"El próximo presidente de México nunca dará la orden de reprimir al pueblo": AMLO
LAS DECLARACIONES RECIENTES del presidente del partido MORENA y "pre candidato" a la presidencia de México por tercera ocasión (gesto que lo muestra más que como necio como incongruente, según apunté en artículos previos), Andrés Manuel López Obrador, en torno a la propuesta de ofrecer una amnistía a los narcotráficantes cimbró a la opinioncracia mexicana e internacional.
La propuesta del político no puede ni debe ser descontextualizada como ha ocurrido en las redes sociales y en los medios tradicionales. Se dio en un contexto específico, espacial y temporal, en la zona del Istmo, de valor geopolítico fundamental para México y el mundo, más que por las etnias habitantes de la zona, golpeadas por la injusticia social, el abandono, el oportunismo, sino además una zona históricamente brava en la que solo el dictador Porfirio Díaz consiguió, durante el gobierno de Benito Juárez, atraer el control social y político en favor del Benemérito de Las Américas (de quien es fan Andrés Manuel López Obrador) sino incluso del mismo Díaz.
El Istmo de Tehuantepec ha sido visto como botín político desde el siglo XIX y quien consigue atraer no tanto su control sino su adhesión, por lo general ha conseguido la fuerza necesaria para, desde ahí, ejercer influencia sobre las zonas del sur y sureste del país y por consecuencia mantener abierto el paso hacia Centro y Suramérica. Porfirio Díaz, en su momento, desde ahí y en cierto modo detonó y controló los alzamientos de los henequeneros en Yucatán y Campeche, a los que luego pretendió aplastar en contubernio con los terratenientes dando paso a la vergonzosa llamada Guerra de Castas. Fue ahí donde Porfirio Díaz comprendió la importancia del desarrollo ferroviario para comunicar al país entero y "balancear" los desequilibrios entre norte y sur, comercialmente hablando. Fue ahí donde Díaz entendió el afán de los estadounidenses para construir un canal o una vía para conectar ambos océanos, Atlántico y Pacífico y establecer control sobre el Golfo de México, los campos petroleros en las costas de este, las salinas del Pacífico y las selvas productoras de maderas preciosas, goma y frutas. Fue ahí donde Díaz comprendió que México no podía ni debía ser considerado uno más entre los "países bananeros" al servicio de los intereses económicos de los industrialistas ingleses, estadounidenses y alemanes, a no ser en "asociación" con un gobierno fuerte.
El Istmo entonces tiene un valor geoestratégico en más de un sentido para las campañas políticas que se avecinan para elegir presidente en 2018. Andrés Manuel lo sabe, lo ha sabido de sobra desde que laboraba en el Instituto Nacional Indigenista. Tonto no es. Y la propuesta de ahora, más que ser una "locura más" resulta ser una de las más congruentes y sensatas que permiten ubicar a este político tabasqueño como el personaje político que ya había yo descrito en artículos previos, como el provocador de oficio emanado del sistema mismo.
Provocadores como AMLO son, nos gusten o no, necesarios. Es mediante sus contribuciones marginales que consiguen mover las conciencias de apoyadores y de detractores, mover el tapete de los conceptos y los prejuicios estancados en la zona de confort. Mueven, en una palabra, a pensar y a repensar lo que somos, lo que hemos hecho o dejado de hacer.
Algunos lectores pensarán que con estas palabras defiendo a Andrés Manuel. Otros se harán a la idea de que es una forma sutil, una más, para vituperarlo. Lejos estoy de uno u otro extremos. La visión analítica y crítica tiene que poner a cada cosa, persona, situación, concepto en su justa dimensión. Nada más.
Las recientes declaraciones del "Peje", su propuesta de amnistía hacia los narcotraficantes, sin mencionarlos de suyo, no es nada nuevo. Eso mismo se llevó a efecto en Colombia con las FARC, en el interés de desmembrar y desarticular a las fuerzas del narco allá, concediendo el perdón a más de 7 mil miembros de la guerrilla.
No es una idea estúpida por inmoral que parezca. Discutible, sin duda. Pero ahí tenemos los resultados palpables de la aceleración en el desmantelamiento de ese lastre en Colombia, sobre todo cuando se extendió a niveles de la sociedad golpeada y desatendida por el gobierno, campesinos y pobres que vieron en su asociación con el narco la "única" vía para medio salir de su de por sí triste y penosa circunstancia, envolviéndose en una peor por sangrienta y cruel. La amnistía entonces no se dirigió (como no la dirige AMLO) hacia las lacras, sino hacia quienes, sin serlo, se han visto en la necesidad de abrazar causas contrarias al derecho como una vía alterna para la sobrevivencia.
