México abatido


 

ERA DE LA OPINIÓN… de que México era un país con la cabeza erguida, orgulloso de su historia y sus tradiciones, pero tal parece que hoy México es todo lo contrario; más parece un país abatido por la pandemia, la economía, el crimen y las torpes decisiones de sus gobiernos.

En la consideración anterior he utilizado una palabra con todo propósito: el verbo abatir.

Desde el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, el verbo abatir ha sido empleado no solamente con torpeza sino con exceso por todos aquellos políticos, periodistas o personas comunes que han abordado el tema del crimen organizado, el combate al narcotráfico, en la nota policiaca o los discursos populistas. Noticias van y vienen, y la constante es el abatimiento del delincuente, el abatimiento de la mujer, el abatimiento de los derechos elementales. Y todo comenzó con un informe dado por los militares allá a comienzos del sexenio de Calderón, al poco tiempo de haber declarado el ex presidente la guerra al narcotráfico. Una guerra que, si por una parte parecía necesaria, por otra parte resultó contraproducente en sus efectos tanto como en sus expectativas, al punto que hoy el estado y sus recursos han sido rebasados en muchos de sus esfuerzos por conseguir la paz, la tranquilidad, la legalidad en este nuestro México abatido.

Pero no podemos culpar a los militares del abuso y mal uso que se ha hecho de este verbo abatir. Ellos, en su momento, al elaborar el primer informe donde utilizaron esta palabra, lo que pretendían era describir, informar acerca del hecho de que habían sometido y aprehendido a determinados criminales, no que los habían asesinado. Pero tal parece que los afanes justicieros solamente entienden la palabra abatir en una de las acepciones que nos provee el diccionario y como eufemismo sinónimo de asesinar: 

1. tr. Derribar algo, derrocarlo, echarlo por tierra. U. t. c. prnl.

2. tr. Hacer que algo caiga o descienda. Abatir las velas de una embarcación. U. t. en sent. fig. Roma abatió el poder de Cartago.

3. tr. Inclinar, tumbar, poner tendido lo que estaba vertical.

4. tr. Hacer caer sin vida a una persona o animal.

5. tr. Hacer perder a alguien el ánimo, las fuerzas, el vigor. U. m. c. prnl.

6. tr. Desarmar o descomponer algo.

7. tr. En determinados juegos de naipes, dicho de un jugador: Conseguir la jugada máxima y descubrir sus cartas, generalmente en forma de abanico sobre la mesa.

8. tr. Geom. Hacer girar alrededor de su recta común un plano secante a otro hasta hacerlo coincidir con él. U. t. c. prnl.

9. tr. desus. Humillar a alguien. Era u. t. c. prnl.

10. intr. Mar. Dicho de un buque: Desviarse de su rumbo a impulso del viento o de una corriente.

11. prnl. Dicho de un ave, de un avión, etc.: Descender, precipitarse a tierra o sobre una presa. El cuervo se abatió SOBRE una peña. U. t. en sent. fig. La desgracia se abatió SOBRE ella.

Cuando examina uno la realidad que hoy estamos viviendo en México, no cabe duda que cada una de las acepciones del verbo abatir son aplicables.  

México es un país abatido.  Las leyes han sido abatidas junto con el estado de derecho que deberían de sostener.  Los servicios de salud pública están abatidos, en parte, por la capacidad rebasada, la falta de presupuesto y las decisiones gubernamentales e institucionales que han hecho de nuestro sistema de salud uno enteco por caduco sometido a la corrupción de empresas privadas y funcionarios públicos. 

El sistema de procuración y administración de justicia están abatidos. En la parte de la procuración de justicia, la corrupción campea de arriba para abajo, y de un lado al otro; pocos escapan a sus tentaciones. Por lo que toca a la administración de justicia, podemos decir que el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene parte de razón en los señalamientos que hace acerca de la corrupción existente entre jueces, magistrados y ministros, es algo que no podemos negar pero que tampoco podemos generalizar como una forma de pretexto para trastocar uno de los tres poderes que sustentan a nuestra república. Y si esta procuración y administración de justicia están abatidas es también porque quienes hacen las leyes han abatido al Estado de derecho con un conjunto de reformas a modo cuando no inútiles, absurdas o francamente estúpidas, más interesadas en las metas particulares y partidistas que en el bien común. Es decir, el Congreso de la Unión está abatido por causa de la negligencia, la irresponsabilidad, la tozudez, la soberbia y la ceguera de quienes lo componen.

