Reforestan Cerro de Moctezuma


EN COORDINACIÓN, 25 organizaciones civiles y el gobierno municipal de Naucalpan reforestaron una parte del Cerro de Moctezuma, como parte de las acciones que se realizan en conmemoración al Día Mundial del Medio Ambiente, por  la conservación de las áreas protegidas.

La  Dirección General de Medio Ambiente informó que se plantaron 5 mil árboles de las especies encino, fresno, tejocote y capulín, en 8 hectáreas del Cerro de Moctezuma, con la participación de la ciudadanía y organizaciones civiles.

Precisó que 25 organizaciones como PROBOSQUE, CEPANAF, Cruz Roja, Boy Scouts México provincia Naucalpan, Manos a la Tierra, Voluntarios México, Brisa, Organik, Rotarac Florida Satélite,  Hoteles Misión, Sombrero Verde A.C., Calpulli Totoltepec,   Nacel Arcoíris, Presencia Animal,  Alianza Cerro Moctezuma, Cadena de Vecinos, Ciudad Satélite T.V. y Bora A.C, entre otras, junto con el gobierno municipal participaron en la reforestación del lugar, que representa un pulmón en esta localidad.

Participaron más de 250 personas, se realizó una ceremonia prehispánica en honor a la Madre Tierra, además se llevaron al cabo actividades como clases de yoga, conciertos, un recorrido arqueológico, así como diversos talleres. Para tranquilidad de los participantes se contó con la presencia de la Policía Montada, que  estuvo al pendiente de que el evento transcurriera en un ambiente de sana convivencia.


Popotitos no es un primor


ERA DE LA OPINIÓN…, como decía la rola, que “Popotitos” no es un primor; pero, ahora hay quienes quieren convencerme de que es también de lo más dañino.


Recientemente, en un grupo de WhatsApp —que no es una red social, hablando con propiedad, aunque lo parezca— así como en redes sociales, comenzaron a circular mensajes como el que muestro enseguida.



Ahí asenté el siguiente comentario:
Esta campaña es una estupidez. Comprendo la preocupación ecológica, pero está mal enfocada. Debería proponer el cambio en el uso de materiales... Ya los quiero ver postrados en cama y batidos de líquido por no tener popote para beber.
Acto seguido y como imaginaba, solo usar la palabra “estupidez” detonó una andanada de comentarios posteriores que ahora quiero rescatar, por supuesto omitiendo a sus autores por respeto a los mismos. Dichos comentarios fueron tan escuetos y sintéticos como emoticonos o emojis, pasando por consideraciones moralinas de indignados y también hubo —los que nunca faltan— aplausos ruidosos en contra de mi dicho. Mis respuestas son con las que construyo ahora este ensayo.
“Obvio tiene que haber excepciones”, dijo la primera persona en reaccionar; “pero, posicionar y desincentivar el uso de plásticos y popotes no puede ser una estupidez. Afirmarlo lo es...”

La discusión trajo a mi memoria que miembros de mi familia trabajaron con plásticos, ya que mi padre, publicista, tuvo fábrica de anuncios de plástico acrílico, y el padrino de una de mis hermanas tuvo fábrica de popotes, los un tiempo famosos popotes “Lu-Ang”, de los primeros popotes de plástico en existir en México a mediados de la década de los sesenta (hoy inexistentes, llamados así, no por la ciudad de Luang Prabang, sino por los apelativos de Luis y Angélica Jalife, mis queridos compadritos y sus hijos con una de las más queridas amigas de la infancia de mi madre).

Reflexionando sobre esa primera reacción expuse que no es cuestión de “excepciones”. “Posicionar” y “desincentivar” el uso de plásticos sí va a depender de ciertas calidades y especificaciones de los mismos, pues no todos pueden tratarse de igual modo al momento del reciclaje. Pero, proponer como hace estúpidamente esa campaña “anti-popote” la “desaparición” de los popotes por ser de plástico sí es una reverenda imbecilidad además de un exceso que pasa por alto la historia misma del popote, su razón de ser, los materiales empleados para su fabricación (vidrio, metales, cerámicas, juncos, etc.) y utilidad (CULTURIZANDO, 2017).

Quien aplaude semejante torpeza de comunicación incurre en lo mismo, porque se muestra incapaz de ver más allá de lo evidente. La campaña está mal hecha, mal enfocada y mal comunicada, es un mensaje falaz por parcial, sensacionalista y distorsionado en su fundamento. Si esta explicación les parece, a algunos, estúpida, será porque pretende poner un espejo frente a las cosas que cada vez más frecuentemente compartimos en las redes sociales, las que se han convertido en el reducto predilecto de la estupidez.

El origen de la falacia

Mas, vayamos por partes y ubicando las cosas en contexto. ¿De dónde y cómo surge esa campaña, al menos en la historia reciente?

