DESDE MÍ Y HASTA EL INFINITO

diciembre 12, 2008 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Es fascinante ver cómo un tema se desarrolla paso a paso. Cómo una palabra o una idea es capaz de detonar ya molestia, ya inquietud, ya coincidencia y acuerdo, o rechazo y polémica.
Es curioso ver cómo, un fenómeno cotidiano, multiforme y multidimensional como la comunicación, a pesar de experimentarse a cada instante (o quizá por eso precisamente) se antoja tan complejo en su sencillez; siempre inacabado.
Son admirables las ramificaciones que un planteamiento suscita, y la manera como las mismas se concatenan y entrecruzan.
No es necesario ser profesional de la comunicación (locutor, periodista, publicista, publirrelacionista, diseñador, sacerdote, abogado, conductor de medio electrónico, conferencista, profesor, investigador, escritor, artista plástico, chef, madre o padre, consejero...) para constatar su omnipresencia y discutirla del modo como aquí queremos hacer.
El lego no tiene por qué excusarse. Tanto derecho tiene a entrar en el examen del tema como cualquiera. Porque si hay un tema profundamente humano que permea todos los ámbitos y quehaceres, ese es precisamente la comunicación.
Si nos ponemos muy académicos, tendremos que resumir en afán de un mejor entendimiento y para comenzar, que la comunicación presenta varios niveles, los cuales poco a poco habremos de ir examinando en nuestras conversaciones dentro de esta u otras discusiones y espacios.
El primero y más íntimo es la comunicación intrapersonal. Esta es la que experimentamos todos en la intimidad de nuestra persona. Está enraizada en nuestra identidad y determina en gran medida nuestra personalidad y las formas como esta se muestra. Sócrates nos enseñó que debemos conocernos a nosotros mismos y siglos después Jesús expuso como nuevo "mandamiento" amar al prójimo como a uno mismo. Este es el principio de la concordia y la armonía. Prem Rawat trata mucho este punto en sus conferencias acerca de la paz. Menciono sólo tres de entre muchos pensadores al respecto. No tener resuelta la comunicación con uno mismo deriva en fallas, deficiencias o carencias que se reflejan en uno o más de los siguiente niveles.
Ascendiendo en la escala se encuentra la comunicación interpersonal. Si sé estar conmigo mismo, me conozco y no me temo sino me amo, estoy en condiciones aparentes de entrar en contacto con los otros, empleando medios diversos desde el tacto hasta la carta o recursos tecnológicos como el presente. Aquí la dificultad principal es la de darme a entender y comprender a los demás. Estar dispuesto a compartir, a entregar parte de lo que soy y me conforma aún so pena del riesgo de ser mal interpretado, reconvenido, amado u odiado, plagiado o recompensado. Pero si no sé estar conmigo, si no me sé reconocer en mi soledad fundamental, difícilmente podré intercambiar algo con alguien, o quizá sólo esté capacitado para hacerlo de manera parcial o distorsionada. ¿Por qué tanta intolerancia en una pareja, entre hermanos? La violencia no tiene otro foco de gestación que el de nuestra propia alma. Si nos parece que otros son los violentos, es porque no hemos sabido hurgar en el espejo que ellos nos significan como iguales, pues tan seres humanos son los demás como nosotros. ¿Qué tan torcida está nuestra autoestima? Esa será la medida de nuestras relaciones.
Enseguida viene la comunicación intragrupal. La que sucede en la familia y con nuestros colegas y amigos y vecinos. ¿Cómo te llevas con tu vecino de al lado o el de enfrente? ¿Su violencia te afecta, cómo? ¿Y la tuya a él, cómo? En el primer nivel la confidencia está resguardada por la fidelidad de uno consigo mismo, en el siguiente la confianza extiende su mirada al horizonte cercano, buscando una forma de posesión del entorno y por ende de uno mismo, y aquí se amplía en el afán de establecer una nueva forma de identidad: la pertenencia, la integración.