México es entonces un país abatido por sus políticos, por su población, por su circunstancia.

Todos nosotros, en la medida de nuestra propia y personal responsabilidad, somos causantes de este abatimiento; unos más, otros menos. Y ahora, cuando la carrera hacia las elecciones presidenciales del dos mil veinticuatro ha prácticamente comenzado, escuchamos a morenistas y a frentistas alegando un sin fin de sinrazones, unos culpando al pasado, otros culpando al presente, pero ninguno con la capacidad de reconocer la parte de culpa que le corresponde en este innegable abatimiento de nuestro país.

La economía está abatida, aunque el peso luce fuerte. La fortaleza de nuestra moneda no es efecto de las decisiones de un gobernante o de alguno de los que componen su séquito, es sencillamente la consecuencia de una dinámica de mercado monetario, de la dinámica de una economía mundial interconectada y que, desde mediados de la pandemia, atraviesa por una franca recesión; una recesión que algunos han querido reconocer mientras otros persisten en negar. A los primeros, algunos los tachan de exagerados, por lo menos; y a los segundos, de fervorosos creyentes en la esperanza.

México lleva cinco años de un gobierno que tuvo como lema justo la idea de la esperanza. Los mexicanos, los que votaron por ese gobierno tanto como los que no, esperábamos que el concepto de transformación de veras fuera una metamorfosis que hiciera de nuestro país esa bella metáfora encarnada en la mariposa o ya de perdida en la polilla surgida de una maravillosa aunque grotesca oruga. Pero resulta que la oruga no salió devoradora,  glotona,  ansiosa de poder, y en su deambular mañanero por entre las ramas, con cada bocado abate la imagen, la credulidad y la legitimidad de una nación entera.

Los aspirantes a mandatarios, de un lado apenas llegan a burdos remedos de lo que hoy se tiene.  Los del otro lado recuerdan los pecados de lo que ya se tuvo. Puede haber entre unos y otros quienes tengan las capacidades, conocimientos, experiencias, intuición suficientes como para medianamente garantizar una visión de estado, un rumbo de regular claridad para el país, pero la verdad es que de todos juntos no hacemos uno solo, aunque nos prometan un gobierno de coalición y fundamento ciudadano. Poco importa si son de sexo masculino o femenino o de alguno más inventado por la autopercepción o la circunstancia. Lo que México necesita para levantarse de su abatimiento no es un asunto de sexo, no es un individuo concreto, no es una ideología específica como la que se quiere inducir mediante los libros de texto, tampoco es un sueño guajiro anclado en la letra de un bolero.

Los mexicanos estamos abatidos en nuestro ánimo. El aumento de asesinatos dolosos, de desapariciones forzadas, el miedo, la angustia, el tronarse los dedos por no hallar el ingreso cotidiano suficiente abaten a cualquiera, hasta al más pintado.

El gobierno y sus seguidores, día tras día, abaten o pretenden abatir a quienes no piensan como ellos y recurren para ello al odio, la división, el descrédito, la falacia y la mentira, distorsionando la verdad para acomodarla a su leal saber y entender. La verificación de la realidad en esos términos se vuelve tarea ardua que acaba por abatir a la verdad misma.

La oposición en cambio con su actuar reaccionario pretende abatir al gobierno en turno descalificándolo o calificándolo de mil maneras, a veces con razón y a veces sin ella. Si en el pasado se quiso desaforar al provocador, hoy el provocador, desaforado, quiere hacer del fuero el parapeto de los cretinos.

Entonces, y para terminar, el México que hemos experimentado entre dos mil dieciocho y dos mil veinticuatro no ha sido otra cosa sino un ring de lucha donde los contendientes, en vez de hacer un espectáculo digno, abaten el concepto mismo de competición, abaten al árbitro, abaten al contrincante, abaten las entradas y abaten al público que los observa. En el proceso, lo único que queda son fosas clandestinas, muebles incendiados, afanes inconclusos, pretensiones prostituidas, tristeza y ausencias.

Andrés Manuel López Obrador consiguió su cometido de pasar a la historia, pero no como el mejor presidente, ni siquiera como el peor, sino como el hombre que, por sus actos y omisiones hizo de México un país abatido. He ahí la verdadera transformación.


