ERA DE LA OPINIÓN…,
como decía la rola, que “Popotitos” no es un primor; pero, ahora hay quienes
quieren convencerme de que es también de lo más dañino.
Recientemente, en un grupo de WhatsApp
—que no es una red social, hablando con propiedad, aunque lo parezca— así como
en redes sociales, comenzaron a circular mensajes como el que muestro
enseguida.
Ahí asenté el
siguiente comentario:
Esta campaña
es una estupidez. Comprendo la preocupación ecológica, pero está mal enfocada.
Debería proponer el cambio en el uso de materiales... Ya los quiero ver postrados
en cama y batidos de líquido por no tener popote para beber.
Acto seguido y como
imaginaba, solo usar la palabra “estupidez” detonó una andanada de comentarios
posteriores que ahora quiero rescatar, por supuesto omitiendo a sus autores por
respeto a los mismos. Dichos comentarios fueron tan escuetos y sintéticos como emoticonos o emojis, pasando por consideraciones moralinas de indignados y
también hubo —los que nunca faltan— aplausos ruidosos en contra de mi dicho.
Mis respuestas son con las que construyo ahora este ensayo.
“Obvio tiene que
haber excepciones”, dijo la primera persona en reaccionar; “pero, posicionar y
desincentivar el uso de plásticos y popotes no puede ser una estupidez.
Afirmarlo lo es...”
La discusión trajo
a mi memoria que miembros de mi familia trabajaron con plásticos, ya que
mi padre, publicista, tuvo fábrica de anuncios de plástico
acrílico, y el padrino de una de mis hermanas tuvo fábrica de popotes, los un
tiempo famosos popotes
“Lu-Ang”, de los primeros popotes de plástico en existir
en México a mediados de la década de los sesenta (hoy inexistentes, llamados así,
no por la ciudad de
Luang Prabang, sino por los apelativos de Luis y Angélica
Jalife, mis queridos compadritos y sus hijos con una de las más queridas amigas
de la infancia de mi madre).
Reflexionando sobre
esa primera reacción expuse que no es cuestión de “excepciones”. “Posicionar” y
“desincentivar” el uso de plásticos sí va a depender de ciertas calidades y
especificaciones de los mismos, pues no todos pueden tratarse de igual modo al
momento del reciclaje. Pero, proponer como hace estúpidamente esa campaña “anti-popote”
la “desaparición” de los popotes por ser de plástico sí es una reverenda
imbecilidad además de un exceso que pasa por alto la
historia misma del popote, su razón de ser, los materiales empleados
para su fabricación (vidrio, metales, cerámicas, juncos, etc.) y utilidad
(CULTURIZANDO, 2017).
Quien aplaude
semejante torpeza de comunicación incurre en lo mismo, porque se muestra
incapaz de ver más allá de lo evidente. La campaña está mal hecha, mal enfocada
y mal comunicada, es un mensaje falaz por parcial, sensacionalista y
distorsionado en su fundamento. Si esta explicación les parece, a algunos,
estúpida, será porque pretende poner un espejo frente a las cosas que cada vez
más frecuentemente compartimos en las redes sociales, las que se han convertido
en el reducto predilecto de la estupidez.
El origen de la falacia
Mas, vayamos por
partes y ubicando las cosas en contexto. ¿De dónde y cómo surge esa campaña, al
menos en la historia reciente?
A mediados de abril
de 2017, un colectivo formado por jóvenes poblanos y tlaxcaltecas preocupados
por temas ecológicos lanzó en Tlaxcala, junto con restauranteros, la citada
campaña “#sinpopote (AVENDAÑO, 2017) con la finalidad de proponer al
congreso local de Tlaxcala la creación de una ley para regular el uso de
platos, vasos, cubiertos y popotes de unicel o plástico como ya se ha hecho en
países de Europa o incluso como ya se había propuesto en Guerrero, a comienzos
de 2017 por
iniciativa del diputado del Partido Verde
Ecologista Eduardo Cuevas Ruiz y en otros estados de la República Mexicana, haciendo eco del
movimiento “anti popote” iniciado en 2016 [
cf.
