MÁXIMO Y MÍNIMO. Un cuento

abril 07, 2009 Santoñito Anacoreta 1 Comments

Por J. Antonio Castillo de la Vega
Éranse que se eran dos hermanos que vivían en una llanura mexicana. El mayor se llamaba Mínimo y el menor Máximo. Sus padres eran unos legisladores muy chambones. Trabajaban tanto,
pasaban tantas horas sentados en las curules de la Cámara, que la gente ya los tenía en gran consideración por el gran callo que tenían en esos menesteres del debate y la promulgación de leyes. Algunas servían para matar el tiempo, pero también las había que dejaban una huella indeleble en la historia y la constitución del pueblo, ya fuera por estúpidas y absurdas o por cabales y oportunas. Por muchos años, prácticamente desde su nacimiento, Mínimo se codeó con los grandes empresarios y con los líderes sindicales, coqueteó con las secretarías y fue expandiendo sus relaciones hasta sentirse a sus anchas. Nada ni nadie se movía si no lo indicaba Mínimo. Más pronto que tarde se volvió un tirano y se negó a dar un paso sin antes consultarlo con los productores de ensueños, sí, esos que día con día aumentan su aprecio entre ellos, y acentúan nuestra melancolía indiana.
Gobernaba de tal manera Mínimo que hacía patente lo que dice el refrán: en el país de los ciegos el tuerto es rey. Pero Mínimo, en su condición de monarca estaba perdiendo el piso y cada día se hundía más y más para desesperación de quienes recibían sus magros favores. En la angustia de aquellos y esos otros y los de más allá, no faltaban quienes clamaban por un alzamiento de emergencia, contingentes de campesinos marcharon, catervas de obreros espetaron, pero Mínimo, extraviado en su lóbrega manera de gobernar prefirió además de ser tuerto, sordo.
Entre tanto, su hermano Máximo gozaba de una salud envidiable. Siempre se caracterizó por tener ínfulas de alta alcurnia. Y si Mínimo se codeaba con los empresarios y los potentados de la política y la economía y la religión, Máximo no le iba a la zaga y, más aún, lo rebasaba instalándose a vivir en las mansiones de muchos de ellos, algunos de verdadera prosapia y otros con vocación de hiedra. Si Mínimo era para la población el monarca indeseable, Máximo se convirtió en el emperador hegemónico a cuyas habitaciones sólo pueden acceder unos pocos elegidos.
Mínimo había encontrado en lo popular su carta de naturalización y una forma de legitimar su tiranía y, ay, de aquel que presumiera ganar justo lo del Mínimo, porque él de inmediato alegaba que en su tierra nadie podía ganar menos emolumentos que él, así que inventó la fórmula salarial de la multiplicación del Mínimo: "¿cuánto te paga tu patrón?"; "Dos veces, tres veces el Mínimo" (casí como aquél que multiplicó los panes durante su sermón). Magnífica y prodigiosa --si cabe el ánimo burlón-- referencia con la que los padres legisladores tuvieron más que suficiente para, orondos, aumentarse tantas veces como adujeran necesario el Mínimo, al fin y al cabo eran los progenitores del reyesito.

Pero hete aquí que Máximo hizo lo propio y borró cualquier referencia y ambicionó alcanzar las estrellas. Construyó una escalera para el propósito y, alzándose infinitas veces el Mínimo día con día, sólo acertaba a sentir insatisfacción. Especialmente uno de sus padres legisladores pensó que eso no era sano, al menos en el ámbito del servicio público, e instó a otros diputados y senadores para que reconsideraran la postura de Máximo. Si Mínimo, al nacer, hubo de ceñirse a las ataduras de la complicidad laboral, ¿por qué no encontrar la cadena que halara hacia la tierra las aspiraciones de Máximo? Bastante mal ejemplo había sido el hijo mayor, como para que el menor cometiera peores y más cínicas tropelías. Así, promulgaron una ley que fijó la techumbre de la cual no debería pasar Máximo, sobre todo mientras estuviera en casa y no alebrestara a los vecinos. Una cosa es ser burócrata del propio cantón y otra, muy distinta, banquero de altos vuelos. Pero Máximo, nada tonto, supo jugar una doble partida: aceptó que en casa y en los alrededores nadie ganaría menos que Mínimo, que en casa nadie ganaría más q
ue él, pero que en los alrededores él y sus compinches ganarían tanto como pudieran.
Sucede que cierta vez un pariente nuestro notó lo pernicioso del asunto y fue adonde los legisladores y adonde los grandes financieros que gobiernan el mundo y les dijo que "o todos coludos o todos rabones":
No se han dado cuenta que en gran parte la crisis que hoy experimentamos no es otra cosa que los estertores de eso que llaman Capitalismo, pero del Real. Sí, así como el Socialismo Real murió estrepitosa y dolorosamente a causa de sus mentiras y falsas promesas, el Capitalismo Real comenzó a autodigerirse hace 20 años y su digestión es lenta, prolongada, aún más estruendosa y agria. ¿Recuerdan aquellas altas y bajas de las bolsas a finales de los años 80 en el siglo pasado, más exactamente las de 1987 y siguientes? No eran simples retortijones, era que el cáncer de la desigualdad y la especulación había hecho metástasis en el sistema.
De qué se espantan hoy. Esta es una crisis que fue anunciada y aun cuando los 20 que mandan al mundo y los pocos que pagan por ver y los millones que sufren de angustia por todos esos ya mencionados digan "ya pronto, ya pronto terminará", en verdad sólo muestran su incapacidad para entender el origen de las grietas. Si además de en México en todo el orbe se fijaran pisos y techos a lo que gana la gente, pero pisos y techos flexibles, no rígidos, capaces de evolucionar según las circunstancias, los excedentes podrían canalizarse más fácilmente para una mejor distribución entre todas las capas intermedias, de manera horizontal. ¿O qué, no les parece grosero e inhumano que este individuo gane 1 dólar sobándose el lomo y aquel otro gane millones de veces más sólo señalando con el dedito o traficando ya da igual si influencias que cocaína; que éste limosneé y esos chillen en su afán de pellizcar el presupuesto o evadir impuestos?
No es cuestión simple, ya se sabe. Pero tampoco erradicando el proteccionismo de los gobiernos se abona en la dirección correcta. En todo caso, había de instaurarse un proteccionismo dimanado de la gente. Es la gente la que debe ser protegida y no tanto las finanzas. Son los excesos especulativos los que han de ser regulados y aún más de lo que se regulan las aspiraciones individuales, porque jamás deber perderse de vista que por cada derecho existe la correspondiente obligación.
En un mundo donde los avalorios van a la baja, los valores deberían ir a la alza; no al contrario.
En fin, quisiera decir "colorín colorado...", pero el Paréntesis apenas se abre y deja entrever un abanico de posibilidades que ya los más expertos podrán analizar con cuidado. Los umbrales de la explotación son como corchetes o, si se prefiere, como el ojo de la aguja por la que es más fácil que pase un abusador ca...mello. No cabe duda que a los baños de pueblo, lava pies y besamanos que se dan en sus campañas los políticos, sigue la hacendosa y desinfectante loción del poder.

1 comentario:

  1. Человек – целый мир, было бы только основное побуждение в нем благородно

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Gracias por sus comentarios con "L" de Lector.