La flor más bella del ejido




ALLÁ EN MIS TIERNOS AÑOS de la secundaria, tenía yo un profesor, el Profesor Montaño, por mejor apodo "Monín", que era dado a comenzar sus clases de Ciencias Sociales e Historia de la manera como se narra un cuento. Me parece oírlo con su voz tipluda invitarnos diciendo:

¡Muchachos!, bienvenidos a un viaje por el tiempo o destiempo en la política mexicana, subámonos a un helicóptero y recorramos el país donde los tapados eran como esos regalos sorpresa en Navidad, pero en lugar de ilusionarnos, solo nos dejaban con la boca abierta y el ceño fruncido. Hoy, en pleno dos mil veinticuatro, la cultura del tapado parece estar resurgiendo con miras a las próximas elecciones presidenciales. ¡Es como si estuviéramos en una máquina del tiempo, pero sin los efectos especiales!

Antes de sumergirnos en la locura del presente, retrocedamos unas cuantas décadas, a los años anteriores a la década de los ochentas del siglo pasado. En aquellos tiempos, el tapado era una figura mítica, una especie de fantasma político que aparecía de la nada para convertirse en el candidato presidencial. Nadie sabía quién era, excepto el presidente en turno, quien guardaba celosamente su identidad como si fuera el último secreto del universo. Había más rumores y especulaciones en torno al tapado que sobre el monstruo del Lago Ness. ¡Vaya misterio! Ni siquiera la maestría de Abel Quezada consiguió develar jamás, a pesar de conocer sus miríficas propiedades divinas con las cuales cualquiera podría identificarlo o identificarla.


Pero lo interesante es cómo se llevaba a cabo toda esta obra de teatro política. Imaginen esto: solo había un candidato en la boleta electoral. Sí, leyeron bien, ¡solo uno! El pueblo mexicano no tenía opciones para elegir, pero eso no impedía que se gastara una fortuna en campañas electorales, porque, ¿quién necesita la diversidad democrática cuando puedes tener un solo sabor de helado en el menú?

Las campañas eran todo un espectáculo. Había propaganda por doquier, desde mascadas hasta discos de vinilo y hasta libros con la ideología del partido. Aunque solo hubiera un candidato, todos tenían que hacer como que competían. Era como jugar un partido de fútbol sin oponente, pero con una multitud de fanáticos aplaudiendo y vitoreando al único jugador en el campo. Al conjunto de aspirantes y sus afiliados se le conocía como "La Cargada" y si, por alguna razón, los indiciados aparecían deslucidos, entonces se consideraba, en términos muy revolucionarios, que "la caballada estaba flaca". Razón por la que se hizo tradicional también que los políticos charros demostraran su adhesión con una cabalgata multitudinaria, si bien no faltaba el Sancho que montaba burro o mula por aquello del no te entumas. ¿Dónde quedó la emoción de la competencia? Hoy ni caballos ni jaripeo; puros tamales de chipilín empujados con pozol endulzado con jarabe de pico.

Pero, amigos míos, ¡prepárense! Porque si creían que esos tiempos eran extraños, la cultura del tapado en la política mexicana de hoy en día nos está dando una lección magistral en absurdo y desconcierto. En lugar de desvanecerse en la historia, el tapado ha resurgido con más fuerza que nunca. Es como si el pasado se hubiera metido en una máquina del tiempo y decidiera hacer una visita en pleno siglo XXI.

En el año dos mil, el año de la transición democrática, en un inolvidable ensayo publicado por la revista Letras Libres —hoy calificada por el régimen de turno como "conservadora"—, Carlos Monsiváis advertía: "la cargada cambia de signo ideológico". Ayer como hoy esto es igualmente válido, y si en aquel tiempo los humoristas hicieron sorna del ambiente político inventando el FUL (Frente Unido de Lambiscones) hoy son los políticos mismos los que han inventado el FAM (Frente Amplio por México) como caricatura involuntaria de sus propias aspiraciones,

¡El Tapado está de vuelta! ¡Y esta vez es aún más divertido!

Según nuestro querido presidente, Andrés Manuel López Obrador, el tapado ya no existe, pero parece haber olvidado mencionárselo a sus colegas políticos. ¿O acaso están todos jugando a ser magos y ocultistas, él incluido con su frase "lo que diga mi dedito"? Cada día aparecen nuevos nombres y candidatos sorpresa, como si fueran personajes de una telenovela de enredos políticos. ¡Y el público solo puede mirar con asombro y confusión!

