Todos por el congreso o los muertos también votan

"Todos por el congreso o los muertos también votan".
Cartón Paréntesis (31 de enero de 2024) de mi autoría. Imagen creada con inteligencia artificial.

JUSTO lo que señala el colega periodista Joaquín López Dóriga en su columna más reciente es lo que he dicho en mis escritos muy anteriores, incluso hace un par de días en un grupo de WhatsApp creado por un conjunto de vecinos mexiquenses en dos mil dieciocho para dizque impulsar las candidaturas independientes, y entre cuyos aspirantes a fungir como candidato me apunté, entre broma y en serio, ya fuera para el gobierno estatal o la presidencia. (Por cierto, desde entonces el grupo mantuvo el silencio hasta ahora, raro.)

En efecto, la oposición puede dar su lucha para la presidencia de dos mil veinticuatro como perdida. Lo escribí en mi blog, lo he dicho aquí, de varias maneras.

El sistema político mexicano con su dinámica pendular así lo tiene establecido: tantito pa'l centro, luego pa'la derecha, luego de nuevo al centro, de retache pa'la izquierda. Solo hay que ver en todo lo largo de nuestra historia como república esa tendencia, así teniendo —como diría mi madre— sus asegunes. Incluso desde la guerra de facciones en el siglo diecinueve, entre liberales y conservadores de los que Antonio López de Santa Anna es figura telenovelesca, a veces héroe, a veces villano de petate, engendrador de chapulines con síndrome de piernas inquietas que los hacen brincar ya para un partido, ya para el de enfrente y cuya descendencia todavía anda divertida entre nosotros con sus colores naranja, amarillo, azul, rojo, marrón.

Desde mucho antes que AMLO ganara la presidencia lo anuncié, lo predije, lo auguré, lo "profeticé". Las muestras de congruencia están aquí en el blog, para que no se muevan a engaño. Dije que el dos mil dieciocho sería para la izquierda y lo ganaría quien ya sabemos. No era difícil leer los indicios y antecedentes para "adivinarlo". La tozudez de AMLO es como describe el refrán: tanto va el cántaro al agua que es malo para el cántaro. En este caso el cántaro fue México, nosotros, en la desesperación por hallar un gobierno menos corrupto, más esperanzador. Y ya vimos que el agua se nos escurrió por entre los dedos de las manos dejándonos sedientos de progreso y justicia. Aún a quienes no votamos por el gobierno en turno so pena de previo aviso.

Desde el comienzo del gobierno actual las narco mantas fueron elocuentes, firmadas por el Mayo Zambada [parafraseo]: "señores y señoras munícipes, no se metan, tenemos el permiso del presidente Andrés Manuel López Obrador para sacar de las plazas a las nuevas generaciones de narco menudistas". La verdadera guerra entonces comenzó. No la anunciada de Calderón (que algunos maloras podrían ligar con la familia michoacana, por ser él oriundo de aquel estado), sino la de las bandas del crimen organizado. El ejército, contrario a las promesas de campaña, no ha salido de las calles y, al contrario, se ha mimetizado con las mismas por virtud de un grisáceo uniforme de guardia nacional más al servicio de los intereses migratorios del vecino norteño que a los del pueblo de México.

La inmigración ha sido un recurso vital para este gobierno, para el toma y daca que cotidianamente sostiene con EE.UU. Convertido en llave de paso, México tiene el control del tránsito migratorio, sin medir las consecuencias que internamente eso ha traído también en otros ámbitos. Derechos humanos vulnerados, aumento de la presión social y un largo etcétera al que no quiero sumar los vaivenes de la naturaleza que hoy, junto con las estúpidas decisiones de administración pública, tienen al país al borde de la desesperación: falta de agua y sequía, aguas puercas y crecimiento poblacional desmedido y desordenado, un campo abandonado y ciudades retacadas, dádivas gubernamentales a diestra y siniestra de la mano de una cada vez peor distribución de la riqueza. El panorama no es halagüeño para ninguna de las candidatas a ser la primera presidente (o presidenta, ya que la RAE lo admite) de México.

De un lado tenemos un palo llamado Claudia. Del otro una flor, no la más bella del ejido. La primera es un esqueje del Peje. La segunda una ocurrencia opositora.

