La cachetada del gobernador

enero 20, 2015 Santoñito Anacoreta 0 Comments

LO DIJO VOLTAIRE, YO LO SOSTENGO, y guía mi pensar y mi proceder, aunque a veces me tachen de necio, petulante o dictatorial: aun cuando no esté de acuerdo con tu punto de vista defenderé con la vida que tal o cual expresen su pensar y sentir (sólo pido que lo fundamenten).

Hoy parece abundar el crítico de piel delgada, sensiblero que se ofende con casi cualquier manifestación que le parece violenta así sea mínimamente y sin distingo de manifestación cultural.

Temo y mucho a estos metafóricamente afectados por el síndrome de Ehlers-Danlos. Porque resienten hasta el viento que acompaña al murmullo y a la menor provocación gritan, lloriquean, desgarran su piel cual si vestidura exponiendo la sanguinolenta carne de su indignación, sin darse cuenta que con semejante actitud sólo soliviantan a los gérmenes de la intolerancia y propenden a la infección del ánimo.

El mundo necesita más rinocerontes, no en balde son una "especie" en peligro de extinción. Aunque un poco cegatos, su furor y su coraza los hace respetables para el resto, excepto para los abusivos y los ambiciosos que en la búsqueda de la virilidad fantástica optan por sacrificarlos con crueldad sin límite para despojarlos de su cornamenta, de esa punzante capacidad crítica que les permite penetrar hasta lo más profundo de la perversión.

Que nos volvamos más espirituales y conscientes de lo que no es "políticamente correcto" o "moralmente aceptable para unos cuantos" no significa el adelgazamiento de la piel y de la sangre; o no debería significarlo, sino por el contrario debería suponer una mayor fuerza espiritual semejante a la del unicornio para combatir, no solo a los que de veras abofetean y humillan, sino a las injustas preconcepciones que cada cual nos hacemos a partir de las apariencias que hoy, gracias a medios como este, abundan que da miedo y se diseminan distorsionándose por virtud (o defecto) del meme.

Anda circulando por ahí el vídeo donde se mira al gobernador de Chiapas cacheteando a un asistente. Ha causado un revuelo que califico de desproporcionado. Como dije a una amistad, no defiendo lo indefendible y en este caso me parece tan indefendible la crítica asaz miope amparada en una evidencia mal interpretada, como el hecho en sí.



Me limito a hacer mi análisis objetivo y con base en mi experiencia de comunicólogo al trabajar en el análisis de imagen y de lenguaje corporal.

No falta quien alega que el vídeo es explícito. Es explícito, sí, en este único y estricto sentido de lo evidente (ni siquiera la descripción textual citada en la nota atribuible a la reportera Ángeles Mariscal de "Chiapas paralelo" se apega al hecho):

Segundo 43 del vídeo, sí, hay una mujer de rojo que se aproxima al gobernador cuando él pasa cerca de ella. No lo "jala insistentemente" como describe mal la reportera. En cambio aparentemente, por su actitud, hace alguna petición.

Segundo 47, el gobernador voltea a ver a su asistente y le da una instrucción verbal (no hay gesto de desaprobación). El asistente aparentemente toma nota en el segundo 49, en el segundo 50 consulta al gobernador o le informa algo. Mientras la mujer, por su postura, denota una actitud de intervención acorde con la de solicitud del comienzo de la acción descrita. En ese mismo segundo el gobernador retoma su camino, pero antes rubrica lo dicho y sucedido con una leve bofetada sobre la mejilla izquierda del asistente la que, sí, toma por sorpresa a este que pierde ligeramente el equilibrio recargándose en el hombro de la mujer. Nadie alrededor expresa sorpresa, indignación, reprobación o solidaridad con el asistente. El mismo asistente retoma su camino como si nada

Este conjunto de datos evidentes y la sucesión como se dan son lo que lleva a concluir que lo que algunos aprecian como agresión no es tal sino el gesto equivalente a la palmada en el hombro para rubricar la conformidad respecto de algo dicho o hecho.

Ahora bien, sí concedo que el gesto sobre la cara en vez de sobre otra parte del cuerpo es típica señal de jerarquía y comprendo que aquellos a los que la sola idea de las clases sociales y la escala de autoridad les ocasiona erisipela reaccionen reprobando el acto. Lo que no concedo es la exageración desproporcionada con que se quiere interpretar el hecho en sí mismo por esos mismos, que es a los que yo tacho de "sensibleros".

Podrá alegárseme que lo dicho obedece a mi muy personal interpretación, y cualquiera a fin de cuentas hará la propia.

Ese es justo el problema con la mayoría de estos materiales, que están sujetos a la interpretación y no obstante son tomados como verdad absoluta por los desorientados y por los que nomás andan viendo moros con tranchetes y los que nomás falta que vuele la mosca para que se pongan a exclamar a diestra y siniestra presumibles injusticias.