La verdad es que la cultura del tapado en la política mexicana es un juego de simulación y manipulación. Nos hacen creer que tenemos elecciones libres y justas, pero en realidad, el tapado ya está predestinado a ocupar el puesto más alto. Es como una tragicomedia donde todos actúan sorprendidos, pero en el fondo saben cómo terminará la historia.

Y así, queridos lectores, llegamos al final de este viaje en el tiempo por la cultura del tapado en la política mexicana. ¿Acaso podemos reír o llorar ante esta farsa electoral? Tal vez ambas cosas. Pero algo es seguro: debemos reflexionar y tomar acción. No podemos permitir que el tapado sea la norma, la tradición que se repite una y otra vez, por graciosa y entretenida que nos parezca, con todo y sus botargas, caricaturas y monigotes. Debemos exigir transparencia, competencia real y una democracia que no sea solo un juego de tronos, una democracia sin adjetivos, para citar a otro San Benito mártir de la 4T, Enrique Krauze.



¡Despierten, mexicanos! La elección presidencial de 2024 se acerca, y es hora de dejar de lado los juegos de tapados y exigir un verdadero cambio. No caigamos en el engaño y la complacencia. Es hora de que la política mexicana deje de ser un chiste y se convierta en una fuerza transformadora para el bienestar de todos.

La cargada de los seiscientos

Como si fuera un capítulo de la historia de una Esparta de petate, o una torpe batalla en una Crimea de una Ucrania de algún universo paralelo, en medio de una trama política repleta de ironías y contradicciones, en el vertiginoso escenario político de México, el Jerjes tabasqueño y su MORENA han dejado en claro su desprecio hacia instituciones clave como el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (INAI).

Esta hostilidad se desarrolla en un contexto complejo, donde se entrelazan varios elementos: las próximas elecciones presidenciales de 2024; las denominadas "precampañas que pretenden no ser precampañas", tanto del partido MORENA como de la coalición del Frente Amplio por México conformada por la alianza PRI-PAN-PRD; el papel de los partidos Movimiento Ciudadano (MC) —que crece pero no se mueve—, Verde Ecologista de México (PVM) y del Trabajo (PT) —que nadie sabe para quiénes trabajan—,  y los satélites y apéndices que saldrán de la carga ligera de los seiscientos priyistas encabezada por los audaces Miguel Ángel Osorio Chong —suerte de Leónidas hidalguense—, y Claudia Ruiz Massieu —la Cardigan institucionalista—, y la participación destacada de mujeres políticas como Beatriz Aguirre, Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. Todo esto se enreda como dictado por el oráculo de Delfina Gómez:

Mirad, habitantes de la extensa República Mexicana, o bien vuestra poderosa y eximia nación es arrasada por los descendientes del Peje, o no lo es; pero en ese caso, la tierra de Polemón llorará la muerte de un rey de la estirpe de Plutarco, y de Elías, y de Calles. Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones o de los equis González, ya que posee la fuerza de Kukulkán. Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos.

En un país donde las elecciones presidenciales se asemejan a un juego de poder, el presidente López Obrador parece haber adoptado una estrategia sacada del Manual de Arbitraje del siglo XIV al cuestionar al árbitro en plena quinta etapa de su gobierno. Tal vez la etimología de "umpire", proveniente del antiguo francés "non per", que significa "número impar, no par", puede explicar de manera más adecuada su enfoque. ¿Por qué conformarse con un árbitro imparcial cuando puedes ser tú mismo el protagonista de la contienda? Dicho esto, resulta pertinente mencionar el famoso dicho beisbolero que el presidente AMLO suele citar: "ni pichas, ni cachas, ni dejas batear". Esta expresión, enlazada con su actitud desafiante hacia los demás poderes, refleja su voluntad de tomar el control absoluto de la situación y no permitir que nadie más tenga influencia en el juego político.

Las precampañas que no son precampañas: ¿Un déjà vu del viejo PRI?

En el contexto de las próximas elecciones presidenciales del 2024, donde la oposición mexicana busca unirse para presentar una opción real, el partido MORENA y el Frente Amplio por México, conformado por el PRI-PAN-PRD, parecen estar reviviendo los viejos tiempos del PRI. Las denominadas "precampañas que supuestamente no son precampañas" nos transportan al pasado, cuando el PRI gobernaba con mano firme y los candidatos ya estaban predestinados. ¿Será este un caso de déjà vu político o simplemente un nuevo capítulo en el juego de poder mexicano?


Mujeres políticas en el tablero: De heroínas a peones en el juego de poder.

