Maneras de amar y creer
Si bien comulgo con lo expuesto y sintetizado en la imagen a partir de la Biblia expuesta arriba, seré contreras...
- Responder sin discutir es una invitación a cancelar el diálogo y el debate (antidemocrático).
- Confiar sin dudar es abrir demasiado la puerta de la inocencia y la ingenuidad, rayar en el carácter de imbécil (checar etimología del vocablo http://etimologias.dechile.net/?imbe.cil)
- Hablar sin acusar es tanto como mirar de soslayo, claro que no es adecuado imputar sin fundamento, pero también lo es la expresión hueca.
- Perdonar sin castigar es una virtud siempre y cuando la falta a perdonar no requiera una enmienda ejemplar para prevenir su repetición.
- Prometer y no olvidar lo prometido es... ¿Qué iba yo a decir? ¡Ya se me olvidó!
- Orar sin cesar, o cansa al orador, o cansa a la audiencia ya se trate de un oidor divino o de uno mundano.
- Escuchar sin interrumpir es cerrar la mente a la duda oportuna. Claro que esta puede ser expresada tras finalizar el hablante, pero ¿no dicen que a la oportunidad la pintan calva?
- Dar sin medida, suena bien, pero está tan extendido aquello de que (y esto conecta con el inciso quinto) “prometer no empobrece, dar es lo que aniquila”, que luego por eso tampoco aplica el inciso dos.
- Gozarte sin quejarte. ¿Qué es el gemido sino una queja plácida, conmovida?
- Compartir sin pretender va de la mano del inciso ocho, porque ya se sabe que quien da y quita, con el Diablo se desquita, eso, si se cree en la existencia del Diablo, y como no puede creerse en el Diablo sin creer en Dios y viceversa, pretenderse santo puede ser tanto como pretenderse demonio. Así, comparto esta imagen pretendiendo que es verdad absoluta, cuando tampoco lo es.
A raíz de lo dicho arriba, alguna lectora, ex alumna y amiga me ha expuesto su parecer y conocimiento, destacando la belleza discursiva de la Carta a los Corintios en torno a su tema central, el amor. Así como enfatizando que, aun cuando entre nos hay un respeto y cariño no coincide con lo dicho por mí.
Acudiendo al diálogo propuesto he respondido que conozco bien La Biblia, si bien es una colección que nunca acaba de conocerse a cabalidad. Y es cierto, Corintios (así como el Evangelio según San Pablo) es la referencia fundamental, por ejemplo, en las bodas, para fundar las homilías y excitativas a la pareja para comprender la importancia y valor de la entrega muta bajo la amantísima bendición divina.
Mi interés al publicar esto no es coincidir o dejar de hacerlo, sino mirar las cosas desde perspectivas distintas y asentar que no hay verdad absoluta y, tan no la hay, que esta verdad que asiento no lo es en sí misma (por contradictoria que parezca). La realidad, esa sí, es una, pero se nos presenta a los seres humanos fragmentada, parcelada. Cada cual sólo puede conocer lo que sus sentidos y razón, con sus limitaciones le permiten.
Ese relativismo, no obstante, no determina la ampliación de miras y por eso tenemos la capacidad de aprender y aprehender lo que sucede y explica el fragmento, la parcela de realidad del prójimo.
Pretender imponer cómo entiendo mi parcela de realidad (mi verdad) al prójimo sería y es un atentado elemental al respeto que me merece su situación existencial (su tiempo y lugar).
A veces necesitamos incomodar, picar costillas, ojos, mover tapetes para que los otros comprendan lo odioso que puede ser que se erijan como lo non plus ultra de la existencia, y eso vale igualmente para eso que algunos llaman Dios y su omnisciencia, omnipresencia, omnipotencia y eternidad.
Cada cual cree, en esa parcela de realidad, en algo, llámele como le llame que es superior, más basto, más elemental y que fundamenta esto que somos y denominamos humanidad.
Así como ha habido en la historia quienes han perseguido, señalado a los cristianos, a los judíos, a los musulmanes, a los comunistas, a los nazis, a los homosexuales, a los liberales, a los conservadores, a los ateos, igualmente hemos habido quienes, siendo incluyentes racionalistas, insistentes dialogadores, abiertos y dispuestos al examen de lo absurdo (no por ridículo, sino por ab-surdo, "totalmente otro"), tolerantes nos topamos con otra clase, si no la misma, de intolerancia, la de quienes aferrados a la fe ciega (siempre respetable) sorrajan "la palabra" del evangelio o del Corán o cualquier otro libro (hasta el Quijote) como verdad indubitable.
He aprendido, creyendo y con los años, que no debo de creer a rajatabla ni en lo que digo ni en lo que digo que creo creer. La duda es lo que me mantiene en la humildad y la modestia, si es que hay en mí algo de humilde y modesto. Y también te quiero y mucho.