(QUADRATÍN, 2017),
(SOL DE MORELIA, EL (redacción), 2017),
(JUÁREZ, 2016),
(YARID, 2017)].
El colectivo obedece al nombre
Kybernus.
Kybernus, como explica en su página corporativa, es
[…]
una organización de la sociedad civil que forma parte de los programas de
creación de valor social de Grupo Salinas. Fundada en 2011, tiene por
objetivo fomentar la cultura de liderazgo ético en la juventud de México.
Es
una organización apartidista, laica y no lucrativa, que trabaja desde lo local
y está conformada por más de 2,000 participantes en los 32 estados de la
República.
Kybernus
impulsa y reconoce el talento individual y la colaboración de los liderazgos
locales para incidir positivamente en su comunidad [cf. (KYBERNUS, s.f.), (GRUPO SALINAS, 2016), (KYBERNUS,
s.f.)].
El anuncio
publicitario —de ningún modo
meme (WIKIPEDIA, Colaboradores de, 2017), aunque así se lo
pretenda distribuir y difundir en las redes sociales— detonador de la discusión
fue elaborado para la dichosa campaña y diferentes empresas han colocado su logotipo en calidad de patrocinadoras de la misma. En este caso, la empresa
Ecoshell,
fundada en 2010 y que en su página corporativa se describe [corrección de
estilo mía]:
Ecoshell es […]
empresa líder en México gracias a su más amplia gama de empaques, bolsas y
desechables hechos con base en plantas que logran biodegradarse entre 90 a 240 días,
sin dejar residuos tóxicos en el medio ambiente, gracias a que los
micro-organismos se alimentan de los productos logrando reintegrarlos a la
naturaleza.
Detrás de esta
empresa y su operación se encuentra
Carlos Camacho, un joven emprendedor
naucalpense, Ingeniero
Industrial egresado de la Universidad Anáhuac y estudios en Harvard, que en
algún momento de su carrera se desempeñara como Gerente de Relaciones
Comerciales de
Grupo Salinas y quien
en su perfil de
LinkedIn se describe
[traducción y corrección de estilo mías]:
Tengo
pasión por ser emprendedor y buscar nuevas metas. Busco mejoras o empresas
comerciales para mi negocio. Tengo experiencia en negocios sustentables, así
como en la aplicación de nuevas tecnologías hacia el medio ambiente.
Uno
de mis objetivos profesionales es cambiar la industria para que sea más
sustentable y más rentable (CAMACHO,
s.f.).
Del dicho al hecho…
Puesto en claro el
origen estrictamente publicitario y comercial del mensaje detonador de la
discusión, es momento de dilucidar, de interpretar su verdadero propósito y
trasfondo.
Detrás de todo
mensaje, en su hechura misma, siempre, invariablemente encontraremos varios
niveles de lectura. Para empezar tres, como ya he explicado en otras entregas:
el del autor, el del lector, el de la obra en sí misma. Y este último es el más
complejo de interpretar y el más importante.
Comencemos con un
dato, el primero que revela la estupidez y falsedad probable del anuncio. Una
cifra ¡aterradora! y por lo mismo sensacionalista: “Una persona utiliza 38 mil
popotes en su vida”. La cifra, de entrada, resulta excesiva. Si consideramos
que hoy la esperanza promedio de vida, al menos en México y de acuerdo con
datos de CONEVAL, INEGI y Banco Mundial [cf.
(JACOBY, 2015), (INEGI, 2016)]
es de 76 años y que el consumo de popotes comienza alrededor de los 3 años de
vida, eso nos resta 73 años como consumidores “activos” del producto, es decir
un aproximado de 26 mil 645 días de vida, lo que significaría un consumo de
poco más de 1.4 popotes al día. Ello, para el bolsillo del consumidor implica
un gasto destinado solo a ese producto de entre 280 y 290 pesos anuales,
independientemente del material del que estén hechos los popotes.
