ENTENDIENDO EL ALCOHOLISMO


En la revista Speak Without Interruption (SWI) de la que somos colaboradores, el editor publicó un artículo provocador: "No lo entiendo". Suscitó numerosos comentarios. Luego de leer los previos al que nosotros asentamos ahí, fuera de lo que agregue el sentido de nuestro idioma y cultura, es poco lo que podíamos añadir. No obstante, reconocemos que era justo lo que cabía en esta sección de Indicios Magazín-e.
Tras leer dicho artículo es fácil corroborar que no es poco frecuente que en las familias haya al menos un alcohólico o drogadicto o dependiente en algún grado.
Siendo ciertísimo que el peso de la genética determina la enfermedad, desafortunadamente aun existiendo la tecnología más avanzada, no es un dato que se sepa hoy por hoy desde el nacimiento o antes como una medida de prevención, así que en general todos hemos de sucumbir al gusto, a la presión social, a los trastornos neuronales... a nuestra condición de humanos.

Como enfermedad muy estudiada, el alcoholismo en realidad no es difícil de entender a pesar de su complejidad. Y eso quedó claro en algunos de los comentarios ya anotados arriba. En cuanto a sus dimensiones sociológicas, económicas y hasta políticas, tampoco es arduo comprender causas y efectos que la determinan.

Lo preocupante, lo delicado y abstruso es su dimensión fundamental, la humana. Es ahí donde resbalamos fácilmente, tanto los enfermos como quienes los rodeamos o conocemos. El fenómeno ocasiona preguntas alrededor de la identidad del hombre. Invariablemente se asocia con valores como la felicidad, el amor, la vida, la muerte, la razón de ser lo que se es. Si en lo biológico su trasfondo es genético y neuronal, en lo esencial es axiológico.

En la hondura de su alma, el adicto no se pregunta por qué hace lo que hace, no justifica su "vicio", no se identifica como enfermo sencillamente porque está extraviado en su identidad. La pregunta que finalmente le atormenta es "quién soy", y para hallar una probable respuesta siempre cambiante depende de sucedáneos de la iluminación, como muestra en broma el chiste aquel del ebrio que, cuestionado sobre las razones por las que bebe responde: "Bebo, para olvidar"; y el cantinero insiste: "¿Para olvidar, qué?; a lo que contesta el borracho: "Que bebo". Claro que esto puede suceder mientras el enfermo tenga conciencia de su estado, aunque lo niegue; porque en el momento que pierde la noción de lo real, se extravía, como nosotros mediante estas líneas y en cierto modo, en un mundo ficticio, virtual, donde todo se hace posible y hasta lo efímero tiene aspiraciones de eternidad.

Quienes han perdido un ser querido a consecuencia directa o indirecta del alcoholismo, lo difícil de asimilar no es tanto la enfermedad en sí, sino los caminos tortuosos que llevan desde ella a la muerte, accidental o propiciada.

El familiar del alcohólico busca por otros medios menos destructivos comprender lo mismo que el enfermo, pero además en función de éste. No se pregunta tanto, por qué bebía, sino cuestiona cosas más densas como por qué, si "sabía" que eso acabaría con su vida, continuó hasta lo irremediable; por qué procurar la agonía tortuosa del desanimo para apurar el trago amargo de la angustia que sigue a la muerte; por qué tanto egoísmo. Y estas son sólo algunas de miles de dudas que pueden ocurrir en la mente del deudo de un adicto.
Pero aún más, lo importante entonces no es ya si el ser querido y ahora ausente fue o no alcohólico. Con el transcurso del tiempo todo se resume en inquirir ¿por qué él o ella?; ¿por qué así? Preguntas que todos, yo mismo desde hace cinco meses cuando murió mi madre (que para mí fue mi todo), nos hacemos cuando un ser amado fallece y a veces aún antes.

Así, sin restarle importancia, el alcoholismo per se no es lo que inquieta, sino sus causas y efectos en la constitución de eso que denominamos Hombre. Pensar alrededor del alcoholismo es sólo una de muchas meditaciones acerca de lo que significa ser Humano.

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