perezosos, simpatizantes y detractores se dieron a la tarea de sondear esa supuesta felicidad.
Ahí tenemos las encuestas de Consulta Mitofsk y otras firmas, incluido el Barómetro Global de la Corrupción 2019 que, si bien no mide la felicidad, sus datos van de la mano en el sentido de la percepción feliz de que la corrupción está disminuyendo.

Se colige de esas encuestas y sondeos que el mexicano es feliz en un 80% de los casos. Es posible, somos un pueblo generalmente alegre, fiestero, amable y por muchos decenios despreocupado, valemadrista, a pesar de ser también ninguneado y jodido. 

En esta circunstancia y dadas las promesas del gobierno actual, el optimismo connatural de los mexicanos nos hace imaginar que las cosas están cambiando para bien. Y eso es justo lo que esperamos, lo que pensamos y creemos. Pero, una cosa es "pensar que..." —casi equivalente a "creer que..."— y otra muy distinta los hechos concretos.

Así como el "combate" a la inseguridad (en todas sus maneras, pasando por el crimen organizado hasta las necesidades de salud) es un asunto que en la opinión pública se dirime a partir de la percepción no siempre casada con los hechos reales, asimismo pasa con la corrupción y otros temas que, medidos sobre todo mediante sondeo, se nos presentan como retratos de la dicha  desdicha social.

Si en efecto, como dicen las encuestas, ha disminuído la corrupción, será más por un cambio de conciencia de parte de los ciudadanos que por las medidas políticas, administrativas o punitivas que haya podido implementar el gobierno. Porque ya se sabe que para haber un corrupto debe haber un corruptor, la dicotomía es inherente. Poco vale que se apliquen regulaciones de un lado del binomio si del otro la mentalidad y actitudes del ciudadano no son modificadas en la misma proporción.

Si el presidente Andrés Manuel López Obrador se siente satisfecho con las cifras que pintan de colores y sonrisas la mente feliz, feliz, feliz de los mexicanos, la realidad en cambio, el día a día arroja otros datos distintos de los que el mandatario tiene en la mano. Pero, al mal tiempo, buena cara.



Conforme han ido pasando los meses hemos podido atestiguar, sin dar paso aun a la decepción, que estamos ante más de lo mismo si bien a diferencia de tiempos anteriores hoy parecería estar marcada la dinámica de la transformación por una credulidad a veces de verdad preocupante que está definiendo, por ahora, la esperanza como sinónimo de ingenuidad y la ingenuidad parecería ir también ahora de la mano de la permisividad tanto como antes lo hizo la dejadez o el exceso de confianza.

¿Hacia dónde vamos?


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