En medio de este juego de poder, no podemos olvidar la participación de mujeres políticas destacadas para bien o mal. Beatriz Aguirre, Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum son algunas de las protagonistas femeninas en este tablero político. Sin embargo, a pesar de su valía y liderazgo, parecen ser tratadas como peones en un juego donde los hombres aún tienen el control. ¿Será el papel de las mujeres políticas solo un espejismo de igualdad en medio de un sistema que sigue perpetuando las desigualdades entre los sexos?



En conclusión, el escenario político en México se asemeja a un juego de tronos lleno de ironías y contradicciones. La animadversión de López Obrador y MORENA hacia instituciones como el INE y el INAI refleja una estrategia en la cual el poder y la manipulación son moneda corriente. Mientras los partidos juegan sus cartas en las próximas elecciones presidenciales, las "precampañas que supuestamente no son precampañas" se convierten en un nuevo capítulo del antiguo libro del PRI. En este juego, partidos como Movimiento Ciudadano, el PT y el PVM intentan encontrar su lugar, pero ¿serán simples comparsas o árbitros reales? Y en medio de todo esto, las mujeres políticas, aunque presentes, parecen estar relegadas a un papel secundario, incluso cuando las vistan de huipil, pipa y guante. Este escenario político nos invita, sin lugar a dudas, a reflexionar sobre el juego de poder y las desigualdades que persisten en nuestro sistema político. Es momento de cuestionar, de exigir un cambio real y de no permitir que el futuro de nuestro país se decida en un juego de tronos donde la justicia y la equidad son meras piezas de ajedrez. ¡Levantemos nuestras voces y construyamos un México más justo y democrático para todos!

¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!

Foto: Archivo Indicios Metropolitanos. "¡Oh, capitán, mi capitán!", imagen generada con inteligencia artificial.
Autor: Alfred Steppenwolf


ERA DE LA OPINIÓN…, influenciado por la mercadotecnia política, de que los candidatos eran simples cosas de quita y pon, corcholatas, cartas de una baraja, removibles a veces por la gracia de un prodigioso dedo flamígero, a veces por algo que los dizque entendidos llaman la voluntad popular. ¡Qué equivocado estaba! O debería decir que estábamos, tú y yo, amable lector. Todos.

El voto en la mano no es letra de cambio ni garantía de calidad.

Los electores, aunque se los quiera ver como individuos, en el contexto de una elección  y más de una campaña, solo son parte de la masa y, la masa, lo saben bien Carlos Alazraky y otros colegas, no piensa, reacciona. Por eso, las campañas propagandísticas apelan a lo que las masas consumen: popularidad, atractivo, motivación, sentimientos. Buscan satisfacer lo más inmediato o, cuando mucho, lo más mediato en cuanto a carencias, resolver deficiencias. No más.

Eso explica también por qué políticos, empresarios e intelectuales acaban juntándose en clubes donde conciliar sus sueños y fantasías, separados del conglomerado y creyéndose los semidioses mandamases sobre la comunidad, aunque esta los vea con recelo. Desprecian al vulgo suponiéndole mera recua a la que es obligado guiar a punta de chicote, chiflido, golosina o canciones, mientras comprenden la travesía del modo como haría el capitán de un navío desfallecido en la cubierta, al lado del timón.

Claro está, es deseable que el elector, ya en la soledad de la cabina donde asienta su sufragio a depositar en la urna, como el individuo que es, sopese los planes, proyectos, ideas, propuestas (mejor que promesas), personalidades, pros y contras de un candidato y su partido respecto de los contendientes, por comparación, y que exprese mediante la boleta su aprecio por tal o cual específico, o en alianza con otras fuerzas, intereses e ideologías distintas de la imperante. Al final eso sucede, de malas o de buenas. Pero mal hacen los sobrios petulantes en pretender que, para los cargos de representación popular, y más los de la envergadura del presidencial, solo tengan cabida, a despecho y contrapelo de los derechos fundamentales asentados en la Carta Magna, los individuos candidatos con "capacidad", "experiencia", "conocimientos", así sean feos, inmorales o impopulares; o, ya de perdida, que cumplan con un diez por ciento de capacitación y un noventa por ciento de leal probidad.

Con toda la legitimación que conforme a derecho le asista a un individuo, ni el ejercicio de una profesión, ni los grados académicos, ni la experiencia, ni el sentido común garantizan que, ya no digamos un candidato, sino el mismo triunfador de unos comicios, será lo non plus ultra. La falibilidad humana siempre será un factor determinante en el ejercicio del poder, tanto como en el de cualquier acción realizada por el hombre (y aquí hablo del ser humano, para que no me tachen de misógino los socotrocos de apostadores por el lenguaje inclusivo y dizque políticamente correcto).