A mediados de abril de 2017, un colectivo formado por jóvenes poblanos y tlaxcaltecas preocupados por temas ecológicos lanzó en Tlaxcala, junto con restauranteros, la citada campaña “#sinpopote (AVENDAÑO, 2017) con la finalidad de proponer al congreso local de Tlaxcala la creación de una ley para regular el uso de platos, vasos, cubiertos y popotes de unicel o plástico como ya se ha hecho en países de Europa o incluso como ya se había propuesto en Guerrero, a comienzos de 2017 por iniciativa del diputado del Partido Verde Ecologista Eduardo Cuevas Ruiz y en otros estados de la República Mexicana, haciendo eco del movimiento “anti popote” iniciado en 2016 [cf. (QUADRATÍN, 2017), (SOL DE MORELIA, EL (redacción), 2017), (JUÁREZ, 2016), (YARID, 2017)]. El colectivo obedece al nombre Kybernus.

Kybernus, como explica en su página corporativa, es
[…] una organización de la sociedad civil que forma parte de los programas de creación de valor social de Grupo Salinas. Fundada en 2011, tiene por objetivo fomentar la cultura de liderazgo ético en la juventud de México.

Es una organización apartidista, laica y no lucrativa, que trabaja desde lo local y está conformada por más de 2,000 participantes en los 32 estados de la República.

Kybernus impulsa y reconoce el talento individual y la colaboración de los liderazgos locales para incidir positivamente en su comunidad [cf. (KYBERNUS, s.f.), (GRUPO SALINAS, 2016), (KYBERNUS, s.f.)].
El anuncio publicitario —de ningún modo meme (WIKIPEDIA, Colaboradores de, 2017), aunque así se lo pretenda distribuir y difundir en las redes sociales— detonador de la discusión fue elaborado para la dichosa campaña y diferentes empresas han colocado su logotipo en calidad de patrocinadoras de la misma. En este caso, la empresa Ecoshell, fundada en 2010 y que en su página corporativa se describe [corrección de estilo mía]:
Ecoshell es […] empresa líder en México gracias a su más amplia gama de empaques, bolsas y desechables hechos con base en plantas que logran biodegradarse entre 90 a 240 días, sin dejar residuos tóxicos en el medio ambiente, gracias a que los micro-organismos se alimentan de los productos logrando reintegrarlos a la naturaleza.


Detrás de esta empresa y su operación se encuentra Carlos Camacho, un joven emprendedor naucalpense, Ingeniero Industrial egresado de la Universidad Anáhuac y estudios en Harvard, que en algún momento de su carrera se desempeñara como Gerente de Relaciones Comerciales de Grupo Salinas y quien en su perfil de LinkedIn se describe [traducción y corrección de estilo mías]:
Tengo pasión por ser emprendedor y buscar nuevas metas. Busco mejoras o empresas comerciales para mi negocio. Tengo experiencia en negocios sustentables, así como en la aplicación de nuevas tecnologías hacia el medio ambiente.

Uno de mis objetivos profesionales es cambiar la industria para que sea más sustentable y más rentable (CAMACHO, s.f.).

Del dicho al hecho…

Puesto en claro el origen estrictamente publicitario y comercial del mensaje detonador de la discusión, es momento de dilucidar, de interpretar su verdadero propósito y trasfondo.

Detrás de todo mensaje, en su hechura misma, siempre, invariablemente encontraremos varios niveles de lectura. Para empezar tres, como ya he explicado en otras entregas: el del autor, el del lector, el de la obra en sí misma. Y este último es el más complejo de interpretar y el más importante.

Comencemos con un dato, el primero que revela la estupidez y falsedad probable del anuncio. Una cifra ¡aterradora! y por lo mismo sensacionalista: “Una persona utiliza 38 mil popotes en su vida”. La cifra, de entrada, resulta excesiva. Si consideramos que hoy la esperanza promedio de vida, al menos en México y de acuerdo con datos de CONEVAL, INEGI y Banco Mundial [cf. (JACOBY, 2015), (INEGI, 2016)] es de 76 años y que el consumo de popotes comienza alrededor de los 3 años de vida, eso nos resta 73 años como consumidores “activos” del producto, es decir un aproximado de 26 mil 645 días de vida, lo que significaría un consumo de poco más de 1.4 popotes al día. Ello, para el bolsillo del consumidor implica un gasto destinado solo a ese producto de entre 280 y 290 pesos anuales, independientemente del material del que estén hechos los popotes.