En un cuarto nivel está la comunicación intergrupal. Aquí cabe la corporativa en una perspectiva sistémica. La comunicación cara a cara comienza a desdibujarse y cobra la dimensión de la ambigüedad despersonalizada. La noticia, el chisme, el rumor florecen como maneras de diferenciación. Sí, soy un individuo con un carácter determinado, con cierta habilidad para entrar en contacto con el prójimo y, unido a él, formar parte de, pertenecer a un grupo de semejantes, pero comienzo a comprender que la igualdad, la semejanza no es una falacia; hay otros grupos como el mío, pero no me resigno a ser uno más en la cuenta de los seres humanos y por ello, junto con mis pares, marco los límites doctrinarios, ideológicos, económicos, ecológicos suficientes para definir la diferencia entre nuestro mundo y el suyo. En esta red social y sus miembros y sus colaboraciones queda clara la distancia de intereses respecto de redes similares.
Más arriba está la comunicación propiamente social, ésta totalmente inasible a no ser por una forma distinta de medios y canales por los cuales transitan los mensajes que unos a otros nos enviamos de manera encadenada, difusa. Para que la sociedad de un pueblo entre en contacto consigo misma o con la de otro recurre en principio al intercambio simbólico que halla su carta de cabalidad en el mercado y el comercio. Conocemos de la existencia de otro ente social por lo que nos llega a las manos, ojos u oídos. Comp(a)ramos sus obras con las nuestras y tasamos la medida de su aprecio. Ya se trate de una palabra, de una caricia o de un vehículo, la visión del mundo se tecnifica, se reparte, se vota porque es compartida o con un conglomerado o con un dictador, voluntariamente o de modo impuesto. Las normas y el contrato fijan y explican este nivel de comunicación, la ley aquí es lo que la oración en el primer nivel; el convenio entre dos o más potencia las alianzas. El credo es uniforme y uniformador y la diferencia se vuelve amenaza a la soberanía. Los medios y los mensajes que en ellos circulan ya no pueden, por lógica, estar sujetos a las expectativas individuales; es necesario que apelen y se basen en los intereses vagos de la colectividad, muchas veces representada por minorías que reflejan sólo una mínima parte y se caracterizan por su comportamiento provisional. La espontaneidad de uno se ve ajustada por la norma, pero en circunstancias donde puede experimentar el anonimato, se desata... masivamente. Aquí radica la comunicación de masas: en la ola de emociones que sólo la información puede de modo relativo controlar, encausar y encauzar. La comunicación social no se aprende ni se estudia en el aula, sino en la calle. En el claustro y en el libro apenas se barruntan indicios para la comprensión de su funcionamiento.
Finalmente, por ahora, cabe recordar que dos son los componentes fundamentales de la comunicación: la expresión y la información. La segunda puede existir sola en la forma de simples datos, pero no comunica. La primera, la expresión en cambio, vehículo esencial por el cual se hacen comunes el pensamiento y el sentimiento, no puede existir sin al menos un rasgo de información.
Así, el silencio (para tocar una de las preocupaciones de Albi), en cualquiera de los niveles expresa e informa. Expresa o la confusión de sentimientos y pensamientos, o la ausencia de datos capaces de suscitar una emoción o un concepto. El silencio en sí no es ni puede ser jamás violento. No obstante esta afirmación, el modo como se lo interpreta es lo que puede provocar sentimientos o pensamientos violentos. En el valor que damos a la nulidad, a la nada, está la razón de la paz. De cada quien depende que esta razón sea positiva o negativa, es decir constructiva o destructiva. Callar a otro no tiene que ser necesariamente tomado como un acto violentador. Callar uno mismo tampoco. Si se calla ante la injusticia, el silencio resultante puede ser interpretado como cobardía o valentía (ahí está Santo Tomás Moro); pero no es inacción, no por enmudecer se omite el significado que los hechos y las cosas tienen en sí mismas.
En las guerras recientes como en las más antiguas la comunicación forzosamente ha estado presente de muchas formas. Masiva, por ejemplo, en la dispersión de miles de volantes propagandísticos desde aviones. De masas, por ejemplo, mediante las arengas en las plazas movilizando a la resistencia.
La comunicación nunca está ausente, ¡vaya ni después de la muerte!

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