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Hacia el nuevo orden mundial y la verdadera Cuarta Transformación


DE LA MANO de mis contenidos compartidos recientemente en Facebook y que he incluido también más abajo en esta entrega, todos relacionados como se puede colegir, está un tema fundacional, transaccional, transformador.

Más de una vez he dicho allá y aquí en mi blog que la verdadera transformación no es la que han mencionado y prometido a través de sus discursos el presidente mexicano o Trump o quien tú, amable lector, quieras mencionar. Es mucho más profunda y de mayor alcance. Estamos experimentando un tiempo sin precedentes por donde se lo quiera ver e interpretar. Y cada punto de vista, perspectiva y lectura, atendida de manera suelta, sin considerar el contexto, abona a la confusión. A la confusión de las creencias basadas en la literalidad de los paradigmas. A la confusión del descrédito a que mueven sus contrapartes paradójicas basadas, como lo establece la misma etimología de la palabra, en el dogma y la dotrina. A la confusión de los datos secos y multifacéticos.

Para proteger a la familia es necesario ascender a otro nivel de familia

Muchos de ustedes y yo hemos criticado con dureza al presidente Andrés Manuel López Obrador como a otros gobernantes sobre todo por lo que salta a la vista, la evidencia; por causa de lo que suponemos verdad lacerante de nuestros populares intereses en contraposición de los otros intereses, los de quienes detentan alguna forma de poder; y puede que tengamos más de una razón para ello. Sin embargo, en parte de la aparente indolencia de nuestro mandatario hay también razones de peso que justifican su proceder; hay motivos detrás del discurso que, cuando se lo pone en el contexto planteado por los videos que muestro acompañando estas líneas, cobra otro significado. Y esto que digo no implica una apología o claudicación de lo que pienso y siento, sino más bien ofrece un atajo distinto desde el cual abordar los acontecimentos con sus dichos y sus hechos.

No hay un líder mundial que no esté hoy, más o menos, trazando mensajes en la misma idea conservacionista y aun así deslizando una postura neowdarwinista con toques de naturalismo rousseauniano para la que la evolución humana, en el siguiente estadio, habrá de ser subsumida dentro del orden planetario. El hombre debe ser uno con la Naturaleza, sufrir del miedo a la propia extinción por efecto de su estupidez, para hacer conciencia de su verdadero rol como especie y actuar consecuentemente y en la medida de su responsabilidad.

No se trata de promover ni de prohijar temas o planteamientos eugenésicos, aunque estos se hallen implícitos en la necesidad misma de conservar cierto orden. Pero, así como la riqueza generada por un sistema de capitalismo real –contraparte del ya rebasado, extinto en 1989, socialismo real– ha sido mal distribuida por motivo de la codicia no por fuerza de unos cuantos, sino de todos, siempre aspirantes a tener para ser, en vez de ser para tener, todos esclavos del querer; así, también, voy diciendo, la distribución humana ha llevado al planeta en tanto sistema a provocar una variedad de desequilibrios. Desequilibrios que pasan por el choque de especies, el choque de civilizaciones, de creencias, de formas de vida, de procederes.

Acumulamos sin beneficio común. Explotamos recursos renovables y no renovables a mansalva, cancelando o complicando posibilidades, relaciones, afectos sin detenernos en otra cosa que no sea la propia satisfacción. Consumimos ya hasta las almas y las leyes las hemos convertido en pretextos, en capas de una cebolla que, en su corazón, alberga los motivos reales de nuestras lágrimas.

Coronavirus, orden mundial y expectativas de futuro

Al margen de teorías conspirativas, que pueden o no rozar la verdad de las cosas, y de lecturas y reflexiones que cada cual o determinados grupos pudiéramos hacer acerca del asunto del coronavirus llamado COVID-19, sus antecedentes, sus efectos sobre la población, la economía, la sociedad, un mensaje de corte motivacional como el siguiente elaborado por el cantante y actor cristiano oriundo de Venezuela, José Luis Rodríguez "El Puma", nos muestra que la actual experiencia traumática que afecta al mundo tiene que ver con una "guerra" de muchos frentes.


Tenemos claros los frentes económico, social, geopolítico, ecológico, de salubridad, científico, ideológico, educativo, tecnológico, militar, legislativo, informativo; pero, la batalla también se está librando en la trinchera espiritual, afectando los campos de las emociones, de la ética, la moral, revalorando los derechos y las obligaciones, contrastando la realidad versus las percepciones y las creencias; el conocimiento frente a la ignorancia; la fe frente a la desconfianza; la avaricia y el egoísmo frente a la solidaridad, la caridad y el desprendimiento.

No fue gratuito el llamado del Papa Francisco el 12 de septiembre de 2019 a efectuar el 14 de mayo de 2020, en Roma, un pacto para una educación que enfile a las nuevas generaciones al nuevo orden mundial, no como secuela sino como paso fundacional siguiente a la Declaración de Abu Dhabi, efectuada "sin crear ningún tipo de sincretismo", según las palabras del cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, pero con la mira puesta en el concurso de los credos hacia un transhumanismo ecuménico. Y tampoco han sido gratuitas las interpretaciones que algunos pueden dar, chuecas o derechas, mesuradas o escandalosas, al trasfondo de su mensaje como son el caso del pastor evangélico Jorge Aguilar o el del pastor rabí de la Kehila Mesiánica mexicana Gozo y Paz, Dr. Javier Palacios Celorio, señalado por sus contrapartes cristianas y judías de hereje judaizante, por mencionar a dos ejemplos.


Claro que ahora, dada la circunstancia a que orilla la pandemia, uno se pregunta si tal encuentro vaticano se llevará a efecto como se propuso o si también sufrirá de la censura y la enclaustración como ya sucede con partidos de futbol o ceremonias eclesiásticas, o si se recurrirá a las bondades tecnológicas como hiciera el Grupo de los 20 en su reciente reunión en la que participó por primera vez Andrés Manuel López Obrador cuya anunciada "austeridad republicana" y su "combate a la corrupción" parecerían hoy, vistos con el tamiz del tiempo, preparativos para lo que aun está por venir, según algunos analistas, desde abril, cuando la recesión mundial comenzará a profundizarse y  se enfilaría el probable fallecimiento del 10% de la población mundial (cifra que se antoja exagerada, pensando que ya somos más de 7 mil 625 millones de personas), es decir  por causas asociadas directa o indirectamente al coronavirus en cualquiera de sus dos supuestas cepas conocidas (una más comentada que la otra).
Foto: @lopezobrador_
En ese tenor, es comprensible que indicios como los señalados en la siguiente secuencia de videos ocasionen histeria colectiva:




Algo es cierto y esperanzador para unos: "Susana Distancia" llegó impertérrita de la mano del coronavirus para quedarse rigiendo, no separando nuestros cuerpos tanto como nuestras almas ya de por sí ensimismadas. Pero, para otros, ella es sólo ave de paso, paloma enviada en medio del desastre para volver con un contrito mensaje de esperanza y reconciliación, lo digo utilizando la misma imagen que el propio Papa Francisco empleó para subrayar el significado de la declaración de Abu Dahbi (véase desde el minuto 43:58).