Eso se hizo allá con relativo éxito e incluso a contrapelo de los intereses estadounidenses que, está demostrado, en más de una vez financió al narco y a las guerrillas en Centro y Suramérica para mantener control sobre sus intereses económicos, aun cuando no consiguió el 100% de lo propuesto.
Si alguien dudaba que México se colombianizaría como afirmó el Dr. Jorge Carpizo que sucedería , las evidencias saltan a la vista, día tras día, año con año, y estas declaraciones de Andres Manuel Lopez Obrador lo confirman como uno de los últimos pasos en la malhadada guerra contra el narco comenzada necesaria pero torpemente por Felipe Calderón Hinojosa.
Las declaraciones tampoco caen en el vacío cuando se comprende el panorama contextual del propio narcotráfico y lo que sigue, más allá de lo anecdótico, con arrestos como el del "Chapo" Guzmán. Todo, aunque suene y se antoje una novela asada en teorías conspirativas, todo está interrelacionado y se explica entre sí. Solo es cuestión de no perder los cabos sueltos que llevan a la madeja de relaciones, por muy enredada que parezca.
Las declaraciones de López Obrador son más que una simple contestación a las reacciones de los Secretarios de Defensa y Marina. En el trasfondo de todo está la circunstancia desfavorable para el Ejército mismo que, desde años atrás, aun más que lo que suponemos, ha venido ejerciendo funciones que no le son propias, como las policíacas, por ejemplo y al amparo de unas leyes plagadas de huecos que, por un lado, prohijan la impunidad, la corrupción, el abuso de poder, la desigualdad; y por otro dejan en la indefensión lo mismo a soldados que a ciudadanos. La Ley de Seguridad Interna es una urgente y necesaria para equilibrar las cosas. No es un asunto acabado y completamente aprobado, pues falta que pase por la Cámara de Senadores y de ahí a su revisión en los congresos locales. Así, quienes se ponen a chillar y patalear contra una ley que no comprenden del todo en su espíritu se adelantan a los acontecimientos llevados más por los temores infundados que por la certeza de los hechos consumados.
Perdonar, pero no olvidar. Es una máxima bíblica si bien no se halla como tal, textualmente, en ninguna parte del Viejo o del Nuevo Testamento; y ha sido traída a la memoria por Andrés Manuel, en un sitio donde el encuentro de creencias religiosas y sociales ya ha llevado al encono por sí mismo. No es una ocurrencia gratuita, especialmente en un país eminentemente cristiano, católico, guadalupano. La frase, popularizada tras el holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, apunta a recordarnos la importancia del perdón como acto conciliatorio. Amnistiar, empero, no es un perdón amplio sino uno instrumental; es el perdón de cierto tipo de delitos, no de cualquiera ni de todos, y para los que queda extinta la responsabilidad de sus autores, lo que no contraviene, legalmente, la prescripción moral de algunos de ellos.
Si perdonar es divino, eso no significa que en el humano no haya esa capacidad; la hay en tanto que el humano es creación divina y en sí persiste y palpita dicha llama de bondad. Ahora bien, al margen de discusiones filosóficas y teológicas que, para los no creyentes toparían con el muro de la lógica del sentido común, el perdón al final de cuentas es una decisión de la voluntad que implica una elección consciente de quien en lo individual o lo colectivo ha sido infligido por la ofensa, el castigo, la crueldad, la muerte, el abandono, la segregación discriminatoria, la vejación vergonzante, el odio, la cerrazón, la desidia y muchas otras formas de degradación humana atentatorias de los derechos fundamentales.
El ofensor puede no desear el perdón y lo hemos visto en más de un caso de reos irredentos y quizá jamás cambie. Pero eso no quita lo que de bondad implica el solo acto de pretender la reconciliación en primer término por parte del agraviado en el afán de hallar paz a sus penurias. El perdón, entonces, es un acto hasta cierto punto egoísta desde la perspectiva del afectado, del ofendido; o debería de serlo, pero es leído frecuentemente en sentido contrario, como si el más beneficiado fuera el agresor incapaz de vencer al mal con el bien. La incapacidad de perdón transfiere el poder al ofensor y multiplica, potencia la ofensa en una réplica odiosa por amarga. Es lo que llamamos rencor.
