PEINANDO GANAS

noviembre 23, 2011 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Va un individuo caminando por ahí, por cualquier calle y de pronto cae en un bache. Va otro individuo trotando por ahí, por cualquier parque y de pronto es asaltado por una duda. Allá y acullá deambulan aspiraciones con apariencia de personas; taconean torneadas piernas en busca de un camino que las lleve a un asiento donde puedan descansar de tanto andar, donde puedan recibir el masaje de la comprensión y de la tolerancia.

En la ciudad como en los sueños, los personajes y las naciones palpitan. Uno va construyéndolos entre paréntesis, como quien amorosamente imagina repúblicas donde los Sócrates y los Platones dialogan con la sensatez del viento. Jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, putas y beatas más pronto que tarde apoyan el pie sobre la huella que dejaron otros, ¿para qué?



En México, en estos como en todos los tiempos, la continuidad es una asignatura pendiente. Los caminos que han seguido gobernantes y ciudadanos están repletos de meandros, zigzaguean entre esperanzas, peligros, presunciones, raigambres. Es necesario esquivar el ninguneo y la intolerancia si se quiere ser alguien en la política tanto como en la vida cotidiana. Los mexicanos, decía Octavio Paz, somos contemporáneos de los otros hombres, pero no queremos asumir lo que esto significa. En nuestro imaginario colectivo seguimos colocándonos como una nación para mirarse entre paréntesis, como una pausa ejemplar con tendencia al desarrollo de una potencia que no acaba de resolver su impotencia esencial.

Ya sea que hablemos de niños de la calle, de precandidatos presidenciales, de perros o gatos, todos los días amanecemos peinando ganas. Ganas de ser aún  más que de tener. Ganas de crecer aún más que de creer.

Así, mientras a unos los carcome el rencor, a otros los emperifolla la pretensión. La oligarquía se ha convertido en una colección de cabezas para solaz y esparcimiento de Salomé, las que, quedando expuestas en bandejas de metales preciosos, conversan entre sí en un tremebundo soliliquio de vanidades.

¿A qué quiere llegar esta retahila de ideas? A nada y a todo. Al fin y al cabo son un conjunto de palabras que, como promesas firmadas ante notario sueñan con algún día rebosar el Paréntesis, para inundar esas verdes miradas de la esperanza que anida en los corazones de cada uno de los lectores. Son como obsesiones plasmadas en las páginas de un libro en la forma de argumentos de campaña para vender el curso de la imaginación, el que nos pueda guiar en el ascenso y en el desarrollo de lo que alguien supone que queremos ser como pueblo y como nación.

Estas palabras, como cerdas de un cepillo, acarician, desenredan la cargada de deseos, siempre puestos entre los paréntesis conformados por la necesidad, la única candidata natural capaz de orientar la nave hacia las soluciones que de verdad sacien el hambre, la sed y hagan, del poder, servicio y, de la voluntad, entrega auténtica.


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