La familia, piedra miliar de la civilización

Foto: AP y EFE
Que ocurriera esto entre Navidad y Pascua, ¿pudo ser mera coincidencia?

Se habla, se imagina, se propone, se teme un nuevo orden mundial, uno donde no seremos más lo que fuimos. Y esto ya algunos lo avisoramos desde finales del siglo anterior; y nos llamaron enajenados, que estábamos en el yerro. Pero, nosotros salimos de la cueva, mientras los demás vivían fascinados con los efectos de las sombras proyectadas en la pared de la misma. Y ahí están, adentro, en cambio, obtusos, revueltos, los autodenominados liberales y los tachados de conservadores. Ahí están los apocalípticos y los integrados. Ahí también la ignominiosa credulidad y la ruin y mezquina ceniza de los sueños a los que hemos renunciado, sacrificado al punto de convertirnos en un nostálgico afán devocional.

La imagen de un pastor sin grey también se prefigura como proyección de las llamas danzantes. Es soledad divina encarnada en lo humano; es abandono humano de lo que tenemos de divino.

Mas, al final, conforme avance la historia, este virus escoltado por los 4 jinetes: enfermedad, hambre, guerra y muerte, dejará poca huella pues, ya se sabe, el hombre es el único animal que tropieza más de dos veces con la misma piedra, como de alguna manera parodiada se nos quiso hacer creer que alertaba Vladimir Putin en un video falsificado y que, no obstante, más de uno tomó a pie juntillas porque e discurso en él se antoja creíble y que, a pesar de su falsificación discursiva aborda un tema que hoy es sensible, preocupante y es visto como la solución a nuestro actual problema existencial.


La coincidencia temática entre estos contenidos aquí compartidos encuentran su síntesis en planteamientos similares hechos por los más diversos mandatarios y políticos que enfatizan el papel de la familia aun como piedra miliar, institución raíz de lo que somos:


A veces es necesario destruir para reconstruir. "El nuevo orden mundial ni es nuevo ni ordenado", opina el internacionalista Andy Stalman.
El primer uso de la expresión nuevo orden mundial aparece en el documento de los Catorce Puntos del Presidente norteamericano Woodrow Wilson después de la Primera Guerra Mundial para la creación de la Liga de Naciones. Este nuevo orden se refería al comienzo de un nuevo período de la historia en el que se manifiestan cambios profundos en las ideologías políticas y en el equilibrio de poderes.

Unos sesenta años más tarde, esta expresión volvió a los titulares de los medios, especialmente con el final de la Guerra Fría. Los entonces presidentes de Estados Unidos y la Unión Soviética, George H. W. Bush y Mikhail Gorbachev usaron el término para tratar de definir la naturaleza de la posguerra fría y el espíritu de cooperación que se buscaba materializar entre las grandes potencias.

Los últimos acontecimientos parecen marcar el comienzo de una nueva era para la geopolítica internacional. Estamos en presencia de un nuevo nuevo nuevo orden mundial (ya que sería la tercera vez que lo utilizaremos). Para algunos un nuevo (des)orden mundial.
Pero, si tomamos en cuenta a la transformación que sucedió con el industrialismo y derivó en la Primera Guerra Mundial, podemos comprender y ubicar los hechos actuales como la cuarta transformación de la que se nos ha hablado. Y sobre todo si tomamos en cuenta que, si los pronósticos de los expertos son acertados, estamos viviendo el final de la Era del Petróleo y nos quedan escasos 30 años para reestructurar y reconfigurar el orden planetario, ajustándolo para el empleo de las energías renovables y basar en ellas una nueva forma de capitalismo, más democrático, solidario, responsable, equitativo.

Es verdad que la pobreza jamás desaparecerá del todo. La lucha de clases, ya lo decía Carlos Marx está en los cimientos de toda forma de capitalismo y define nuestra esencia como especie y sociedad. Lo que sí podemos modificar y evitar es que las "sanas distancias sociales" no estén basadas en la segregación, sino en la discriminación como fenómeno adaptativo integrador, incluyente y no excluyente con miras a un control social no dictatorial sino solidario, no caritativo o paternalista, sino promotor del autodesarrollo; no basado en la meritocracia ni en la autocracia, sino en el empoderamiento horizontal y democrático.

Una crisálida llamada México o la causa de un despido

(Texto publicado originalmente el 18 de noviembre de 2005. Escribí este ensayo como borrador de un editorial para una revista que editaba hacia 1996 intitulada Correo Farmacéutico para un importante grupo empresarial, Grupo Casa Autrey, hoy Casa Saba, y se convirtió en el pretexto para mi despido violento e indignante por la forma como fui humillado por Sergio y Adolfo Autrey. El 30 de abril de 2007, con algunas modificaciones mínimas, lo solté al capricho de las mareas de la Internet. Hoy, vuelvo mis ojos a él dadas las circunstancias personales, de mi municipio, Naucalpan, y de mi país, México; para revisarlo y ampliarlo. ¿Sobrevivirá los mares procelosos o sucumbirá ante las artes náuticas de la estulticia? Quizá sus palabras me convirtieron en su autor proscrito. Quizá simplemente, como la mariposa monarca, extienda las líneas, alce vuelo y migre a otros ojos lectores más cálidos.)


Si el cambio de las cosas y las personas resulta impresionante, y despierta temores insospechados cuando se produce a flor de piel, no ocurre menos cuando se suscita en lo más recóndito del ser.

Cuando esto pasa, no sólo la apariencia se transforma, sino tal modificación superficial halla su explicación y, más, su justificación, precisamente en las estructuras que la sostienen.

Aprovechando que en noviembre migra a nuestro territorio la mariposa Monarca, haciendo un símil un poco burdo podríamos considerar al país, que hoy parece querer desmoronarse entre nuestras manos, una curiosa crisálida. En su interior hiberna la oruga en plena mutación; sin embargo, mientras se produce el milagro, el gusano nos resulta repugnante, chato, espinoso, desesperante en su lentitud. Todos sus sistemas: circulatorio, respiratorio, nervioso, digestivo, etc., sufren reformas, acondicionamientos que harán de tal ser en enésima gestación uno ágil, ligero, hermoso, pero momentáneo. Esta es la realidad.

