ERA DE LA OPINIÓN… de que México era un país con la cabeza erguida, orgulloso de su historia y sus tradiciones, pero tal parece que hoy México es todo lo contrario; más parece un país abatido por la pandemia, la economía, el crimen y las torpes decisiones de sus gobiernos.
En la consideración anterior he utilizado una palabra con todo propósito: el verbo abatir.
Desde el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, el verbo abatir ha sido empleado no solamente con torpeza sino con exceso por todos aquellos políticos, periodistas o personas comunes que han abordado el tema del crimen organizado, el combate al narcotráfico, en la nota policiaca o los discursos populistas. Noticias van y vienen, y la constante es el abatimiento del delincuente, el abatimiento de la mujer, el abatimiento de los derechos elementales. Y todo comenzó con un informe dado por los militares allá a comienzos del sexenio de Calderón, al poco tiempo de haber declarado el ex presidente la guerra al narcotráfico. Una guerra que, si por una parte parecía necesaria, por otra parte resultó contraproducente en sus efectos tanto como en sus expectativas, al punto que hoy el estado y sus recursos han sido rebasados en muchos de sus esfuerzos por conseguir la paz, la tranquilidad, la legalidad en este nuestro México abatido.
Pero no podemos culpar a los militares del abuso y mal uso que se ha hecho de este verbo abatir. Ellos, en su momento, al elaborar el primer informe donde utilizaron esta palabra, lo que pretendían era describir, informar acerca del hecho de que habían sometido y aprehendido a determinados criminales, no que los habían asesinado. Pero tal parece que los afanes justicieros solamente entienden la palabra abatir en una de las acepciones que nos provee el diccionario y como eufemismo sinónimo de asesinar:
1. tr. Derribar algo, derrocarlo, echarlo por tierra. U. t. c. prnl.
2. tr. Hacer que algo caiga o descienda. Abatir las velas de una embarcación. U. t. en sent. fig. Roma abatió el poder de Cartago.
3. tr. Inclinar, tumbar, poner tendido lo que estaba vertical.
4. tr. Hacer caer sin vida a una persona o animal.
5. tr. Hacer perder a alguien el ánimo, las fuerzas, el vigor. U. m. c. prnl.
6. tr. Desarmar o descomponer algo.
7. tr. En determinados juegos de naipes, dicho de un jugador: Conseguir la jugada máxima y descubrir sus cartas, generalmente en forma de abanico sobre la mesa.
8. tr. Geom. Hacer girar alrededor de su recta común un plano secante a otro hasta hacerlo coincidir con él. U. t. c. prnl.
9. tr. desus. Humillar a alguien. Era u. t. c. prnl.
10. intr. Mar. Dicho de un buque: Desviarse de su rumbo a impulso del viento o de una corriente.
11. prnl. Dicho de un ave, de un avión, etc.: Descender, precipitarse a tierra o sobre una presa. El cuervo se abatió SOBRE una peña. U. t. en sent. fig. La desgracia se abatió SOBRE ella.
Cuando examina uno la realidad que hoy estamos viviendo en México, no cabe duda que cada una de las acepciones del verbo abatir son aplicables.
México es un país abatido. Las leyes han sido abatidas junto con el estado de derecho que deberían de sostener. Los servicios de salud pública están abatidos, en parte, por la capacidad rebasada, la falta de presupuesto y las decisiones gubernamentales e institucionales que han hecho de nuestro sistema de salud uno enteco por caduco sometido a la corrupción de empresas privadas y funcionarios públicos.
El sistema de procuración y administración de justicia están abatidos. En la parte de la procuración de justicia, la corrupción campea de arriba para abajo, y de un lado al otro; pocos escapan a sus tentaciones. Por lo que toca a la administración de justicia, podemos decir que el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene parte de razón en los señalamientos que hace acerca de la corrupción existente entre jueces, magistrados y ministros, es algo que no podemos negar pero que tampoco podemos generalizar como una forma de pretexto para trastocar uno de los tres poderes que sustentan a nuestra república. Y si esta procuración y administración de justicia están abatidas es también porque quienes hacen las leyes han abatido al Estado de derecho con un conjunto de reformas a modo cuando no inútiles, absurdas o francamente estúpidas, más interesadas en las metas particulares y partidistas que en el bien común. Es decir, el Congreso de la Unión está abatido por causa de la negligencia, la irresponsabilidad, la tozudez, la soberbia y la ceguera de quienes lo componen.
