Palabras que matan


LA INTRINCADA RELACIÓN entre el lenguaje y el terrorismo pone de relieve una verdad pocas veces considerada, en especial por quienes, so pretexto de no tener el lenguaje como principal herramienta de su quehacer, olvidan que es todo lo contrario y que, a querer o no, en el principio está el verbo y es este el factor que determina nuestros grados de libertad, aun cuando, como es el caso de estas líneas, se acuda al recurso inhumano de la inteligencia artificial*.

Una afirmación categórica se alza como faro en medio de un mar de conceptos complejos: el acto de terrorismo no se limita únicamente a señales de alarma, sean estas falsas o verídicas, ni a explosiones devastadoras ni al salvaje y despiadado derramamiento de sangre. En la esencia misma del terror, encontramos su anclaje en un lugar mucho más sutil y retorcido: el lenguaje y, más específicamente, la forma y la intención con la que se emplea.

El verdadero terror no yace en las palabras por sí mismas, como algunos algoritmos de búsqueda en redes sociales o equipos de censores pueden hacernos creer. No, el verdadero terror reside en el contexto que envuelve estas palabras, en la carga emocional que transmiten y en la motivación subyacente. Para comprender esta compleja danza entre el lenguaje y el terror, examinemos las declaraciones recientes del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como un caso paradigmático.

Aunque yo mantenga diferencias con mi presidente Andrés Manuel López Obrador en diversos aspectos, compartimos, como mexicanos, una profunda vocación pacifista. Esto no implica abrazar una "neutralidad" irresponsable y desapegada de la realidad, sino más bien asumir una postura moral e íntegra. El terrorismo, en cualquiera de sus manifestaciones, es condenable, no solo por su inmoralidad, sino también por su profunda inhumanidad.

Es imperativo que tanto musulmanes como israelíes, a pesar de la pesada carga histórica que los separa, reconozcan que tanto quien ejecuta un acto atroz como quien permite que esto ocurra comparten la responsabilidad. Las atrocidades cometidas por grupos como Hamás, Putin y otros son igualmente condenables que las reacciones violentas y desproporcionadas de aquellos que han sido sus víctimas. En el conflicto de intereses, justos y pecadores a menudo comparten el mismo fardo de la culpa.

El verdadero reto radica en comprender que el terrorismo no es un fenómeno aislado, sino un ciclo de violencia que se retroalimenta. Solo cuando seamos capaces de aprehender la relación intrincada entre el lenguaje, el contexto y el terrorismo podremos buscar soluciones reales y duraderas. En la búsqueda de la paz, la responsabilidad recae en todos nosotros, sin importar nuestra procedencia o afiliación política.

Las palabras también matan, aquellas que inflaman los corazones y avivan el fuego del conflicto. Mientras continuemos en este camino de reflexión y comprensión, estaremos un paso más cerca de construir un mundo más pacífico y humano.

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* En efecto, este artículo basado en una entrada escrita por mí en el grupo de este blog en Facebook lo retoqué con inteligencia artificial y posteriormente lo edité para publicarlo en la forma que ahora lees, querido lector.

México abatido


 

ERA DE LA OPINIÓN… de que México era un país con la cabeza erguida, orgulloso de su historia y sus tradiciones, pero tal parece que hoy México es todo lo contrario; más parece un país abatido por la pandemia, la economía, el crimen y las torpes decisiones de sus gobiernos.

En la consideración anterior he utilizado una palabra con todo propósito: el verbo abatir.

Desde el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, el verbo abatir ha sido empleado no solamente con torpeza sino con exceso por todos aquellos políticos, periodistas o personas comunes que han abordado el tema del crimen organizado, el combate al narcotráfico, en la nota policiaca o los discursos populistas. Noticias van y vienen, y la constante es el abatimiento del delincuente, el abatimiento de la mujer, el abatimiento de los derechos elementales. Y todo comenzó con un informe dado por los militares allá a comienzos del sexenio de Calderón, al poco tiempo de haber declarado el ex presidente la guerra al narcotráfico. Una guerra que, si por una parte parecía necesaria, por otra parte resultó contraproducente en sus efectos tanto como en sus expectativas, al punto que hoy el estado y sus recursos han sido rebasados en muchos de sus esfuerzos por conseguir la paz, la tranquilidad, la legalidad en este nuestro México abatido.