Sí, México en sus sistemas no está enfermo, como algunos suponen. Está en transición. Por lo pronto es una oruga horrorosa que se ha despojado de su piel para mostrar su esqueleto corrupto, su pútrida carnosidad, su hermafrodita sensualidad, su calavera sonriente. Está inhumando su pobreza de espíritu a la vez que prepara sus vestidos catrines para el momento de su redención —porque lo bailado... ¡ni quien se lo quite!—. Espera que mañana, bajo el ala de su seductor sombrero y entre los resquicios de su huesudo pecho enamorado, pacerá el escarabajo y palpitarán unas alas ansiosas de desarrollarse y remontar las alturas.

Uno es apenas una parte mínima de tal criatura, pero no por ello deja de experimentar cambios en su complejidad. Desde lo más recóndito y aún contra el reconcomio de unos cuantos, se apresta para rasgar su envoltura de seda y surgir de una revolución más del ciclo personal, convirtiéndose en objeto de admiración... o repulsión; todo depende del cristal con que sea mirado.

Fuera de todo símil, la realidad es que en México vivimos una revolución. La gente es el foco de ella, porque todavía es ella quien hace posible al negocio mexicano. Tal revolución es posible gracias al impostergable reconocimiento de la importancia de dos elementos básicos e inherentes a todas las personas, llámense obreros o funcionarios, campesinos o diputados: la educación y la comunicación. Todos nos comunicamos entre nos: a través de palabras, de gestos, de objetos como el dinero —una forma de comunicación poco reconocida como tal—; en una palabra, mediante símbolos. Y para entender, explicar y expresar tales símbolos se requiere de una capacitación particular. Partir de este binomio es trazar el camino hacia una verdadera “nueva cultura laboral” en cuyo centro se halla el hombre y no su cadáver erosionado por la acción desgastante de la injusticia.

México, entonces, es una enorme crisálida en cuyo interior se encuentra el hálito que el día menos imaginado puede volverse tormenta; en cuyo interior palpita el alma de un pueblo capaz de poner a temblar a la fe misma.


NOTA DEL AUTOR (21 de noviembre de 2016):

Miro lo que va ocurriendo poco más de diez años después de escritas estas líneas, y no nada más me percato que la descripción que hacen es atinada, sino desesperante por lo que a la morosidad retratada se trata.

El título, al paso del tiempo, necesita una aclaración que, además, amplíe la explicación preliminar. Fue, cierto, no nada más la causa de un despido, sino la causa de una larga depresión cuya huella a veces escalda al alma. Porque la herida dejada fue una burda forma de lección, la que se resume en la frase que Sergio Autrey me espetó tras leer el borrador original, cuestionando mi quehacer y oficio como escritor: "¿Por qué tendría que leer lo que escribes? Nada me obliga a leerte". Es esa una verdad indiscutible, que por sabida se calla y que, quienes escribimos, tratamos de no colocar en el pináculo de los pensamientos porque distrae la atención sobre lo que suponemos importante para expresar e informar, en una palabra, para comunicar. En especial cuando, si nos atenemos a los consejos de Rainer María Rilke, hemos visto en la escritura, en la literatura, la razón misma de nuestra existencia, aun cuando en ello nos vaya la vida, el prestigio, padezcamos hambre, soledad...

Cada vez que me enfrento a una página en blanco esa es la primera pregunta que me hago: ¿por qué tendría qué leer alguien lo que estoy por deletrear enseguida? Evito en lo posible las varias respuestas, porque ya me ha pasado que de pronto se me clava en la mente una de las opciones, a veces dadas como contestación viva por personas de carne y hueso que conozco, y me anquilosa la pluma o hasta me silencia por largo tiempo, hasta que consigo recomponerme del zarpazo de la adivinada prevaricación con que pudieren reaccionar alguno o todos los lectores. Entonces debo colocarme la máscara del cinismo, vestir la coraza de la indiferencia y la desfachatez, para acometer la tarea de escribir lo que pienso y siento sin temor de lo que otros puedan poner en contradicción, pero cuidando de no herir a sabiendas susceptibilidades, cosa difícil pues nunca falta quien toma las palabras a pie juntillas, a lo personal, o tergiversándolas aun alegando su leal saber y entender.

Por estos días, en la red social de Facebook, me encontré con el siguiente meme compartido ¡por colegas periodistas! En él una pregunta lapidaria atribuida al novelista y ensayista portugués [corrección de estilo mía]: "¿Qué derecho tienen un señor o señora de creer que, por escribir una columna, tenemos que creer que es verdad lo que dice?"


Grave pregunta, de esas que pueden convertirse en pesadilla para quien se ostenta escritor o, peor, para quien, como creo es mi caso, es desde la sangre misma escritor.

Cuestionamiento que llega a la médula misma. Que conlleva lo mismo un falaz procedimiento en su plan como una veraz síntesis analítica de las causas y efectos de la fe en lo que uno es, siente y piensa.

Por ahí, cierto amigo y colega, cronista y comentarista deportivo de cepa, Fernando Andere comentó bajo dicho meme una ¿verdad?: "No es importante si lo dijo Saramago [...]. Hoy cualquiera dice pendejadas". A lo que repuse que, si hacemos memoria, aun antes que naciéramos cualquiera decía pendejadas, nomás que las decían a grito pelón, en los cafés o la plaza; o al oído, sin que muchos se enteraran. Hoy, esos mismos tienen, no como los de antes, más medios a su alcance, la inmediatez efímera del muro de una red social que asegura incluso el anonimato o la identidad disfrazada, la recurrencia hasta el infinito de un meme hecho para toda ocasión.

Lo interesante de esta publicación es que fue compartida en un espacio supuestamente gremial, es tanto como un hara kiri o un regreso a las reconvenciones que ya se hacían a Voltaire siglos atrás. Y, dicho esto, ¿con qué derecho creo que lo que expongo es razón para que, quienes lean, crean que lo digo, no tanto con, sino cual verdad? Es más, ¿quién puede asegurar que no pertenece a esa caterva descrita, sino solo aquella persona exenta o carente de opinión formada? ¿Cómo llamar entonces a ese que no cree en lo que dice, aun dudando de su veracidad?

Nadie enseña a nadie a ser padre; y hay padres que, aun cuando escribieran una enciclopedia, serían tan pendejos o sensatos como esos otros que, sin tener descendencia (me incluyo), quizá por eso mismo consiguen una perspectiva por lo menos distinta para atajar la empresa de la paternidad, sin que por ello su dicho sea verdad aplicable a todos los casos. Es ese un ejemplo de tantos entre temas que podemos hallar aquí y acullá de autores diversos que, en el ejercicio de su derecho de expresión, publican hoy opiniones disímbolas como parte de esta opinioncracia que nos caracteriza como sociedad del conocimiento y de la información.

Cervantes, Paz, Víctor Hugo, Saramago... Solo son nombres de personas que vivieron a su modo y en su tiempo, apegados como tú, amigo lector, al sentido común de su época y generación, que quizá consiguieron distinguirse del resto por suerte o por designio ¿divino? ¿Por qué hemos de creer que en sus obras, ficción o no, dicen verdad; o una verdad más asequible y fehaciente que las de otros que, en ese derecho, exponen su sentir y su pensar?

