El basurero lunar
VA A SER UN AÑO, días más o menos, de la "incursión China" al lado oscuro de la Luna, de los 50 años de la misión Apolo 11 y de la difusión de un conjunto de imágenes tomadas por diversas sondas desde años atrás en el afán por desmitificar la llegada del hombre a nuestro satélite principal (no olvidemos que desde 2018 sabemos que tenemos una nueva luna, diminuta, en un asteroide recién capturado por la gravedad lunar). Aquí la suma de indicios donde se muestra el basurero lunar; pero...
Personalmente jamás he cuestionado que el hombre haya llegado a la Luna y más lejos en su investigación y descubrimientos y aventuras por el espacio exterior o a las profundidades del cosmos o de los océanos. No solo me maravilla y cautiva, me fascina todo ello. Por lo mismo, soy muy cauto cuando de temas científicos se trata porque sí, también existe la tendencia a generar, por incredulidad e ignorancia, las más bizarras versiones de los hechos. Aunque no se crea, la ciencia también puede tener forma de credo opiáceo.
En el caso del viaje a la Luna, las teorías conspirativas han pecado de distorsionar y desviar la atención de los verdaderos hechos, poniendo en tela de juicio hasta las mentiras alrededor de la verdad o, si se prefiere, las verdades alrededor de la mentira, añadiéndose además al insidioso afán de algunos por prohijar la desmemoria, ya en el periodismo, la publicidad o la política.
Cuando cursé la carrera de Comunicación, en la Universidad Anáhuac y bajo la dirección del publirrelacionista Jean Domette Nicolescu, amigo de mi padre, tuve la fortuna de haber sido parte de una generación de pupilos que fuimos educados en la producción de televisión por una de las glorias mexicanas fundadoras de la televisión en México y en el mundo: el Ing. Roberto Kenny, a quien también tuvo el gusto de conocer mi padre y de colaborar alguna vez en su paso por la publicidad.
Por él supimos, de primera mano y entre otras cosas de no creerse, que el Apolo 11 nunca llegó a la Luna en 1969, aunque los defensores del tema opinen lo contrario y aleguen, con aparente rigor científicista —que no científico, más papistas que el Papa—, que la tecnología de televisión en la época no daba para tanto.
Él perteneció al equipo multinacional de producción de TV contratado por la NASA y CBS para efectuar la grabación del "hecho", "en vivo" y, sí, aunque rudimentaria, la creatividad puesta sentó las bases de lo que serviría para el desarrollo de los posteriores efectos especiales empleados en la televisión mundial y que, de alguna manera, ya se venían desarrollando en los programas unitarios y los filmes de ciencia ficción de esa década de los sesentas, sobre todo en EE.UU. e Inglaterra, donde la BBC destacaba con el "Dr. Who".
CBS, valga anotar, ha sido una cadena de producción de cine, radio y televisión que, desde su comienzo, siempre ha sido parte fundamental en la creación, difusión o enmascaramiento de teorías conspirativas, controversias, retorcidas negociaciones, escándalos y abusos. Y no lo digo yo, lo dice la Historia.
Que ese caso en especial no haya ocurrido, no obsta para que conste que el hombre ha llegado a la Luna más de una ocasión y que sus efectos estén descansando desperdigados en la superficie con carácter de memorabilia de desperdicios que nadie recoge, recicla, composta, transforma. Sí, en la Luna no hay pepenadores, a menos que los chinos hayan descubierto una cañada como el bordo de Xochiaca en el lado oculto del astro y aun no quieren darlo a conocer, herméticos como son. La Luna no es de queso, sino alberga literal y metafóricamente y a despecho de nosotros los poetas, mierda humana.