El anuncio en cuestión, a simple vista, permite dilucidar el interés comercial y empresarial que lo sustenta (lectura del autor). En este caso, el de la empresa Ecoshell por impulsar, promover el uso y adquisición de sus productos presumiblemente sustentables, frente y en comparación con los de la competencia. Una caja de popotes de plástico con 225 unidades cuesta alrededor de los 125 pesos, mientras que un paquete con 500 unidades de popotes biodegradables cuesta poco más de 290 pesos, es decir, ambos productos implican un costo aproximado de 80 centavos por la cantidad diaria que supuestamente, según esas estadísticas falaces, consume una persona. Es decir, una persona habría de destinar 290 pesos anuales de su presupuesto para consumir un paquete y medio de popotes de plástico o uno solo de popotes biodegradables. A primera vista parecería más barato y un ahorro comprar un paquete de 500 que uno de 225. ¿Dónde está el negocio? Ecoshell lo aclara al especificar entre las características de su producto que este es compostable en un plazo de 45 días. Cabe añadir que una vez salido el producto al mercado comienza su degradación, aun cuando esta se acelera tras el consumo y exposición, en este caso, a los líquidos y otros elementos y condiciones de la naturaleza como la humedad. Ello significa mayor probabilidad para la empresa “ecológica” de obtener un poco más de ganancia que la empresa “no ecológica” con base en la obsolescencia del producto.

Ya antes de los popotes de plástico, se habían elaborado popotes de papel encerado. Una de las razones que llevaron a cambiar y optar por el nuevo material, el plástico, fue a ojos empresariales y sin duda el relativo a los costos. Resultaba más rentable elaborar los popotes con plástico que con papel y cera, además no quedaba excluida la posibilidad del reuso.

La faramalla ecologista

Con la llegada de los discursos ecologistas, muchos de los materiales empleados en los productos de uso cotidiano se vieron puestos en duda por sus efectos sobre la salud, para empezar. Lo mismo las cerámicas (por su contenido de plomo, por ejemplo, o los barnices) que los plásticos en tanto uno de los muchos derivados de la industria más poderosa en el mundo, la del petróleo, y que hoy por hoy se encuentra dando sus patadas de ahogado conforme a las proyecciones de producción y consumo que avizoran —esto ya desde mediados de la década de 1990— el final de la era del petróleo hacia el 2050.

Así, alimentos, juguetes, cosméticos, ropa, y un largo, extenso etcétera vienen experimentando una dolorosa transformación, a veces en retroceso al retomar materiales que ya se habían dejado atrás por razones que, entonces, se adujeron como apropiadas, adecuadas, responsables.

El empleo de materiales como el papel producido a partir de fibras vegetales, si bien en su etapa final nos lo pretenden vender como uno de los más sustentables, lo que no nos dicen es la cantidad de gasto que implica, por ejemplo, en el uso de agua como parte del proceso para tratar esas fibras hasta lograr el producto final a colocar en las manos del consumidor.

Y es que el discurso ecologista, aunque noble en su principio y fondo, al propender a actitudes moralinas o sensibleras, pierde con facilidad el esquema general de lo que se requiere para una producción de veras sostenible, mejor que solo sustentable.

Mucha de la justificación empleada en los años 40 para impulsar el uso y consumo de los derivados del petróleo se basó en dos argumentos, uno belicista y otro ecologista. El primero apelaba al patriotismo a contrapelo del nacionalismo. La Segunda Guerra Mundial promovió notablemente, por una parte, el empleo de fibras sintéticas, por ejemplo, el nylon, el poliéster (las fibras acrílicas aparecerían hacia la década de los setenta) para la producción de medias y otras prendas de vestir, mientras por otro lado desincentivaba la producción de seda, la que se utilizaba originalmente para muchas de esas prendas y la industria militar prefirió destinar a la elaboración de paracaídas. Algo semejante comienza a ocurrir ahora tras la legalización de la mariguana, no solo aduciendo razones medicinales, sino porque sus fibras tienen hoy un importante papel en la fabricación de prendas de vestir. Se requiere reglamentar su producción para, de esa manera, justificar su existencia como especie botánica. Y así sucederá, más pronto que tarde, con la planta de la coca y la amapola. O, ¿qué? ¿No son plantas que también requieren de gozar del proteccionismo ambientalista? Muchos laboratorios farmacéuticos así lo creen.

El otro argumento, ecologista, se basaba en argumentos tales como prevenir la extinción del gusano de seda o la promoción del empleo (en tanto factor de ecología humana y no solo sociológico).

De entonces a la fecha, y sobre todo desde mediados de la década de los noventa, muchas empresas y grandes organizaciones han abrazado el discurso, no por auténtico y legítimo interés en la ecología como, más bien, estrategia administrativa, organizacional y mercadológica para la gestión de una imagen que las muestre ante el público como empresas “socialmente responsables”, en una suerte de hipocresía corporativa. Lo más grave es que mucho del público consumidor es acrítico y también consume con singular alegría esa clase de mensajes, creyéndolos cual si leyes divinas, al igual que consume los productos en la creencia de su probable necesidad.