Cierto, a veces quienes escribimos y publicamos cometemos el pecado de la soberbia al intentar que nuestros argumentos cobren un peso específico en la conformación de una opinión pública y para ello cuidamos fundamentar, estructurar, verificar, parecer creíbles, sin que lo consigamos siempre y no solo por causa nuestra, sino también por causa de las expectativas de los lectores con quienes no por fuerza estamos obligados a coincidir; como de manera natural sucede viceversa entre ellos y nosotros, los que nos decimos autores.

Es común que, al contratar a una persona para una empresa, el reclutador le pregunte por qué debe ser la elegida por sobre otros candidatos. La misma pregunta pesa en el ánimo popular cuando se trata de escoger a alguien para gobernar los destinos de un municipio o una nación. Y también en el más pedestre de los niveles como lo es el mercadológico que, entre las palabras que le hacen palpitar está justo esa relacionada con los motivos que llevan a un consumidor a adquirir cierto producto, objeto, servicio, idea, marca. ¿Por qué comprar algo? ¿Por qué leer a alguien?

Esa pregunta hecha por Sergio Autrey mientras me apretaba fuertemente la mano con evidente rencor y odio, mirada desde la perspectiva de una circunstancia más existencial que laboral me puso sobre la mesa un ejercicio que luego los lectores no están dispuestos a llevar a efecto, ya por pereza o ignorancia: pensar, examinar, analizar las notas distintivas que hacen de un dicho o hecho, de un autor, cualquiera sea su condición, como uno valioso en lo que de original o falso tiene.

Lo que abunda en la Internet hoy es el clisé. Esa reproducción insistente, machacona de los contenidos llevados y traídos por el gusto de unos y otros, va conformando el cuerpo y el fondo definitivo de lo que creemos saber tanto como de lo que en efecto sabemos o, por lo menos, conocemos así sea "por encimita".

Esa pregunta no es mero cuestionamiento retórico. Y consta de dos respuestas, a veces contradictorias. Una proveniente de la experiencia y punto de vista del objeto mismo a comprar, del autor mismo a leer; otra se la encuentra en el prurito del comprador, del consumidor, del lector. Pero abundar en esto me desvía del tema que detonó este texto y aquel despido. Ya lo trataré en un ensayo postrero.

Discrepo


Discrepo del planteamiento de esta imagen que afirma y coarta textual y visualmente: "Un hombre nunca habla mal de una mujer".

Llamar al pan pan y al vino vino en relación a un hombre no me hace ni más ni menos, ni peor ni mejor hombre o mujer. Si una persona se ha ganado la maledicencia o la benedicencia (en otros términos, la maldición o la bendición), eso va en función de sus actos.

Todos tenemos algo de víctima y todos tenemos algo de victimarios. No precisamente por ser hombre tendré vocación de victimario, como no precisamente por ser mujer esta tendrá vocación de víctima; y viceversa, cuando ocurre en caso contrario.

Lo que debemos buscar, defender y a lo que debemos propender es a establecer, conseguir la armonía de los sexos o, como algunos los llaman, géneros. Los discursos con "perspectiva de género" me parecen la más maniquea de las desviaciones de la lógica, pues en el afán de hacer justicia a un lado de la moneda, el discurso sexista olvida que la moneda tiene dos. Dar brillo al anverso sin pulir el reverso es tanto como lavar la cara y avergonzarse del signo o, si se quiere, también viceversa, lavar la cruz y avergonzarse de la cara sucia por el hábito.

Pues es cierto que ni todos los hombres son canallas, ni todas las mujeres unas cualquiera. Ni todos los hombres son abusadores, ni todas las mujeres unas abnegadas o unas interesadas. Y que conste, lo que aquí digo no debe entenderse como apología de la violencia ni como justificación del feminismo o del machismo o del chauvinismo rampantes. En esto de la relaciones humanas jamás debemos olvidar que tanto peca el que mata a la vaca como el que le agarra la pata.

Hoy me vino el recuerdo

 ... aquello que me dijo en Facebook en algún comentario cierta amistad de mis tiernos años, como una síntesis de su parecer respecto de la evolución y motivos de mis publicaciones aquí y allá: "¡Qué desperdicio de inteligencia!" Y mastico cada palabra lentamente. Ya parezco vaca, regurgitando lo dicho en el afán de extraer la última sustancia desde que me nutrieron con tal afirmación, la que sigo sin comprender como positiva o negativa. Positiva si implica, en su probable admiración y seguro afecto, que el mundo está desperdiciándome, y negativa si supone una moralina reprobación de quien soy ahora como si nunca lo hubiera sido (quizá descubre una parte de mí "tan solo"). Y hoy concluyo que quizá sería más para preocuparse semejante desperdicio si fuera de la mano de una vida desperdiciada.


Aunque a veces pienso que mi vida, mirando el pasado, en ciertos y puntuales aspectos puede considerarse un desperdicio, algo tiene todavía de útil, por lo menos para este cuerpo, estas letras, para tres tristes gatos y una gata de entrada por salida (me refiero a Micha y no a la colega periodista Adela Micha​); de algo sirve a los días porque es fecha que solo se dedica a envejecer que es tanto como decir que muere, y si muere es que está viviendo; y aun al morir será pasto del olvido al menos, como en el transcurso lo ha sido de la maledicencia tanto como la benedicencia.

Y entre tanto decir, diciendo esto me cago de risa, no en mi amigo o en su dicho que sería tanto como hacerlo en la mar salada, sino de la percepción que puede haber de mí. Pues soy como cenzontle en la enramada, que con su canto imita al que pasa y lo asimilo y apropio como canto salido de mi garganta. Y desde lo alto de la copa de mi engreimiento oteo a los soberbios que deambulan entre las sombras, los que incluso en mi busca se detienen bajo la mía, confundiéndola con el espectro de una verde nube pasajera enredada en la hojarasca.

De por qué tengo la razón y por qué no

Alguna ocasión cierta persona se quejó de mí porque siempre la cuestionaba, porque ponía en tela de juicio sus aseveraciones y tachaba de "rollos mareadores" mi manera de argumentar y contra argumentar sus dichos tanto como los míos, poniendo en evidencia así sus contradicciones como las mías.

Tengo fama de discutidor, pero... Sí, ahí la clave, siempre encuentro un pero a todo, incluso lo que yo mismo puedo afirmar.

Destinado a ti

Por ahí leo el texto de una madre agradecida con la vida, no solo por tener un año más, sino por ser uno otro de disfrutar de la presencia, existir y compañía del fruto de sus entrañas que, considera ella --madre al fin-- la "eligió a ella como madre"...

