El futuro es de quien se atreve

enero 09, 2014 Santoñito Anacoreta 0 Comments



BAJO EL ESPÍRITU CRÍTICO del pensamiento de Octavio Paz, la promulgación efectuada por el presidente Enrique Peña Nieto de la Reforma Energética cifró el momento culminante de su primer año de mandato en una nueva democracia mexicana hoy marcada por las venturas de la alternancia.

El PRI, que hoy gobierna, se distingue claramente del PRI de antaño al menos en un aspecto: está "reformado". Era necesario "reformar" para que el peso específico, no de una persona como la presidencial bastante disminuida por las reformas políticas de años anteriores, sino de los jóvenes cuadros que comienzan a despuntar pudieran asomarse como promesas del México que queremos.

Las paleontológicas generaciones de políticos de todo tinte y logotipo tenía y aún tiene atorados en los gañotes así como en el alma, la leyenda, el mito, los dogmas a los que aludía Octavio Paz en muchos de sus ensayos críticos como esas anclas densas que han mantenido a la barcaza encallada en el estero. La izquierda, la derecha, la etiqueta que se quiera mencionar han coexistido con sus temores, sus ensueños, sus ambiciones, sus intereses particularísimos pasándose por el arco del triunfo las necesidades verdaderas del pueblo, de la nación entera. La acumulación de poder político, de riqueza, de mendicidad ha hecho de México un país que, siendo mosaico natural, se ha convertido en un caleidoscopio de vergüenzas. Quien mira a través de su lente solo puede sentir tristeza, asco, y esbozar una sonrisa irónica. Sin embargo, quien sabe mirar, entre esos trozos de cristal halla el verde de la esperanza.

México, con todo el dolor que la incertidumbre de hoy le lacera, es más fuerte que cualquier mezquindad barata. Los recursos en su subsuelo, mares, terreno y atmósfera son y seguirán siéndole propios, empero compartidos —como debe ser— con el resto de la humanidad que conforma el planeta, y esto sin importar la nominación monetaria del dinero invertido en su explotación y aprovechamiento.

Los de hoy son tiempos de transformación. Un pueblo que se entiende como dador de parte del patrimonio de la humanidad ya no puede apostar a la exclusividad de nada y menos en una era donde la interdependencia es más que marcada, es la consigna cotidiana.

Cada vez, los seres humanos nos encaminamos más y más a la unidad necesaria. Y lo estamos haciendo por vía de la integración sistemática, ora de los recursos, ora de los afectos, ora de la economía, ora de la ecología. En la medida que nos vayamos entendiendo más como administradores obligados solidarios de la necesidad y menos como abusivos mercedarios de la abundancia, entonces la caridad, que siempre debe comenzar por casa, tendrá más sentido y sus huellas serán los indicios de un mejor mañana.

Una reforma energética, una educativa, una hacendaria, una anticorrupción, etc., son apenas el primer paso para modificar lo justo. Pero como bien apuntó Ricardo Anaya, cuando fuera presidente de la Cámara de Diputados, aún falta lo más arduo y clave que es la implementación de dichas reformas. Ponerlas en práctica va revelando la pertinencia y bondad de las mismas o todo lo contrario. Entonces y al cabo de un plazo mediano de unos 20 años sabremos los mexicanos si la promulgación fue un acierto o un yerro, como por ahora nos va pareciendo en algunos puntuales aspectos.

La historia se construye paso a paso, con buenas y malas intenciones, pero también con el reconocimiento del infortunio o la fortuna de las decisiones de unos pocos que, al amparo del poder presumiblemente otorgado por el libre sufragio, pretenden signar como afirmaciones de lo promisorio.

Es la primera ocasión que las fuerzas políticas de México hacen algo ¿realmente pensando a futuro?; quizá porque los problemas que se vislumbran van materializándose lenta, paulatina, irremisiblemente. No son tiempos de gobernar solo en función del ahora, así en lo privado como en lo público, sino de hacerlo con la claridad de que el futuro pertenece a quien se atreve al cambio.

No debemos olvidar que somos, como decía Octavio Paz, "contemporáneos de los otros hombres".

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