AÚN ES TIEMPO

Por J. A. Vega de Castillejo

Tal vez a algunos lectores les parezca un poco tarde, si tomamos en cuenta que la época que vivimos es acelerada en sus expectativas y cada uno de nosotros cotidianamente se ve en la necesidad de correr para alcanzar hasta el más mínimo objetivo. Sin embargo, aún es tiempo para detenerse eventualmente, para mirar al pasado y reflexionar sobre los hechos, las decisiones plagadas de equívocos y aciertos que nos han llevado a ser lo que somos.
Esta columna y sección tiene esta finalidad: provocar un alto en el camino y proveer algunas ideas, comentarios, reflexiones en torno a cosas, momentos, situaciones, actos, personas o palabras que quedaron en el pasado y que, aun cuando aletargadas, siguen palpitando en la flaca memoria histórica del presente y con posibilidad de seguir influyendo en el porvenir.
Esperamos tener una respuesta nutrida de nuestros lectores, amigos y enemigos, propios y extraños, pues no es difícil que en el afán de construir una visión historicista de ciertos tópicos caigamos en yerros, faltemos a la verdad involuntariamente o exageremos las causas y efectos de lo narrado.
No se trata de una sección anecdótica. No pretende erigirse en especialista histórica. Por esto mismo apela a su buenos menesteres como lectores participativos, para corregir lo corregible, para completar lo justo, para ampliar la visión de los panoramas que se antojan expuestos en tiempo y destiempo.

APRENDER A PERDONAR

Por J. Antonio Castillo de la Vega

(Texto publicado originalmente en marzo de 2007.)

Sólo un breviario cultural, sin afán de presunción: no se piden disculpas, se ofrecen.
Curando en salud
Cuando yo te ofendo, te ofrezco o doy disculpas; te pido perdón, a lo cual tú respondes dando disculpas, perdonando. Dis/culpa = menos culpa.
Cuando me das una disculpa me restas culpa, por eso te perdono, porque a mí, el ofendido, me eximes de toda culpabilidad en tu acto torpe.
En cambio, de ser yo el culpable de algo en tu perjuicio, cuando te ofrezco disculpas por la afectación en tus bienes o tu persona, te proveo con la actitud noble y benefactora del arrepentimiento sincero y espero, con tu beneplácito, retribución de tu parte, ser exonerado de la culpa y liberado de la carga moral, de la obligación y la responsabilidad sobre lo hecho con torpeza.
Disemina esta explicación y verás que cada vez más gente hablará y escribirá mejor; y de paso comenzará a aprender a perdonar.
A decir verdad...
La profesión de la verdad es muy distinta de la profesión de la fe. No son mutuamente excluyentes en lo esencial, pero sustancialmente y en la práctica resultan irreconciliables.
Quien profesa la verdad, busca la prueba fehaciente de la existencia de las cosas, es decir que apunta al descubrimiento de la relación entre el ser y el estar de los entes, lo que del Ser hay en ellos, en su estancia espacio-temporal. Por tanto, jura la razón de las cosas.
Quien profesa la fe, en cambio, busca confirmar su percepción, aquella sobre la que descansa su creencia acerca de las potenciales causas (no las actuales) de los entes. De este modo, en la expresión de sus deseos más que de sus pensamientos, abjura la razón de las cosas.

Internautas se buscan... y tal vez se encuentren

Haciendo honor a la aspiración esencial de un medio como la Internet, retomo esta columna que comencé a escribir hace algunos años para el diario mexicano El Universal y, apelando al aislamiento, vuelvo a encerrarme en mi persona para lanzarme a la aventura de la navegación.

Los grandes aventureros del pasado tomaban un mapa, una brújula y otros enseres básicos y se hacían a la mar, se adentraban en selvas y ciudades, solos o con compañía selecta, y así incrementaban su percepción y conocimiento del mundo circundante. Hoy, los navegantes como yo, botamos naves en un mar virtual, cruzamos lagos de soledad, aceptamos el reto de complejos meandros informativos y, confrontando el miedo que supone ir más allá de las fronteras conocidas, bogamos entre ideas y ojos ajenos. Los internautas aparecen de pronto como monstruos amenazantes, trampas desconocidas, en las que nuestro pensamiento puede quedar atrapado o a través de las que podemos surcar sin pena ni gloria.

Cuaderno de viajes
La soledad tras la red obliga al soliloquio, pero imaginar que otros ojos como los nuestros atienden a nuestro sentir es consuelo suficiente. Monólogos y navegaciones. Ir de un sitio a otro, descubriendo mundos; parrafeando con uno mismo y a la vez con la humanidad. Eso encontrarás en este espacio y estas líneas encrestadas como olas. ¿Serán de tu agrado? Lo ignoro, a menos que tú me lo digas abiertamente. ¿Y si no lo son? No me importa demasiado. Soy yo quien se lanza a la aventura, y tú conmigo si has decidido a estas alturas subirte a mi goleta. Si voy sólo, el viento me acaricia y responde. Si vienes conmigo, el cielo me mostrará tu reflejo cual constelación de deseos. Para conocer Monólogos y Navegaciones previas, a la izquierda de este espacio verás un "Secreter de viajes". En él hallarás una bitácora de entregas cuya única pretensión es sobrevivir al naufragio del olvido.