Ya sé que no faltará quien me tache de insensible, pero la realidad es cruda y tarde o temprano los hijos afirmamos, con conocimiento de causa mucho más que creencia, que los padres y los hermanos no los elegimos e incluso al cabo de los años --decía mi padre-- los papás necesitan más de los hijos que estos de los padres. Pensar como esa mamá no es más que producto de lo que se llama pensamiento mágico y me hace recordar la maravillosa escena imaginaria en la historia del Pájaro Azul, de Maurice Maeterlink, donde los nonatos y por nacer están, unos felices y otros tristes, porque los padres y las familias a quienes están destinados no son lo que quisieran.

Nuestros padres y hermanos nos han sido dados, y puede ser que en algunos aspectos no sean lo que queremos. Los amigos nos eligen y los elegimos, los mentores nos son "impuestos" o los elegimos y sean lo uno o lo otro al final los aceptamos, rechazamos, recordamos u olvidamos. Así como con los gobiernos, cabe preguntarnos si tenemos los padres que nos merecemos tanto como si los padres tienen los hijos que merecen (en cantidad y calidad).

En la antigüedad, los etruscos, por mencionar una cultura, desechaba a los hijos que nacían baldados, deficientes, débiles. En nuestros días los protegemos o sobreprotegemos por considerar que tienen tanto derecho a vivir, aun con sus dificultades y limitaciones, como cualquiera. Esos hijos para algunos padres son vistos, aun cuando ya no se los sacrifique como antaño, como castigos; otros los ven como retos, y los que los toman por bendiciones.

Ese mismo pensamiento mágico me lleva a imaginar que mi gatita Micha me adoptó, que Los Tiripitín han llegado a mi vida por alguna extraña, paranormal, divina razón. Si fueran mis hijos, seguro no sería el padre que quizá ellos pudieran suponer, al menos por ahora no lo soy si me atengo a la circunstancia. Reflexiones como estas me acercan y alejan del misterio de la vida.

Como dicen...

 

Francisco Arias Solís,
perdona a tus enemigos.
―No puedo― dijo el tirano
al morir―, ya no los tengo:
a todos los he matado.
Yo puedo decir lo mismo:
que no puedo perdonarlos
porque no tengo enemigos:
a todos los he olvidado.

Este poema "Tolerancia" escrito por el español José Bergamín (1895-1983) me ha puesto a reflexionar... ¿Alguna vez en la vida he tenido enemigos? He tenido opositores, detractores incluso; estos, algunos muy cercanos, muy proclives a proscribirme a la menor provocación, al menor indicio de vergüenza ajena, los tengo muy presentes y brotan como liquen tras la humedad de mis palabras sembradas de melancolía, cuando no de amor o de rabia; o como polvo disfrazado de silencio bajo la yesca, mimética posibilidad de ardores encendidos por la envidia cuando no por la admiración o el deseo de ser lo que no son: Yo mirándose en una mirada que mira a la mirada que se mira siendo mirada, verde espejo recurrente constructor de verdes laberintos de verdes ideas de verdes ayeres de verdes mañanas.

¿Enemigos? Dicen que, por cada amigo, un hombre tiene en la vida el doble o triple de enemigos. Mis amigos, esos que se cuentan con la punta de los dedos de una mano son tan pocos (o he sido tan ciego para verlos) y están unos tan lejos… Como si mis manos hubieran sido mutiladas por el ánimo secuestrador de algún halcón llegado desde las alturas de la conciencia. Si tengo enemigos, deben estar ocultos entre la maleza del sueño, quizá se han sumado a las sombras tristes de lo ido y desde ahí, en la madriguera de la falsedad acechan a que se llegue el momento de mi último suspiro para desgarrar esta piel aún no tocada por la caricia de tus ojos verdes.

Si tengo quien desee mi muerte, mi mala fortuna, no lo conozco... aún; creo. O quizá le perdoné sin siquiera haber tenido motivo para el perdón, el rencor, el olvido o la amargura. Tal vez yo mismo estoy en la lista de ciertas personas como enemigo privado o público, amenaza a la tranquilidad de sus despropósitos y les resulto poco más que ominosa advertencia de algo que ni yo mismo imagino.

Debe ser de alguna manera grato tener al menos un enemigo mío, exclusivo. Pienso que, aunque monserga, sería una forma de no saberme tan solo, pues en algún lado habría alguien, una némesis preocupándose de cada uno de mis pasos con sus huellas, sus impulsos, avances y estaciones.

Quisiera que cada musa fuera una enemiga, porque así tendría pretexto para combatirlas cuerpo a cuerpo, una a una; para penetrarlas inmisericordemente con mi pluma hasta inflamar su entraña, infectarla con el germen de la insolencia de hacerlas saberse amadas sin remedio. Pero las musas eso son, al menos mientras no se hacen presentes cual carne sobre mi carne, sal ungiendo mis ansias, voz consoladora de mis noches y días. Y yo, no digamos Zeus, ni a Orfeo llego.

Me miro al espejo y supongo, como dicen otros, hallar al más cruento contrincante que me soy yo mismo. Gesticulo con coraje y tratando de expresar odio auto infligido y acabo riendo, reconciliado con el Pantagruel determinado a hacer de mí ridícula onda en la mar del tiempo.

No obstante lo meditado, no presuma el lector de esto que ando en busca de un enemigo a fuerza. Si he de tenerlo, ha de ser por mérito propio. Porque eso de ser centro de aborrecimiento condescendiente o gratuito, como que no va conmigo tampoco.

Si del amor al odio, como dicen, hay un paso, dalo genuinamente. Ámame con todo tu odio para luego odiarme con todo tu amor y entre tanto házmelo, a saber, por favor. Así como yo ahora he incrustado la cacofonía en la prosa, así, en medio del éxtasis sensual, murmura a mi oído: «te detesto, corazón»; y quédate a mi lado para siempre y nunca jamás.

¡ABURRIMIENTO?

Seguro te ha pasado que de pronto, en una relación (y mira quien habla, quien jamás ha tenido una relación de pareja) llegas a una etapa de aburrimiento.

¡Aburrir! Todo depende del cristal con que lo mires. Las cosas no aburren por sí mismas ni las personas, es uno el que da y quita el valor, el significado, ya por sobrevaluar o por minusvaluar, la rutina no es un accidente eventual, ocasional, es de todos los días, sólo que de pronto, en algún momento, caemos en cuenta de ella y creemos que todo se ha devaluado y perdido interés para nosotros. Es entonces cuando hay que reinventar y reinventarse... fluyendo, disfrutando, dejándose ser, dejando a las personas y las cosas ser, caer por su propio peso, ya para arraigarse o para pudrirse.

SE ME SOLTÓ LA PLUMA


A mi gente. Tras los acontecimientos que han enlutado a mi México, otra vez.