La oposición seria tuvo en sus manos no hace mucho opciones más enteras, con conocimiento, experiencia y visión de estadistas. A mí me gustaba Beatriz Paredes, pero ya fue. De todos modos ni ella ni los otros tenían un arrastre popular suficiente para contrarrestar el de AMLO, que no el de Claudia quien es un cero a la izquierda, y se destaca por ser apenas un soflamero reflejo del mandamás macuspanense. Xóchitl, aun con toda su humilde herencia de un indigenismo mestizo, no tiene arraigo entre las etnias, tanto así la separaron de sus orígenes sus afanes por sobresalir socialmente. Con tal galatina no se consigue contundencia, diría Asterix a Vencigétorix. Así que en la condición actual no hay poción mágica que valga.

La cuestión no es si México y su democracia ya están maduros para ser gobernados por una mujer. El tema no es discusión entre sexos. Las facultades femeninas no están en duda, solo las de Claudia y no por ser ella, sino por su trayectoria como sombra reptante bajo la sombra de AMLO. Pero, quién sabe. Si AMLO está regresando al pasado de la década de los setenta en muchos aspectos de su gobierno y su manera de hacer política y detentar el poder presidencial, no descarto que igualmente Claudia Sheinbaum haga lo propio y, tal como sucedía durante el priato, ya sentada en el trono se desvincule como hicieron los precedesores respecto de sus respectivos dedos de gran elector. ¿Podría, querría Claudia distanciarse de AMLO para hacer válido su estilo personal de gobernar? Auguro que así será. Taimada sacará las uñas. Y Andrés lo sabe. Por eso él también está apostando a ganar el congreso, para tener a raya a Claudia con la mayoría morenista, para mantener el control. Y esa es la apuesta que debe hacer también la oposición: ganar el congreso para tener a raya no solo a Claudia, sino a los embates morenistas.

Por eso voy con las palabras del colega López Dóriga. Es el congreso, pendejos. No se vayan con las fintas. Los indicios dichos a tiempo y destiempo están más que claros. Aunque no echemos la campanas al vuelo, porque luego de una terrible pandemia que nos alteró los números de población y padrón electorales, faltará ver si no ahora más que nunca, dicho entre paréntesis, los muertos también votan.




Palabras que matan


LA INTRINCADA RELACIÓN entre el lenguaje y el terrorismo pone de relieve una verdad pocas veces considerada, en especial por quienes, so pretexto de no tener el lenguaje como principal herramienta de su quehacer, olvidan que es todo lo contrario y que, a querer o no, en el principio está el verbo y es este el factor que determina nuestros grados de libertad, aun cuando, como es el caso de estas líneas, se acuda al recurso inhumano de la inteligencia artificial*.

Una afirmación categórica se alza como faro en medio de un mar de conceptos complejos: el acto de terrorismo no se limita únicamente a señales de alarma, sean estas falsas o verídicas, ni a explosiones devastadoras ni al salvaje y despiadado derramamiento de sangre. En la esencia misma del terror, encontramos su anclaje en un lugar mucho más sutil y retorcido: el lenguaje y, más específicamente, la forma y la intención con la que se emplea.

El verdadero terror no yace en las palabras por sí mismas, como algunos algoritmos de búsqueda en redes sociales o equipos de censores pueden hacernos creer. No, el verdadero terror reside en el contexto que envuelve estas palabras, en la carga emocional que transmiten y en la motivación subyacente. Para comprender esta compleja danza entre el lenguaje y el terror, examinemos las declaraciones recientes del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como un caso paradigmático.

Aunque yo mantenga diferencias con mi presidente Andrés Manuel López Obrador en diversos aspectos, compartimos, como mexicanos, una profunda vocación pacifista. Esto no implica abrazar una "neutralidad" irresponsable y desapegada de la realidad, sino más bien asumir una postura moral e íntegra. El terrorismo, en cualquiera de sus manifestaciones, es condenable, no solo por su inmoralidad, sino también por su profunda inhumanidad.

Es imperativo que tanto musulmanes como israelíes, a pesar de la pesada carga histórica que los separa, reconozcan que tanto quien ejecuta un acto atroz como quien permite que esto ocurra comparten la responsabilidad. Las atrocidades cometidas por grupos como Hamás, Putin y otros son igualmente condenables que las reacciones violentas y desproporcionadas de aquellos que han sido sus víctimas. En el conflicto de intereses, justos y pecadores a menudo comparten el mismo fardo de la culpa.

El verdadero reto radica en comprender que el terrorismo no es un fenómeno aislado, sino un ciclo de violencia que se retroalimenta. Solo cuando seamos capaces de aprehender la relación intrincada entre el lenguaje, el contexto y el terrorismo podremos buscar soluciones reales y duraderas. En la búsqueda de la paz, la responsabilidad recae en todos nosotros, sin importar nuestra procedencia o afiliación política.