Pero no podemos culpar a los militares del abuso y mal uso que se ha hecho de este verbo abatir. Ellos, en su momento, al elaborar el primer informe donde utilizaron esta palabra, lo que pretendían era describir, informar acerca del hecho de que habían sometido y aprehendido a determinados criminales, no que los habían asesinado. Pero tal parece que los afanes justicieros solamente entienden la palabra abatir en una de las acepciones que nos provee el diccionario y como eufemismo sinónimo de asesinar: 

1. tr. Derribar algo, derrocarlo, echarlo por tierra. U. t. c. prnl.

2. tr. Hacer que algo caiga o descienda. Abatir las velas de una embarcación. U. t. en sent. fig. Roma abatió el poder de Cartago.

3. tr. Inclinar, tumbar, poner tendido lo que estaba vertical.

4. tr. Hacer caer sin vida a una persona o animal.

5. tr. Hacer perder a alguien el ánimo, las fuerzas, el vigor. U. m. c. prnl.

6. tr. Desarmar o descomponer algo.

7. tr. En determinados juegos de naipes, dicho de un jugador: Conseguir la jugada máxima y descubrir sus cartas, generalmente en forma de abanico sobre la mesa.

8. tr. Geom. Hacer girar alrededor de su recta común un plano secante a otro hasta hacerlo coincidir con él. U. t. c. prnl.

9. tr. desus. Humillar a alguien. Era u. t. c. prnl.

10. intr. Mar. Dicho de un buque: Desviarse de su rumbo a impulso del viento o de una corriente.

11. prnl. Dicho de un ave, de un avión, etc.: Descender, precipitarse a tierra o sobre una presa. El cuervo se abatió SOBRE una peña. U. t. en sent. fig. La desgracia se abatió SOBRE ella.

Cuando examina uno la realidad que hoy estamos viviendo en México, no cabe duda que cada una de las acepciones del verbo abatir son aplicables.  

México es un país abatido.  Las leyes han sido abatidas junto con el estado de derecho que deberían de sostener.  Los servicios de salud pública están abatidos, en parte, por la capacidad rebasada, la falta de presupuesto y las decisiones gubernamentales e institucionales que han hecho de nuestro sistema de salud uno enteco por caduco sometido a la corrupción de empresas privadas y funcionarios públicos. 

El sistema de procuración y administración de justicia están abatidos. En la parte de la procuración de justicia, la corrupción campea de arriba para abajo, y de un lado al otro; pocos escapan a sus tentaciones. Por lo que toca a la administración de justicia, podemos decir que el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene parte de razón en los señalamientos que hace acerca de la corrupción existente entre jueces, magistrados y ministros, es algo que no podemos negar pero que tampoco podemos generalizar como una forma de pretexto para trastocar uno de los tres poderes que sustentan a nuestra república. Y si esta procuración y administración de justicia están abatidas es también porque quienes hacen las leyes han abatido al Estado de derecho con un conjunto de reformas a modo cuando no inútiles, absurdas o francamente estúpidas, más interesadas en las metas particulares y partidistas que en el bien común. Es decir, el Congreso de la Unión está abatido por causa de la negligencia, la irresponsabilidad, la tozudez, la soberbia y la ceguera de quienes lo componen.

México es entonces un país abatido por sus políticos, por su población, por su circunstancia.

Todos nosotros, en la medida de nuestra propia y personal responsabilidad, somos causantes de este abatimiento; unos más, otros menos. Y ahora, cuando la carrera hacia las elecciones presidenciales del dos mil veinticuatro ha prácticamente comenzado, escuchamos a morenistas y a frentistas alegando un sin fin de sinrazones, unos culpando al pasado, otros culpando al presente, pero ninguno con la capacidad de reconocer la parte de culpa que le corresponde en este innegable abatimiento de nuestro país.

La economía está abatida, aunque el peso luce fuerte. La fortaleza de nuestra moneda no es efecto de las decisiones de un gobernante o de alguno de los que componen su séquito, es sencillamente la consecuencia de una dinámica de mercado monetario, de la dinámica de una economía mundial interconectada y que, desde mediados de la pandemia, atraviesa por una franca recesión; una recesión que algunos han querido reconocer mientras otros persisten en negar. A los primeros, algunos los tachan de exagerados, por lo menos; y a los segundos, de fervorosos creyentes en la esperanza.

México lleva cinco años de un gobierno que tuvo como lema justo la idea de la esperanza. Los mexicanos, los que votaron por ese gobierno tanto como los que no, esperábamos que el concepto de transformación de veras fuera una metamorfosis que hiciera de nuestro país esa bella metáfora encarnada en la mariposa o ya de perdida en la polilla surgida de una maravillosa aunque grotesca oruga. Pero resulta que la oruga no salió devoradora,  glotona,  ansiosa de poder, y en su deambular mañanero por entre las ramas, con cada bocado abate la imagen, la credulidad y la legitimidad de una nación entera.

