¡No me toques! O la seducción de Andrés Manuel

septiembre 25, 2018 Santoñito Anacoreta 0 Comments



He leído detenida, cuidadosamente el artículo de opinión que acompaña a estas líneas alrededor de los señalamientos hechos por una reportera contra Andres Manuel Lopez Obrador y que han causado polémita en los días recientes. 
AMLO besando a la alcaldesa de San Blas, Nayarit, Candy Yescas.
Foto: NTV

Quepa aclarar: 1) yo no voté por AMLO; 2) AMLO no ha sido santo de mi devoción; 3) el tema del acoso sexual es uno con el que seguiré bregando hasta que me muera porque su sutileza en manos de soliviantados, ignorantes y petimetres solo genera más violencia de otro tipo, así como desentendimiento entre las personas (el acoso no es solo entre hombres y mujeres); y 4) siempre estaré en contra de los excesos que justifican el acoso, tanto como en contra de los excesos que justifican la paranoia de más de una que preferiría vivir tranquila en el aislamiento total, sin miradas ¿lascivas?, sin caricias ¿incómodas?, sujeta por los alfileres agudos, punzantes, de la interpretación.



Puedo acompañar en algunos de los argumentos a la que suscribe dicho texto adjunto. Puedo acompañar y hasta suscribir los alegatos en el sentido de que, principios básicos de fenomenología de la comunicación, el esapcio vital es digno de respeto; aunque, también es cierto, el buen comunicador comprende y sabe la manera de acortarlo o ampliarlo, invadirlo incluso, en determinadas circunstancias y necesidades. En el caso de la reportera que alega haber sido invadida en su espacio vital, lo cual ocurrió, ella pasa por alto que, en el juego mediático prensa-gobierno, las preguntas periodísticas son otra forma de irrumpir en el espacio vital del entrevistado quien a su alcance tenrá tantos recursos discursivos (palabra u obra) para evadir la respuesta o responder en función de los intereses específicos. Sin embargo, leo entre las temerosas líneas de quien escribió el artículo de opinión más miedo al qué dirán, más miedo a la interpretación que a los hechos mismos. Así como leo en las declaraciones de la reportera de TV Azteca Lorena García Ramírez, una enjundia justificada aunque miope.


Quiero imaginar un mundo, como el Mundo Feliz de Huxley. Ahí el acoso no existe, porque no hay relaciones sexuales. Todos son creados en probeta. La calificación más soez de admiración hacia una mujer atractiva se refiere a sus caderas y glúteos como neumáticos. En ese mundo la igualdad entre hombres y mujeres ha erradicado la posibilidad del romance, del entendimiento fuera de lo laboral, lo legal, lo cotidiano y el placer mejor se consigue con ayuda del soma. El tacto ha sido relegado a lo elemental de un saludo. Los besos han sido proscritos por insalubres. Al no existir el deseo, la lascividad de una caricia o de una mirada o de un tono de voz sencillamente han dejado de existir para hacer de las relaciones interpersonales algo tan poco sugerente como la lógica de un vulcano en control de sus emociones.

He escrito mucho y lo seguiré haciendo acerca de este tópico y los desatinos que, en el afán de defender los derechos humanos, en este caso de las mujeres, ha llevado a soportar argumentaciones sobre falacias paranoicas mezcladas con certezas justicieras que solo inciden en la incomunicación entre todos nosotros, y no me refiero solo a la incomunicación resultante del abuso de la tecnología móvil o la planteada en más de una ocasión por observadores colegas filósofos de la comunicación. Las "buenas conciencias" abanderadas con el estandarte de la moralidad a ultranza solo esperan cualquier pretexto para escribir el texto difamatorio.

Entre las viejas usanzas de los polítioos ha estado bien fincada la costumbre
de besar a mujeres y niños como un acto de cercanía con la gente,
acto que, está estudiado, provoca o provocaba confianza
sobre todo entre los votantes durante las campañas políticas.
Es una práctica que se efectúa en todo el mundo; pero, ahora...
Ante las conciencias que se escandalizan por todo, la táctica
demagógica tendrá que mutar.
La discusión va más allá de calificar de machistas o feministas ciertas conductas y expectativas.

Mi madre nos educó de una forma tal a mis hermanas y a mí que no faltará quien me tache de machista (me han tachado de tantas cosas). Mis padres me enseñaron a admirar la belleza del cuerpo humano, a no renegar de los deseos aun cuando tampoco desbocarlos sin control. Crecí en una época cuando el flirteo y el halago, el piropo (no la vulgar y poco creativa pachotada), eran la antesala del encuentro entre géneros. Pero, ahora, estos se han convertido en el indicio de la probable amenaza y antesala de alguna clase de subrepticio abuso de confianza, en especial de parte de los varones según lo miran, con razón o sin ella, las mujeres.

