La igualdad femenina, entre la realidad y la falacia
Claro, aún falta mucho por hacer y en eso debemos aplicarnos todos (en sentido general, sin discursos eufemísticos repetitivos y fastidiosos con base en una pretendida "corrección política") y no cejar ninguna. Ni tanto que queme a la santa ni tanto que alumbre a los diablos.
México, de acuerdo con este estudio ocupa un honroso lugar 45 con una calificación de casi 90 puntos, muy por arriba del promedio general de los países que es de 76 puntos.
El estudio se base en un cuestionario aplicado en los países que permite el análisis de la creación, aplicación efectiva y seguimiento de leyes tendientes a configurar la igualdad de la mujer en temas como la movilidad, acceso al trabajo, salarios, relaciones matrimoniales y de pareja, maternidad, emprendimiento, activos y propiedades, pensión digna.
Hay rubros que México debe superar y en ello, el papel de los legisladores, al margen de los intereses electorales del momento, es fundamental.
Parece inconcebible, absurdo, que las "adelitas" defensoras de AMLO desde aquella primera campaña presidencial que derivó en el plantón de Reforma, hoy hagan tan poco por las mujeres y, en cambio, ciegas, aplaudan y toleren el ninguneo del gobierno actual que, aun teniendo féminas en puestos clave las tiene en calidad de floreros, como adorno retórico contra el "qué dirán", para que se note que la igualdad "es un hecho" aun cuando, también hay que decirlo, algunas y no por su condición de mujer, dejan bastante que desear respecto de las expectativas de la nación sobre sus respectivos desempeños. En eso, hoy, todos son coludos y rabones.
En las elecciones venideras en México, siguiendo lo que anoté en un artículo anterior, la pandemia que ha hecho estragos en el padrón electoral hará notar también el específico peso de las mujeres y de los jóvenes. Las mujeres, vapuleadas literal y metafóricamente por el actual gobierno, tanto más o menos como los anteriores, tomarán la batuta y sentarán tendencias de voto. No tengo duda de ello. Y, aunque parezca contradictorio, estoy cierto que, siendo una mayoría de simpatizantes de MORENA y de Andrés Manuel López Obrador, junto con los jóvenes inclinarán la balanza a que continúe dicho partido manteniendo una mayoría significativa en el congreso. La explicación adicional está en el el hecho de que, quienes hoy podemos estar señalando que el actual gobierno implica una regresión a las formas de administración pública (y mal hecha, además) de los años setenta, muchos de esas generaciones están muriendo por la pandemia, hayan o no votado por la llamada 4T. Los jóvenes, en cambio, en especial las mujeres jóvenes, no tienen idea de lo que eso significa, para ellas lo importante es el ahora, lo que ellas experimentan en temas de feminicidios, acoso, abusos. Ahí está la clave que, por ahora, no he visto en ningún partido abrazar en la promoción del voto. Todos están dependientes de la inercia de lo ocurrido en 2018 y en la ilusión de que el desencanto es lirio que florece en el estanque pútrido de un país que no avanza.
Sí, lo que la posición de México en este estudio revela no es nada más que vamos bien, sino que también vamos mal y que, dato tras dato, tras cada uno de esos "otros datos" tan cacareados y sin embargo tan opacos, la realidad muestra que la igualdad de la mujer en México no deja de ser una simulación y por tanto parte de la gramática de ese imbécil discurso de género políticamente correcto.
Insisto, ese discurso, lo único que hace es separar, más que unir, marcar la diferencia en vez de enfatizar las igualdades. Ellas, tercas, necesitadas de atención e igualdad, no quieren verlo. Ellos, condescendientes, les siguen el juego como el niño malcriado que le da el avión a la madre para que lo deje jugar.
Otros indicios a destacar de este estudio son los relativos a que, aun cuando tenemos leyes en México preocupadas por los derechos de las mujeres, en la práctica la aplicación de las mismas o es marginal o nulo en todos los rubros, especialmente los relativos a la remuneración por el trabajo y la seguridad (incluida la seguridad sanitaria), y no por fuerza en razón de que las leyes no se apliquen o no existan o estén en calidad de adefesios, sino porque las personas encargadas de ello son las que fastidian todo: varones y mujeres en puestos como médicos legistas, ministerios públicos, jueces, funcionarios, patrones, policías, sacerdotes, maestros, los mismos padres y madres inciden en replicar los patrones de conducta, los usos y costumbres nocivos que la modernidad, aun en los pueblos indígenas, no hace más sino refinar en un caldo de cultivo donde la ignorancia es el nutriente principal. Basta ver las estúpidas declaraciones de algunas feministas que ahora traen y llevan el dicho de acabar con el "pacto patriarcal", ¡cómo si el patriarcado fuera el culpable de todo mal y el matriarcado fuera la virtud en sí misma! A ésas les he dicho abierta y públicamente que les hace falta conocer, estudiar, abundar en la historia y antropología de la familia, pero eso lo trataré en otro u otros artículos, lo creo necesario ¡ya!
El día que nos veamos como personas, nada más, y nos olvidemos de las obvias diferencias de sexo, entonces podremos hablar de igualdad hasta en la cama. Pero, hablando en plata, de veras la igualdad absoluta nunca se conseguirá, ni entre ricos y pobres, ni entre mujeres y hombres y sus concepciones genéricas intermedias, sino en ciertos aspectos, los elementales y que descansan justo en la diversidad y no igualan, sino distinguen y justo por ello dan al ser su exacta dignidad. Las leyes no tendrían por qué hacer distinciones entre homicidio y feminicidio, que ya la raíz "homo" incluye a todo ser humano. No tendrían por qué establecer jornadas laborales y tratamientos distintivos para hombres y mujeres, mencionándolo. ¿No debería bastar con hablar de los derechos que todos tenemos como personas independientemente de lo que tengamos entre las piernas y en nuestras mentes?
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