Hay un punto que un amigo toca y que es lo más valioso: "Hay asistentes que así como sin nada agachan la cabeza". Eso es totalmente cierto y tiene un trasfondo tanto personal como cultural. Por eso mi afirmación de que me sostengo y sostendré en mi dicho mientras la "presunta víctima" de los "desplantes" del gobernador (como algunos han descrito el hecho) no de señas en contrario.

En casos como este la única solución capaz de acallar a los opositores como a los aduladores es establecer la verdad del hecho, y eso solo se consigue de tres formas: siendo testigo in situ, mediante la declaración de las partes y mediante el pertinente y adecuado peritaje (no de análisis sobre un vídeo y el lenguaje corporal, aun cuando puede ser válido), sino de las trazas dejadas en el ánimo y el físico del presunto agredido. Porque ya se sabe que ni las explicaciones que pueda dar, con mucha puntualidad, el gobernador Manuel Velasco Coello (como ya hizo) van a ser creídas por la población que hoy por hoy descreé hasta de su sombra. En cuanto a calificar que el gobernador "padece falta de autocontrol" no solo es aventurado, sino un diagnóstico gratuito, pues una golondrina no hace verano.



Nadie ha dicho que esté padre, que sea agradable el hecho. Quien sepa leer, lea: no lo he aplaudido ni he hecho apología. Ni busco convencer de nada a nadie; bueno sí, quizá solo de aplicar el razonamiento y el análisis concienzudo en los juicios que se hacen muy seguido de bote pronto.

Lo que señalo en este caso no es al actor o los actores, sino a los espectadores, no les llamemos "sensibleros" —si la palabra duele, a quien le quede el saco—, sino mejor "impresionables". Porque está visto que hoy por hoy los espectadores aún más que los medios y los políticos, por gracia de los medios a su alcance para convertirse en hacedores de contenidos (aun cuando sean trasnochados algunos); esos espectadores, digo, hacen más circo que los mismos cirqueros y dan más pan al que llora que los mismos panaderos de la política  y la mercadotecnia. Y lo peor es que acaban comprando sus especulaciones como si fueran verdades del Osito Bimbo. Voy de acuerdo en que, tratándose de un ente público se espera (al menos en la tradición moralina de este país) que cuide las formas, no sea que ofenda hasta al viento. Y esto, que tiene su arraigo en una tradición cultural de una ortodoxia política ramplona y enteca por caduca, no abona ni a la democracia ni a la tolerancia que debería ser su signo determinante. Ahora, por lo visto, a nadie ni con el pétalo de una rosa. Y por nadie incluyo a los mismos generadores de la violencia a ultranza, como los narcotraficantes o las fuerzas del orden cuando abusan de su poder... Ah, no, perdón, olvidaba que a estas últimas la gente las mete en el mismo saco que a los políticos.

La visión pragmática a la que alude cierto amigo aplicado a la discusión de lo aquí escrito, más me parece una mirada simplista, superficial y fragmentaria. Si no es, como dice, “necesario argumentar tanto” para comprender a cabalidad hechos que la popularidad eleva al carácter de emblemáticos, entonces no sé qué más sea digno de análisis para el buen curso de lo que nos define como sociedad presumiblemente civilizada.

Finalmente afirmo que  en ningún momento expuse que sea normal dar una cachetada nomás porque estamos desorientados" (lo de "criterios gratuitos" no lo entendí). Mi punto es que no hemos de satanizar un acto de primera intención sólo porque nos parece desagrabable, de mal gusto, humillante.

Las apariencias engañan, y esto lo digo en ambos sentidos. Pues a reserva de comprobarse el trasfondo del hecho y la verdad en él (cosa que ni tú ni yo ni quien venga va a examinar en detalle a propósito, es decir, será una nota de tantas); a reserva de ello las apariencias engañarán a uno o a otro.

Cada quién entonces que se quede con su parcela de engaño. Allá los que se persignan por la cachetada, acá los que nos atenemos lo más objetivamente posible al decurso de los acontecimientos.
Una última aclaración: yo sí he dado cachetadas afectuosas a amigos, alumnos, familiares. No es algo que acostumbre, pero lo he hecho y a mí me lo han hecho. Por contra me han dado bofetadas con afán de humillarme, de lastimarme y algunas ni siquiera han sido con la mano, sino con la actitud, la mirada, la palabra y juro, estas últimas llegan más hondo que un puñetazo.

Al paso que vamos, veremos a esos entes públicos vestidos con orlas y olfateando rapé, para verse más del “agrado" del público, aunque de todos modos puedan terminar en la guillotina de la opinión pública y su peluca asida en el puño del pueblo vengador y verdugo, escurriendo las gotas de la justiciera indignación popular.

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