En algún momento de nuestra historia democrática, el voto era un mero trámite. Hoy se procura darle significado como efectiva, eficiente y eficaz forma de expresión de las preferencias ciudadanas, en cualquiera de las maneras que adopte: voto nulo, blanco, directo, indirecto, virtual o abstención.

Pero el voto también podemos verlo metafóricamente como un equilibrista caminando sobre una cuerda floja sin red de seguridad debajo, un violinista danzando sobre un tejado. Basta un mal paso o un soplo más fuerte de lo calculado para que las cosas salgan como no se habían imaginado.

Lemas como "La honestidad valiente, "La corrupción somos todos", "Arriba y adelante, "Por el bienestar de todos", "La esperanza de México", "La solución somos todos" y muchos más, ponen en evidencia sintética lo expuesto en lo antedicho. Los hechos y dichos están ahí, incontrovertibles, registrados por esos mismos medios oficialistas o no, a los que tanto se aplaude cuando no se los ataca.

¡Votando, que es gerundio!

La popularidad es fundamental para la construcción de liderazgos. No lo digo yo, lo dicen —valga la cacofonía entrante— los expertos psicólogos, sociólogos, politólogos o colegas comunicólogos, y no de ahora, sino desde que comenzaron los estudios sobre el tema allá por la década de los treintas del siglo pasado. No es un tema nuevo. De ahí que el populismo no es malo en sí, al contrario —ya se lo explicaba el presidente Obama al presidente Enrique Peña Nieto—, tiene una función específica en el arrastre de los grupos y masas. El problema se suscita cuando el populismo, basado en la popularidad, insisto, se pervierte y da pie a la demagogia. Y esta puede darse indistintamente entre quienes se definen de "derecha" como en quienes lo hacen cual de "izquierda", o hasta de "centro". En la casa del jabonero, el que no cae, resbala. Nada tiene que ver con afanes comunistas, socialistas, socialdemócratas o capitalistas. Sú único afán es provocar a las conciencias, seducirlas para conseguir su atención y favores con miras a una supuesta misión compartida y que alguien, puede ser cualquiera el ungido, no sabemos quién, ha de encabezar. Poco importa si la muchedumbre es tarada, imbécil, idiota o enterada. Hasta ahora la costumbre ha sido que quien levanta la mano y dice "¡yo quiero!" es tomado como feliz cordero para el sacrificio, noble sacrificio de sufrir la gloria o el infierno. Pero vivimos tiempos de transformación. Tal vez la bendición o maldición recaiga sobre mí, o sobre este o ese de allende. ¡Del agua mansa nos salve Dios!; y tengamos cuidado con lo que deseamos, pues los deseos, tarde o temprano, para bien o mal, se cumplen.


Por lo tanto, quienes se rompen la cabeza por hallar quién puede ser el capitán del navío, deben buscar candidatos populares, con capacidad de arrastre pero que no sean demagogos ni den pie al amotinamiento. Para no caer en la demagogia, su tipo de liderazgo ha de ser lo que debe definirse de entre los nueve existentesCabe destacar que estos estilos de liderazgo no son mutuamente excluyentes, y muchos líderes pueden combinar diferentes enfoques según las circunstancias y las necesidades de la comunidad (según se la vea como sistema de grupos organizados, conjunto de equipos o con el vago término de "sociedad civil"):