Esceptisismo no implica conspiración y viceversa
No tengo por qué poner en duda el testimonio de un testigo de la calidad del Ing. Kenny, cuya hija, años después, colaboró como científica y técnica en la NASA. El problema, en realidad, consiste en que los escépticos han confundido la duda con el descrédito y esa es la base de muchas de las teorías conspirativas que ni siquiera —quedadas en la pasividad de la ataraxia que acompaña al escepticismo, o enredadas en los meandros de las contradicciones a que llevan datos incompletos, investigaciones inconclusas, declaraciones y evidencias no comprobadas que rayan en variantes del ocultismo—, ni siquiera hacen lo pertinente para corroborar lo cierto y lo falso. Y, como se antoja imposible en muchos casos por temas como el oscuro peso del poder gubernamental, económico, militar, político o religioso, capaces de cubrir las cosas con el velo del misterio, todo esfuerzo legítimo y humilde por tratar de desvelar la verdad acaba en el ridículo por falta de recursos, conocimientos, habilidades o información fidedigna. Lo prohibido tanto como lo ignoto y lo perverso siempre resultan atractivos, aun más que temibles. Algo tenemos de gatos y la curiosidad nos mata, cuando no de ansias, de certitud.
El conspiracionismo es otra manera de hacer aquello de "divide y vencerás". Hay los escépticos recalcitrantes que dudan hasta del aire que respiran; los hay que dudan hasta del aire que no respiran, porque tienen pruebas documentadas de que fue otro el que quitó el resuello. Unos y otros luego hasta se mueven a ofensa si uno osa confrontar sus posturas en la finalidad de allegar algo de luz sobre la oscuridad, independientemente de qué lado aporte qué.
Recientemente tuve a bien conminar al escritor Mauricio Schwarz a mostrar su postura escéptica informada para contrastar la de José Luis Camacho quien, en un video retaba a los "defensores" de la tecnología 5G a presentar pruebas fidedignas y fehacientes de que la tecnología no es "maléfica", para usar yo esa palabra.
Schwarz me respondió con alguna virulencia y compartiendo un video propio ya visto por mí con anterioridad:
Hasta ahí llegó el debate.
Las teorías de este tipo podemos entonces clasificarlas en dos caras de una misma moneda: de un lado están los que consideran que lo establecido es una conspiración de quienes detentan el poder; del otro lado están los que, diciéndose cercanos a las fuentes de información y dotados de una metodología infalible, consideran a los primeros unos conspiradores de pacotilla cuyas conjuras y elucubraciones pensadas fuera de la caja de la normalidad más semejan anatemas que actos de fe en el conocimiento.
Un país inmaduro con un patrimonio ignoto
LA CEPAL (Comisión Económica para America Latina y el Caribe) nos informó, entre noviembre de 2019 y marzo de este 2020, que la edad promedio del mexicano era de 29 años. Fue un dato en el que no muchos repararon.
Este año INEGI arrancó el censo poblacional, pero la pandemia interrumpió su levantamiento, obligando a improvisar su realización por vías electrónicas, lo que también nutrió las intenciones de algunos políticos, como Alfonso Ramírez Cuéllar ,secretario general de MORENA, para promover reformas constitucionales que permitan definir y medir el bienestar del Estado.
Los efectos de la pandemia, con la mortandad de personas en edad senil o anciana, y los no tan numerosos casos de defunciones en infantes, quizá no modifiquen demasiado esa edad promedio, pero seguro se desplazará en la curva de la campan normal.
La población tendía a envejecer y a feminizarse (en el sentido de contar con un mayor número de mujeres de lo que resultaba normal en censos anteriores, generalmente siempre había sido mayor la cantidad de féminas frente a varones en una proporción variable de 3/1), y esto ya empezaba a ser un problema lejos de un discurso de género que incidió sobre la estructura y funcionamiento de los sistemas de salud en todo el mundo y no se diga México, afectando de manera asociada al sistema económico con una cada vez más onerosa carga de pensiones por pagar y gastos relacionados con las llamadas "enfermedades y padecimientos del desarrollo": diabetes, afecciones cardíacas, a los que habría que sumar seguros por desempleo, prestaciones laborales por motivo de preñez y un largo etcétera.
El aumento de la longevidad de la mano de una "mejora" en la expectativa de vida, aun cuando no tanto en su calidad, junto con otros datos, no dejó de ser un indicio capaz de movernos a reflexionar acerca de qué calidad de población tenemos y cómo, su grado de madurez-inmadurez puede ser un factor que explique las decisiones tanto de electores como de elegidos antes y durante el presente régimen lopezobradorista.