Los aspirantes a mandatarios, de un lado apenas llegan a burdos remedos de lo que hoy se tiene.  Los del otro lado recuerdan los pecados de lo que ya se tuvo. Puede haber entre unos y otros quienes tengan las capacidades, conocimientos, experiencias, intuición suficientes como para medianamente garantizar una visión de estado, un rumbo de regular claridad para el país, pero la verdad es que de todos juntos no hacemos uno solo, aunque nos prometan un gobierno de coalición y fundamento ciudadano. Poco importa si son de sexo masculino o femenino o de alguno más inventado por la autopercepción o la circunstancia. Lo que México necesita para levantarse de su abatimiento no es un asunto de sexo, no es un individuo concreto, no es una ideología específica como la que se quiere inducir mediante los libros de texto, tampoco es un sueño guajiro anclado en la letra de un bolero.

Los mexicanos estamos abatidos en nuestro ánimo. El aumento de asesinatos dolosos, de desapariciones forzadas, el miedo, la angustia, el tronarse los dedos por no hallar el ingreso cotidiano suficiente abaten a cualquiera, hasta al más pintado.

El gobierno y sus seguidores, día tras día, abaten o pretenden abatir a quienes no piensan como ellos y recurren para ello al odio, la división, el descrédito, la falacia y la mentira, distorsionando la verdad para acomodarla a su leal saber y entender. La verificación de la realidad en esos términos se vuelve tarea ardua que acaba por abatir a la verdad misma.

La oposición en cambio con su actuar reaccionario pretende abatir al gobierno en turno descalificándolo o calificándolo de mil maneras, a veces con razón y a veces sin ella. Si en el pasado se quiso desaforar al provocador, hoy el provocador, desaforado, quiere hacer del fuero el parapeto de los cretinos.

Entonces, y para terminar, el México que hemos experimentado entre dos mil dieciocho y dos mil veinticuatro no ha sido otra cosa sino un ring de lucha donde los contendientes, en vez de hacer un espectáculo digno, abaten el concepto mismo de competición, abaten al árbitro, abaten al contrincante, abaten las entradas y abaten al público que los observa. En el proceso, lo único que queda son fosas clandestinas, muebles incendiados, afanes inconclusos, pretensiones prostituidas, tristeza y ausencias.

Andrés Manuel López Obrador consiguió su cometido de pasar a la historia, pero no como el mejor presidente, ni siquiera como el peor, sino como el hombre que, por sus actos y omisiones hizo de México un país abatido. He ahí la verdadera transformación.


La flor más bella del ejido




ALLÁ EN MIS TIERNOS AÑOS de la secundaria, tenía yo un profesor, el Profesor Montaño, por mejor apodo "Monín", que era dado a comenzar sus clases de Ciencias Sociales e Historia de la manera como se narra un cuento. Me parece oírlo con su voz tipluda invitarnos diciendo:

¡Muchachos!, bienvenidos a un viaje por el tiempo o destiempo en la política mexicana, subámonos a un helicóptero y recorramos el país donde los tapados eran como esos regalos sorpresa en Navidad, pero en lugar de ilusionarnos, solo nos dejaban con la boca abierta y el ceño fruncido. Hoy, en pleno dos mil veinticuatro, la cultura del tapado parece estar resurgiendo con miras a las próximas elecciones presidenciales. ¡Es como si estuviéramos en una máquina del tiempo, pero sin los efectos especiales!

Antes de sumergirnos en la locura del presente, retrocedamos unas cuantas décadas, a los años anteriores a la década de los ochentas del siglo pasado. En aquellos tiempos, el tapado era una figura mítica, una especie de fantasma político que aparecía de la nada para convertirse en el candidato presidencial. Nadie sabía quién era, excepto el presidente en turno, quien guardaba celosamente su identidad como si fuera el último secreto del universo. Había más rumores y especulaciones en torno al tapado que sobre el monstruo del Lago Ness. ¡Vaya misterio! Ni siquiera la maestría de Abel Quezada consiguió develar jamás, a pesar de conocer sus miríficas propiedades divinas con las cuales cualquiera podría identificarlo o identificarla.


