Contra el discurso con perspectiva de género
LO QUE DIRÉ, lo sé, no gustará a muchos, especialmente a muchas, y va en el sentido de lo que ya he tratado aquí en artículos previos, abrazando una posición rotundamente contraria al discurso en boga denominado con "perspectiva de género".
Leo en cierto diario una nota roja local entre tantas con la cabeza: "Atacan a balazos a dos mujeres en la colonia Hidalgo, en Naucalpan". La nota, como es costumbre, no entra en demasiados detalles que, es de esperarse, la autoridad competente irá desvelando poco a poco según avance la investigación. Sin embargo, ya y a pesar de la limitada información, en los comentarios debajo de la misma no se han tardado en aparecer los apuntes calificando de cobardes a los criminales, no tanto o solo por el hecho de serlo, sino —se deduce de lo escrito y la autoría— que por haberse cebado sobre dos mujeres. Pero, ¿por qué detenerme a escribir sobre esta nota y no cualquiera otra?
Este tipo de notas, aparte de la estúpida actitud de lo "políticamente incorrecto" a pesar de la incorreción gramatical y lógica típica de los heraldos feministas de hoy y sobre la que no me canso de escribir, son las que me hacen más y más contrario al discurso con perspectiva de género, aun cuando no hace mucho lo veía con simpatía. Esto no significa que pretenda arrinconar a la mujer a un rol circunstancial; de ninguna manera, sus derechos inalienables son indiscutibles tanto como la inequidad en que ha vivido antropológica e históricamente, por lo menos desde épocas posteriores a la Edad Media; y soy de los que piensan que, en términos de igualdad, la deuda hacia ellas es enorme y es necesaria la reivindicación tanto como la conciliación y el mutuo respeto.
La historia —y no es digresión— registra que antes, aun cuando nos quieran dorar la píldora los feministas a ultranza (o los veganos en otros temas), la mujer tenía un papel mucho más protagónico en la estructura social, a pesar de los abusos de que pudiera ser objeto y hay documentaciones, para empezar, de que aun antes de existir el patriarcado, la estructura social se fundaba en el matriarcado y no fue sino en el Holoceno, hace doce mil años atrás que, en la zona de Anatolia, se sucedió la transición hacia una organización patriarcal, tras la confrontación y la conquista de los guerreros cazadores nómadas del norte de los Urales frente a los pueblos recolectores asentados en la región central de lo que hoy es Turquía, donde los roles eran invertidos y las amazonas regían. La recolección dio pie a la agricultura, mientras la cacería lo hizo a la doma y juntos dieron paso a la civilización.
Explicaré mejor mi reacción a esta nota que, junto con muchas más y más abundantes, veo peligrosa en ese sentido de la perspectiva de género.
Enarbolando el banderín de la igualdad de veras
Desde el titular, esa perspectiva está enfatizada con la finalidad de generar en el lector y público una inclinación y tendencia específicas, por supuesto en favor y simpatía (no por fuerza empatía) hacia la mujer. Es una nota a todas luces manipuladora, aun reportando un hecho lamentable, sí, y concreto y ¿muy independientemente? de que haya sido capturada, redactada quizá por una reportera como se intelige de las iniciales asociadas a la redacción. Es un hecho que dos mujeres fueron asesinadas y no es la primera vez ni será la última. Pero, ¿qué es más importante? El acto o la caracterología de las víctimas. He ahí el quid del asunto que me provoca rebelarme.
Si la nota dijera que "dos personas" fueron asesinadas, la neutralidad objetiva sería de corte más humanista y menos humanitario. Y es justo esa confusión —que he acusado no solo en el presidente Andrés Manuel López Obrador sino en muchos sensibleros— lo que ha pasado a partir al estado de derecho, no nada más en México, y a dividirnos como sociedad. Una cosa es el humanismo, otra el humanitarismo. El primero se enraíza en una postura filosófica, el segundo en una actitud psicológica. El primero descansa en la razón, el segundo en la emoción. No están peleados, se complementan; no obstante, es un craso error confundirlos, mezclarlos, invertir sus significados y juzgar desde su distorsión.