Generaciones trenzadas
Siempre que conversa uno con las amistades sale a relucir esa época de los "años dorados" de la juventud cuando uno se muestra con hartos arrestos para hacer cosas, para "comerse el mundo a puños" sin detenerse uno en mientes o en temores o en estupideces, que para todos, invariablemente y aun con las mejores intenciones, son muchas.
El capital de muchos políticos y al que apuestan con regular frecuencia cuando de campañas electorales se trata es ese sector poblacional de los jóvenes. Esos jóvenes que apenas despiertan a una conciencia política; que aun maman de las opiniones chuecas o derechas de los ancestros distorsionadas por los conocimientos y experiencias recientemente adquiridas de la mano de profesores, líderes de opinión, círculo social, medios de comunicación; que se rebelan ante la autoridad pervertida por la corrupción; que anhelan un futuro mejor para sí y sus descendencias; pero, aun no tienen el don de mando para guiar con sus decisiones finales el rumbo de una nación. Que viven ilusionados o padecen, además, las frustraciones ocasionadas por el sistema social y económico.
Preguntémonos hasta qué punto esta inmadurez social de los mexicanos como país a visto socavada su vocación. Hasta dónde ha sido caldo de cultivo para añejos rencores sin resolver y que hoy, tras abrirse la economía en el coletazo de la pandemia, se manifiesta acre y violentamente en expresiones que propugnan por una anarquía o a un híbrido esperpento intrínsecamente contradictorio como es el llamado "anarcomunismo", que de anárquico solo tiene lo rijoso y de comunista solo el alienismo reaccionario. Hasta qué punto están impulsados por la desesperación causada por el deterioro del desarrollo y el decrecimiento de las oportunidades. Hasta dónde se han convertido, en la Primavera de Praga, en la Primavera Musulmana, en expresiones de una vergüenza oportunista como la mostrada en el "Perdón de Rodillas" de autoridades y legisladores estadunideses tras el asesinato de George Floyd, en EE.UU, o la indignación de dientes para afuera de los políticos mexicanos abrazados de uno u otro modo al duelo tras el asesinato de Giovanni López, en Jalisco.
Foto: Ringo H.W. Chiu (AP), tomado de "¿Qué es ANTIFA[...]?", Milenio |
Foto: Omar Flores | Sol de México |
Policías de Washington piden perdón de rodillas |
Congresistas de EE.UU. piden perdón de rodillas |
Más de una vez se ha dicho y se los ha tomado a los jóvenes en calidad de carne de cañón en revoluciones, rebeliones, manifestaciones de toda índole, cuando no de instrumental extensión del poder instaurado para "remover conciencias" y controlar ímpetus. En otras veces han sido el motor de las protestas a las que se han sumado luego las generaciones mayores. ¿Cuán manipulables pueden ser sus conciencias? ¿Cuán inspiradoras pueden ser sus acciones que pueden rayar en la imprudencia heroica? ¿Cuánto aportan sus procederes a la clarificación del patrimonio, en sus diferentes aspectos definitorios, desde el económico al cultural, y por ende a la comprensión y medida real, fáctica del bienestar?
Los "ninis" o los "milenials" no lo son porque quieran, aunque puede ser, o mera etiqueta, sino porque las generaciones previas acabaron cerrando, desde su respectiva juventud y con sus reacciones en el pasado, las posibilidades a futuro de los que mañana tendrán que tomar decisiones para jóvenes y ancianos, tal como ahora es nuestro turno hacer, quienes rondamos las edades previas a la senectud y en la limitación de nuestras particulares posibilidades.
