Un país inmaduro con un patrimonio ignoto

junio 09, 2020 Santoñito Anacoreta 0 Comments



LA CEPAL (Comisión Económica para America Latina y el Caribe) nos informó, entre noviembre de 2019 y marzo de este 2020, que la edad promedio del mexicano era de 29 años. Fue un dato en el que no muchos repararon.
Este año INEGI arrancó el censo poblacional, pero la pandemia interrumpió su levantamiento, obligando a improvisar su realización por vías electrónicas, lo que también nutrió las intenciones de algunos políticos, como Alfonso Ramírez Cuéllar ,secretario general de MORENA, para promover reformas constitucionales que permitan definir y medir el bienestar del Estado.


Los efectos de la pandemia, con la mortandad de personas en edad senil o anciana, y los no tan numerosos casos de defunciones en infantes, quizá no modifiquen demasiado esa edad promedio, pero seguro se desplazará en la curva de la campan normal.
La población tendía a envejecer y a feminizarse (en el sentido de contar con un mayor número de mujeres de lo que resultaba normal en censos anteriores, generalmente siempre había sido mayor la cantidad de féminas frente a varones en una proporción variable de 3/1), y esto ya empezaba a ser un problema lejos de un discurso de género que incidió sobre la estructura y funcionamiento de los sistemas de salud en todo el mundo y no se diga México, afectando de manera asociada al sistema económico con una cada vez más onerosa carga de pensiones por pagar y gastos relacionados con las llamadas "enfermedades y padecimientos del desarrollo": diabetes, afecciones cardíacas, a los que habría que sumar seguros por desempleo, prestaciones laborales por motivo de preñez y un largo etcétera.
El aumento de la longevidad de la mano de una "mejora" en la expectativa de vida, aun cuando no tanto en su calidad, junto con otros datos, no dejó de ser un indicio capaz de movernos a reflexionar acerca de qué calidad de población tenemos y cómo, su grado de madurez-inmadurez puede ser un factor que explique las decisiones tanto de electores como de elegidos antes y durante el presente régimen lopezobradorista.

Generaciones trenzadas

Siempre que conversa uno con las amistades sale a relucir esa época de los "años dorados" de la juventud cuando uno se muestra con hartos arrestos para hacer cosas, para "comerse el mundo a puños" sin detenerse uno en mientes o en temores o en estupideces, que para todos, invariablemente y aun con las mejores intenciones, son muchas.
El capital de muchos políticos y al que apuestan con regular frecuencia cuando de campañas electorales se trata es ese sector poblacional de los jóvenes. Esos jóvenes que apenas despiertan a una conciencia política; que aun maman de las opiniones chuecas o derechas de los ancestros distorsionadas por los conocimientos y experiencias recientemente adquiridas de la mano de profesores, líderes de opinión, círculo social, medios de comunicación; que se rebelan ante la autoridad pervertida por la corrupción; que anhelan un futuro mejor para sí y sus descendencias; pero, aun no tienen el don de mando para guiar con sus decisiones finales el rumbo de una nación. Que viven ilusionados o padecen, además, las frustraciones ocasionadas por el sistema social y económico.
Preguntémonos hasta qué punto esta inmadurez social de los mexicanos como país a visto socavada su vocación. Hasta dónde ha sido caldo de cultivo para añejos rencores sin resolver y que hoy, tras abrirse la economía en el coletazo de la pandemia, se manifiesta acre y violentamente en expresiones que propugnan por una anarquía o a un híbrido esperpento intrínsecamente contradictorio como es el llamado "anarcomunismo", que de anárquico solo tiene lo rijoso y de comunista solo el alienismo reaccionario. Hasta qué punto están impulsados por la desesperación causada por el deterioro del desarrollo y el decrecimiento de las oportunidades. Hasta dónde se han convertido, en la Primavera de Praga, en la Primavera Musulmana, en expresiones de una vergüenza oportunista como la mostrada en el "Perdón de Rodillas" de autoridades y legisladores estadunideses tras el asesinato de George Floyd, en EE.UU, o la indignación de dientes para afuera de los políticos mexicanos abrazados de uno u otro modo al duelo tras el asesinato de Giovanni López, en Jalisco.

