Y las teclas callaron

marzo 27, 2012 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Cartón: José Antonio Almazán
El lugar donde me encuentro sentado justo al momento de escribir esto resume el encuentro de dos épocas.

Mientras redacto sobre el teclado de mi laptop, observa, al lado, silenciosa, una máquina de escribir eléctrica. Llega la secretaria de la notaría y, dejando de capturar los datos básicos con que elabora la escritura del momento sobre el machote guardado en su computadora de escritorio, se da a la tarea de llenar formularios para preparar los trámites requeridos por las instituciones de gobierno y así dar curso al registro de dicha escritura en el Registro Público de la Propiedad.

Es verdad que muchos trámites ya se hacen de manera digital, electrónicamente, en línea, a través de bancos o mediante la página web respectiva, pero todavía hay algunas secretarias, funcionarios menores, oficinas que no se adaptan a la modernidad y prefieren emplear el método tradicional aunque fastidioso de llenar formularios con copias al carbón.

Es verdad que esto puede hacerse desde la computadora también con ayuda de una impresora de matriz de puntos o, sin usar el papel carbón, con la impresora láser o de inyección de tinta, siempre y cuando se empleen los formularios elaborados en formato PDF, HTML o XML, o con salidas sencillas producidas con ayuda de bases da datos, procesadores de palabras o softwares más especializados. Pero en esencia el procedimiento es el mismo: una hoja de papel se introduce en una prensa que transfiere el texto formado de un soporte virtual, dígase la cabeza del escritor o la memoria en la CPU, a otro más físico y palpable; y, en el proceso, el silencio de las palabras y los signos cobra vida en la forma de golpeteos mecánicos, zumbidos, rugidos, siseos, campaneos, equivalentes a un romántico diálogo entre el tacto de la mente y la sensualidad de la invención, un intercambio de caricias entre lo humano y lo inhumano.

Cada signo acertado o errado equivale a un guiño del papel, a un beso metafórico capaz de transformar la blancura de la conciencia de quien escribe, en un primer instante, y de quien será el destinatario del texto expuesto a la luz y a los ojos. Sujeto a la interpretación del lector futuro, un texto como el que ahora sigue tu mirada, respira por gracia del metal y la madera, vibra tal vez por virtud de la electricidad que acciona el motor de la creatividad o eriza los pelos de la memoria.


Quienes tuvimos oportunidad de experimentar el acto de trazar ideas en y con máquina de escribir, la reciente noticia de que la última fábrica de estos instrumentos ha cerrado definitivamente nos mueve, podemos decirlo, a un peculiar duelo.

La pérdida anunciada, la larga agonía de una herramienta que servía de extensión del pensamiento y ahora es sustituida por la computadora u ordenador, es ocasión para que los dedos y los oídos y los ojos experimenten una rara nostalgia. Si bien, al dar paso la antigualla a pppppppppppppppppppppppppppppppp pppppppppppppp   pppppppppppp ppppppppppp pppppppppppp ppppppppppppppppppp ppppppppppppppppppppppppppppppppppppppp   ppppppppppppppppppppppppppppppp ppppppppppppp   ppppppppppppppppppppppppppppppppp

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