México es entonces un país abatido por sus políticos, por su población, por su circunstancia.
Todos nosotros, en la medida de nuestra propia y personal responsabilidad, somos causantes de este abatimiento; unos más, otros menos. Y ahora, cuando la carrera hacia las elecciones presidenciales del dos mil veinticuatro ha prácticamente comenzado, escuchamos a morenistas y a frentistas alegando un sin fin de sinrazones, unos culpando al pasado, otros culpando al presente, pero ninguno con la capacidad de reconocer la parte de culpa que le corresponde en este innegable abatimiento de nuestro país.
La economía está abatida, aunque el peso luce fuerte. La fortaleza de nuestra moneda no es efecto de las decisiones de un gobernante o de alguno de los que componen su séquito, es sencillamente la consecuencia de una dinámica de mercado monetario, de la dinámica de una economía mundial interconectada y que, desde mediados de la pandemia, atraviesa por una franca recesión; una recesión que algunos han querido reconocer mientras otros persisten en negar. A los primeros, algunos los tachan de exagerados, por lo menos; y a los segundos, de fervorosos creyentes en la esperanza.
México lleva cinco años de un gobierno que tuvo como lema justo la idea de la esperanza. Los mexicanos, los que votaron por ese gobierno tanto como los que no, esperábamos que el concepto de transformación de veras fuera una metamorfosis que hiciera de nuestro país esa bella metáfora encarnada en la mariposa o ya de perdida en la polilla surgida de una maravillosa aunque grotesca oruga. Pero resulta que la oruga no salió devoradora, glotona, ansiosa de poder, y en su deambular mañanero por entre las ramas, con cada bocado abate la imagen, la credulidad y la legitimidad de una nación entera.
Los aspirantes a mandatarios, de un lado apenas llegan a burdos remedos de lo que hoy se tiene. Los del otro lado recuerdan los pecados de lo que ya se tuvo. Puede haber entre unos y otros quienes tengan las capacidades, conocimientos, experiencias, intuición suficientes como para medianamente garantizar una visión de estado, un rumbo de regular claridad para el país, pero la verdad es que de todos juntos no hacemos uno solo, aunque nos prometan un gobierno de coalición y fundamento ciudadano. Poco importa si son de sexo masculino o femenino o de alguno más inventado por la autopercepción o la circunstancia. Lo que México necesita para levantarse de su abatimiento no es un asunto de sexo, no es un individuo concreto, no es una ideología específica como la que se quiere inducir mediante los libros de texto, tampoco es un sueño guajiro anclado en la letra de un bolero.
Los mexicanos estamos abatidos en nuestro ánimo. El aumento de asesinatos dolosos, de desapariciones forzadas, el miedo, la angustia, el tronarse los dedos por no hallar el ingreso cotidiano suficiente abaten a cualquiera, hasta al más pintado.
El gobierno y sus seguidores, día tras día, abaten o pretenden abatir a quienes no piensan como ellos y recurren para ello al odio, la división, el descrédito, la falacia y la mentira, distorsionando la verdad para acomodarla a su leal saber y entender. La verificación de la realidad en esos términos se vuelve tarea ardua que acaba por abatir a la verdad misma.
La oposición en cambio con su actuar reaccionario pretende abatir al gobierno en turno descalificándolo o calificándolo de mil maneras, a veces con razón y a veces sin ella. Si en el pasado se quiso desaforar al provocador, hoy el provocador, desaforado, quiere hacer del fuero el parapeto de los cretinos.
Entonces, y para terminar, el México que hemos experimentado entre dos mil dieciocho y dos mil veinticuatro no ha sido otra cosa sino un ring de lucha donde los contendientes, en vez de hacer un espectáculo digno, abaten el concepto mismo de competición, abaten al árbitro, abaten al contrincante, abaten las entradas y abaten al público que los observa. En el proceso, lo único que queda son fosas clandestinas, muebles incendiados, afanes inconclusos, pretensiones prostituidas, tristeza y ausencias.
Andrés Manuel López Obrador consiguió su cometido de pasar a la historia, pero no como el mejor presidente, ni siquiera como el peor, sino como el hombre que, por sus actos y omisiones hizo de México un país abatido. He ahí la verdadera transformación.