LA PEÑA SOCRÁTICA

diciembre 06, 2011 Santoñito Anacoreta 0 Comments

Nadie está exento de dar traspiés, cometer gazapos, pifias, omisiones involuntarias por descuido o ignorancia. De esa manera es fácil justificar que personalidades como el pre-candidato del PRI a la presidencia de México incurriera en el tropezón del fin de semana pasado, cuando confundió nombres de autores y libros durante la presentación de su ópera prima recién publicada México, la gran Esperanza. El acontecimiento hizo un paréntesis informativo tal que algunas notas pasaron momentáneamente a segundo plano, para dar pie al solaz y el esparcimiento del público a costillas del político ex gobernador del Estado de México y de los que le siguieron, no precisamente la corriente, sino incurriendo en los mismos errores incluso a sabiendas y habiéndole criticado mordazmente. El bulling cibernético en pleno.

La experiencia permite reflexionar entre Paréntesis a la luz del ejemplo del gran filósofo griego Sócrates y su relación con la política.


Sócrates rechazó la política; de hecho tuvo problemas con ella. En un primer tiempo, los oligarcas estuvieron contra él, después los demócratas. Sus acusadores, que le condenaron a muerte, eran demócratas. La acusación, en parte, fue una acusación política en contra de un aristócrata que, a ojos de los demócratas debía ser castigado, peor que por sus ideas, por ser quien era. Aunque tuvo muchos problemas con la política y con los políticos, nunca promovió que fuera abolida. Antes de ser asesinado, amigos del sabio quisieron ayudarle a fugarse de la cárcel, pero él se negó a hacerlo porque observaba las leyes, a las que siempre consideró que podían y debían ser criticadas, pero nunca violadas; si acaso, en el supuesto de que una ley fuese injusta, a ojos de Sócrates era preferible luchar en la empresa de modificarla en pro del bien común en vez de  desobedecerla. La gente de Atenas pensó que se había deshecho de Sócrates matándole, pero en verdad, para realmente deshacerse de él, tendría que haberle matado de forma "filosófica", vencerle con palabras. Sus adversasrios quisieron asustar al pensador, pero consiguieron lo contrario.

O sea, léase entre Paréntesis esta luminosa verdad de Perogrullo: en política, cualquiera que sea el país, pero nuestro interés se centra en México, los adversarios o son asesinados materialmente o ideológicamente. Si el primer método es deleznable y terrible, el segundo no lo es menos, porque supone el acotamiento de las posibilidades que se ofrecen a un pueblo o determinado grupo para elegir en beneficio del interés común (el senador Manlio Fabio Beltrones sabe algo de eso.)

¡Péguele al negro!
Desde que se presumía que Enrique Peña Nieto podría ser el candidato del PRI a la presidencia de la República en 2012, los adversarios enfilaron las baterías para, como se dice coloquialmente, pegarle al negro. Ahora que está registrado como pre candidato de dicho instituto para el efecto, el golpeteo no se ha hecho esperar, por arriba, por abajo, por enmedio y desde adentro. La respuesta institucional ha sido la de cerrar filas y dar una cara de unidad e integración, más allá de las naturales diferencias internas que pudiera haber entre individuos o grupos que conforman al partido. Toda proporción guardada, el box contra la sombra de Andrés Manuel López Obrador hace seis años, fue simple entrenamiento comparado contra lo que podremos atestiguar en las candentes campañas que nos esperan y, como bien apuntan personalidades como Denisse Dresser, las preguntas que deberíamos de elaborar como sociedad a quienes nos representan tendrían que apuntar al planteamiento de soluciones que sanen las llagas que nos molestan y causan escozor. Soluciones realmente aplicables, funcionales, no meros paliativos surgidos de vacuas promesas de campaña o populistas compromisos firmados ante notario público.

De la solidez de la propuesta institucional detrás y en el basamento de la candidatura de Enrique Peña Nieto depende que este se sostenga en las preferencias o caiga frente a sus contrincantes.

Si su función acordada fuese la de servir de punching bag, parapetando al verdadero candidato (ningún "Juanito") que aún podría registrarse conforme a los tiempos previos al comienzo de las camapañas formales (algo difícil por la premura, pero no imposible), bastante ingrata resultaría para su persona, pero equivaldría, toda proporción guardada, a una apología socrática en pro de las formas y las leyes capaces de blindar al aspirante a presidente de México; una cruel estrategia distractiva para asegurar el acceso al poder.

Si, en cambio, Peña Nieto soporta la andanada de ataques como bergantín en medio de la tormenta y logra cruzar los arrecifes con el mínimo de daños, podría pensarse que su triunfante llegada a puerto estaría no nada más asegurada sino muy fortalecida. Significaría, aparte, la consolidación más de un proyecto institucional que de uno estrictamente personal. El futuro del presidencialismo mexicano apunta a un presidencialismo parlamentario y es momento de colocar la piedra de toque sobre la cual construir el altar desde el cual gobiernen las instituciones, en vez del trono desde el que dicten hombres solos y aislados en su vanagloria, o burocracias anquilosadas en los intereses de la cerrazón oligárquica, o una plutocracia avara y misántropa. Y esto aplica a derecha y a izquierda.

La cicuta está servida y es cosa de poner entre paréntesis la reciedumbre moral, legal, política, institucional. Pues las respuestas políticas no son nada más asunto de acceso al conocimiento, de demostrar la cultura general, de pureza de ánimo, sino además y de modo principal de transparencia y humildad: reconocer que no se sabe nada, que no se nace sabiendo, no hace al individuo ni peor ni mejor, pero le hace más humano. Las advertencias del presidente Felipe Calderón Hinojosa sobre el afán cómplice del narcotráfico por extender su telaraña por debajo de las mesas que sostendrán las urnas no es gratuito, ni obedece exclusivamente a una preocupación o señalamientos de índole local. El riesgo es latente y preocupante desde hace muchos años, tantos como el instante mismo del asesinato de Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo de 1994. Así, la inquina sin fundamento ya sea en contra de un candidato u otro, en vez de abonar a la construcción de una "democracia sustantiva", lo hace en favor de una desintegración social alimentada por el miedo.

A eso apuesta el crimen organizado: al miedo de la población. A que el miedo de la población sea tal que incida en sus decisiones políticas y la lleve a no beber la cicuta a despecho del orden y la ley. Mientras en medio del paréntesis los políticos y sus detractores se dan de cubetazos, lo mejor que podemos hacer los ciudadanos es guardar la calma en la medida de lo posible y enfatizarles que el interés común no es el de unos cuantos, sino el de todos: Mexico; y en la proporción de nuestro descontento unir nuestras voces para construir un gigantesco paréntesis a modo de barrera que defienda mucho más que el egoismo personal o la soberanía: nuestra tranquilidad como Nación.

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