Pero lo interesante es cómo se llevaba a cabo toda esta obra de teatro política. Imaginen esto: solo había un candidato en la boleta electoral. Sí, leyeron bien, ¡solo uno! El pueblo mexicano no tenía opciones para elegir, pero eso no impedía que se gastara una fortuna en campañas electorales, porque, ¿quién necesita la diversidad democrática cuando puedes tener un solo sabor de helado en el menú?

Las campañas eran todo un espectáculo. Había propaganda por doquier, desde mascadas hasta discos de vinilo y hasta libros con la ideología del partido. Aunque solo hubiera un candidato, todos tenían que hacer como que competían. Era como jugar un partido de fútbol sin oponente, pero con una multitud de fanáticos aplaudiendo y vitoreando al único jugador en el campo. Al conjunto de aspirantes y sus afiliados se le conocía como "La Cargada" y si, por alguna razón, los indiciados aparecían deslucidos, entonces se consideraba, en términos muy revolucionarios, que "la caballada estaba flaca". Razón por la que se hizo tradicional también que los políticos charros demostraran su adhesión con una cabalgata multitudinaria, si bien no faltaba el Sancho que montaba burro o mula por aquello del no te entumas. ¿Dónde quedó la emoción de la competencia? Hoy ni caballos ni jaripeo; puros tamales de chipilín empujados con pozol endulzado con jarabe de pico.

Pero, amigos míos, ¡prepárense! Porque si creían que esos tiempos eran extraños, la cultura del tapado en la política mexicana de hoy en día nos está dando una lección magistral en absurdo y desconcierto. En lugar de desvanecerse en la historia, el tapado ha resurgido con más fuerza que nunca. Es como si el pasado se hubiera metido en una máquina del tiempo y decidiera hacer una visita en pleno siglo XXI.

En el año dos mil, el año de la transición democrática, en un inolvidable ensayo publicado por la revista Letras Libres —hoy calificada por el régimen de turno como "conservadora"—, Carlos Monsiváis advertía: "la cargada cambia de signo ideológico". Ayer como hoy esto es igualmente válido, y si en aquel tiempo los humoristas hicieron sorna del ambiente político inventando el FUL (Frente Unido de Lambiscones) hoy son los políticos mismos los que han inventado el FAM (Frente Amplio por México) como caricatura involuntaria de sus propias aspiraciones,

¡El Tapado está de vuelta! ¡Y esta vez es aún más divertido!

Según nuestro querido presidente, Andrés Manuel López Obrador, el tapado ya no existe, pero parece haber olvidado mencionárselo a sus colegas políticos. ¿O acaso están todos jugando a ser magos y ocultistas, él incluido con su frase "lo que diga mi dedito"? Cada día aparecen nuevos nombres y candidatos sorpresa, como si fueran personajes de una telenovela de enredos políticos. ¡Y el público solo puede mirar con asombro y confusión!

La verdad es que la cultura del tapado en la política mexicana es un juego de simulación y manipulación. Nos hacen creer que tenemos elecciones libres y justas, pero en realidad, el tapado ya está predestinado a ocupar el puesto más alto. Es como una tragicomedia donde todos actúan sorprendidos, pero en el fondo saben cómo terminará la historia.

Y así, queridos lectores, llegamos al final de este viaje en el tiempo por la cultura del tapado en la política mexicana. ¿Acaso podemos reír o llorar ante esta farsa electoral? Tal vez ambas cosas. Pero algo es seguro: debemos reflexionar y tomar acción. No podemos permitir que el tapado sea la norma, la tradición que se repite una y otra vez, por graciosa y entretenida que nos parezca, con todo y sus botargas, caricaturas y monigotes. Debemos exigir transparencia, competencia real y una democracia que no sea solo un juego de tronos, una democracia sin adjetivos, para citar a otro San Benito mártir de la 4T, Enrique Krauze.



¡Despierten, mexicanos! La elección presidencial de 2024 se acerca, y es hora de dejar de lado los juegos de tapados y exigir un verdadero cambio. No caigamos en el engaño y la complacencia. Es hora de que la política mexicana deje de ser un chiste y se convierta en una fuerza transformadora para el bienestar de todos.

La cargada de los seiscientos

Como si fuera un capítulo de la historia de una Esparta de petate, o una torpe batalla en una Crimea de una Ucrania de algún universo paralelo, en medio de una trama política repleta de ironías y contradicciones, en el vertiginoso escenario político de México, el Jerjes tabasqueño y su MORENA han dejado en claro su desprecio hacia instituciones clave como el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (INAI).