El anuncio en
cuestión, a simple vista, permite dilucidar el interés comercial y empresarial
que lo sustenta (lectura del autor). En este caso, el de la empresa Ecoshell por impulsar, promover el uso
y adquisición de sus productos presumiblemente sustentables, frente y en
comparación con los de la competencia. Una caja de popotes de plástico con 225
unidades cuesta alrededor de los 125 pesos, mientras que un paquete con 500
unidades de popotes biodegradables cuesta poco más de 290 pesos, es decir,
ambos productos implican un costo aproximado de 80 centavos por la cantidad
diaria que supuestamente, según esas estadísticas falaces, consume una persona.
Es decir, una persona habría de destinar 290 pesos anuales de su presupuesto
para consumir un paquete y medio de popotes de plástico o uno solo de popotes
biodegradables. A primera vista parecería más barato y un ahorro comprar un
paquete de 500 que uno de 225. ¿Dónde está el negocio? Ecoshell lo aclara al especificar entre las características de su
producto que este es compostable en un plazo de 45 días. Cabe añadir que una
vez salido el producto al mercado comienza su degradación, aun cuando esta se
acelera tras el consumo y exposición, en este caso, a los líquidos y otros
elementos y condiciones de la naturaleza como la humedad. Ello significa mayor
probabilidad para la empresa “ecológica” de obtener un poco más de ganancia que
la empresa “no ecológica” con base en la obsolescencia del producto.
Ya antes de los
popotes de plástico, se habían elaborado popotes de papel encerado. Una de las
razones que llevaron a cambiar y optar por el nuevo material, el plástico, fue
a ojos empresariales y sin duda el relativo a los costos. Resultaba más rentable
elaborar los popotes con plástico que con papel y cera, además no quedaba excluida
la posibilidad del reuso.
La faramalla ecologista
Con la llegada de
los discursos ecologistas, muchos de los materiales empleados en los productos
de uso cotidiano se vieron puestos en duda por sus efectos sobre la salud, para
empezar. Lo mismo las cerámicas (por su contenido de plomo, por ejemplo, o los
barnices) que los plásticos en tanto uno de los muchos derivados de la
industria más poderosa en el mundo, la del petróleo, y que hoy por hoy se
encuentra dando sus patadas de ahogado conforme a las proyecciones de
producción y consumo que avizoran —esto ya desde mediados de la década de 1990—
el final de la era del petróleo hacia el 2050.
Así, alimentos,
juguetes, cosméticos, ropa, y un largo, extenso etcétera vienen experimentando
una dolorosa transformación, a veces en retroceso al retomar materiales que ya
se habían dejado atrás por razones que, entonces, se adujeron como apropiadas,
adecuadas, responsables.
El empleo de
materiales como el papel producido a partir de fibras vegetales, si bien en su
etapa final nos lo pretenden vender como uno de los más sustentables, lo que no
nos dicen es la cantidad de gasto que implica, por ejemplo, en el uso de agua
como parte del proceso para tratar esas fibras hasta lograr el producto final a
colocar en las manos del consumidor.
Y es que el
discurso ecologista, aunque noble en su principio y fondo, al propender a
actitudes moralinas o sensibleras, pierde con facilidad el esquema general de
lo que se requiere para una producción de veras sostenible, mejor que solo sustentable.
Mucha de la
justificación empleada en los años 40 para impulsar el uso y consumo de los
derivados del petróleo se basó en dos argumentos, uno belicista y otro
ecologista. El primero apelaba al patriotismo a contrapelo del nacionalismo. La
Segunda Guerra Mundial promovió notablemente, por una parte, el empleo de
fibras sintéticas, por ejemplo, el nylon,
el poliéster (las fibras acrílicas aparecerían hacia la década de los setenta)
para la producción de medias y otras prendas de vestir, mientras por otro lado
desincentivaba la producción de seda, la que se utilizaba originalmente para
muchas de esas prendas y la industria militar prefirió destinar a la
elaboración de paracaídas. Algo semejante comienza a ocurrir ahora tras la
legalización de la mariguana, no solo aduciendo razones medicinales, sino
porque sus fibras tienen hoy un importante papel en la fabricación de prendas
de vestir. Se requiere reglamentar su producción para, de esa manera,
justificar su existencia como especie botánica. Y así sucederá, más pronto que
tarde, con la planta de la coca y la amapola. O, ¿qué? ¿No son plantas que
también requieren de gozar del proteccionismo ambientalista? Muchos
laboratorios farmacéuticos así lo creen.
