Peinando la oportunidad
EN LA CONSIDERACIÓN de cierta amistad en Facebook dice que nos hallamos en
México en un momento adecuado para construir una oposición dialéctica frente a
lo que nos aqueja como pueblo y nación, e invita a quienes le seguimos en su muro
a proponer ideas que puedan servir para trazar un plan de acción que derive en
un mejor destino y una democracia menos sujeta a los intereses de la
oligarquía.
Desde una perspectiva de filosofía política el tema puede
parecer relativamente sencillo de discutir; pero, como bien dice este amigo, en
la práctica no tanto. Vayamos por partes.
Primero que nada los líderes son necesarios y en todos y
cada uno de nosotros hay un líder. Solo existen nueve estilos de liderazgo y
cada uno de nosotros puede ejercer cada estilo con mayor o menor eficacia y
efectividad; según la situación en que nos hallemos podremos ser tan
autocráticos o transformacionales, tan intelectuales como ejecutivos según se
requiera y se nos dé en función de nuestra personalidad o la circunstancia. Así
que aquello de que “no hay líderes” es una falacia con la que nos han querido
envolver desde finales de la década de los noventa los oportunistas, los
populistas, incluso los terroristas (de todo tipo, el terrorismo no solo aplica
a los métodos violentos y sangrientos) y los pusilánimes. Esto así en la casa, en
la fuente de trabajo o el gobierno; y ha derivado en un enfermizo conflicto con
la figura de autoridad.
Segundo, el quid
del asunto no está tanto de un solo lado de la moneda. Al menos ya no es así en
estos tiempos, cuando las sociedades han evolucionado (no necesariamente
madurado) a un punto en el que la dependencia de los gobiernos ya no es tan
marcada o por lo menos ya se califica, si no de indeseable, por lo menos de
mesurable. La democracia en sí misma es un sistema imperfecto. Suena muy bien,
muy bonito eso de “el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, pero
en el momento de la toma de las decisiones importantes para la mayoría, esa
mayoría no puede decidir sin entrar en conflicto, es entonces cuando, nos guste
o no, nuestro destino manifiesto queda en las manos de un solo hombre o un grupo,
tan falible como nosotros.
La democracia se creó originalmente no para dar voz y voto a
la mayoría, sino para, frente a esa mayoría abrumadora, ceder al derecho de la
minoría.
La verdadera democracia no apela a la voz de muchos en
detrimento de los pocos, sino al contrario, sin desoír a los muchos da su lugar
a los menos sin discriminarlos o marginarlos del resto, pues al fin son también
pueblo.
Desafortunadamente la historia y los factores “hereditarios”
(tengo una teoría al respecto que no he podido desarrollar en profundidad) han
terminado por pervertir el significado original de la democracia haciendo que
el poder en manos de una minoría dotada de prebendas y recursos consiga
imponerse aun a despecho del interés común de la mayoría y bajo el disfraz de
gozar de su venia general.
El papel de los gobernantes, tanto como el de los
legisladores y los jueces es, visto de manera reduccionista, limitado a la
administración del Estado, en su acepción más básica como la suma del pueblo,
el territorio y el gobierno.
Hoy escuchamos aquí y allá a ciudadanos desacreditando a los
políticos; y hacen esto protestando, manifestándose, lo que ya es una manera de hacer
política del mismo modo que lo es sufragar en los comicios.
El desatino y la desorientación es tal que también
escuchamos a ciudadanos en calidad de candidatos, ya en las filas de un partido
o de manera independiente, deslindándose con vergüenza de la idea de ser
políticos: “yo no soy político, soy un ciudadano más como tú”, y esos mismos
que reprueban el populismo parecen ser o unos hipócritas o unos cínicos o unos
imbéciles incapaces de comprender que por el solo hecho de proponerse para un
cargo público ya están haciendo política.
Yo, entre broma y en serio, estoy pensando lanzarme como
candidato independiente ya para el Gobierno del Estado de México o para la
Presidencia de la República. Subrayo eso de “entre broma y en serio”, porque ya
se sabe que, entre broma y broma, la verdad asoma. ¿Por qué no aspirar a tal cosa
en mi legítimo derecho constitucional que me ampara como hijo de vecino,
teniendo o no oportunidad? ¿Qué o quién dicta la oportunidad? Bien me dijo este
mismo amigo que detonó el presente ensayo: “no quiero desmoralizarte, pero
tendrías que pasar por el terrible filtro del sistema”. El tema está ahí, no
tanto en la construcción de una oposición dialéctica, sino en la comprensión de
cómo está conformado nuestro sistema político.
En los años setenta, don Daniel Cosío Villegas escribió
varios ensayos sesudos al respecto, concluyendo que, entonces, el sistema
estaba sustentado en el estilo personal de gobernar del presidente. Pero ahora
el presidencialismo está acotado y falta compensar los contrapesos legislativo
y judicial para equilibrar el sistema.
Yo me he movido en otra línea del poder político: el de los
medios y de alguna manera limitada en el de la intelectualidad.
Toda proporción guardada con Vaclav Havel y Lech Walesa,
aquí hemos sido gobernados por generales, abogados, administradores,
contadores, economistas, internacionalistas; una vez nos gobernó un profesor,
Plutarco Elías Calles y, nos guste o no, a él debemos los fundamentos del
México actual. ¿Nos volveríamos más sensibles, como los Checos, si gobernara un
poeta; o menos solidarios si llegara a presidente un líder sindical? De ahí mi
inquietud. ¡Dejara de ser poeta y comunicólogo!