Más que un asunto de criterios para "educar"

Sin olvidar el motivo de este ensayo o reportaje, como se lo quiera ver, viene aquí a lugar lo dicho por otra de las personas en reacción a mi comentario sobre el anuncio [corrección de estilo mía]:
Se refiere al uso de popotes por gusto y no por necesidad. Hay que usar el criterio. En muchas ocasiones hay que usarlos por necesidad y no por gusto. En fin, cada quien piensa distinto de acuerdo con su conciencia ecológica.
El agudo crítico Gilles Lipovetsky ya apuntaba a finales del siglo pasado:
[…] frente a los nuevos desafíos de la innovación y de la incertidumbre, el pensamiento empresarial ha realizado una puesta al día crucial, poniendo de nuevo en cuestión los conceptos fundamentales de la empresa tayloriana en vigor desde las primeras décadas del siglo. En el marco de ese giro, la ética se ha convertido en un parámetro constitutivo de los nuevos métodos de organización del trabajo: idealmente la gestión funciona en la actualidad “en la ética” como en otra época lo hacía “en la disciplina”. Según el nuevo paradigma, el éxito económico requiere, en efecto, la primacía del hombre, la eliminación de prácticas humillantes y formas desresponsabilizadoras del trabajo. La empresa con ultra logros debe considerar a los hombres como su principal baza, experimentar nuevos modos de gestión centrados en el respeto y la valoración del individuo, extender las responsabilidades, proponer planes de participación en los resultados y de perspectivas de formación. Todos los signos que reflejan el desprecio de los hombres y la falta de confianza deben ser combatidos, el dinamismo económico será de rostro humano o no será (LIPOVETZKY, 1994, pág. 270).
Para el caso de la industria del popote empieza a ocurrir lo de siempre: una lucha encarnizada por un trozo del mercado; pero que, desde la década de los sesenta y luego en los noventas, pudimos atestiguar de manera más cruenta con otros productos y marcas.

En esas décadas, por ejemplo, la industria azucarera mexicana hubo de enfrentar los ataques de otra industria en surgimiento, relacionada con la petroquímica y farmacéutica, como fue la dedicada a la producción de la sacarina, primero, y después otros edulcorantes, pasando por la sacarosa, la fructuosa y más recientemente la promoción ecologista del uso y consumo de la estevia. Lo sé de primera mano porque mi padre, de nuevo, tuvo a su cargo la campaña publicitaria para reposicionar al azúcar frente a la sacarina (guardo todavía ese material). No fue gratuito el apoyo que recibió la industria azucarera a punto de la quiebra durante el sexenio de Vicente Fox, quien laborara en su juventud para Coca-Cola, [cf. (GUARNEROS & GONZÁLEZ, 2001), (MORALES, 2001), (CHÁVEZ Maya, 2013), (MARES, 2012)].

De uno y otro lado, las industrias en competencia han recurrido a la publicidad —y eso no tiene nada de particular— para inclinar a su favor las preferencias del público consumidor, argumentando toda clase de discursos, así los de aparente o comprobable base científica y médica con datos que favorecen las bondades y beneficios del producto en oferta, hasta los de índole sociopolítica. De la noche a la mañana un producto puede ser convertido en el villano favorito que atenta contra la salud, la seguridad o la economía del consumidor que, llevado más por sus necesidades y creencias que por la razón, termina apropiándose del discurso más ajustado a su manera de pensar y sentir, equivocada o no, siempre en algún grado incompleta; al fin, como diría Voltaire, todos llevan razón. Mientras, el producto heroico se exhibe como el paladín de los principios y valores de moda que viene al rescate de la población local, nacional o mundial. Si este dice “el azúcar es tóxica” o “la sal es adictiva”, este otro dirá “el azúcar es buena para las neuronas” o “el consumo de electrolitos previene cardiopatías”.

Lo mismo está sucediendo ahora con los popotes, en tanto consecuencia de una guerra más honda como lo es la que se basa en la producción del petróleo. Para transformar las preferencias del público, se apela a la “conciencia ecológica” sin especificar la lucha de intereses económicos existente entre los fabricantes asociados y relacionados con la industria petroquímica frente a los de la industria del papel, artículo además que, con el advenimiento de las nuevas tecnologías, se ha visto afectado en sus variantes y posibilidades de uso y consumo. Este texto, por ejemplo, no lo estoy escribiendo sobre papel, sino directamente sobre mi computadora, la cual por cierto lleva entre sus partes algunas fabricadas con algún tipo de plástico o metal.