El otro argumento,
ecologista, se basaba en argumentos tales como prevenir la extinción del gusano
de seda o la promoción del empleo (en tanto factor de ecología humana y no solo
sociológico).
De entonces a la
fecha, y sobre todo desde mediados de la década de los noventa, muchas empresas
y grandes organizaciones han abrazado el discurso, no por auténtico y legítimo
interés en la ecología como, más bien, estrategia administrativa,
organizacional y mercadológica para la gestión de una imagen que las muestre
ante el público como empresas “socialmente responsables”, en una suerte de
hipocresía corporativa. Lo más grave es que mucho del público consumidor es
acrítico y también consume con singular alegría esa clase de mensajes,
creyéndolos cual si leyes divinas, al igual que consume los productos en la
creencia de su probable necesidad.
Más que un asunto de criterios para "educar"
Sin olvidar el
motivo de este ensayo o reportaje, como se lo quiera ver, viene aquí a lugar lo
dicho por otra de las personas en reacción a mi comentario sobre el anuncio
[corrección de estilo mía]:
Se refiere al
uso de popotes por gusto y no por necesidad. Hay que usar el criterio. En
muchas ocasiones hay que usarlos por necesidad y no por gusto. En fin, cada
quien piensa distinto de acuerdo con su conciencia ecológica.
El agudo crítico Gilles
Lipovetsky ya apuntaba a finales del siglo pasado:
[…] frente a
los nuevos desafíos de la innovación y de la incertidumbre, el pensamiento
empresarial ha realizado una puesta al día crucial, poniendo de nuevo en
cuestión los conceptos fundamentales de la empresa tayloriana en vigor desde
las primeras décadas del siglo. En el marco de ese giro, la ética se ha
convertido en un parámetro constitutivo de los nuevos métodos de organización
del trabajo: idealmente la gestión funciona en la actualidad “en la ética” como
en otra época lo hacía “en la disciplina”. Según el nuevo paradigma, el éxito
económico requiere, en efecto, la primacía del hombre, la eliminación de
prácticas humillantes y formas desresponsabilizadoras del trabajo. La empresa
con ultra logros debe considerar a los hombres como su principal baza,
experimentar nuevos modos de gestión centrados en el respeto y la valoración
del individuo, extender las responsabilidades, proponer planes de participación
en los resultados y de perspectivas de formación. Todos los signos que reflejan
el desprecio de los hombres y la falta de confianza deben ser combatidos, el
dinamismo económico será de rostro humano o no será (LIPOVETZKY, 1994, pág. 270).
Para el caso de la
industria del popote empieza a ocurrir lo de siempre: una lucha encarnizada por
un trozo del mercado; pero que, desde la década de los sesenta y luego en los
noventas, pudimos atestiguar de manera más cruenta con otros productos y
marcas.
En esas décadas,
por ejemplo, la industria azucarera mexicana hubo de enfrentar los ataques de
otra industria en surgimiento, relacionada con la petroquímica y farmacéutica,
como fue la dedicada a la producción de la sacarina, primero, y después otros
edulcorantes, pasando por la sacarosa, la fructuosa y más recientemente la
promoción ecologista del uso y consumo de la estevia. Lo sé de primera mano
porque mi padre, de nuevo, tuvo a su cargo la campaña publicitaria para
reposicionar al azúcar frente a la sacarina (guardo todavía ese material). No
fue gratuito el apoyo que recibió la industria azucarera a punto de la quiebra
durante el sexenio de Vicente Fox, quien laborara en su juventud para
Coca-Cola, [cf. (GUARNEROS & GONZÁLEZ, 2001), (MORALES, 2001), (CHÁVEZ Maya, 2013), (MARES, 2012)].
