Divagando con Jacobo

noviembre 05, 2010 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Soy un asiduo lector y oyente de Jacobo Zabludovsky. En gran medida debo mi incursión en los medios a su ejemplo, como lo hice de su conocimiento al regalarle mi tesis de licenciatura, misma que ignoro si seguirá en su vasta biblioteca o si siquiera alcanzó un rincón en algún anaquel, como ignoro si leerá esta entrega.
Su columna más reciente intitulada "Adiós calidad de vida" que publica en el diario El Universal, del que hace algunos años fui columnista, como siempre es una impecablemente bien escrita, bien pensada. Sólo un pero le he puesto a @Zabludovsky_  (como es su cuenta de Twitter): jamás he leído ni escuchado de su pluma y su boca (ni cuando estaba en Televisa) que vacacione en México. Sólo hace comparaciones con Madrid, Paris y Buenos Aires. Aunque cosmopolitas, como las que puede efectuar Carlos Fuentes quien pasa la mitad del año en Cuernavaca y la otra mitad en Inglaterra, me parecen muy pobres sus referencias. Nunca he leído de él que reseñe y loe nuestras ciudades, nuestra gente, fuera del zócalo y el Centro de la Ciudad de México que, hay que decir de paso, no son todo el país aun cuando en ellos se concentren muchos acontecimientos que reflejan lo que sucede a lo largo y ancho de la nación. Y España, Argentina y Francia no son todo el mundo. No todos los lugares de recreo y convivencia son cantinas, hostales, El Taquito, la Plaza de la Maestranza, La Merced.
Respeto mucho al que para varios de nosotros es un maestro del periodismo, pero no por ello debo estar siempre de acuerdo con su opinión o su enfoque de las cosas.
Parecería ociosa esta crítica constructiva a una personalidad por quien guardo gran afecto además por que tiene determinadas ligas con mi pasado, como el tiempo cuando estudió en la Universidad Obrera algunos cursos sueltos, entre ellos Filosofía, donde mi madre fue su compañera de banca (aunque él negó el hecho cierta ocasión que entrevistó a un famoso que le recordó la anécdota, allá por los ochentas). O cuando, por intervención de mi madre fui, con el grupo de estudiantes de primaria que conformábamos el equipo del sistema de televisión cerrada de mi escuela, a hacer una visita a su programa de fin de semana y entrevistó a madres y estudiantes. O mi infatuación pueril hacia su hija menor (de mi edad) la vez que coincidimos en el Auditorio Nacional durante una función de ballet sobre hielo (tal vez el Holliday On Ice), hacia 1976, y por cuya causa escribí los siguientes ¿versos? en una servilleta que ¡mi madre guardó!, redescubrí recientemente en su baúl de los recuerdos y transcribo tal cual (respetando incluso la ortografía, sólo he acomodado los "versos") con la ternura desvergonzada de quien da su justo sitio al infante que se hubo sido:

PRIMAVERA (A la hija de Jacobo)
Eres bella como una flor,
eres un ruiseñor
que canta en mi corazón.
Eres como la rosa,
que abriendo sus pétalos
nos abre la puerta del amor.
¡La primavera!, a que vella palabra.
¡La primavera!, palabra que da alegría
y tristesa a la gente
La primavera es la que une
con el amor
todo ser vivo
La icopa con sus hijos da un ejemplo
del amor que nadie tiene en general.
En fin, primavera significa amor
tristesa alegría y muchas otras cosas mas
agradables y desagradables


Pero volviendo de la digresión (ya estoy como Jacobo en su noticiario "De Una a Tres" que transmite por Radio Centro), mirar al exterior, es verdad, hace las veces de poner atención a un espejo. Es válido hacer comparaciones, por odiosas que resulten, entre el Distrito Federal y Madrid o Londres o Estocolmo. Lo que no vale es querer encontrar en esas capitales un patrón común fuera del elemental: la humanidad que las habita.
Nunca he oído ni leído a Jacobo reseñando un paseo, ennumerando callejas, por ejemplo, en Campeche, Mérida o Zacatecas. Caminar las calles del centro, andar Campos Elíseos, recorrer el empedrado de Taxco no es lo mismo que seguir los senderos del Central Park de Nueva York y mucho menos que deambular entre los merolicos de la Alameda. Como tampoco el tranvía de mulitas es igual al "moderno" tranvía que Marcelo Ebrard quiso introducir en la Ciudad de México. En España no hay más indígenas que los exportados por Latinoamérica a causa de la inequidad. En París la discriminación es tan ominosa como la que puede experimentar cualquier minoría en Guadalajara (y que conste que no especifico si me refiero a la ciudad castellana o la jaliciense).
Así, cuando la distancia afectiva es mayor a veces que la física o la geográfica, preguntas como la que hace Jacobo en su columna: ¿qué extrañas de México?, resultan, por decir lo menos, capciosas.
¿Qué extraño yo de México, del que he salido escasas cuatro veces en mi vida y que no acabo de recorrer y conocer? ¿Qué extraño de México cuando, a diferencia de otros, sigo saliendo a caminar sus calles sin ceder a la paranoia, con la prudencia necesaria, sin encerrarme a piedra y lodo ni vivir acechado por guaruras, quizá por gracia de ser un ilustre desconocido, quizá por gozar la suerte de no haber experimentado de cerca o en carne propia la violencia que otros lamentan?
Pues puedo decir que extraño lo mismo que Jacobo y muchos, pero hallo los referentes en el pasado directo, en las pintas sobre muros y edificios, en las noticias abundantes, en las caras temerosas de vecinos, en los Viaductos y Bicentenarios, en esos paseos a lo largo del malecón de Veracruz, en ese café de La Parroquia tan cortado como el que puede uno disfrutar en un café de chinos, en esas otras parroquias de los pueblos mágicos y coloridos del sureste, en las lagunas olvidadas de Tabasco, en las selvas minas de ámbar chiapanecas, en las playas de cada punto cardinal, en la fauna y la flora, en los viejos epigramas que ya muy pocos escriben y menos leen, en los cielos estrellados que alguna vez pudieron ser vistos en la zona metropolitana hoy ahogada por la luz entre otras cosas.
¿Qué extraño? Extraño aquellos autores que volteaban hacia la intimidad de nuestra esencia para explicar lo bueno y lo malo, las virtudes y defectos de nuestra cultura; los políticos, no los corruptos, que eran congruentes con la ideología que los cobijaba y no eran vulgares acomodaticios. Extraño a mi madre. A mi madre y a mi madre patria. A la que me dio la vida y a la que me identificaba. Pero, hoy, sí, con respecto a lo que añora Jacobo, coincido, todo es un desmadre que bien describe de algún modo en el remate de su artículo cuando dice:
Salvo en un estado de sitio, cuartelazo o emergencia, todas las conquistas urbanas integrantes de eso llamado calidad de vida, en circunstancias normales no se pierden de manera súbita. Se van abandonando poco a poco: un día dejas de ir al cine, otro decides no salir solo, buscas calles iluminadas, evitas las desiertas, cancelas compromisos, te encierras en tu casa y te acostumbras a un sistema de privaciones. Prescindes de todo aquello que la ciudad ofrece para vivir bien y aprovechar sus ventajas.
La calidad de vida no se pierde sólo en medio de la violencia bélica generalizada, en los combates de soldados y policías contra delincuentes (me niego a decir “otros delincuentes”). Se pierde cuando el miedo altera las costumbres y llega, sigiloso y sutil como el aire, a las cocinas, las salas y las recámaras de la gente común y corriente y altera sus costumbres como si así debieran ser las cosas. Y no, no son así, por lo menos no es así como deben ser.

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