Mi guerra más breve
Al expresar sus recuerdos, un buen amigo, ex condiscípulo preparatoriano, colega y la primera persona que me entrevistó en la vida (y no por las causas que más hubiera querido yo) ha removido mis recuerdos...
Con quien yo jugaba más era con mamá, era en realidad mi única compañera de juegos, considerando que la diferencia de edad con mis hermanas además del género suponía intereses muy distintos. Los amigos de la escuela o vecinos eran eso, solo eso y para esos momentos del patio o la calle. Con mi madre jugué casi todo incluso a los soldaditos. Sólo una vez jugué con papá y fue la guerra más determinante, la más breve de la historia.
Recuerdo que tardé poco más de una hora en acomodar los soldaditos en los diversos rincones de la sala, pensando en las estrategias, las mejores localizaciones, colinas, valles, cañadas donde emboscar, trincheras, poblados, caminos para pertechos... Había lo mismo soldados medievales, abigarrados caballeros andantes, que tropas de la primera guerra, guerreros aztecas... Mientras mamá hacía la comida.
Era miércoles, el día de la semana cuando papá llegaba a comer. Ese día llegó antes, unos minutos antes de lo esperado y lo vi como la oportunidad dorada para jugar juntos. Él aceptó de buen grado, tiró una, dos canicas ocasionando pocas bajas entre mis fuerzas, de pronto su diminuta estatura encuclillada se levantó con un mirar mezcla de fastidio y tiranía, sonrisa maléfica, enfiló el pie derecho a mis baterías y arrasó rápidamente (bueno, yo lo ví ocurrir en cámara lenta) con ellas al grito emocional de "¡Y cae una bomba atómica!; y ¡se acabó la guerra!"... Me quedé helado, en menos de un minuto el esfuerzo de más de una hora para levantar un ejército acabó disperso por la estancia. Imaginé cientos de mutilaciones, sangre por todos lados, restos, ruinas. Enseguida ordenó: "Vete a lavar las manos, vamos a comer ya" y se dirigió al baño a hacer lo propio. Escuché a mi madre anunciar desde la cocina que la comida estaba lista para servir.
Desde entonces mis juegos predilectos incluso por computador son los de soldaditos, los de estrategia, los que puedo jugar en solitario y, aun cuando me puede frustrar la inhabilidad con los controles, sé que puedo repetir hasta el cansancio la escena con el fin de vencer la adversidad, lo inesperado. Mi padre no fue de juegos ni de deportes, en cambio fue de discusiones, de charlas, de palabra, de ambición, de lucha, de paciente y amorosa impaciencia. Hoy quisiera saberlo del otro lado de la línea, escuchar su voz, tener la oportunidad de volver a acariciar su hermosa faz.
A veces no sé dónde publicar las cosas que escribo. Y no tanto porque tenga creados alrededor de 20 blogs distintos, sino porque algunos textos caen en varias categorías. Desde la muerte de papá el 18 de agosto de 2013 me hice la promesa de destinar uno de mis espacios para asentar mis memorias alrededor de él. Hacer una especie de mausoleo públicamente personal o personalmente público para honrar a quien fue raigambre, parte de mis fundamentos. Es la fecha que no lo hago, porque estoy dando vueltas a la idea de reducir el número de blogs, achicar el agua del bote de mis pretensiones antes de naufragar por ambicioso. Solo que decidir qué se va y qué se queda, dónde es más prudente y justo incluir qué clase de textos no me ha sido sencillo. Por lo pronto quede este texto aquí, un monólogo de entre mis varios, en lo que escombro la casa.