De uno y otro lado,
las industrias en competencia han recurrido a la publicidad —y eso no tiene
nada de particular— para inclinar a su favor las preferencias del público
consumidor, argumentando toda clase de discursos, así los de aparente o
comprobable base científica y médica con datos que favorecen las bondades y
beneficios del producto en oferta, hasta los de índole sociopolítica. De la
noche a la mañana un producto puede ser convertido en el villano favorito que
atenta contra la salud, la seguridad o la economía del consumidor que, llevado
más por sus necesidades y creencias que por la razón, termina apropiándose del
discurso más ajustado a su manera de pensar y sentir, equivocada o no, siempre
en algún grado incompleta; al fin, como diría Voltaire, todos llevan razón.
Mientras, el producto heroico se exhibe como el paladín de los principios y
valores de moda que viene al rescate de la población local, nacional o mundial.
Si este dice “el azúcar es tóxica” o “la sal es adictiva”, este otro dirá “el
azúcar es buena para las neuronas” o “el consumo de electrolitos previene
cardiopatías”.
Lo mismo está
sucediendo ahora con los popotes, en tanto consecuencia de una guerra más honda
como lo es la que se basa en la producción del petróleo. Para transformar las
preferencias del público, se apela a la “conciencia ecológica” sin especificar
la lucha de intereses económicos existente entre los fabricantes asociados y
relacionados con la industria petroquímica frente a los de la industria del
papel, artículo además que, con el advenimiento de las nuevas tecnologías, se
ha visto afectado en sus variantes y posibilidades de uso y consumo. Este
texto, por ejemplo, no lo estoy escribiendo sobre papel, sino directamente
sobre mi computadora, la cual por cierto lleva entre sus partes algunas
fabricadas con algún tipo de plástico o metal.
Así, mirar anuncios
como el cuestionado de forma superficial y consumir su mensaje sin reparar en
el trasfondo nos lleva a una interpretación reduccionista, por no decir
simplista, en tanto lectores. Decía en el WhatsApp otra reacción [énfasis mío]:
Llamar a una
campaña de concientización al uso del popote de plástico o cualquier otro
plástico “una estupidez” refleja la falta de conocimiento de las
consecuencias que como humanos narcisistas cometemos a un ambiente abusado.
Pretender vivir en una “nubecita rosa” mientras no se vean los resultados de la
negligencia personal es peligroso para la supervivencia de todos, incluidos los
humanos.
Todo mensaje
implica no solo el paradigma que lo sustenta, sino incluye la paradoja que lo
contradice. Lo importante, siempre, al interpretar un mensaje, no es lo que
resulta evidente, sino lo que no lo es. Y más aún la síntesis de la tesis y la
antítesis palpitantes en su interior. El arte, en este sentido, es el mejor
ejemplo de lo que vengo exponiendo. Las
esculturas efectuadas con popotes ¿qué mensaje pretenden enviar? Algunas de
ellas, en atención y motivadas por el movimiento anti popote cifran su razón de
ser justo en la existencia de los mismos popotes que hacen el material creativo
que las sustenta. Y no faltan empresas como Nestlé que se han sumado a esa ola.
La dicotomía ahí
está: no consumas popotes, pero sin esos popotes que consumes yo (la obra), no
podría mostrarte otra utilidad del mismo producto que desdeño y señalo como
nocivo.
Es evidente en el
anuncio todo el mensaje paradigmático hacia la promoción del abandono del uso
del popote de plástico como práctica cotidiana. Mi crítica, en todo caso, ha
ido precisamente por el lado de lo que el anuncio oculta: esa lucha de
intereses de carácter industrial y empresarial.
Puedo acompañar sin
ningún reparo a las reacciones que, como esta última, señalan los riesgos para
nosotros como especie —y todas las demás de las que dependemos y/o dependen de
nosotros— de quedarnos en la negligencia ecológica. Lo que no puedo ni debo
acompañar es la ceguera y necedad de un discurso que, pretendiendo una noble
preocupación ecológica, encuentra el modo de envolverme en tanto consumidor para
inclinarme hacia su propuesta comercial disfrazada. Por un lado y, por otro, Más
de una vez me he carcajeado de tantas de esas personas sensibleras que,
acusando una falta de conciencia ecológica en terceros, más pronto que tarde
acaban mostrándose como faroles de la calle y oscuridad de su casa. Basta ver
la basura que pueden simplemente dejar al paso en una calle sin hacer nada más
que mover la cabeza reprobando el hecho y expresando la queja.