  1. Liderazgo autocrático: Este tipo de liderazgo se caracteriza por un control centralizado y una toma de decisiones unidireccional. El líder autocrático toma decisiones sin consultar al equipo y espera obediencia total.
  2. Liderazgo democrático: En este estilo de liderazgo, se promueve la participación activa de los miembros del equipo en la toma de decisiones. El líder democrático valora las opiniones y aportes de los demás antes de tomar una decisión final.
  3. Liderazgo laissez-faire: En este enfoque, el líder adopta un enfoque de "dejar hacer" y otorga a los miembros del equipo una gran autonomía y libertad para tomar decisiones. El líder se convierte en un recurso y brinda apoyo cuando se solicita, pero no se involucra de manera activa en la dirección del equipo.
  4. Liderazgo transformacional: Este tipo de liderazgo implica inspirar y motivar a los miembros del equipo para alcanzar niveles más altos de desempeño y lograr objetivos comunes. Los líderes transformacionales fomentan la creatividad, la innovación y el desarrollo personal de los seguidores.
  5. Liderazgo transaccional: Aquí, el líder establece acuerdos y recompensas claras con los miembros del equipo a cambio de un rendimiento determinado. El líder monitorea el cumplimiento de las tareas y ofrece incentivos o sanciones según los resultados.
  6. Liderazgo carismático: Los líderes carismáticos ejercen una fuerte influencia sobre los seguidores a través de su personalidad carismática y su capacidad para comunicar una visión convincente. Inspiran a los demás y generan entusiasmo y compromiso.
  7. Liderazgo situacional: Este estilo de liderazgo se basa en la idea de que no hay un enfoque único que sea efectivo en todas las situaciones. Los líderes situacionales adaptan su estilo de liderazgo según las necesidades y la madurez de los miembros del equipo.
  8. Liderazgo visionario: Los líderes visionarios tienen una visión clara del futuro y son capaces de comunicarla de manera persuasiva a los demás. Inspiran a los seguidores con un propósito común y los guían hacia metas a largo plazo.
  9. Liderazgo orientado a los resultados: Los líderes orientados a los resultados se centran en la consecución de objetivos y en la mejora del desempeño. Establecen estándares altos, fomentan la rendición de cuentas y dirigen a los miembros del equipo hacia el logro de resultados tangibles.

Las relaciones peligrosas o qué sabroso pollito con papas.

El término "sociedad civil" tiene sus orígenes en la filosofía política y ha sido utilizado y desarrollado por varios pensadores y académicos a lo largo de la historia. Sin embargo, se atribuye al teórico político inglés del siglo XVII, John Locke, la formulación más influyente del concepto de "sociedad civil".

Locke planteó la idea de una sociedad civil como un ámbito separado y distinto del gobierno y la autoridad política. En su obra Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690), estableció la distinción entre la sociedad política, que era el ámbito de la autoridad estatal y la legislación, y la sociedad civil, que se refiere a las relaciones y asociaciones voluntarias entre los individuos en la sociedad. Le faltó hacer la distinción con el ámbito de la autoridad judicial, porque entonces no existía la división de poderes como hoy la conocemos.

Posteriormente, otros filósofos y teóricos políticos, como Jean-Jacques Rousseau y Alexis de Tocqueville, contribuyeron a desarrollar el concepto de sociedad civil en sus propias obras. Desde entonces, el término ha sido ampliamente utilizado en la teoría política y el discurso académico para referirse a la esfera de la actividad social, económica y cultural que existe fuera del ámbito del gobierno, y que involucra la interacción y la organización de los individuos en asociaciones y organizaciones no estatales. Pero también, a ciencia y paciencia, a querer o no, se fue propiciando el divorcio franco entre los gobernantes y los gobernados llevando a dos visiones de mundo: a) quienes ven el mundo como el tablero de ajedrez donde se ejerce el poder mientras la sociedad civil conforma las piezas del juego; b) quienes ven a los gobernantes, autoridades, funcionarios y representantes como empleados sujetos al dictado de una vaga razón popular. Lo que hoy estamos viviendo y atestiguando en México y el mundo, ese afán popular por someter a los líderes traza una fina y peligrosa raya que separa la democracia, por imperfecta que sea, y la oclocracia, la que puede conducir a una toma de decisiones impulsiva y a la vulneración de los derechos y las libertades de aquellos que no están en línea con la opinión o la voluntad de la mayoría, o de una minoría que se autodefine como representantes virtuosos de dicha amorfa mayoría.

Esa forma de categorizar al gobernante, en tanto funcionario público, como "empleado del pueblo", como subalterno de una autoridad difusa es un craso error. Como lo es también la visión extrema contraria. El elegido no es por definición ni caudillo ni mártir, ni ogro filantrópico ni capataz, ni pedagogo ni pescador de hombres.

Los líderes válidos no se autonombran o autoeligen o autoproponen. Para que un liderazgo, cualquiera de sus tipos, sea sólido, este debe ser reconocido y aceptado por los otros, por la gente que conforma el grupo al que pertenece ese individuo; y el rol debe ser asumido por quien lo detenta. Si uno de estos dos factores no ocurre, el liderazgo, tarde o temprano, pierde fuerza, poder y queda reducido a una función complementaria, lo cual tampoco es despreciable, pues siempre se espera y sucede que convivan los nueve tipos de liderazgo en un mismo grupo y de forma simultánea, complementándose. No quiere decir que solo unos pocos pueden ser líderes. Todo lo contrario, en cada persona hay una o más formas de liderazgo como respuestas adaptativas a las situaciones que envuelven a la organización de la que son parte. La dinámica de la alternancia del liderazgo es una constante en todo sistema social.

