DOLORES QUE GRITAN
Y pues nos llegamos a un nuevo septiembre; y tras el Bicentenario y Centenario de las revoluciones que definieron en buena medida la nación que somos, lo que queda entre paréntesis son los dolores, las penas de la lucha intestina que finalmente terminó por cernirse en nuestra patria.
Que es una guerra del Estado contra el crimen organizado, me dicen. Y yo lo creo. Pero eso no aparta canicas del círculo de la violencia que, como se la quiera nombrar, es una guerra fratricida.
Que la mayor parte de los muertos caen del lado de los "malos", me dicen. Y yo quiero creerlo. Pero eso no extrae del paréntesis de la circunstancia que muchos de los caídos, aún siendo delincuentes en el momento de su deceso o aprehensión, son mexicanos; y que algunos de ellos en algún momento tuvieron aspiraciones de decencia y bienestar, pero terminaron corrompidos por el hambre, el desempleo, y una larga lista de causas que a más de uno también les suenan a pretextos.
La hielera legislativa está atiborrada. En ese paréntesis ya no caben más iniciativas que la iniciativa de mostrar iniciativa para dictaminar y aprobar iniciativas, pero no por un malsano interés de los legisladores por desafanarse de la tarea (característico mal hábito burocrático), sino para dar curso legítimo a las demandas y necesidades de México y todos quienes lo conformamos, buenos y malos.
Una Ley de Seguridad Nacional, con pespuntes de Derechos Humanos y algo de poesía siciliana anda desfilando por los pasillos de San Lázaro. Para algunos va vestida de verde militar, para otros está despampanante en sus formas y no faltan los que, asomándose indiscretos bajo sus paréntesis le encuentran dos o tres defectitos no tan graves como para decirle que no la niña.
Ahora veremos unas festividades de septiembre jalonadas por la inquina, el rencor, la pena. Habrá seguramente bajo el balcón de Palacio Nacional una muchedumbre de dolientes. ¿Qué gritarán? ¿Qué significado habremos de leer debajo de ese "¡Viva México y vivan los héroes que nos dieron patria!"? ¿A quiénes nos referiremos entonces, a las víctimas inocentes de balaceras cruzadas, a los asesinados por razones nunca bien aclaradas ni defendidas? O tal vez nos referiremos a la abundancia de disculpas trasnochadas a reos de consciencia, no necesariamente política, como la del indultado Antonio Ortega Gallardo, acusado de violación por unas mujeres que, cuatro años después de su denuncia, se percataron que, obnubiladas por el trauma y el rencor se habían equivocado de presunto culpable? No, si cuando de señalar al prójimo se trata, todos nos pintamos solos, no necesitamos desfilar entre cadetes, funcionarios, autoridades, policías, criminales. No en balde nos burlamos de nosotros mismos acremente, diciendo que no hay peor enemigo para un mexicano que otro mexicano, se halle este encumbrado o en lo más rastrero del espacio entre paréntesis.
Así, mientras en Libia la bota del dictador ponía pies en polvorosa, aquí la bota del crimen ahoga a pesar de, como dijo el Dalai Lama, ser menos que el resto de los mexicanos. Y dicho entre Paréntesis, si somos más los buenos y honorables (espero que tú me cuentes entre ellos, amable amigo y lector), ¿por qué tenemos tan baja nuestra autoestima como pueblo que no podemos aplicar el dicho ese de "el valiente vive hasta que el cobarde quiere"?
Es verdad compartida que ninguno queremos más derramamiento de sangre, pero aún más que la sangría lo que duele en las entrañas de México es la injusticia y la impunidad con que esta se campea lo mismo en los tribunales que en las calles. Como si fuera un mural descompuesto por el salitre, los rostros individuales hacen metáfora de ardor, las marchas y plantones retratados ya no nos significan más que patadas y lamentos de desesperados a quienes ni siquiera ellos mismos se escuchan. Es necesario, como sugiere el Dalai Lama, alejarnos de los rasgos mínimos y mirar con una mayor perspectiva los hechos, como un conjunto, entonces estaremos en condiciones de observar, y no sólo mirar o simplemente ver la gota, la lágrima, la mueca, la palabra suelta, el silencio ensordecedor, el catafalco, las cruces, las armas, el griterío, el cansancio y hartazgo de un pueblo al que sólo le van quedando la fe y la esperanza, porque la caridad, esa por ahora está puesta entre Paréntesis.
Замышляя против
ResponderBorrarнедоброе, мы всегда склонны считать этого человека своим врагом, и, если такой человек подносит нам розу, мы считаем, что он дает нам ее не ради аромата, а ради шипов.