[…]
En un universo de competencia mundial dominado por la inestabilidad, la
velocidad de los ciclos de innovación y los trastrocamientos de la demanda, la
competitividad de la empresa requiere flexibilidad y calidad, que ya no son
compatibles con el modo de conducción jerárquica y autoritaria.
[…]
La ética de la responsabilidad traduce no tanto la consagración ideal de la
autonomía individual como la inadaptación de la regulación disciplinaria ante
las nuevas presiones de innovación permanente y de calidad total […]
Así
se desarrolla la “trampa de la razón” empresarial, la intensificación de la
guerra económica es la que lleva a la preocupación ética en el mundo de los
negocios, es la hipercompetencia materialista la que pregona el ideal de
responsabilidad individual [y social] (LIPOVETZKY, 1994, pág. 274)
Mi crítica, al
calificar al anuncio y a la campaña como “estúpidas” lejos está de calificar de
la misma manera al espíritu que las motiva. Son dos cosas muy distintas.
Las reacciones a mi
dicho, en tanto comunicólogo, me recuerdan aquella observación que hacía Marshall
McLuhann (y lo digo por aquello de la “nubecita rosa” en uno de los comentarios
previos):
A los
estudiosos de los medios se los acusa con persistencia de escapistas
ociosamente concentrados en los instrumentos o procesos más que en la
“sustancia”. A esos acusadores se les escabullen los cambios dramáticos y
rápidos de “sustancia”. No se puede sobrevivir si uno enfoca su ambiente, el
drama social, desde un punto de vista fijo, inmutable: la estúpida respuesta
reiterativa ante lo que no se percibe (McLUHAN & FIORE,
1969, pág. 10).
Cuando la estupidez nos alcanza
Una de las mayores tentaciones de la estupidez es la de prohibir todo aquello que, desde su óptica, resulta poco o nada funcional. Y se escuda en el derecho que tiene la humanidad para erradicar lo que no sirve. (Ese es el espíritu detrás del soylent green, las "galletitas verdes" de la obra de ciencia ficción Cuando el destino nos alcance.)
De los dichos
contradictorios de mi postura se colige que a las personas que reaccionaron les
resulta “estúpido” consumir popotes salvo por necesidad. Y pueden argumentar lo
mismo explicaciones sobre el efecto gástrico de los gases contenidos en las
sodas, que el triste, trágico y patético caso de la pajilla encajada en la fosa
nasal de una tortuga marina. Por lo tanto y por extensión, a esas mismas
personas, leer desde una perspectiva distinta de la suya el anuncio les resulta
igualmente estúpido. Por ende, yo soy un estúpido. Y sí, lo acepto, lo soy
tanto como cualquiera y ¡quien esté libre de estupideces que arroje la primera
diatriba! A esos lectores, el anuncio les parece “una buena idea”.
Explica
André Glucksmann:
No basta con
tener ideas buenas y justas para que escapen al gran riesgo de verse admitidas
y después aceptadas para degradarse en estereotipos anodinos en la palabra
corriente; la estupidez se lo traga todo, pero no suelta nada; su lógica
mecánica la encierra en sí misma y le asegura una permanente autonomía de
reptación. ¿Cómo se puede objetar ese destino? La maquinaria funciona
correctamente en el interior de límites definidos […] (GLUCKSMANN, 1994, pág. 143).