Comulgo con la idea de transmitir "luz" y "vibras positivas" a Monterrey tanto como a Somalia y tantos otros sitios en el mundo, cercanos y lejanos, partiendo inclusive desde el afán inconexo que puede albergar nuestro corazón y explicar que estemos en mayor o menor medida hundidos en la oscuridad; por supuesto hacia ti y todos quienes ahora (agradezco la paciencia), leen estas líneas. Así, vaya todo lo bueno y que se erradique todo lo malo.

Empero, discrepo un poco con lo que apuntó una amistad al decir que "entre más comentemos los lamentables eventos, más poder le estaremos dando a la violencia y al miedo y equivaldría a echarle más gasolina al fuego".

Es verdad que nada se gana con obsesionarse con las cosas y las personas, y echar sal en las heridas, pero no es omitiendo la ominosa realidad como vamos a contrarrestarla. Esa ahí está y punto. Al contrario, hablemos del tema, pero con racionalidad, con conciencia, poniendo las cosas en su justa dimensión, permitiendo que se instalen en la memoria como señales en el camino que llega a mejorar, buscando el lado positivo sí, más aún, proponiendo incluso como desahogo e imaginación edificante soluciones ya sean probables o provisionales y hasta sucedáneas.


Exorcicemos los fantamas del miedo, sin dejar de expresar la indignación que el mal nos ocasiona. Exorcicemos los deseos insanos de venganza, canalizando el dolor propio y ajeno hacia la construcción de un entendimiento solidario de la realidad siempre patente y sus manifestaciones latentes.

Seguramente muchos se preguntan por qué yo escribo como escribo y por qué abordo ciertos temas y me dirijo a ciertas personas reales o imaginarias. Es por eso, porque estoy convencido, como tú, que al mal se le vence con el bien, pero no un bien naif, ingenuo, que lleva a caminar de la mano bajo un cielo rosa; sino uno asentado en las raíces que hacen posible el amor, esa fuerza de influencia positiva y capaz de cambiarnos para bien; esa fuerza a veces aparentemente difícil de encontrar, porque nos empeñamos en buscarla fuera de nuestro campo visual más preclaro que nos abarca a ti, a Ella, a mí, a nosotros, a todos.

La energía positiva no proviene del buen ánimo exclusivamente, de la risa, de la bondad de los actos, de la ausencia de temor, sino radica en la voluntad de amar, de amar-se, de amar-nos, en la voluntad de valer y de hacer valer. Si mis palabras y mis modos por expresar quién y como soy no me hacen valer a los ojos de quienes amo (no necesaria y exclusivamente cercanos en tiempo y espacio), no por eso dejo de valer por mí mismo simplemente por que importo lo que tengo de Ser. Parafraseando a Buda: "Cuando pienses en dolor, piensa en el amor y verás la solución".

Hagamos valer a los caídos por la injusticia, la inquina y la iniquidad; hagamos valer nuestras leyes, nuestro orden. Hagamos valer nuestras miradas, nuestras caricias, nuestras palabras. Sí, transmitamos el mensaje desde nuestro corazón hasta donde tenga que llegar: "Escucha bien, amor, lo que te digo, pues creo no habrá otra ocasión para decirte que no me arrepiento de haberte conocido". (Se me soltó, qué raro, la pluma.)

Quién soy

El día que pueda responderte
quién soy,
entonces seguramente habré muerto;
entonces habré terminado
mi incesante búsqueda
y habré de simplemente ser
lo que debo Ser:
una huella en tu memoria,
un perdón tomado de tu mano,
una causa que llevar a efecto bajo el calor de tu verde mirada.
Nada por haber sido todo.
Todo, aún habiendo sido tu Todo.


LO QUE DIOS TE DA

Alguien me recordó recientemente, preocupado por mi estado anímico y no solamente. Para salir adelante usa lo que tienes a la mano para dar, si tienes limones, has limonada. Pues bien, lo que tengo son estas manos, estos ojos, estas palabras, hago textos como estos, pero la sed que buscan saciar es menos pedestre.

Soy como soy

Retrato del autor
Foto: Jorge Álvarez Salazar
Soy como soy y punto. Tengo lo que tengo, y lo que no pues no; así de pedestre puede ser mi filosofía de la vida. Situarnos en un mismo canal, siempre resultará difícil, porque cada quien como individuo tiene su propia forma de expresarse, independientemente de la circunstancia en que se halle. Que aquí estemos entre "amigos" no nos coloca necesariamente en un mismo plano de experiencias ni siquiera relacionadas con aquellos años que lo mismo implican ventura que desventura. Hablo como hablo. Este soy yo, auténtico, desde chico. Y ya algunos aquí han expuesto la inquietud de quién es Ella. Lo mismo podrían decir respecto de mí o de ti o de cualquiera, porque aun cuando ligados por las letras no convivimos todo el tiempo.

Para empezar, la mía fue una generación parteaguas. La primera o de las primeras mixtas en la escuela secundaria. Recuerdo el shock que para muchos de nosotros supuso el encuentro entre géneros y la adaptación que requirió. Algunos salieron avante en esa adaptación, otros con más dificultad.

Si a mí me preguntan, puedo decir que a la mayoría ni los ubico. Especialmente entre las mujeres, salvo las de mi grupo de tercero o las que andaban en boca y ojos de todos. De los varones sí, a más, por los años que compartimos desde la preprimaria hasta la preparatoria o incluso la universidad. Algunos solo me conocen de referencia y viceversa, para bien o mal. Pero conocer no es saber. Y esto aplica tanto a las relaciones humanas como al empleo de una herramienta, llámese martillo o lenguaje.

Mi persona se expresa de este modo. ¿Correcto, incorrecto? Qui sá. Desde siempre, pero también puedo cambiar el nivel cuando es requerido. Que estemos en una "red social" moderna, práctica, y donde "así se conducen las nuevas generaciones" no obsta para que conste que mi forma de ser es tan única como la de cualquiera. Ninguno somos monedita de oro para caerle bien a todo mundo. Eso lo sé desde hace añales y precisamente fue mi generación de la escuela la encargada de hacérmelo notar más de una vez. Tú entre ellos, lo mismo sobrio que borracho.

Que no cuadra que sea irónico, lo siento.

Que no cuadra que sea cuidadoso en el decir, lo siento.

Que no cuadran mi vocabulario porque no lo vuelvo superficial, reducido, ni mi forma de expresarme por apelar a un diálogo mucho más edificante, lo siento.

Que perdí gracia para contar chistes, lo siento. Pero sigo riendo de mí tanto como de los demás y sobre todo con los demás. Y mi humor es muy mío.

Que mi discurso raya en monólogo, lo siento. Eso no quiere decir que no sepa hacer silencio para escuchar al otro con toda la atención y el respeto que me merece, porque sé el valor de la con-versación y su arte. Que el otro no pueda extenderse en su decir del modo como yo peco, no es problema mío.