Pero la realidad es ominosa, por mucho que nos alegren las
reformas constitucionales que hemos propiciado quienes directa o indirectamente
abordamos desde 2005 temas como el voto nulo, el voto blanco, las candidaturas
independientes —pienso aparte de mí (el burro por delante) en José Antonio
Crespo Mendoza, Denise Dresser, Jorge Castañeda (el primer “candidato
independiente”).
Hoy, como están las cosas, de lanzarme a una candidatura
independiente, lo que menos me abrumaría es la plataforma doctrinal o
ideológica que me sustente, el plan a desarrollar, la visión de México entre
manos. Lo que más me preocuparía son las trampas, huecos, omisiones,
perversiones que legalmente atan de manos a los aspirantes a una candidatura
independiente. No se trata de la cantidad de firmas de adhesión (si tengo pocos
amigos y menos admiradores, con qué amparo mi inicial falta de filiación de
otros que ni me conocen ni conocerán hasta no estar en campaña). No se trata de
los dineros, de la tajada del pastel que determina el INE en función del
cumplimiento de los requisitos burocráticos. No se trata tampoco de tener o no
una “capacitación” o una “carrera política”. La Constitución no lo determina. Por
lo tanto, un campesino o un empresario pueden aspirar a ser presidentes,
gobernadores, ediles, etc., sin que sea requisito haber pasado por una curul
legislativa o un puesto de administración pública. Así como nadie, salvo la
vida misma, nos enseña a ser padres, hijos, amigos, amantes, así también nadie
nos enseña a gobernar nuestra existencia o las formas que nos hemos inventado
para hacer más llevadera nuestra convivencia como seres humanos y
connacionales. Gobernar es más que protocolos, discursos y audiencias. Ser
gobernado implica más que solo pagar impuestos o emitir un voto.
El meollo está en cómo, sobre qué hombros colocarse para ser
visto, oído, atendido por ese pueblo por lo general ciego, sordo y ruidoso;
para darse a conocer, construir una fama libre de la tentación de echarse a
dormir.
La propuesta entonces es compleja en su sencillez: debemos
propugnar porque la democracia descienda al último peldaño que falta, que es el
ciudadano. Y no me refiero solamente a que se hagan efectivas y vinculantes las
figuras de la consulta popular (ya incluida en la Constitución), sino a que se
dé vida a las otras del referendo, el plebiscito y la revocación de mandato
bajo reglas muy claras.
Esto, por una parte; porque además es imprescindible afinar
o crear en su caso las leyes correspondientes para propiciar y normar la
participación ciudadana efectiva. Pienso en los Consejos y Delegaciones de
Participación Ciudadana y sobre lo cual, en el Estado de México, la diputada
Patricia Elisa Duran Reveles prepara, dice, un proyecto que llene el vergonzoso
hueco legislativo en la entidad.
Si quiero ser candidato independiente la duda no está ya en
el cómo, sino con quién.
Quién podría estar dispuesto a ir detrás y acompañando a un
ilustre desconocido. Ya vimos la mofa que sufrió el payaso “Lagrimita” tras
lanzarse como candidato independiente a la alcaldía de Guadalajara, Jalisco.
Quién estaría dispuesto a creer en la supuesta probidad de
un tal por cual cuando ya todos nos parecen iguales, carroñeros tras el hueso
de la oportunidad que, a falta de influencias para colarse en el sistema se
abrazan al hartazgo popular para, por esa vía, realizar aquello de “a mí no me
den, solo pónganme (con su voto) donde hay”.
La figura del candidato independiente, por motivos y razones
administrativo-electorales, legales y de prácticas clientelares está en riesgo
de pasar a ser de un avance a una moda pasajera y no soy el único en imaginar
este probable triste fin. De ahí que piense en broma lo de lanzarme como
candidato independiente.
Pero como comparto el malestar de tantos mexicanos y veo que
es afianzando la independencia política y definiendo el voto —en tanto modelo
de comunicación y cual expresión de la voluntad popular— como podremos
transformar desde lo profundo la estructura y las funciones del sistema y por
ende sus mecanismos de filtración.
Mientras Colosio veía un México doliente, yo veo un México exhausto,
un México apresurado, un México con baja autoestima, contenido, reprimido más
por la abulia de la mayoría que por las perversas decisiones de unos pocos.
Este amigo me dijo: “no quiero desmoralizarte, pero si crees
tener oportunidad...” ¿Oportunidad? ¿No dicen que uno debe construirla?
¿Qué estamos haciendo como pueblo para construirnos
oportunidades para la transformación de lo que nos aqueja? Pero ya se sabe que
a la oportunidad la pintan calva, con un solo pelito ondeando al viento. Las
oportunidades que experimentan los que forman parte del sistema son como las pelucas,
hechas a modo y a la medida. ¿Queremos seguir peinando en nuestras testas un
mogote Luis XV, caireles?; ¿o preferimos raparnos las ideas sobre el México que
queremos y soñamos, para alisar la curvatura de nuestro mundo y nuestra
democracia?