La soledad vive en Babel
Cuando uno mira el muro general queda claro que Babel no fue del todo destruida. No es suficiente con que cada cultura se amolde a una lengua. Hoy, entre redes, cada espacio se amolda a una individualidad. Aún entre hablantes de un mismo idioma hay fronteras a veces infranqueables de gustos, intereses. La coincidencia es la regla de oro. Si hay coincidencia, entonces se da la posibilidad del entendimiento, sin necesidad de diálogo de por medio.
Así, mientras unos andamos extraviados en el afán de construir mundos sostenidos con adobes literarios. Otros fincan terrenos para la vanidad, los de allá, solitarios, deambulan entre perfiles; estos de acá, ríen estúpidamente llevados por la vacuidad de imágenes estáticas o en movimiento; esos otros miran meditabundos el transcurrir de las ideas; allá alguien publica su dolor, mientras allende otro, más díscolo, se encierra apenas lee un comentario sugerente, suspicaz de que no fuera a ser el Diablo quien lo acosa por sus impecables formas o costumbres.
Miro mis cosas. Miro las de los otros. Descubro la humanidad que nos hermana y también el egoísmo que nos divide. Unos, preocupados por el qué dirán esos de ese lado donde quizá ni los asuntan, se santiguan; mientras, otros, desenfadados por el desparpajo de la carne optan por desnudarse, mostrar sus miserias de pensamiento o venales. Se dicen amigos y nunca o casi nunca visitan la casa virtual del denominado como tal.
Cada cual, al fin, muere día a día de manera virtual con cada olvido, con cada omisión, con cada segundo puesto como fondo fiduciario de un futuro que ya va quedando atrás.
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