Así, este soy yo; mejor dicho una parte de mí. La más visual, la más difundida lo mismo como profesor que como profesionista, hijo, hermano, condiscípulo; ya ante jefes y patrones, como ante vecinos, amigos y extraños. Gústele a quien le guste.

Por lo tanto, en buena onda, ubicado estoy. Si los demás no me ubican... Hace muchos años que dejé de sufrir por el sentimiento que produce saberse no "encajado". Y por eso vivo en el aislamiento físico, la virtualidad me ha abierto un mundo de posibilidades. Pero si tampoco encajo, tan fácil como cerrar mi ventanita y dedicarme a mí, lo único que tengo para explicarme la existencia, parafraseando a Unamuno (quien por cierto recomendaba en un poema que cuidara uno que el verso expresado fuera denso, denso, pues conlleva sustancia).

Y me ubico así, poeta, escritor que no ha publicado del modo que podría esperarse, soñador analítico, el vacilador relajiento, el bebedor moderado, el solitario, el loco de la colina que ve desde lo alto de su necedad a los villanos del valle y eventualmente baja para buscar su sustento y aprender de ellos lo que significa ser humano, lo que presuntamente conlleva la cordura y la normalidad. El personaje confrontado con la disyuntiva que implican la levedad del ser y la risa (recordando a Milán Kundera).
Finalmente, voy por la vida recogiendo pedruscos, guardándolos en el bolsillo de mi gabán, para darme cuenta, al final del día, que algunos se han convertido por arte de magia en gemas. Palabras, personas, momentos así los veo y así me maravillan y de ellos me enriquezco aunque sea con el sólo conocimiento de su existencia.

Y, como llegado a este punto tal vez más de uno se durmió por la muy natural animadversión que comporta reflexionar y exhibir lo que cada cual es, tan abierta y vulnerablemente como puede hacerse en un sitio como este, por no hablar de la flojera de leer, aquí digo ¡TAN TAN!, cierro mi "manchado" locker, guardo mi pergamino y cuelgo la invitación a mi alma, para quien la quiera aceptar tal y como la ofrezco, sin máscaras. Y algún día guardaré silencio. Largo silencio, no sin antes agradecer la oportunidad para exponer esto y todo lo anterior y todo lo que viniere.

Entre redes te veas

Twitter, Facebook y otras redes... Normal: cada loco con su tema. Me pregunto: ¿que cada loco esté con su tema es forzosamente indicio de incomunicación? Lo que cada cual aporta a la línea de tiempo, sea o no replicado, correspondido, es tanto como una envoltura más del alma tirada al arroyo de la constancia (que no inconstancia)?; ¿equivale a una especie de desecho de uno mismo arrojado al viento o al cauce de la miseria humana de nuestros días? Parafraseando el título de la obra de teatro de Eugene O'Neill "¡Ah, Soledad!", puedo decir hoy "¡Ah, Comunicación!".