Las palabras también matan, aquellas que inflaman los corazones y avivan el fuego del conflicto. Mientras continuemos en este camino de reflexión y comprensión, estaremos un paso más cerca de construir un mundo más pacífico y humano.

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* En efecto, este artículo basado en una entrada escrita por mí en el grupo de este blog en Facebook lo retoqué con inteligencia artificial y posteriormente lo edité para publicarlo en la forma que ahora lees, querido lector.

México abatido


 

ERA DE LA OPINIÓN… de que México era un país con la cabeza erguida, orgulloso de su historia y sus tradiciones, pero tal parece que hoy México es todo lo contrario; más parece un país abatido por la pandemia, la economía, el crimen y las torpes decisiones de sus gobiernos.

En la consideración anterior he utilizado una palabra con todo propósito: el verbo abatir.

Desde el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, el verbo abatir ha sido empleado no solamente con torpeza sino con exceso por todos aquellos políticos, periodistas o personas comunes que han abordado el tema del crimen organizado, el combate al narcotráfico, en la nota policiaca o los discursos populistas. Noticias van y vienen, y la constante es el abatimiento del delincuente, el abatimiento de la mujer, el abatimiento de los derechos elementales. Y todo comenzó con un informe dado por los militares allá a comienzos del sexenio de Calderón, al poco tiempo de haber declarado el ex presidente la guerra al narcotráfico. Una guerra que, si por una parte parecía necesaria, por otra parte resultó contraproducente en sus efectos tanto como en sus expectativas, al punto que hoy el estado y sus recursos han sido rebasados en muchos de sus esfuerzos por conseguir la paz, la tranquilidad, la legalidad en este nuestro México abatido.

Pero no podemos culpar a los militares del abuso y mal uso que se ha hecho de este verbo abatir. Ellos, en su momento, al elaborar el primer informe donde utilizaron esta palabra, lo que pretendían era describir, informar acerca del hecho de que habían sometido y aprehendido a determinados criminales, no que los habían asesinado. Pero tal parece que los afanes justicieros solamente entienden la palabra abatir en una de las acepciones que nos provee el diccionario y como eufemismo sinónimo de asesinar: 

1. tr. Derribar algo, derrocarlo, echarlo por tierra. U. t. c. prnl.

2. tr. Hacer que algo caiga o descienda. Abatir las velas de una embarcación. U. t. en sent. fig. Roma abatió el poder de Cartago.

3. tr. Inclinar, tumbar, poner tendido lo que estaba vertical.

4. tr. Hacer caer sin vida a una persona o animal.

5. tr. Hacer perder a alguien el ánimo, las fuerzas, el vigor. U. m. c. prnl.

6. tr. Desarmar o descomponer algo.

7. tr. En determinados juegos de naipes, dicho de un jugador: Conseguir la jugada máxima y descubrir sus cartas, generalmente en forma de abanico sobre la mesa.

8. tr. Geom. Hacer girar alrededor de su recta común un plano secante a otro hasta hacerlo coincidir con él. U. t. c. prnl.

9. tr. desus. Humillar a alguien. Era u. t. c. prnl.

10. intr. Mar. Dicho de un buque: Desviarse de su rumbo a impulso del viento o de una corriente.

11. prnl. Dicho de un ave, de un avión, etc.: Descender, precipitarse a tierra o sobre una presa. El cuervo se abatió SOBRE una peña. U. t. en sent. fig. La desgracia se abatió SOBRE ella.

Cuando examina uno la realidad que hoy estamos viviendo en México, no cabe duda que cada una de las acepciones del verbo abatir son aplicables.  

México es un país abatido.  Las leyes han sido abatidas junto con el estado de derecho que deberían de sostener.  Los servicios de salud pública están abatidos, en parte, por la capacidad rebasada, la falta de presupuesto y las decisiones gubernamentales e institucionales que han hecho de nuestro sistema de salud uno enteco por caduco sometido a la corrupción de empresas privadas y funcionarios públicos. 

El sistema de procuración y administración de justicia están abatidos. En la parte de la procuración de justicia, la corrupción campea de arriba para abajo, y de un lado al otro; pocos escapan a sus tentaciones. Por lo que toca a la administración de justicia, podemos decir que el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene parte de razón en los señalamientos que hace acerca de la corrupción existente entre jueces, magistrados y ministros, es algo que no podemos negar pero que tampoco podemos generalizar como una forma de pretexto para trastocar uno de los tres poderes que sustentan a nuestra república. Y si esta procuración y administración de justicia están abatidas es también porque quienes hacen las leyes han abatido al Estado de derecho con un conjunto de reformas a modo cuando no inútiles, absurdas o francamente estúpidas, más interesadas en las metas particulares y partidistas que en el bien común. Es decir, el Congreso de la Unión está abatido por causa de la negligencia, la irresponsabilidad, la tozudez, la soberbia y la ceguera de quienes lo componen.