Esta hostilidad se desarrolla en un contexto complejo, donde se entrelazan varios elementos: las próximas elecciones presidenciales de 2024; las denominadas "precampañas que pretenden no ser precampañas", tanto del partido MORENA como de la coalición del Frente Amplio por México conformada por la alianza PRI-PAN-PRD; el papel de los partidos Movimiento Ciudadano (MC) —que crece pero no se mueve—, Verde Ecologista de México (PVM) y del Trabajo (PT) —que nadie sabe para quiénes trabajan—,  y los satélites y apéndices que saldrán de la carga ligera de los seiscientos priyistas encabezada por los audaces Miguel Ángel Osorio Chong —suerte de Leónidas hidalguense—, y Claudia Ruiz Massieu —la Cardigan institucionalista—, y la participación destacada de mujeres políticas como Beatriz Aguirre, Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. Todo esto se enreda como dictado por el oráculo de Delfina Gómez:

Mirad, habitantes de la extensa República Mexicana, o bien vuestra poderosa y eximia nación es arrasada por los descendientes del Peje, o no lo es; pero en ese caso, la tierra de Polemón llorará la muerte de un rey de la estirpe de Plutarco, y de Elías, y de Calles. Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones o de los equis González, ya que posee la fuerza de Kukulkán. Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos.

En un país donde las elecciones presidenciales se asemejan a un juego de poder, el presidente López Obrador parece haber adoptado una estrategia sacada del Manual de Arbitraje del siglo XIV al cuestionar al árbitro en plena quinta etapa de su gobierno. Tal vez la etimología de "umpire", proveniente del antiguo francés "non per", que significa "número impar, no par", puede explicar de manera más adecuada su enfoque. ¿Por qué conformarse con un árbitro imparcial cuando puedes ser tú mismo el protagonista de la contienda? Dicho esto, resulta pertinente mencionar el famoso dicho beisbolero que el presidente AMLO suele citar: "ni pichas, ni cachas, ni dejas batear". Esta expresión, enlazada con su actitud desafiante hacia los demás poderes, refleja su voluntad de tomar el control absoluto de la situación y no permitir que nadie más tenga influencia en el juego político.

Las precampañas que no son precampañas: ¿Un déjà vu del viejo PRI?

En el contexto de las próximas elecciones presidenciales del 2024, donde la oposición mexicana busca unirse para presentar una opción real, el partido MORENA y el Frente Amplio por México, conformado por el PRI-PAN-PRD, parecen estar reviviendo los viejos tiempos del PRI. Las denominadas "precampañas que supuestamente no son precampañas" nos transportan al pasado, cuando el PRI gobernaba con mano firme y los candidatos ya estaban predestinados. ¿Será este un caso de déjà vu político o simplemente un nuevo capítulo en el juego de poder mexicano?


Mujeres políticas en el tablero: De heroínas a peones en el juego de poder.

En medio de este juego de poder, no podemos olvidar la participación de mujeres políticas destacadas para bien o mal. Beatriz Aguirre, Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum son algunas de las protagonistas femeninas en este tablero político. Sin embargo, a pesar de su valía y liderazgo, parecen ser tratadas como peones en un juego donde los hombres aún tienen el control. ¿Será el papel de las mujeres políticas solo un espejismo de igualdad en medio de un sistema que sigue perpetuando las desigualdades entre los sexos?



En conclusión, el escenario político en México se asemeja a un juego de tronos lleno de ironías y contradicciones. La animadversión de López Obrador y MORENA hacia instituciones como el INE y el INAI refleja una estrategia en la cual el poder y la manipulación son moneda corriente. Mientras los partidos juegan sus cartas en las próximas elecciones presidenciales, las "precampañas que supuestamente no son precampañas" se convierten en un nuevo capítulo del antiguo libro del PRI. En este juego, partidos como Movimiento Ciudadano, el PT y el PVM intentan encontrar su lugar, pero ¿serán simples comparsas o árbitros reales? Y en medio de todo esto, las mujeres políticas, aunque presentes, parecen estar relegadas a un papel secundario, incluso cuando las vistan de huipil, pipa y guante. Este escenario político nos invita, sin lugar a dudas, a reflexionar sobre el juego de poder y las desigualdades que persisten en nuestro sistema político. Es momento de cuestionar, de exigir un cambio real y de no permitir que el futuro de nuestro país se decida en un juego de tronos donde la justicia y la equidad son meras piezas de ajedrez. ¡Levantemos nuestras voces y construyamos un México más justo y democrático para todos!