DESDE MÍ Y HASTA EL INFINITO

Es fascinante ver cómo un tema se desarrolla paso a paso. Cómo una palabra o una idea es capaz de detonar ya molestia, ya inquietud, ya coincidencia y acuerdo, o rechazo y polémica.
Es curioso ver cómo, un fenómeno cotidiano, multiforme y multidimensional como la comunicación, a pesar de experimentarse a cada instante (o quizá por eso precisamente) se antoja tan complejo en su sencillez; siempre inacabado.
Son admirables las ramificaciones que un planteamiento suscita, y la manera como las mismas se concatenan y entrecruzan.
No es necesario ser profesional de la comunicación (locutor, periodista, publicista, publirrelacionista, diseñador, sacerdote, abogado, conductor de medio electrónico, conferencista, profesor, investigador, escritor, artista plástico, chef, madre o padre, consejero...) para constatar su omnipresencia y discutirla del modo como aquí queremos hacer.
El lego no tiene por qué excusarse. Tanto derecho tiene a entrar en el examen del tema como cualquiera. Porque si hay un tema profundamente humano que permea todos los ámbitos y quehaceres, ese es precisamente la comunicación.
Si nos ponemos muy académicos, tendremos que resumir en afán de un mejor entendimiento y para comenzar, que la comunicación presenta varios niveles, los cuales poco a poco habremos de ir examinando en nuestras conversaciones dentro de esta u otras discusiones y espacios.
El primero y más íntimo es la comunicación intrapersonal. Esta es la que experimentamos todos en la intimidad de nuestra persona. Está enraizada en nuestra identidad y determina en gran medida nuestra personalidad y las formas como esta se muestra. Sócrates nos enseñó que debemos conocernos a nosotros mismos y siglos después Jesús expuso como nuevo "mandamiento" amar al prójimo como a uno mismo. Este es el principio de la concordia y la armonía. Prem Rawat trata mucho este punto en sus conferencias acerca de la paz. Menciono sólo tres de entre muchos pensadores al respecto. No tener resuelta la comunicación con uno mismo deriva en fallas, deficiencias o carencias que se reflejan en uno o más de los siguiente niveles.
Ascendiendo en la escala se encuentra la comunicación interpersonal. Si sé estar conmigo mismo, me conozco y no me temo sino me amo, estoy en condiciones aparentes de entrar en contacto con los otros, empleando medios diversos desde el tacto hasta la carta o recursos tecnológicos como el presente. Aquí la dificultad principal es la de darme a entender y comprender a los demás. Estar dispuesto a compartir, a entregar parte de lo que soy y me conforma aún so pena del riesgo de ser mal interpretado, reconvenido, amado u odiado, plagiado o recompensado. Pero si no sé estar conmigo, si no me sé reconocer en mi soledad fundamental, difícilmente podré intercambiar algo con alguien, o quizá sólo esté capacitado para hacerlo de manera parcial o distorsionada. ¿Por qué tanta intolerancia en una pareja, entre hermanos? La violencia no tiene otro foco de gestación que el de nuestra propia alma. Si nos parece que otros son los violentos, es porque no hemos sabido hurgar en el espejo que ellos nos significan como iguales, pues tan seres humanos son los demás como nosotros. ¿Qué tan torcida está nuestra autoestima? Esa será la medida de nuestras relaciones.
Enseguida viene la comunicación intragrupal. La que sucede en la familia y con nuestros colegas y amigos y vecinos. ¿Cómo te llevas con tu vecino de al lado o el de enfrente? ¿Su violencia te afecta, cómo? ¿Y la tuya a él, cómo? En el primer nivel la confidencia está resguardada por la fidelidad de uno consigo mismo, en el siguiente la confianza extiende su mirada al horizonte cercano, buscando una forma de posesión del entorno y por ende de uno mismo, y aquí se amplía en el afán de establecer una nueva forma de identidad: la pertenencia, la integración.
En un cuarto nivel está la comunicación intergrupal. Aquí cabe la corporativa en una perspectiva sistémica. La comunicación cara a cara comienza a desdibujarse y cobra la dimensión de la ambigüedad despersonalizada. La noticia, el chisme, el rumor florecen como maneras de diferenciación. Sí, soy un individuo con un carácter determinado, con cierta habilidad para entrar en contacto con el prójimo y, unido a él, formar parte de, pertenecer a un grupo de semejantes, pero comienzo a comprender que la igualdad, la semejanza no es una falacia; hay otros grupos como el mío, pero no me resigno a ser uno más en la cuenta de los seres humanos y por ello, junto con mis pares, marco los límites doctrinarios, ideológicos, económicos, ecológicos suficientes para definir la diferencia entre nuestro mundo y el suyo. En esta red social y sus miembros y sus colaboraciones queda clara la distancia de intereses respecto de redes similares.
Más arriba está la comunicación propiamente social, ésta totalmente inasible a no ser por una forma distinta de medios y canales por los cuales transitan los mensajes que unos a otros nos enviamos de manera encadenada, difusa. Para que la sociedad de un pueblo entre en contacto consigo misma o con la de otro recurre en principio al intercambio simbólico que halla su carta de cabalidad en el mercado y el comercio. Conocemos de la existencia de otro ente social por lo que nos llega a las manos, ojos u oídos. Comp(a)ramos sus obras con las nuestras y tasamos la medida de su aprecio. Ya se trate de una palabra, de una caricia o de un vehículo, la visión del mundo se tecnifica, se reparte, se vota porque es compartida o con un conglomerado o con un dictador, voluntariamente o de modo impuesto. Las normas y el contrato fijan y explican este nivel de comunicación, la ley aquí es lo que la oración en el primer nivel; el convenio entre dos o más potencia las alianzas. El credo es uniforme y uniformador y la diferencia se vuelve amenaza a la soberanía. Los medios y los mensajes que en ellos circulan ya no pueden, por lógica, estar sujetos a las expectativas individuales; es necesario que apelen y se basen en los intereses vagos de la colectividad, muchas veces representada por minorías que reflejan sólo una mínima parte y se caracterizan por su comportamiento provisional. La espontaneidad de uno se ve ajustada por la norma, pero en circunstancias donde puede experimentar el anonimato, se desata... masivamente. Aquí radica la comunicación de masas: en la ola de emociones que sólo la información puede de modo relativo controlar, encausar y encauzar. La comunicación social no se aprende ni se estudia en el aula, sino en la calle. En el claustro y en el libro apenas se barruntan indicios para la comprensión de su funcionamiento.
Finalmente, por ahora, cabe recordar que dos son los componentes fundamentales de la comunicación: la expresión y la información. La segunda puede existir sola en la forma de simples datos, pero no comunica. La primera, la expresión en cambio, vehículo esencial por el cual se hacen comunes el pensamiento y el sentimiento, no puede existir sin al menos un rasgo de información.
Así, el silencio (para tocar una de las preocupaciones de Albi), en cualquiera de los niveles expresa e informa. Expresa o la confusión de sentimientos y pensamientos, o la ausencia de datos capaces de suscitar una emoción o un concepto. El silencio en sí no es ni puede ser jamás violento. No obstante esta afirmación, el modo como se lo interpreta es lo que puede provocar sentimientos o pensamientos violentos. En el valor que damos a la nulidad, a la nada, está la razón de la paz. De cada quien depende que esta razón sea positiva o negativa, es decir constructiva o destructiva. Callar a otro no tiene que ser necesariamente tomado como un acto violentador. Callar uno mismo tampoco. Si se calla ante la injusticia, el silencio resultante puede ser interpretado como cobardía o valentía (ahí está Santo Tomás Moro); pero no es inacción, no por enmudecer se omite el significado que los hechos y las cosas tienen en sí mismas.
En las guerras recientes como en las más antiguas la comunicación forzosamente ha estado presente de muchas formas. Masiva, por ejemplo, en la dispersión de miles de volantes propagandísticos desde aviones. De masas, por ejemplo, mediante las arengas en las plazas movilizando a la resistencia.
La comunicación nunca está ausente, ¡vaya ni después de la muerte!

Oración dubitativa


Pues es que tú, señor, me has hecho de dudas. Con el sofocante humor de la tierra me diste forma y con tu soplo divino aclaraste mi pensamiento primigenio. Pero también, oh, Dios, con dudas me alimentas al callar, al presentarte en sueños, al angustiar mi alma con tu aparente ausencia.

En mi soledad te descubro, pero en tu compañía no te hallo. Ciego ante la enternidad, apenas distingo tu palabra en tus actos y hechos de la naturaleza. Agobiado por las obras de los otros hombres y por las propias, ya no sé hacia dónde me orientan tus designios.

Deambulo por la vida sujeto a un deseo, impulsado por un deber, ejercitando un poder. ¿Tal vez debería liberarme del deseo y sujetarme a la posibilidad? Tal vez. Y, mira, de nuevo la duda. Bendita sea. Maldita sea. Maldita cuando rompe mi entendimiento. Bendita cuando me indica los caminos de la luz.

APRENDER A PERDONAR

Por J. Antonio Castillo de la Vega

(Texto publicado originalmente en marzo de 2007.)

Sólo un breviario cultural, sin afán de presunción: no se piden disculpas, se ofrecen.
Curando en salud
Cuando yo te ofendo, te ofrezco o doy disculpas; te pido perdón, a lo cual tú respondes dando disculpas, perdonando. Dis/culpa = menos culpa.
Cuando me das una disculpa me restas culpa, por eso te perdono, porque a mí, el ofendido, me eximes de toda culpabilidad en tu acto torpe.
En cambio, de ser yo el culpable de algo en tu perjuicio, cuando te ofrezco disculpas por la afectación en tus bienes o tu persona, te proveo con la actitud noble y benefactora del arrepentimiento sincero y espero, con tu beneplácito, retribución de tu parte, ser exonerado de la culpa y liberado de la carga moral, de la obligación y la responsabilidad sobre lo hecho con torpeza.
Disemina esta explicación y verás que cada vez más gente hablará y escribirá mejor; y de paso comenzará a aprender a perdonar.
A decir verdad...
La profesión de la verdad es muy distinta de la profesión de la fe. No son mutuamente excluyentes en lo esencial, pero sustancialmente y en la práctica resultan irreconciliables.
Quien profesa la verdad, busca la prueba fehaciente de la existencia de las cosas, es decir que apunta al descubrimiento de la relación entre el ser y el estar de los entes, lo que del Ser hay en ellos, en su estancia espacio-temporal. Por tanto, jura la razón de las cosas.
Quien profesa la fe, en cambio, busca confirmar su percepción, aquella sobre la que descansa su creencia acerca de las potenciales causas (no las actuales) de los entes. De este modo, en la expresión de sus deseos más que de sus pensamientos, abjura la razón de las cosas.