Pero, además, este
autor nos explica al analizar el esquema lógico que podemos hallar en cualquier
acto o mensaje que tachamos de estúpido:
Puesto que la
lógica booleana reduce cualquier extrañeza a la nulidad de una contradicción
que se autodestruye, el antiestúpido la resucita: “La antítesis se yergue
incesantemente ante mis ojos. Jamás he mirado a un niño sin pensar que se
convertirá un día en un viejo, ni a una cuna sin pensar en un sepulcro…” […]
Esas antítesis no son inocentes ni gratuitas. Destotalizan la vida y privan a
los bienpensantes de la sucesión de enternecimientos que sujetan sobre un
espacio socialmente ritmado. En el universo-del-discurso, infancia, vejez […]
se encuentran alineadas una al lado de la otra como facetas sensatas de un
conjunto recortable: el curso de una existencia [ibid.].
Ese conflicto
ideológico interno es lo que busco destacar al hacer la crítica del anuncio.
Los lectores poco avezados podrán adoptar la tesis o la antítesis. Yo prefiero
abrazar el conjunto y procurar la síntesis en afán de ese no concluir a
rajatabla lo que unos u otros pretenden como lo bueno, lo correcto, lo
deseable, lo propio. Porque parte del método de la estupidez consiste justo en
reducirlo y apresurarlo todo a su cálculo conclusivo, a la sentencia, del modo
que lo exponía Lewis Carrol en Alicia en el país de las maravillas
y retomó McLuhann [op.cit. 42-43
pp.]:
Ahora
ocupémonos de las pruebas y después de la sentencia —dijo el rey.
¡No!
—dijo la reina—. ¡Primero la sentencia y después las pruebas!
¡Qué
tontería es esa de dictar antes la sentencia! —gritó Alicia tan estentóreamente
que todo el mundo pegó un salto.
Así, como puede
notarse y como señala Glucksmann, exhibo la estupidez en una astuta táctica:
[…]
tomada en broma, la estupidez choca consigo misma. ¿Qué dice Flaubert? ¿Una
mujer desnuda, un esqueleto? ¡Qué estupidez! No hay duda, pero proyecta su
propia imagen a la estupidez. Metida en una lógica que le garantizaba malos
encuentros, jamás se había presentado ante sí misma. La broma macabra hace
aparecer la estupidez, como tal, mediante un navajazo en la ley del etiquetaje
[…]
El
fenómeno estúpido descubre un efecto, el estúpido fabricado manifiesta su forma
(duplicadora) de producción. A un tercer nivel de percepción, la estupidez se
revela como unidad de la causa y del efecto, subyuga al acto y al actor, al
emisor y al receptor, es el momento de espíritu […]
El
espíritu no saca conclusiones, no concluye y, si ignora de dónde viene y adónde
va, igualmente se abstiene de encontrar en sí mismo el fundamento que lo
autoriza; a diferencia de las sentencias gnómicas y de los preceptos sabios,
los malos pensamientos tan solo se mantienen por la estupidez que desvelan [op.cit.
144-152 pp.]
Me parece bien, y
con esto concluyo —¡qué estupidez!—, que ese espíritu noble ecologista prenda
en la conciencia de mis vecinos y amigos o incluso de los desconocidos. Pero,
las razones éticas que sustentan el anuncio capaz de provocar ese despertar no
nada más abreva de un lado del río.
La industria en
general comenzó a apostar por la obsolescencia a mediados del siglo XX, al
percatarse de que era mejor negocio producir objetos de consumo con periodos de
caducidad próximos a la salida al mercado que hacer bienes literalmente
imperecederos o duraderos. La publicidad los planteaba así, como bienes duraderos,
reparables, pero a la primera de cambios había que estar adquiriendo una nueva
aspiradora, un nuevo auto. Eso no ha cambiado mucho sino, al contrario, se ha
agravado aun con los productos clasificados como “ecológicos”, “orgánicos”,
etcétera.
Hoy, los costos de
reproducción de refacciones hacen inviable la obsolescencia de viejo cuño. Los
técnicos, magos reparadores, o están en extinción o en franca adaptación a las
reglas del juego industrial. Pero, paradójicamente, el mismo discurso
ecologista crítico de los efectos de dicha obsolescencia da los elementos
conceptuales para que los productores, parapetados bajo el escudo del reciclaje
y la “innovación”, opten por una nueva manera de obsolescencia, la que prohíja
el “desecho sustentable” resultante del reciclaje y la autodegradación. Bien
cuestionaba otra de las reacciones a mi comentario original:
El uso
generalizado de los plásticos ha venido a dar conveniencia inmediata al humano.