A lo largo y ancho del mundo, las indignadas protestas contra la violencia de que son objeto las mujeres no se hacen esperar ya a la más mínima provocación, como hemos atestiguado más de una vez y recientemente incluso en Londres, Inglaterra, donde las mujeres, al igual que en México y otros países, han salido a reclamar airadamente, furibundas, la justicia contra aquellos perpetradores de variedad de abusos y hostigamiento sobre ellas —no siempre por razones sexuales ni a manos de varones—, así se trate de sus parejas, allegados, familiares o de autoridades policiales, gubernamentales, etcétera. A diferencia de ellas o de las protestas con base racial, no hemos visto todavía que los ancianos o niños salgan a hacer protestas similares en favor de sus causas salvo en raras ocasiones, y generalmente han sido acalladas cuando no usadas como objetos accesorios de presión política por parte de actores más colmilludos y aviesos e interesados, en lugar de verdaderamente ser en pro de la defensa de los derechos legítimos de los grupos etiquetados como "vulnerables".
Lo que deberíamos juzgar como sociedad no es si la víctima fue una mujer o varias o jóvenes o infantes o varones o ancianos o negros o miembros de la impronunciable comunidad LGTB... lo que sea que sigue, sino que personas de distintas condiciones han sido privadas de su libertad contra su volición o minada su vida en estilo, calidad o tiempo, que han sido vulneradas en sus derechos elementales. Y esto, por ahora, hasta aquí; pues podríamos incluir en el tema las protestas respecto de los derechos animales o de las plantas. Pero, mientras animales y plantas no sean elevados a la categoría de "ciudadanos del mundo" parte del mismo Estado, conformadores de su población, gobierno y territorio, mientras no veamos a la vaca o al perro o al gato como una clase de personas más acá de meras creaciones de la ficción artística, seguiremos usándolos como imágenes de lo inferior y al primate y al cerdo como metáforas de lo subhumano con cabida solo en la fábula y oportunidad de ejercer su voto solo con su sumisión frente al dominio del amo. Esto es lo único que rescato detrás de la reciente propuesta legislativa mexicana para no emplear a los animales como mascotas publicitarias y de marca.
Esta suerte de rebelión en la granja que vengo planteando apunta a una suerte de defección, por lo que a mí toca, del discurso feminista y, más, del discurso que ha acabado por corromper las ideas de los eternos femenino y masculino, y, por qué no, para que no me digan que no soy incluyente, del eterno andrógino.
¿Sexos aun antes que personas?
¿Es que somos sexos aun antes que personas? Visto desde la perspectiva de género así parece. Y en la visión humanista esta perspectiva nos degrada en nuestra libertad existencial al arrinconarnos como efecto de un mero accidente biológico. Nuestro ser queda limitado en su expresión a la forma evidente sexuada o asexuada, y sus virtudes primigenias quedan supeditadas a su debilidad o fortaleza sea física, psicologica, moral o legal.
Considero pertinente, necesario, señalar que, en un verdadero estado de derecho, estos arquetipos deberían ser revalorados en lo que de esencial tienen y dejar de lado los afeites sustanciales con que la opinioncracia, credos y las legislaciones a modo y gazmoñas los han torcido.
¡Ya nada más de homicidio por comparación con feminicidio o infanticidio o vetericidio —concepto que faltaría introducir en los códigos penales—, por favor y valiendo la cacofonía!
Entiendo el afán clasificatorio, lo comprendo y no lo desdeño desde un punto de vista de la procuración y ejecución de la justicia. Sin embargo, una sola palabra abarca al crimen y todo lo demás no son sino recursos instrumentales legaloides. El homicidio es homicidio, asesinato y punto, sea sobre la persona de una mujer, un varón, o algún grupo de edad o la preferencia sexual, religiosa, política del implicado como víctima del delito.