De verdad, comprendo a las mujeres y los niños, etc., que, víctimas de estos excesos, como la burra, se volvieron ariscas porque así las hicimos TODOS. Pero, los ánimos exacerbados poco abonan a la convivencia pacífica.

En reacción a estas posturas he sugerido, entre broma y en serio: hombres, dejemos de hablarles a las mujeres, dejemos de admirarlas, dejemos de tocarlas, de besarlas, de procurarlas, de engendrar mediante ellas, de gozar por lo que nos inspiran, dejemos de crear arte virtuoso o perverso, dejemos de culpar a la madre y al padre de nuestras frustraciones sexuales ¡Freud ha muerto! Pongamos distancia entre el deseo y la razón y sometámonos a la segunda, con frialdad instrumental. Hagamos oídos sordos, huelga de semen y calenturas. Volvamos a la época cuando en los bares estaba prohibida la entrada a las mujeres, niños, militares y sacerdotes, para evitar la tentación del conflicto. Hagamos zonas exclusivas para las mujeres, como los vagones del metro donde, siendo tantos, además de que no cabemos, es dificil respetar la separación a que obligan los centímetros frontera del roce. Y, finalmente, hagamos votos de castidad sempiterna, ganaríamos en: 1) reducción de la sobrepoblación; 2) la definición de tendencias homosexuales de ellos y ellas con todo el derecho que asiste a la comunidad de siglas impronunciables; 3) el otorgamiento de espacios igualitarios al 50-45 (las mujeres quieren igualdad, pero la nauraleza misma produce más mujeres que varones en proporción); y 4) la redefinición de esa palabra que tanto hemos pisoteado empanizada con tantas culpas ganadas o no: acoso.




Porque ahora resulta que Trump acosa, AMLO acosa, yo acoso, tú acosas... ¿Y ellas? No es esta nueva postura y actitud una más agresiva forma de acoso sobre la sociedad en su conjunto? En esta igualdad, hoy las mujeres se alcoholizan tanto o más que ellos. Hoy, ellas escupen vituperios y palabras altisonantes con la misma singular algría que los macuarros que tanto acusan de deleznables. Ellos y ellas se han rebajado a la categoría de vulgares arrieros, verduleras... Dicho sea sin demérito de los oficios respectivos.

Que conste, no estoy diciendo que ellas estén equivocadas. No lo están y así como fui a la carcel por causa de un anciano acosador (como conté en mi más reciente video), sin haberlo defendido, víctima de la arbitrariedad de la autoridad que me estaba fincando entre otros cargos ser "cómplice" del acosador, estoy dispuesto a ir al infierno con tal de hacerlas entender a ellas y a ellos que hemos inflado este tema de manera peligrosa.

Un último apunte de carácter personal. Mi padre en vida y yo siempre fuimos, y soy, muy cariñosos, gente de tacto y contacto. Mi madre no se diga. A mi madre le encantaban los papachos y a nosotros papachar, pero mis hermanas, por razones o manías individuales y personales que respeto, desde niñas han sido "piquis miquis", "fifi" (y no con ello las descalifico, digo parafraseando a Jesús Ramírez Cuevas, vocero de AMLO), refractarias a las caricias, besos y otras demostraciones de afecto fuera de las que implican distancia física. ¡Hasta parecen Noruegas de lo frías que pueden ser! Como ellas, a lo largo de los años he conocido muchas otras mujeres en ambos extremos, las que disfrutan el roce afectuoso y las que reaccionan como bestias heridas ante la sola aparente insinuación de cercanía. 

¿Adónde vamos con estas virulencias? ¿Dónde va quedando la calidez humana? ¿Cómo debemos transformarnos para no perdernos en el camino del querernos sin lastimarnos o llamarnos ofendidos por lo que nuestros temores o imaginaciones tachan de latente riesgo?

Una mujer es una mujer es una mujer y, como la rosa del poema implícito, está cargada de espinas que, en el brozal, a veces la enredan hasta confundirla con la maleza, ahogándola en su propia vanidad. No cortes la rosa, ¡ni la toques siquiera! No sea que te vayas a espinar en el intento de admirarla, cuidarla o liberarla de lo que la apresa.

REFERENCIAS.

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