Foto: Ringo H.W. Chiu (AP), tomado de "¿Qué es ANTIFA[...]?", Milenio

Foto: Omar Flores | Sol de México

Policías de Washington piden perdón de rodillas


Congresistas de EE.UU. piden perdón de rodillas


Más de una vez se ha dicho y se los ha tomado a los jóvenes en calidad de carne de cañón en revoluciones, rebeliones, manifestaciones de toda índole, cuando no de instrumental extensión del poder instaurado para "remover conciencias" y controlar ímpetus. En otras veces han sido el motor de las protestas a las que se han sumado luego las generaciones mayores. ¿Cuán manipulables pueden ser sus conciencias? ¿Cuán inspiradoras pueden ser sus acciones que pueden rayar en la imprudencia heroica? ¿Cuánto aportan sus procederes a la clarificación del patrimonio, en sus diferentes aspectos definitorios, desde el económico al cultural, y por ende a la comprensión y medida real, fáctica del bienestar?
Los "ninis" o los "milenials" no lo son porque quieran, aunque puede ser, o mera etiqueta, sino porque las generaciones previas acabaron cerrando, desde su respectiva juventud y con sus reacciones en el pasado, las posibilidades a futuro de los que mañana tendrán que tomar decisiones para jóvenes y ancianos, tal como ahora es nuestro turno hacer, quienes rondamos las edades previas a la senectud y en la limitación de nuestras particulares posibilidades.
La antropóloga Margaret Mead apuntaba en su libro Cultura y Compromiso. Estudio sobre la ruptura generacional:
[...L]a liberación de la imaginación del hombre respecto del pasado depende [...] del desarrollo de un nuevo tipo de comunicación con quienes están más hondamente comprometidos con el futuro: los jóvenes que nacieron en el nuevo mundo. O sea que depende de la participación directa de aquellos que hasta ahora no han tenido acceso al poder y cuya naturaleza no pueden imaginar plenamente quienes sí lo ejercen. En el pasado [...] se cercenó gradualmente el derecho de los adultos a limitar el futuro de los hijos. Ahora [...], el desarrollo [...] depende de que se entable un diálogo continuo en el curso del cual los jóvenes gocen de libertad para actuar según su propia iniciativa y puedan conducir a sus mayores en dirección a lo desconocido. Entonces la vieja generación tendrá acceso al nuevo conocimiento experimental, sin el cual es imposible trazar planes significativos. Solo podremos construir el futuro con la participación directa de los jóvenes, que cuentan con ese conocimiento [MEAD, 1970: 122]

México entonces, el México post Covid-19, se antoja un país inmaduro con un patrimonio ignoto en parte por el descuido, la indolencia o soberbia con que las generaciones hemos actuado en nuestros respectivos momentos, en el empalme natural de por lo menos tres generaciones que Mead categorizaba ya en 1970 como postfigurativa, cofigurativa y prefigurativa, explicando por la primera que es aquella en la que los niños aprenden primordialmente de sus mayores; la segunda es esa en la que tanto niños como adultos aprenden de sus pares, y la tercera, en la que los adultos también aprenden de los niños.





"Ahora ingresamos en un período, sin precedentes en la historia, en el que los jóvenes asumen una nueva autoridad mediante su captación prefigurativa del futuro aun desconocido", afirmaba Mead y, en los días que vivimos, cuando los avances tecnológicos nos enfrentan a una –esta sí y lejos de vacuas y vanas promesas de campaña política– cuarta transformación civilizacional, sus palabras cobran un peso específico sin parangón. El mañana, ahora sí, ya está aquí, aunque tenga visos de ciencia ficción y corte apocalíptico.
El inminente advenimiento de la tecnología 5G y el internet de las cosas (internet 6) aunados al cambio climático y otros asuntos que nos tienen asolados, angustiados, temerosos nos hacen ¿desconfiar o  confiar en la juventud? Si lo primero, es tanto como desconfiar de nuestros sueños, porque hemos sido nosotros quienes hemos puesto en sus manos los avances de que hoy gozan; si lo segundo, es tanto como pecar de confiados en la bondad de las ambiciones depredadoras que nos han llevado con socialismo real, con capitalismo real, al punto de inflexión que ahora nos constriñe.
Es cierto que la continuidad de todas las culturas depende de la presencia viva de por lo menos tres generaciones. La característica esencial de las culturas postfigurativas consiste en una hipótesis de que la vieja generación expresa en todos sus actos, a saber, que su forma de vida [...] es inmutable, eternamente igual.
[...] Las respuestas a las preguntas ¿Quién soy? ¿Cuál es la naturaleza de mi vida como miembro de mi cultura; cómo hablo y me muevo, como y duermo, hago el amor, me gano la vida, me convierto en padre, me encuentro con la muerte? se experimentan como predeterminadas. Es posible que un individuo no consiga ser tan valiente o paternal, tan industrioso o generoso, como lo estipulan los mandatos que le transmitieron las manos de su abuelo, pero en medio de su fracaso es un miembro más de su cultura, en la misma medida en que lo son otros en medio de su éxito [op.cit: 39]
Pero, si bien el intercambio intergeneracional es básico y fundacional en tiempos de crisis como los que estamos experimentando, es de resaltar la observación de Mead en el sentido de que "la grandeza pasada no basta para llenar la olla vacía y no sirve para taponar el viento que se cuela por las hendijas". De ahí que ni todo tiempo pasado fue mejor ni todo mañana es esperanzador; que no todo lo bueno dura para siempre ni todo lo efímero pasa sin dejar huella; que a veces el vino nuevo madura en odre añejo y otras el jocoque demasiado aireado acaba enmohecido. Que no siempre quien no aprende de la Historia repite los mismos errores, ni quien aprende de ella garantiza no caer en la necedad de repetirlos pues nadie escarmienta en cabeza ajena.


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MEAD, Margaret. Cultura y Compromiso. Estudio sobre la ruptura generacional. Gedisa, México, 1990.

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