Así, mirar anuncios como el cuestionado de forma superficial y consumir su mensaje sin reparar en el trasfondo nos lleva a una interpretación reduccionista, por no decir simplista, en tanto lectores. Decía en el WhatsApp otra reacción [énfasis mío]:
Llamar a una campaña de concientización al uso del popote de plástico o cualquier otro plástico “una estupidez” refleja la falta de conocimiento de las consecuencias que como humanos narcisistas cometemos a un ambiente abusado. Pretender vivir en una “nubecita rosa” mientras no se vean los resultados de la negligencia personal es peligroso para la supervivencia de todos, incluidos los humanos.
Todo mensaje implica no solo el paradigma que lo sustenta, sino incluye la paradoja que lo contradice. Lo importante, siempre, al interpretar un mensaje, no es lo que resulta evidente, sino lo que no lo es. Y más aún la síntesis de la tesis y la antítesis palpitantes en su interior. El arte, en este sentido, es el mejor ejemplo de lo que vengo exponiendo. Las esculturas efectuadas con popotes ¿qué mensaje pretenden enviar? Algunas de ellas, en atención y motivadas por el movimiento anti popote cifran su razón de ser justo en la existencia de los mismos popotes que hacen el material creativo que las sustenta. Y no faltan empresas como Nestlé que se han sumado a esa ola.



La dicotomía ahí está: no consumas popotes, pero sin esos popotes que consumes yo (la obra), no podría mostrarte otra utilidad del mismo producto que desdeño y señalo como nocivo.

Es evidente en el anuncio todo el mensaje paradigmático hacia la promoción del abandono del uso del popote de plástico como práctica cotidiana. Mi crítica, en todo caso, ha ido precisamente por el lado de lo que el anuncio oculta: esa lucha de intereses de carácter industrial y empresarial.

Puedo acompañar sin ningún reparo a las reacciones que, como esta última, señalan los riesgos para nosotros como especie —y todas las demás de las que dependemos y/o dependen de nosotros— de quedarnos en la negligencia ecológica. Lo que no puedo ni debo acompañar es la ceguera y necedad de un discurso que, pretendiendo una noble preocupación ecológica, encuentra el modo de envolverme en tanto consumidor para inclinarme hacia su propuesta comercial disfrazada. Por un lado y, por otro, Más de una vez me he carcajeado de tantas de esas personas sensibleras que, acusando una falta de conciencia ecológica en terceros, más pronto que tarde acaban mostrándose como faroles de la calle y oscuridad de su casa. Basta ver la basura que pueden simplemente dejar al paso en una calle sin hacer nada más que mover la cabeza reprobando el hecho y expresando la queja.
[…] En un universo de competencia mundial dominado por la inestabilidad, la velocidad de los ciclos de innovación y los trastrocamientos de la demanda, la competitividad de la empresa requiere flexibilidad y calidad, que ya no son compatibles con el modo de conducción jerárquica y autoritaria.
[…] La ética de la responsabilidad traduce no tanto la consagración ideal de la autonomía individual como la inadaptación de la regulación disciplinaria ante las nuevas presiones de innovación permanente y de calidad total […]
Así se desarrolla la “trampa de la razón” empresarial, la intensificación de la guerra económica es la que lleva a la preocupación ética en el mundo de los negocios, es la hipercompetencia materialista la que pregona el ideal de responsabilidad individual [y social]
(LIPOVETZKY, 1994, pág. 274)
Mi crítica, al calificar al anuncio y a la campaña como “estúpidas” lejos está de calificar de la misma manera al espíritu que las motiva. Son dos cosas muy distintas.

Las reacciones a mi dicho, en tanto comunicólogo, me recuerdan aquella observación que hacía Marshall McLuhann (y lo digo por aquello de la “nubecita rosa” en uno de los comentarios previos):
A los estudiosos de los medios se los acusa con persistencia de escapistas ociosamente concentrados en los instrumentos o procesos más que en la “sustancia”. A esos acusadores se les escabullen los cambios dramáticos y rápidos de “sustancia”. No se puede sobrevivir si uno enfoca su ambiente, el drama social, desde un punto de vista fijo, inmutable: la estúpida respuesta reiterativa ante lo que no se percibe (McLUHAN & FIORE, 1969, pág. 10).

Cuando la estupidez nos alcanza

Una de las mayores tentaciones de la estupidez es la de prohibir todo aquello que, desde su óptica, resulta poco o nada funcional. Y se escuda en el derecho que tiene la humanidad para erradicar lo que no sirve. (Ese es el espíritu detrás del soylent green, las "galletitas verdes" de la obra de ciencia ficción Cuando el destino nos alcance.)

De los dichos contradictorios de mi postura se colige que a las personas que reaccionaron les resulta “estúpido” consumir popotes salvo por necesidad. Y pueden argumentar lo mismo explicaciones sobre el efecto gástrico de los gases contenidos en las sodas, que el triste, trágico y patético caso de la pajilla encajada en la fosa nasal de una tortuga marina. Por lo tanto y por extensión, a esas mismas personas, leer desde una perspectiva distinta de la suya el anuncio les resulta igualmente estúpido. Por ende, yo soy un estúpido. Y sí, lo acepto, lo soy tanto como cualquiera y ¡quien esté libre de estupideces que arroje la primera diatriba! A esos lectores, el anuncio les parece “una buena idea”.