El beneficio obtenido en los utensilios de plástico no es una situación
ganar-ganar. ¿Será ganadora una situación donde el uso del plástico por veinte
minutos amerite su existencia por decenas de años en basureros, ríos, lagos,
playas, mares, etc.?
Si antes el objeto
consumible dejaba de funcionar porque un engrane de plástico roto lo hacía
inservible y un deshecho no biodegradable, hoy ese mismo objeto se vuelve
inservible y sustituible más pronto que tarde por estar conformado con partes
de menor calidad, pero mayor garantía biodegradable. Como en todo, unas cosas devienen
por otras.
Nos recuerda
Lipovetsky [corrección de estilo mía]:
El
primer momento de la era del consumo se instituyó a través de las oposiciones
binarias ocio/trabajo, bienestar/disciplina, vida privada/vida profesional,
divisiones distintivas culturalmente jerarquizadas en privilegio de los
primeros términos: la “verdadera vida” se asimilaba a los placeres, las
vacaciones, el tiempo libre. Esa época toca a su fin […]
[…]
Esta es la paradoja: el rechazo de la organización tayloriana y el broche final
de la empresa humanista aceleran la desestabilización y la fragilidad
subjetivas. Ya sea en la esfera privada como en la esfera profesional, en todas
partes la autonomía individualista se paga con desequilibrio existencial. Si la
denuncia de la empresa tecnocrática y la celebración del individuo responsable
y creativo merecen el elogio al reactivar la tradición ética del respeto a la
persona [o al medio ambiente], no deben perderse de vista las nuevas
contradicciones que resultan de ella: más independencia, pero más ansiedad; más
iniciativa, pero más exigencia de movilización; más valoración de las diferencias,
pero más imperativa competición; más individualismo, pero más espíritu de
equipo y de “comunidad integrada”; más celebración del respeto individual, pero
más conminaciones a cambiar y reciclarse (LIPOVETZKY, 1994, págs. 275-279).
El anuncio en
cuestión, pues, es estúpido por la manera como está elaborado. Pero que sea
estúpido no le quita razón al paradigma que plantea, como tampoco anula la
paradoja que lo acompaña irremisiblemente. Los lectores estúpidos optarán por
uno u otro lado de la moneda, adoptando un partido particular a favor o en
contra de los popotes, sin considerar los matices que a lo largo de la historia
transformaron al popote en sustancia, pero no en esencia.
El verdadero
cuestionamiento no está en si adoptar una actitud “anti-popotes” o favorecer su
existencia. Sino gira en torno a los materiales con los cuales son fabricados
los popotes y el impacto que estos, por virtud de su utilidad, tienen sobre la
naturaleza. Como bien destacó otra de las reacciones a mi dicho:
Hay que tomar
conciencia del cambio climático, no solo se contamina con gases emitidos por
combustibles, también con plásticos, por algo ya se firmó el Acuerdo de París, todos
debemos de ser, no un poco, más conscientes.
Tan estúpida
resulta la campaña que, toda proporción guardada es equivalente a esa otra
mediante la cual los “protectores de los derechos animales” han estado
arremetiendo contra circos y cosos, con una actitud más destructiva que
constructiva. En el caso de la fiesta brava, como ya he escrito en estos
Indicios
Metropolitanos, es preferible mejor que acabar con ella transformarla
de manera que los derechos de los animales no se vean trastocados. Modificar, regular ciertas prácticas y modos no tiene por qué implicar el extremo odioso de
erradicar algo. Ya hemos visto las tristes consecuencias de la necedad y la estupidez a que llevó a numerosos animales de circo "rescatados" por los "bienpensantes".
En fin, “«Popotitos»
no es un primor / pero baila que da pavor”.
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Referencias
AVENDAÑO, J. (4 de abril de
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