La antropóloga Margaret Mead apuntaba en su libro Cultura y Compromiso. Estudio sobre la ruptura generacional:
[...L]a liberación de la imaginación del hombre respecto del pasado depende [...] del desarrollo de un nuevo tipo de comunicación con quienes están más hondamente comprometidos con el futuro: los jóvenes que nacieron en el nuevo mundo. O sea que depende de la participación directa de aquellos que hasta ahora no han tenido acceso al poder y cuya naturaleza no pueden imaginar plenamente quienes sí lo ejercen. En el pasado [...] se cercenó gradualmente el derecho de los adultos a limitar el futuro de los hijos. Ahora [...], el desarrollo [...] depende de que se entable un diálogo continuo en el curso del cual los jóvenes gocen de libertad para actuar según su propia iniciativa y puedan conducir a sus mayores en dirección a lo desconocido. Entonces la vieja generación tendrá acceso al nuevo conocimiento experimental, sin el cual es imposible trazar planes significativos. Solo podremos construir el futuro con la participación directa de los jóvenes, que cuentan con ese conocimiento [MEAD, 1970: 122]
México entonces, el México post Covid-19, se antoja un país inmaduro con un patrimonio ignoto en parte por el descuido, la indolencia o soberbia con que las generaciones hemos actuado en nuestros respectivos momentos, en el empalme natural de por lo menos tres generaciones que Mead categorizaba ya en 1970 como postfigurativa, cofigurativa y prefigurativa, explicando por la primera que es aquella en la que los niños aprenden primordialmente de sus mayores; la segunda es esa en la que tanto niños como adultos aprenden de sus pares, y la tercera, en la que los adultos también aprenden de los niños.
"Ahora ingresamos en un período, sin precedentes en la historia, en el que los jóvenes asumen una nueva autoridad mediante su captación prefigurativa del futuro aun desconocido", afirmaba Mead y, en los días que vivimos, cuando los avances tecnológicos nos enfrentan a una –esta sí y lejos de vacuas y vanas promesas de campaña política– cuarta transformación civilizacional, sus palabras cobran un peso específico sin parangón. El mañana, ahora sí, ya está aquí, aunque tenga visos de ciencia ficción y corte apocalíptico.
El inminente advenimiento de la tecnología 5G y el internet de las cosas (internet 6) aunados al cambio climático y otros asuntos que nos tienen asolados, angustiados, temerosos nos hacen ¿desconfiar o confiar en la juventud? Si lo primero, es tanto como desconfiar de nuestros sueños, porque hemos sido nosotros quienes hemos puesto en sus manos los avances de que hoy gozan; si lo segundo, es tanto como pecar de confiados en la bondad de las ambiciones depredadoras que nos han llevado con socialismo real, con capitalismo real, al punto de inflexión que ahora nos constriñe.
Es cierto que la continuidad de todas las culturas depende de la presencia viva de por lo menos tres generaciones. La característica esencial de las culturas postfigurativas consiste en una hipótesis de que la vieja generación expresa en todos sus actos, a saber, que su forma de vida [...] es inmutable, eternamente igual.[...] Las respuestas a las preguntas ¿Quién soy? ¿Cuál es la naturaleza de mi vida como miembro de mi cultura; cómo hablo y me muevo, como y duermo, hago el amor, me gano la vida, me convierto en padre, me encuentro con la muerte? se experimentan como predeterminadas. Es posible que un individuo no consiga ser tan valiente o paternal, tan industrioso o generoso, como lo estipulan los mandatos que le transmitieron las manos de su abuelo, pero en medio de su fracaso es un miembro más de su cultura, en la misma medida en que lo son otros en medio de su éxito [op.cit: 39]
Pero, si bien el intercambio intergeneracional es básico y fundacional en tiempos de crisis como los que estamos experimentando, es de resaltar la observación de Mead en el sentido de que "la grandeza pasada no basta para llenar la olla vacía y no sirve para taponar el viento que se cuela por las hendijas". De ahí que ni todo tiempo pasado fue mejor ni todo mañana es esperanzador; que no todo lo bueno dura para siempre ni todo lo efímero pasa sin dejar huella; que a veces el vino nuevo madura en odre añejo y otras el jocoque demasiado aireado acaba enmohecido. Que no siempre quien no aprende de la Historia repite los mismos errores, ni quien aprende de ella garantiza no caer en la necedad de repetirlos pues nadie escarmienta en cabeza ajena.
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MEAD, Margaret. Cultura y Compromiso. Estudio sobre la ruptura generacional. Gedisa, México, 1990.
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