Alrededor de la Fe

noviembre 26, 2011 Santoñito Anacoreta 0 Comments

En fecha reciente leí en cierto periódico un anuncio-invitación a la conferencia “El gran acontecimiento guadalupano” a ser impartida por el P. Canónigo Dr.  Eduardo Chávez Sánchez. La invitación en sí no tiene nada de particular, excepto por una afirmación que, por decir lo menos, me parece escandalosa por ofensiva en su ignorante soberbia.
A la letra, tras explicar sucintamente en escasas tres líneas la importancia de la aparición mariana y considerar que “ahí está comprendido tanto el pasado como el futuro de México y de toda la humanidad”, termina apuntando la siguiente falacia: “Es por eso que el nombre de Guadalupe significa el Ombligo de la Humanidad”.
Mi intención con esta misiva no es entrar en un debate académico. No es el medio para ello. En todo caso es hacer un señalamiento, conminando a los lectores, creyentes o no, a la precisión.
Seguro más de uno ha leído o por lo menos escuchado aquella máxima atribuida a Carlos Marx: “La religión es el opio de los pueblos”. Ideologías y credos aparte, es una máxima que encierra una gran verdad, pues no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y desafortunadamente aquí y en China las religiones nos dan aún más que motivos para equilibrar nuestro ser, pretextos para no ser (filosóficamente hablando).
Virgen de Guadalupe,
Extremadura, España
La precisión que se impone es esta: el nombre Guadalupe no significa y jamás ha significado como apunta el texto citado “el Ombligo de la Humanidad”. Es un vocablo de origen indoeuropeo, más exactamente árabe-latín que combina las palabras “Guada” y “Lupe”, que significan respectivamente “Río o Corriente de Agua” y “Lobos”. Así, recurriendo estrictamente a la etimología, Guadalupe, contra lo que se quiera creer, significa “Río de Lobos” del mismo modo que Guadalquivir significa “Río de piedras o pedregoso”. El nombre dado a la virgen, entonces, y seguro el canónigo conferencista lo aclarará en su momento, tiene una raigambre profundamente hispana y no, como muchos quieren, insisto, creer, nahua o mexica.
Ahora bien, del nombre y sus denotaciones a las connotaciones que cualquiera puede dar a las palabras por el libre albedrío al momento de interpretarlas es donde y cuando vienen los problemas.
Todos podemos interpretar con entera libertad las palabras, y darles un determinado significado en función de lo que representan o proyectan. Así, el nombre de Guadalupe, aun cuando no significa denotativamente lo apuntado, connotativamente, en tanto representación de un credo particular y sus alcances y proyecciones puede ser comprendido como epicentro y motivo de dicho credo. Pero, de ahí a considerarlo el “Ombligo de la Humanidad” ya hay mucha distancia conceptual que raya en la soberbia, pues cada religión e ideología en el mundo puede alegar ser lo mismo.
Virgen de Guadalupe, México
Dos cosas han dado al traste actualmente con muchas religiones (y no nada más) desde un punto de vista sociológico y mercadológico: la soberbia clientelar y el ninguneo intolerante. Ejemplo: en muchas empresas se da como día de asueto el 12 de diciembre, cuando se celebra a la Virgen de Guadalupe, pero el Día de la Madre, sólo se da medio día, si es que se da. O sea, en la óptica de un catolicismo guadalupano recalcitrante se da la óptica miope de pensar que todos, por el hecho de ser mexicanos o vivir en México, somos guadalupanos, cuando en realidad eso no es cierto, como sí lo es por contrario que todos tenemos madre.
Con este texto no he pretendido hacer una diatriba de ningún credo específico. Solamente llamar la atención a los creyentes y a los que no lo son que lo peor que puede hacer cualquier persona es creer a ciegas, con ignorancia supina, en lo que sea. Porque se puede creer a ciegas lo mismo en un santo que en un político, en una pareja que en un amigo. Si bien la fe parece opuesta a la razón, en realidad ambas se complementan; o deberían. El conocimiento cabal y amplio, alejado de prejuicios, suposiciones, falacias, sobre lo que es objeto de la fe de cada cual es lo que nos puede hacer más próximos a lo divino. No se trata de no creer, sino de creer razonablemente; dando oportunidad y beneficio a la duda. Algo además aplicable a todos los órdenes de la vida.
Si yo me creo el centro del universo, pobrecito de mí el día que confirme que también yo recorro una órbita alrededor de algo más que es ni mejor, ni peor, ni mayor ni menor que yo; sencillamente alrededor de algo más.


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