Valga la ironía: no hablamos del suicidio de una mujer, por ejemplo, como autofeminicidio en el caso de que, por su condición femenina, la víctima de su propia autoestima decida acabar con su vergüenza de ser lo que es.
Al amor también se le mata de mil maneras y para ello todavía no tenemos acuñada una palabra. Aquí propongo una: amoscidio. La pregunta que viene enseguida es qué penas y cómo tendrían que aplicarse a quienes, por desprecio, abandono, u otros motivos nos llevan a la calidad de desamorados y a sentir en el alma los efectos de la muerte o la vejación derivadas del apasionamiento. ¿Qué juez, qué ley puede aplicarse sobre los efectos del corazón? ¿Cómo catalogaríamos los delitos que pudieren relacionarse con el amor propio y el deshonor, más allá de la vulgar deshonra de la vejación a manos de terceros?
Evolución del eterno humano
Ya que tiempo atrás me definí sobre todo como poeta, pienso con Goethe que la mujer simboliza la pura contemplación en contraste con la acción como algo masculino y acompaño la idea nietzcheana de que lo femenino encarna el continuo temporal de la vida y la muerte.
En la revolución tipológica, tal como señalaba Marshal McLuhan, se requiere la transición paulatina desde el arquetipo hasta el ectipo, pasando por el prototipo hacia la fijación del tipo, la repetición pedagógica del clisé y la redundancia de la estereotipia para hacer posible el surgimiento de un nuevo y distinto arquetipo. Esto, hasta donde sabemos, solo ocurre en los campos de la mitología, el arte en general y de forma particular en el cine y el cómic.
El eterno femenino en esto ha llevado la delantera al eterno masculino y eso tenemos que reconocerlo y aplaudirlo. La hembra humanizada se ha asumido y asimilado en toda su complejidad y hoy busca hacer sólido un nuevo arquetipo de lo femenino que resume lo pasivo en la pragmático, lo compasivo en lo proactivo. La mujer de hoy se zafa del estereotipo modoso, amable, cortesano, medieval y trata, sin conseguirlo ciento por ciento, de erigir un nuevo significado a partir de su cuerpo, pero apuntando a su espíritu. El macho, en cambio, a ojos de aquella deshumanizado, se ha sumido en la ataraxia de su panoplia. Comodino con su hombría, el eterno masculino se revela anclado en lo fundamental y primitivo, y se pregunta sobre la necesidad de la transformación en un mundo hecho a su imagen y semejanza, a la vez temeroso de siquiera rozar lo femenino que en él está implícito. El macho calado siempre será una forma de estigma atávico.
Sin embargo, he aquí que la mujer, en la búsqueda y alcance de su igualación con el hombre acaba comportándose, adoptando las formas de lo mismo que execra, así en la forma de proceder que en la de gobernar y, en la tarea de recuperar el matriarcado, acaba conduciéndose cual patriarca. ¿No de eso mismo fue criticada la reina Isabel I de Inglaterra en pleno Renacimiento? En un mundo de hombres, la mujer cree pertinente actuar como tal para hacer valer su feminidad. En un mundo al revés, ¿los hombres harían lo respectivo, actuar como mujeres para validar su hombría?
Mostrando demasiada preocupación por el carácter distintivo, la sociedad, los jueces, los procuradores de justicia y prácticamente todos hemos perdido de vista lo primordial, que son personas y no solo avatares, es decir apariencias eventuales, lo que tendría que estar en el ojo de la justicia. En la nota que dio comienzo a esta meditación antropológica no importa si las víctimas delinquían o cuáles pudieron ser los motivos que condujeron al crimen. Clitemnestra, la reina adúltera asesinada por su hijo Orestes hoy, quizás, hallaría en el discurso de género muchas justificaciones para su biografía como Otelo, en cambio, ha venido a nutrir, para su desgracia, los atavismos desde los que se alimentan igualmente los lamentos de Ariadna frente a los agravios reales o imaginarios de Teseo en medio de un periplo donde el desencuentro es la regla del pretexto, mejor que la consecuencia de la estupidez de ambos.