Explica André Glucksmann:
No basta con tener ideas buenas y justas para que escapen al gran riesgo de verse admitidas y después aceptadas para degradarse en estereotipos anodinos en la palabra corriente; la estupidez se lo traga todo, pero no suelta nada; su lógica mecánica la encierra en sí misma y le asegura una permanente autonomía de reptación. ¿Cómo se puede objetar ese destino? La maquinaria funciona correctamente en el interior de límites definidos […] (GLUCKSMANN, 1994, pág. 143).
Pero, además, este autor nos explica al analizar el esquema lógico que podemos hallar en cualquier acto o mensaje que tachamos de estúpido:
Puesto que la lógica booleana reduce cualquier extrañeza a la nulidad de una contradicción que se autodestruye, el antiestúpido la resucita: “La antítesis se yergue incesantemente ante mis ojos. Jamás he mirado a un niño sin pensar que se convertirá un día en un viejo, ni a una cuna sin pensar en un sepulcro…” […] Esas antítesis no son inocentes ni gratuitas. Destotalizan la vida y privan a los bienpensantes de la sucesión de enternecimientos que sujetan sobre un espacio socialmente ritmado. En el universo-del-discurso, infancia, vejez […] se encuentran alineadas una al lado de la otra como facetas sensatas de un conjunto recortable: el curso de una existencia [ibid.].
Ese conflicto ideológico interno es lo que busco destacar al hacer la crítica del anuncio. Los lectores poco avezados podrán adoptar la tesis o la antítesis. Yo prefiero abrazar el conjunto y procurar la síntesis en afán de ese no concluir a rajatabla lo que unos u otros pretenden como lo bueno, lo correcto, lo deseable, lo propio. Porque parte del método de la estupidez consiste justo en reducirlo y apresurarlo todo a su cálculo conclusivo, a la sentencia, del modo que lo exponía Lewis Carrol en Alicia en el país de las maravillas y retomó McLuhann [op.cit. 42-43 pp.]:
Ahora ocupémonos de las pruebas y después de la sentencia —dijo el rey.
¡No! —dijo la reina—. ¡Primero la sentencia y después las pruebas!
¡Qué tontería es esa de dictar antes la sentencia! —gritó Alicia tan estentóreamente que todo el mundo pegó un salto.
Así, como puede notarse y como señala Glucksmann, exhibo la estupidez en una astuta táctica:
[…] tomada en broma, la estupidez choca consigo misma. ¿Qué dice Flaubert? ¿Una mujer desnuda, un esqueleto? ¡Qué estupidez! No hay duda, pero proyecta su propia imagen a la estupidez. Metida en una lógica que le garantizaba malos encuentros, jamás se había presentado ante sí misma. La broma macabra hace aparecer la estupidez, como tal, mediante un navajazo en la ley del etiquetaje […]
El fenómeno estúpido descubre un efecto, el estúpido fabricado manifiesta su forma (duplicadora) de producción. A un tercer nivel de percepción, la estupidez se revela como unidad de la causa y del efecto, subyuga al acto y al actor, al emisor y al receptor, es el momento de espíritu […]
El espíritu no saca conclusiones, no concluye y, si ignora de dónde viene y adónde va, igualmente se abstiene de encontrar en sí mismo el fundamento que lo autoriza; a diferencia de las sentencias gnómicas y de los preceptos sabios, los malos pensamientos tan solo se mantienen por la estupidez que desvelan [op.cit. 144-152 pp.]
Me parece bien, y con esto concluyo —¡qué estupidez!—, que ese espíritu noble ecologista prenda en la conciencia de mis vecinos y amigos o incluso de los desconocidos. Pero, las razones éticas que sustentan el anuncio capaz de provocar ese despertar no nada más abreva de un lado del río.

La industria en general comenzó a apostar por la obsolescencia a mediados del siglo XX, al percatarse de que era mejor negocio producir objetos de consumo con periodos de caducidad próximos a la salida al mercado que hacer bienes literalmente imperecederos o duraderos. La publicidad los planteaba así, como bienes duraderos, reparables, pero a la primera de cambios había que estar adquiriendo una nueva aspiradora, un nuevo auto. Eso no ha cambiado mucho sino, al contrario, se ha agravado aun con los productos clasificados como “ecológicos”, “orgánicos”, etcétera.



