Era de la opinión... que algún día, pueblos como el nuestro, el mexicano, el hispanoamericano, independientemente de dónde se ubique en estas fechas cuando el transfronterismo ha tomado carta de costumbre, las voces de nosotros los poetas, los escritores, daría paso al silencio de la sensatez, para permitir que gobernare la razón, mientras nosotros nos dedicamos a rascar las tripas de la belleza. ¡Qué equivocado estaba! En países donde la ignorancia campea y marcha tomada de la mano del dolor, es la voz nuestra, de quienes enarbolamos a diferencia de otros el arma más blanca y contundente que tiene el hombre: la palabra, lo que viene a acentuar la necesidad de justicia, a recordar que el ser humano por encima de todo debe ser una criatura digna.
Como una respuesta ciudadana más en reacción a las atrocidades que la guerra contra el narcotráfico ha traído en México, la multitudinaria Marcha Silenciosa por la Paz con Justicia y Dignidad encabezada por el poeta y escritor mexicano Javier Sicilia, ha puesto en relieve esta contumaz verdad: el escritor es la voz del pueblo. Pero es una voz que peculiarmente se hace escuchar cuando la dicha o el horror son de tal magnitud que el común denominador de una población queda impávido e incapaz de articular sílaba alguna que describa mínimamente el miedo, la indignación a que llevan la impunidad, la corrupción, el juego perverso de los intereses creados.
Lo planteo así, porque en un país donde no es acostumbrado leer y mucho menos a los poetas, no deja de ser sintomático que sea ahora uno, relativamente conocido y cuyo hijo fue asesinado por la inquina de un sistema podrido, el que alce la voz, en paralelo con el lábaro patrio, para decir ¡basta! a tantos hechos de sangre y desgarramientos entre nosotros mismos.
Porque somos nosotros los que nos estamos matando. Es muy fácil acusar a los políticos, al gobierno, al ejército, a las autoridades en general por identificar en ellas la voluntad ciudadana de delegarles el poder de mantenernos en un cierto margen de seguridad en general, de salud, económica, ecológica, social... Pero olvidamos que esos personajes que salen en las páginas de los periódicos, esos a los que señalamos ahora con dedo flamígero, con reconcomio y asco, son tan producto de este México nuestro, como cada cual de nosotros mismos. Tan mexicanos como cualquiera.
Tiene razón Javier Sicilia cuando dice:
Los claroscuros se entremezclan a lo largo del tiempo para advertirnos que esta casa donde habita el horror no es la de nuestros padres, pero sí lo es; no es el México de nuestros maestros, pero sí lo es; no es el de aquellos que ofrecieron lo mejor de sus vidas para construir un país más justo y democrático, pero sí lo es; esta casa donde habita el horror no es el México de Salvador Nava, de Heberto Castillo, de Manuel Clouthier, de los hombres y mujeres de las montañas del sur –de esos pueblos mayas que engarzan su palabra a la nación– y de tantos otros que nos han recordado la dignidad, pero sí lo es; no es el de los hombres y mujeres que cada amanecer se levantan para ir a trabajar y con honestidad sostenerse y sostener a sus familias, pero sí lo es; no es el de los poetas, de los músicos, de los pintores, de los bailarines, de todos los artistas que nos revelan el corazón del ser humano y nos conmueven y nos unen, pero sí lo es. Nuestro México, nuestra casa, está rodeada de grandezas, pero también de grietas y de abismos que al expandirse por descuido, complacencia y complicidad nos han conducido a esta espantosa desolación.
Si estamos viendo que es el mismo México, de los mismos mexicanos, entonces el llamado debe ser más elevado y profundo. La revolución que debe avecinarse no es la de unas élites contra otras, sino la de la conciencia de cada individuo. Y dicho así, es claro que el propósito debe apuntar más allá, pues lo que ahora ocurre en México y en el norte de África y en el Medio Oriente y tantos tantos lugares del orbe da mucho más que para solamente pensar.
Percepción magnificada por los medios
En México y en el mundo, cada día más, los medios de comunicación (incluido este espacio) juegan un papel fundamental. Porque todos tenemos ocasión de emitir lo que pensamos, sentimos sobre tal o cual tópico. Pero en esta Era de la opinión... el ruido modifica la manera como percibimos las cosas y los hechos.
Siendo verdad que hay una situación excepcional en México y otros lados, también no deja de ser cierto que esos acontecimientos terribles, horrendos de los que tenemos noticias a diario, aún siendo de interés público y periodístico, no son toda la realidad de México o Libia o Yemen o España. Pero, convertidos en voraces, glotones y comodinos consumidores de contenidos, terminamos por sentirnos satisfechos con el regular bocado fragmentario de la vida ajena que nos ofrecen las pantallas, las páginas de los periódicos y, nutridos de semejante modo, eructamos el juicio fatal. Así, gobiernos advierten y recomiendan, "no viaje a tal o cual lado pues su vida puede estar en riesgo", como si no hubiera el dato estadístico incuestionable de que en el mundo hay más muertes por accidentes caseros que en guerras o por otras causas.
Y no quiero con esto hacer apología de la violencia ni minimizar la preocupación legítima de quienes, como Javier Sicilia, hemos puesto los pies (cada cual a su manera) en el sendero sin retorno del compromiso con la sociedad de la cual provenimos. En todo caso, señalo que el mundo y el ser humano seguimos siendo como siempre hemos sido y que hoy por hoy, una actitud estética (entiéndase sensible a lo que ocurre dentro y en torno de cada quien) puede ser, si no la salvación, sí al menos el primer paso para darnos oportunidad de ser mejores, más dignos de tener lo que tenemos, de vivir lo que vivimos, de amar lo que amamos, de soñar lo que soñamos.
Ni México ni Libia ni Nepal ni tú ni yo podemos ni debemos ser rehenes del egoísmo propio y ajeno. Todos dependemos de todos. Por más que nos creamos libres, no lo somos en realidad. Actuar omitiendo esta cruda verdad, es mentirnos a nosotros mismos, pecar de ilusos y soberbios que, en el engreimiento de creernos todopoderosos por la simple y equívoca razón de "estar hechos a semejanza de Dios", ensuciamos cada rincón a nuestro paso, groseramente, ya sea diseminando indiferencia o sembrando iniquidad.
La voz de un poeta Era de la opinión...
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Octavio Paz, poeta y ensayista mexicano. |
La Revolución Mexicana nos hizo salir de nosotros mismos y nos puso frente a la Historia, planteándonos la necesidad de inventar nuestro futuro y nuestras instituciones... Fue una tentativa por recuperar nuestro pasado y por elaborar al fin un proyecto nacional que no fuese la negación de lo que habíamos sido.
Hoy nos retorcemos dentro de nosotros mismos, no acertamos a imaginar nuestro futuro y reconocemos nuestras instituciones anquilosadas en su obesa y corporativa inutilidad al punto de que cualquier vuelo de moscardón puede rebasarlas y desestabilizarlas con sencillez y cinismo supinos. Creo, entonces, que ha llegado el momento de negarnos por nosotros mismos lo que creíamos haber sido y desechar totalmente toda etiqueta étnica o de clase para asumirnos y definirnos sólo como mexicanos, sin graduación clasificatoria a la usanza mercadológica, y decir Era de la opinión...