De ahí, la importancia en la selección de candidatos radica no en el plan, programa, proyecto o visión de campaña, sino en la personalidad con el potencial de llevar a efecto dicho plan, y de adaptarse a la circunstancia de su aplicación. De entenderse y coordinarse con los otros tipos de liderazgo para conducir la nave a buen puerto. Para que eso ocurra, el elegido debe estar arropado por un equipo que abarque los restantes tipos de liderazgos que lo complementen. Es verdad que en algún momento estos otros podrían sustituirlo, pero para que eso suceda debe ser por causas mayores o un cambio radical en la circunstancia de origen.

¿Quiénes seleccionan a esos nueve liderazgos? Mejor dicho, ¿quiénes los reconocen entre la multitud? Los otros, la gente misma en un proceso "natural" de "¡sigan al bueno", al audaz, al inteligente, al poderoso, al carismático, al conocedor, al relacionado, al sensible, al calculador estratega o al ferviente místico. Eligiendo siempre con apego a la circunstancia que aqueja definiendo la situación del grupo o la masa. No lo hacen de forma artificial y artificiosa con base en métodos y protocolos retorcidos, densos, cartabones inflexibles sujetos a los lineamientos de una ideología.

El verdadero líder no tiene necesidad de ir de casa en casa recabando firmas. La gente con solo mirarlo, escucharlo, leerlo y tratarlo lo identifica. Poco importa su sexo o su preferencia sexual.

De ahí también que, por años, la mercadotecnia política ha estado equivocada en mirar a los candidatos individuales, como productos y, a los partidos que los contienen e impulsan, como marcas. Sólo hay algo cierto en ese enfoque y es la posibilidad de que el producto, asociado a la marca, con base en sus propiedades y objetivos, motive la adhesión del elector visto, de nuevo un error, como público consumidor. Sí, también es cierto que todo candidato, visto como producto, está sujeto a una fecha de caducidad, pero no como individuo, como persona. De ahí que lo elegido no son botellas de refrescos, unos burbujeantes otros libres de azúcares, sino personas. La mercadotecnia, pues, ha sido el factor pervertidor de la política ya de por sí podrida desde antaño. Pero es la mercadotecnia también la que, revisando sus principios aplicados a este tema, puede transformar la manera como los electores, ya en su individualidad, voten conforme a su leal saber, entender y sentir, y muy aparte de lo que la masa puede sugerir por inercia social.

Hoy México es una nave encallada. Su capitán, su Ulises, atado al mástil no consiguió eludir los cantos de las sirenas y nos llevó a derivar por una odisea en la que los monstruos a enfrentar fueron, en su mayoría, productos de su delirio. Entre otras cosas, eso explica nuestra división. Ahora está por verse si nosotros seremos capaces de remar o nadar hasta la orilla. En esta circunstancia, cabe recordar a Walt Whitman.

¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado.
La nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio.
Próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,
Siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave;
Más, ¡ay!, ¡oh corazón!, ¡mi corazón!, ¡mi corazón!
No ves las rojas gotas que caen lentamente,
Allí, en el puente, donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.
¡Oh, capitán! ¡Mi capitán! Levántate para escuchar las campanas.
Levántate. Es por ti que izan las banderas. Es por ti que suenan los clarines.
Son para ti estos búcaros, y esas coronas adonardas.
Es por ti que en las playas hormiguean las multitudes,
Es hacia ti que se alzan sus clamores, que vuelven sus almas y sus rostros ardientes.
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
¡Deja pasar mi brazo bajo tu cabeza!
Debe ser sin duda un sueño que yazgas sobre el puente.
Extendido, helado y muerto.
Mi capitán no contesta, sus labios siguen pálidos e inmóviles,
Mi padre no siente el calor de mi brazo, no tiene pulso ni voluntad,
La nave, sana y salva, ha arrojado el ancla, su travesía ha concluido.
¡La vencedora nave entra en el puerto, de vuelta de su espantoso viaje!
¡Oh, playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!
Mientras yo, con dolorosos pasos,
Recorro el puente donde mi capitán
Yace extendido, helado y muerto.