Hoy, los costos de reproducción de refacciones hacen inviable la obsolescencia de viejo cuño. Los técnicos, magos reparadores, o están en extinción o en franca adaptación a las reglas del juego industrial. Pero, paradójicamente, el mismo discurso ecologista crítico de los efectos de dicha obsolescencia da los elementos conceptuales para que los productores, parapetados bajo el escudo del reciclaje y la “innovación”, opten por una nueva manera de obsolescencia, la que prohíja el “desecho sustentable” resultante del reciclaje y la autodegradación. Bien cuestionaba otra de las reacciones a mi comentario original:
El uso generalizado de los plásticos ha venido a dar conveniencia inmediata al humano. El beneficio obtenido en los utensilios de plástico no es una situación ganar-ganar. ¿Será ganadora una situación donde el uso del plástico por veinte minutos amerite su existencia por decenas de años en basureros, ríos, lagos, playas, mares, etc.?


Si antes el objeto consumible dejaba de funcionar porque un engrane de plástico roto lo hacía inservible y un deshecho no biodegradable, hoy ese mismo objeto se vuelve inservible y sustituible más pronto que tarde por estar conformado con partes de menor calidad, pero mayor garantía biodegradable. Como en todo, unas cosas devienen por otras.
Nos recuerda Lipovetsky [corrección de estilo mía]:
El primer momento de la era del consumo se instituyó a través de las oposiciones binarias ocio/trabajo, bienestar/disciplina, vida privada/vida profesional, divisiones distintivas culturalmente jerarquizadas en privilegio de los primeros términos: la “verdadera vida” se asimilaba a los placeres, las vacaciones, el tiempo libre. Esa época toca a su fin […]
[…] Esta es la paradoja: el rechazo de la organización tayloriana y el broche final de la empresa humanista aceleran la desestabilización y la fragilidad subjetivas. Ya sea en la esfera privada como en la esfera profesional, en todas partes la autonomía individualista se paga con desequilibrio existencial. Si la denuncia de la empresa tecnocrática y la celebración del individuo responsable y creativo merecen el elogio al reactivar la tradición ética del respeto a la persona [o al medio ambiente], no deben perderse de vista las nuevas contradicciones que resultan de ella: más independencia, pero más ansiedad; más iniciativa, pero más exigencia de movilización; más valoración de las diferencias, pero más imperativa competición; más individualismo, pero más espíritu de equipo y de “comunidad integrada”; más celebración del respeto individual, pero más conminaciones a cambiar y reciclarse (LIPOVETZKY, 1994, págs. 275-279).
El anuncio en cuestión, pues, es estúpido por la manera como está elaborado. Pero que sea estúpido no le quita razón al paradigma que plantea, como tampoco anula la paradoja que lo acompaña irremisiblemente. Los lectores estúpidos optarán por uno u otro lado de la moneda, adoptando un partido particular a favor o en contra de los popotes, sin considerar los matices que a lo largo de la historia transformaron al popote en sustancia, pero no en esencia.

El verdadero cuestionamiento no está en si adoptar una actitud “anti-popotes” o favorecer su existencia. Sino gira en torno a los materiales con los cuales son fabricados los popotes y el impacto que estos, por virtud de su utilidad, tienen sobre la naturaleza. Como bien destacó otra de las reacciones a mi dicho:
Hay que tomar conciencia del cambio climático, no solo se contamina con gases emitidos por combustibles, también con plásticos, por algo ya se firmó el Acuerdo de París, todos debemos de ser, no un poco, más conscientes.
Tan estúpida resulta la campaña que, toda proporción guardada es equivalente a esa otra mediante la cual los “protectores de los derechos animales” han estado arremetiendo contra circos y cosos, con una actitud más destructiva que constructiva. En el caso de la fiesta brava, como ya he escrito en estos Indicios Metropolitanos, es preferible mejor que acabar con ella transformarla de manera que los derechos de los animales no se vean trastocados. Modificar, regular ciertas prácticas y modos no tiene por qué implicar el extremo odioso de erradicar algo. Ya hemos visto las tristes consecuencias de la necedad y la estupidez a que llevó a numerosos animales de circo "rescatados" por los "bienpensantes".


En fin, “«Popotitos» no es un primor / pero baila que da pavor”.


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Referencias

AVENDAÑO, J. (4 de abril de 2017). "Lanza colectivo campaña de no uso de popotes". Recuperado el 9 de junio de 2017, de La Jornada de Oriente: http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2017/04/04/lanza-colectivo-campana-no-uso-popotes/
CAMACHO, C. (s.f.). "Carlos Camacho". Obtenido de Carlos Camacho (perfil LinkedIn, versión en inglés; existe versión en español): https://www.facebook.com/LideresKybernus/
CHÁVEZ Maya, H. (19 de marzo de 2013). "Gobierno va al rescate de la industria azucarera". Recuperado el 9 de junio de 2017, de El Financiero: http://www.elfinanciero.com.mx/archivo/gobierno-va-al-rescate-de-la-industria-azucarera.html
CULTURIZANDO. (7 de febrero de 2017). "La nota curiosa: el origen del pitillo, pajilla o popote". Recuperado el 9 de junio de 2017, de Culturizando: http://culturizando.com/nota-curiosa-el-origen-del-pitillo-o/
GLUCKSMANN, A. (1994). La Estupidez: ideologías del posmodernismo. Barcelona: Planeta-Agostini.
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La prevención, origen y fin de la seguridad


UNO DE LOS TEMAS, sin duda más importantes, cuando se habla de seguridad, es el de la prevención.

