¡Se acabó?

agosto 28, 2016 Santoñito Anacoreta 0 Comments

A VECES LAS PALABRAS MUEREN detrás de los hombres que les dieron o pudieron haberles dado vida.

La muerte del gran Juan Gabriel no me tomó tan de sorpresa. Tenía varíos días escribiendo, mejor dicho barruntando un texto sobre lo peculiar que me resultaba que casi a la vez las dos televisoras principales de México, TVAzteca y Televisa programaran sendas series alusivas a dos juglares con gran arrastre popular e internacional como Joan Sebastian y Juan Gabriel.

Alguna amistad del medio artístico, días atrás, compartía conmigo sus consideraciones sobre los yerros narrativos y de factura de ambas producciones, aun cuando la fuente directa de los guiones fueran, en el caso del Divo de Juárez, él mismo, mientras que en el de Joan Sebastian lo fueran sus hijos.

Mi texto, aun enredado en el rodillo de la máquina de escribir, como se decía antes, lo venía yo encaminando justo sobre la idea de que, meses atrás, tantos como poco más de un año, se había dado a conocer bajita la mano que JuanGa estaba muy enfermo de alguna forma de cáncer. Hoy las noticias nos revelan que la causa de la muerte fue una afección cardíaca. Seguramente con el transcurso de los días conoceremos más detalles, porque la leyenda en realidad no comienza, como sucede con otras celebridades, el día que fenece Juan Gabriel. La leyenda en realidad empezó desde aquel día cuando otro gran cantautor vernáculo, José Alfredo Jiménez, días antes de fallecer, profetizara en entrevista con Abraham Zabludovsky que solo veía a un compositor con la talla suficiente para llenar el hueco que dejaría y todavía más: Juan Gabriel.

Por supuesto que hablo un poco de memoria, esa entrevista se la realizó el periodista Abraham Zabludovsky en sus comienzos profesionales. Yo vi la entrevista junto con mi madre en la televisión y se nos quedó muy grabada en nuestro recuerdo, como en el del periodista Jaime Almeida que en ocasiones llegó a comentarla. Abraham preguntó al viejo compositor si veía algún joven que pudiera llenar el vacío que él dejaría cuando ya no estuviera entre nosotros. A ello respondió José Alfredo que sí, mencionó a un joven que empezaba y ya sorprendía, Juan Gabriel. Pero fue más allá, afirmó que veía en él tal potencial creativo que podría ser todavía más grande que muchos más antes, lo comparó con Agustín Lara por su capacidad para abarcar diversos géneros sin tener los más completos estudios. Era, dijo, un compositor nato y auguró no solo éxito sino grandeza en él. Por ahí en la red he visto un fragmento de esa entrevista, en YouTube, pero todavía no encuentro el fragmento preciso donde toca ese tema.


La leyenda, pues, comenzó a escribirse mucho antes de lo que ahora muchos dirán con sus notas necrológicas, obituarios y remembranzas. Lo que ahora se abre es un nuevo capítulo, ¿el del fin de la música vernácula mexicana? Porque ¿dónde han quedado los mariachis, la música ranchera? Hoy todo es ruidosa y monótona música de banda de la que sólo unos cuantos números son rescatables de entre un universo de repeticiones temáticas, rítmicas y metálicas desafinaciones carentes de creatividad.

Para Joan Sebastian se acuñó el pomposo sobrenombre, entre otros, del "poeta del pueblo"; y, a despecho de los grandes literatos, guste o no, el hombre escribía poesía al modo de aquellos antiguos juglares que contaban las alegrías y las penas de la gente común. Menos prolífico y menos sorprendente en su capacidad como compositor que Juan Gabriel, la sencillez de Joan Sebastian, en cambio, fue la cifra determinante de su encanto y predilección entre el público, haciendo posible que la canción vernácula se extendiera más allá del gusto exclusivamente rural. Y en esto coincidió con Juan Gabriel, si bien este último pudo hacerse más universal no nada más por le cercanía de las letras, sino por la audacia de abordar géneros, romper esquemas e innovar en formas y temáticas


La fuerza poética de Juan Gabriel, sin duda, es superior a la de Joan Sebastian, sin que esto signifique que fuera necesariamente "mejor" que aquel. Tratando ambos como tema central de toda su obra el amor, lo que podía en todo caso distinguirlos aparte de lo evidente era el enfoque de las letras.

Más de una vez me han preguntado amigos y lectores, en mi calidad de "poeta", si las canciones son poemas e invariablemente he dicho que sí; y además he añadido que no son formas menores como luego destacan los críticos literarios. Todo poema toma como fundamento el aire y con el descubre el ritmo de la pronunciación de las palabras, los sonidos de las letras, y a través de ellas la musicalidad de la naturaleza, de la emoción que subyace en un gesto, un momento, un lugar, un objeto o una situación. Son historias breves, síntesis de aspectos de la vida o de la vida toda en sí misma.

El poeta y el compositor están hechos del mismo barro, solo que el primero está cocido y decorado, mientras que el segundo parece quedarse más a gusto girando con su moldeable humedad en el torno de la cotidianidad. Ambos hacen música, pero el segundo además la canta. Las obras del poeta son música que se lee, las del compositor son literatura que se canta. Para los primeros, la dificultad estriba en hallar la voz que sepa incrustarlos en la conciencia del público que lee y escucha. Para los segundos, la dificultad está en impedir que la forma del barro caprichoso se cuele entre los dedos del gusto y se haga vulgar fango que luego el olvido borra como hace la lluvia con los pasos en la senda.



A veces las palabras mueren aun antes de ver la luz en los ojos de los lectores. Así ha pasado al texto que venía yo preparando, el que ha dado paso mejor a esta meditación antropológica arrancada por el duelo de una pérdida que afecta no a un individuo, sino a todo un pueblo, al mundo en general. Porque vaya que Juan Gabriel se hizo de talla universal.

Está de más imaginar, especular o precisar o apostar siquiera si el fallecimiento de Juan Gabriel ocasionará la parálisis de México, si será comparable con otros decesos de famosos personajes bien arraigados en el corazón popular. Seguro se desatará alguna forma de pandemonio. Su herencia en dinero será objeto de rebatingas entre propios y extraños, pero más por lo adeudado que por lo acumulado. Su herencia en especie dificilmente tendrá igual.

Nadie le preguntó a Juan Gabriel, como antaño a José Alfredo Jiménez, quién podría llegar a satisfacer aunque sea en parte el vacío que dejaría al faltar. Nos queda ahora la duda. Y no es por hacer menos a nadie, pero, la verdad, miro alrededor, en las casas disqueras tan vapuleadas por la modernidad cibernética que ha cambiado el esquema de ventas musicales; miro a las casas productoras, a los teatros, en la Asociación de Autores y Compositores y solo veo ausencias, al menos en lo tocante a la música vernácula mexicana. Baladistas abundan, el bolero se resiste a morir. Con el próximo retiro de Vicente Fernández, la estafeta queda en manos de su hijo Alejandro Fernández, quizá en Aída Cuevas y otros cantantes que poco a poco han ido cayendo en el olvido ante el arrastre de la música de banda, el hip-hop, el rap, y los pseudomúsicos y pseudocompositores en que pretenden erigir los entusiastas pero neófitos a los DJs (simples tocadiscos, cada vez tanto o más sordos que sus audiencias).

A veces las palabras mueren... también...


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