México es entonces un país abatido por sus políticos, por su población, por su circunstancia.

Todos nosotros, en la medida de nuestra propia y personal responsabilidad, somos causantes de este abatimiento; unos más, otros menos. Y ahora, cuando la carrera hacia las elecciones presidenciales del dos mil veinticuatro ha prácticamente comenzado, escuchamos a morenistas y a frentistas alegando un sin fin de sinrazones, unos culpando al pasado, otros culpando al presente, pero ninguno con la capacidad de reconocer la parte de culpa que le corresponde en este innegable abatimiento de nuestro país.

La economía está abatida, aunque el peso luce fuerte. La fortaleza de nuestra moneda no es efecto de las decisiones de un gobernante o de alguno de los que componen su séquito, es sencillamente la consecuencia de una dinámica de mercado monetario, de la dinámica de una economía mundial interconectada y que, desde mediados de la pandemia, atraviesa por una franca recesión; una recesión que algunos han querido reconocer mientras otros persisten en negar. A los primeros, algunos los tachan de exagerados, por lo menos; y a los segundos, de fervorosos creyentes en la esperanza.

México lleva cinco años de un gobierno que tuvo como lema justo la idea de la esperanza. Los mexicanos, los que votaron por ese gobierno tanto como los que no, esperábamos que el concepto de transformación de veras fuera una metamorfosis que hiciera de nuestro país esa bella metáfora encarnada en la mariposa o ya de perdida en la polilla surgida de una maravillosa aunque grotesca oruga. Pero resulta que la oruga no salió devoradora,  glotona,  ansiosa de poder, y en su deambular mañanero por entre las ramas, con cada bocado abate la imagen, la credulidad y la legitimidad de una nación entera.

Los aspirantes a mandatarios, de un lado apenas llegan a burdos remedos de lo que hoy se tiene.  Los del otro lado recuerdan los pecados de lo que ya se tuvo. Puede haber entre unos y otros quienes tengan las capacidades, conocimientos, experiencias, intuición suficientes como para medianamente garantizar una visión de estado, un rumbo de regular claridad para el país, pero la verdad es que de todos juntos no hacemos uno solo, aunque nos prometan un gobierno de coalición y fundamento ciudadano. Poco importa si son de sexo masculino o femenino o de alguno más inventado por la autopercepción o la circunstancia. Lo que México necesita para levantarse de su abatimiento no es un asunto de sexo, no es un individuo concreto, no es una ideología específica como la que se quiere inducir mediante los libros de texto, tampoco es un sueño guajiro anclado en la letra de un bolero.

Los mexicanos estamos abatidos en nuestro ánimo. El aumento de asesinatos dolosos, de desapariciones forzadas, el miedo, la angustia, el tronarse los dedos por no hallar el ingreso cotidiano suficiente abaten a cualquiera, hasta al más pintado.

El gobierno y sus seguidores, día tras día, abaten o pretenden abatir a quienes no piensan como ellos y recurren para ello al odio, la división, el descrédito, la falacia y la mentira, distorsionando la verdad para acomodarla a su leal saber y entender. La verificación de la realidad en esos términos se vuelve tarea ardua que acaba por abatir a la verdad misma.

La oposición en cambio con su actuar reaccionario pretende abatir al gobierno en turno descalificándolo o calificándolo de mil maneras, a veces con razón y a veces sin ella. Si en el pasado se quiso desaforar al provocador, hoy el provocador, desaforado, quiere hacer del fuero el parapeto de los cretinos.

Entonces, y para terminar, el México que hemos experimentado entre dos mil dieciocho y dos mil veinticuatro no ha sido otra cosa sino un ring de lucha donde los contendientes, en vez de hacer un espectáculo digno, abaten el concepto mismo de competición, abaten al árbitro, abaten al contrincante, abaten las entradas y abaten al público que los observa. En el proceso, lo único que queda son fosas clandestinas, muebles incendiados, afanes inconclusos, pretensiones prostituidas, tristeza y ausencias.

Andrés Manuel López Obrador consiguió su cometido de pasar a la historia, pero no como el mejor presidente, ni siquiera como el peor, sino como el hombre que, por sus actos y omisiones hizo de México un país abatido. He ahí la verdadera transformación.