Tendemos a pensar la seguridad como un tema casi exclusivamente asociado a situaciones de orden policiaco. Pero, en realidad, la seguridad es uno de los asuntos más amplios y que requieren mayor atención de parte de los gobiernos, lo mismo los municipales que los federales.

Prácticamente podemos decir que, en la vida humana, si la comunicación está en el centro de todo, la seguridad es uno de los fundamentos de todas las actividades que realizamos.

Desde un punto de vista sistémico, no hay sistema que no se preocupe de manera constante y permanente por la seguridad que lo define. Una seguridad que pasa lo mismo por la clasificación y organización de los datos, de la información en general, que los la salud del conjunto de subsistemas que lo componen.

Capacitar a cada parte del sistema es vital para que este se desempeñe de manera adecuada y para que cada una de sus partes obtenga la mínima autonomía de gestión como para mantener el funcionamiento del sistema completo y, por supuesto, de aquellos asuntos que, en lo particular, atañen a esa parte en tanto su responsabilidad.

Viéndolo así, cada uno de nosotros somos una parte del sistema social y la mejor manera como podemos conseguir que este se desasrrolle, evolucione y funcione cabalmente es capacitándonos en lo necesario dentro de nuestras atribuciones como ciudadanos. Eso es justo a lo que apunta el civismo: hacernos conscientes tanto de nuestras obligaciones como de nuestros derechos, poniéndolos en práctica.

En los últimos años, las noticias más frecuentes que leemos en diarios, escuchamos en radio y TV o seguimos por la Internet y las redes sociales, parerecían obedecer a una especie de obsesión por lo violento y lo policiaco: asaltos, violaciones, asesinatos, accidentes. Y, como ciudadanos, tendemos a culpar a los gobiernos porque no tienen policías adecuadas, recursos para atajar al crimen, porque son corruptos. Pero, ¿cuántos de esos casos podrían evitarse si nosotros, en nuestra calidad de ciudadanos, nos preocupáramos por capacitarnos en los temas elementales que permiten prevenir esas situaciones?

Pensemos, imaginemos un caso patético y trágico: una persona actúa de modo inconveniente frente a un asaltante haciéndose o como héroe o simplemente por miedo, coraje e impotencia tratando de defeder su posesión o su patrimonio, forcejea con el malhechor y resulta herida. El asaltante huye, la policía, tarde o temprano, llega al sitio del hecho. La autoridad competente o nosotros, si no estamos capacitados, podemos convertirnos de pronto en peores verdugos que el mismo criminal que detona la tragedia si, por ejemplo, no sabemos cómo actuar para subsanar la herida, y no nada más tener el conocimiento de los teléfonos de emergencia. Esa persona podemos ser nosotros mismos.

Por eso, me parece de vital importancia que la Dirección General de Protección Civil y Bomberos de Naucalpan, imparta cursos de Reanimación Cardiopulmonar (RCP) dirigidos a estudiantes de todos los niveles, con el propósito de que cuenten con las herramientas necesarias para saber actuar ante situaciones de emergencias que pudieran presentarse tanto en sus centros de estudio, como fuera de ellos.

Paramédicos certificados como Técnicos en Urgencias Médicas del área de Atención Prehospitalaria de Protección Civil llevan al cabo esta capacitación,para brindar a los estudiantes los conocimientos básicos para atender a una persona en caso de que sufra un paro cardiorrespiratorio.

Uno de esos cursos de capacitación RCP se impartió recientemente a los alumnos de la escuela preparatoria Sor Juana Inés de la Cruz de la colonia de Valle Dorado y a estudiantes de Ciencias de la Salud del Colegio de Bachilleres del Estado de México, plantel 37 de San Francisco Chimalpa, además de a personal que labora en las oficialías del Registro Civil,  y empleados del Organismo de Agua Potable, Alcantarillado y Saneamiento (OAPAS).

Los cursos se imparten en las escuelas e instituciones que así lo solicitan a la Dirección General de Protección Civil y Bomberos. El personal acude apoyado con un maniquí para que las personas puedan realizar prácticas de la técnica de reanimación cardiopulmonar y puedan actuar en tanto llegan los servicios de emergencia, para lo que se cuenta con el apoyo del helicóptero “Águila 1”, que además de reforzar acciones de seguridad apoya en materia de Protección Civil.

Ojalá más de nosotros nos interesemos por estos cursos, porque en nuestras manos está el origen y el fin de la seguridad.