Ya pasaron las fiestas decembrinas, ya hace rato que terminó el largo puente de Guadalumpen-Reyes, ya estoy escribiendo estas líneas tras festejar mi cumpleaños como la celebración constitucionalista que debería ser y me doy cuenta que la embriaguez político-electoral apenas comienza.
Por alguna extraña razón hoy me he acordado de un mentor como fue el valiente periodista Paco Huerta, fallecido, como mi madre, hacia fines de enero, pero de 2005. Inventor del periodismo ciudadano del que hoy se cuelgan tantos con ayuda de celulares, ipads, y demás artilugios y adminículos electrónicos y digitales. Fue esa forma de periodismo una suerte de anatema político, surgido en una época cuando sólo unos pocos se atrevían a confrontar al sistema político mexicano, con los hechos como pelos de la burra en la mano y exponiéndolos en el papel periódico o detrás de un micrófono de alguna estación de radio.
Contemporáneo del hoy occiso Manuel Buendía (nunca mejor empleada la palabra occiso), a Paco Huerta tuve ocasión de conocerlo junto con algunos colegas y amigos en 1987, en la XEW donde nos impartió una plática larga con verdadero carácter de cátedra sobre la evolución del periodismo radiofónico. Su estilo narrarivo, ameno, no obstante preocupado y fustigador nos tuvo cautivados por alrededor de dos horas y media a la veintena de jóvenes estudiantes de comunicación y periodismo que, a la sazón, cursábamos el taller de producción, guionismo y locución radiofónica creado por don Raúl del Campo Jr. (q.p.d.), productor de decenas de programas y radionovelas que dejaron huella en el público entre los años 1950 a 1990, y hacedor de estrellas.
Recuerdo la vivacidad de su mirada, la perspicacia que asomaba en su ceño, y la emotividad con que abordó la forma como "inventó" el periodismo ciudadano al abrir los micrófonos a la gente, al ciudadano común, para que denunciaran el ama de casa, el chofer de taxi, el obrero, etc., las arbitrariedades de funcionarios menores y encumbrados del gobierno, de las delegaciones, de las autoridades, de los jueces en la impartición de justicia, las omisiones groseras, la discriminación de que solían (y aún) ser objeto los individuos cuando se ven en la necesidad de recurrir a la burocracia para poner un mínimo de orden en su vida cotidiana, para ganar unos centavos, para desempeñarse conforme a derecho y cumpliendo con las obligaciones normativas.
Paco Huerta armó un equipo de abogados, principalmente, y otros especialistas como médicos, psicólogos, y un largo etcétera que, lejos de quedarse en la opinión o exponer temas como contenidos enciclopédicos puestos en el efímero espacio del paréntesis del entretenimiento y cuales recetas de autoayuda, tal como ocurre en otros programas que llevan el formato de revista miscelánea; lejos de quedarse en ilustrar, decía, asesoraban de voz y en acto a los ciudadanos que, ya fuera vía telefónica o acudiendo a la cabina de radio, presentaban sus casos, sus documentos, evidencias y pruebas relativas a sus quejas y dificultades.
Abrir las páginas, los micrófonos y las cámaras a los ciudadanos siempre ha sido imcómodo para los intereses creados y los gobiernos que se conniven con ellos, incluso los de los propios medios de comunicación. Algunos medios que han incursionado en ese experimento lo han hecho no sin poner ciertas reservas, aún hoy cuando la Internet y las redes sociales han abierto el grifo de manera hasta desaforada. Y es que eso es tanto como abrir cámaras y micrófonos a las pequeñas parcelas de realidad que cada cual cultiva más allá de las groseras llanuras feudales de quienes detentan el poder real en una sociedad.
Por este atrevimiento, Paco Huerta fue víctima en varias ocasiones de diversos atentados en contra de su vida, ya fuera envenenándole, provocándole accidentes, asaltos. Vivió muchos años amenazado de muerte, vigilado, pero él nunca se amilanó. Abrió el paréntesis para la denuncia ciudadana y, para enojo de autoridades y criminales, no lo cerró y ese fue quizá su mejor legado. Pues en una sociedad cambiante, en constante evolución aunque no lo parezca, como lo es la mexicana, que la transición democrática desde el período del presidente Vicente Fox haya abrazado, así sea cual mero paliativo al principio, la oportunidad de abrir un canal oficial para la denuncia ciudadana es un gran logro, podemos decir, de la revolución. Pero de la revolución mediática.
En fechas más recientes, en medio de una guerra fratricida como es la que tiene abierto el necesario frente que abrió el gobierno del presidente Felipe Calderón contra el lacerante y excecrable crimen organizado, la denuncia ciudadana ha tomado una relevancia sin precedentes. Pero... (siempre hay un pero, ojalá fuera manzano, por lo menos el pecado nos sabría más dulce), ocurre que de la misma manera ha abierto el paréntesis de la suspicacia y la venganza, razón por la cual las autoridades y los funcionarios encargados de la procuración de justicia han tomado con cierto cuidado las acusaciones, en su mayoría anónimas, por aquello del no te entumas, porque cada vez hay que tomar con pinzas las acusaciones y señalamientos. Si de por sí ya era grave que los ministerios públicos armaran al talachazo los expedientes incurriendo muchas veces en acusaciones infundadas que hoy tienen refundidos en el tambo por decenas de años a auténticos inocentes, como para que ahora también por que al vecino o la chismosa o la amante despechada le surja una leve sospecha agarre el auricular y anónimamente denuncie a éste o aquél.
La denuncia ciudadana es un gran avance, ni duda cabe, que viene a apuntalar a nuestro sistema de justicia, pero también es una grave responsabilidad que no debe ser tomada a la ligera, porque puede embriagar y embotar a la verdad. Más vale ponerla entre Paréntesis para, de ese modo, mantenerla a buen resguardo y en cierto margen. Aún siendo lícita, no lo es en cambio señalar a diestra y sinietra la mosca, ni "fabricar" evidencias que la muestren volando en televisión o zumbando en la radio.