México ha vivido decenios de rencor. Más marcado aun desde que las ofensas de Estado se han cebado y sumado sobre el pueblo mexicano por el interés de individuos, empresas, grupos, partidos políticos más preocupados por el lucro de cualquier tipo que por el bienestar común.
En este mismo espacio ya lo he dicho más de una vez y de distintas formas: México debe, necesita perdonarse a sí mismo y dejar atrás reconcomios. Dejar en el pasado las heridas ocasionadas por mezquindades o estupideces. Tenemos en nuestro haber del dolor pérdidas humanas, desaparecidos, vejaciones, corrupción, abusos de toda laya y nos parece más cómodo regodearnos en la sal para llorar más y más nuestras fallas, impidiendo que cicatricen las marcas de las laceraciones producidas por nuestra propia historia, es decir por nosotros mismos por acto o por omisión. México se ha convertido en un campo fértil donde las plañideras, lloronas milenarias pululan, hacen broza cegadora que recorre los cuatro puntos cardinales, espinando sin conseguir la paz por ser incapaces de perdonar a los otros y sobre todo a sí mismas de lo hecho, de lo no hecho, o de lo deshecho.
"Yo soy libre, independiente, no estoy sometido a ningún grupo de intereses creados", afirmó AMLO en el mitin en el Istmo, donde hizo la propuesta que generó escándalo, aun contradiciendo su personal trayectoria. Y con tal dicho dio cabida en su discurso a la nueva tendencia política efervescente en la actualidad: el ciudadanismo bajo la sombra de los candidatos independientes, los que, siendo políticos y haciendo política, pretenden disfrazarse de todo menos de lo que en la práctica ejercen en el afán de redefinir la manera de hacer más de lo mismo. Y es que ahora todos execran de los políticos "clásicos", pero se meten a la política de cualquier modo para, desde ella, repensarla; porque creen a pie juntillas que es más fácil cambiar las cosas "desde adentro" del Leviatán. Ya no solamente vale recalar contra las instituciones y mandarlas al demonio, ahora además para minarlas y estar de moda hay que declararse independiente no nada más del sistema político, sino de la idea misma de política. De nuevo, ¿la propuesta va más en la línea señalada por sus detractores y que lo ven con calidad de "falso mesías"? En realidad va más allá. Apunta a la conciencia del país.
Quienes han acusado a AMLO de ser un peligro para México han errado en los señalamientos por personalizarlos. El verdadero peligro para México no está en el populismo, sobre el que escribiré en otro momento, sino en la demagogia que acompaña a este como a otras formas torcidas de practicar la política, formas que han anidado, para bien y mal, en todos y cada uno de los partidos políticos y de los aspirantes a cargos públicos, AMLO inluido.
Andrés Manuel, en tanto medio y líder, es astuto y no carga con las culpas de entrada aun cuando sus dichos sean tomados como si sus personales propuestas. Solo da voz y proyecta lo que está en el ánimo colectivo, lo que la masa quiere escuchar, sea correcto y adecuado, idóneo o no. Es, retóricamente, oximorón encarnado, recurrente hipérbole por la que no nada más la izquierda sino el sistema político en sí consigue trastocar el orden dentro de cierto orden establecido, para posibilitar el ascenso significativo de los actos pendientes, previstos y planeados con una anticipación que antecede al mismo López Obrador. Basta leer con cuidado la estructura y las palabras en que queda enclaustrada la propuesta: "... se van a explorar todas las posibilidades. Y no descarto el que se someta a discusión que se consulte al pueblo sobre la posibilidad de una amnistía para lograr la paz. ¡Ya no queremos la guerra! ¡Queremos la paz en el país!". Repito, no es tonto. La decisión, lo sabe, no puede ni debe ser unipersonal sino emanada de, si no un consenso, al menos una amplia discusión popular que, por una parte, distraiga la atención de lo fundamental y, por otro, encauce las tendencias progresistas mejor que las retrógradas, los ánimos, el hastío, y los deseos de nuevas condiciones de vida más llevaderas.
La pregunta que, sin embargo, queda en el aire y sin respuesta es si México y su pueblo están suficientemente maduros en su alma y espíritu como para remontar la colina del sermón y aprender, al fin, a perdonarse y a perdonar.