Normalidad inexistente

agosto 07, 2020 Santoñito Anacoreta 0 Comments


UN INDICIO ES, este, de hace dos meses y que hoy, al irse recrudeciendo la pandemia con sus efectos aunados a la recesión mundial y lo que se avecina, empieza a hacerse viral en redes sociales.

Lentamente, la cada día más amplia difusión de este tema musical intitulado "Que vuelva" del compositor andaluz Juan Valderrama (no el único, por cierto) se presenta al público en general desde mayo como un punto de vista a la vez desesperado y esperanzador salido del ánimo del encierro y el estanco. Afirma su optimista autor:

«Cada día está más cerca el final. La meta ya se ve y aunque cansados y doloridos la cruzaremos juntos. Volveremos a ser los de siempre; con cicatrices profundas y el recuerdo siempre presente a los que ya no están, pero nada ni nadie nos va a quitar nuestra esencia de pueblo que se abraza, se besa y celebra la vida como ningún otro sabe hacerlo».

Esta canción está dedicada a nosotros mismos, y a todo eso que tanto echamos de menos, porque a pesar de todos nuestros defectos y nuestras diferencias, somos un gran país. Por eso saldremos adelante y seguiremos siendo ese lugar donde la gente es tan feliz que a veces olvida la suerte que tiene. Quizá aprendamos a valorarlo y a valorarnos un poco más.

No cabe duda que el arte también se ha visto afectado de manera importante por la ansiedad y la angustia. No obstante, a contrapelo de los augures, las estadísticas y los datos duros de la realidad, el afán por crear y recrear no cesa en muchos de nosotros.

Algunos de los que nos dedicamos a escribir (en mi caso poesía, de manera especial, y no nada más) o nos sentimos pasmados, abrumados y con dificultad barruntamos letras, palabras sueltas en la página en blanco, sintiendo una orfandad sustancial; o, al contrario, nos desbordamos en hilos de palabras que tratan de poner un relativo orden al sentir y al pensar, sea en forma de prosa, de narrativa de ficción o crónica del diario acontecer. O nos extraviamos en el infame ocio proyectivo fundamento de Tik Tok con mensajes repetitivos, absurdos que más parecen el clamor de gente que quiere que se sepa que aún existe "normalmente".

Por lo que a mí toca, trato de llenar mis vacíos como nunca antes y algo pasa que nunca lo consigo preocupado como estoy con el diario sobrevivir. Mi frecuencia en la publicación de estos indicios tanto como de contenidos para mis otros blogs está supeditado a tener claridad de mente y hoy, acaso la consigo si logro conciliar el sueño o cuando armonizo mis ansias de la vida real con mis sueños de mi vida virtual en Second Life.

La literal hambre se empata entonces también con la metafórica inopia y la ausencia de abrazos y de ese contacto físico, esas presencias que, como dice la canción, dan a nuestra existencia sentido, significado.

¡Y ya quisiera uno que cantando se fueran las penas! Y a veces se van y vuelan; pero, vuelven como ahora no, en cambio, los motivos que nos sostenían.

La normalidad nunca ha existido. Siempre ha sido una ilusión supuesta por los que gozan de imaginar situaciones donde todo lo tienen bajo control. Normalidad, puntualidad... ¡Puros pretextos para joder al prójimo so pretexto de la "responsabilidad"! En los detalles de la relatividad están el demonio y su regalo prometéico: la libre volición, lo que nos hace humanos, si hemos de traer a cuenta a Nietzche y sus sutiles enseñanzas en Ecce Hommo.  Porque si hacemos oídos a los necios, time is money y todo lo que queda en los extremos de la curva normal es visto más como monstruosa anomalía en vez de como la excepción que confirma la regla, no viceversa. Así que hablar de una "nueva normalidad", el súper hombre renovado, recargado, contrito en el límite de lo que le es posible como normal posterior a la pandemia es bordar en un tejido inexistente, es tramar entre la urdimbre del aire, construir castillos de arena con las nubes.

La normalidad en todo caso se ciñe al ahora; pero, un ahora anclado en la memoria de lo que se ha sido y fue y no se repetirá de la misma manera, como el río de Heráclito o la Barca de Teseo. En mi caso y este instante y para ti también que posas tus ojos en estas líneas, la normalidad es este tren de letras sin más rumbo fijo que la idea de hacerse inteligibles no en tu cabeza tanto como en tu corazón y el mío.

Y no me importa si eres hombre o mujer o miembro de un género inventado para justificar tu normalidad inexistente y para incrustarte en una normalidad que aquellos y esotros nos venden como novedosa, liberadora identidad que apunta a más que ser impronunciable multiplicación de tendencias, inclinaciones o modas o modos de ser. Así, sin pausas ni respiros para eludir la trampa discriminadora y limpiar la puntuación segregacionista.

Digo esto por que me nace del alma anhelar que vuelva, que vuelva a mis dedos la poesía que por momentos me abandona entre las garras de mis siete gatos a los pies de mi cama reunidos, y desde donde me miran ronroneando, con ojos de soledad multiplicada que en el crepúsculo se asoma dispuesta a hacer equilibrio entre las sombras.

Anoche miré una estrella, en este cielo que ya apenas la civilización permite con sus luces vislumbrar. Y la miré fijo. Y pensé en las conjunciones acumuladas por siglos. Y en las conjunciones de ideas entrelazadas entre las noticias y los silencios, entre ejercicios bélicos de esos contra China, y de aquellos contra Hezbolá, y de Moderna y Astra Zéneca, enfilando baterías contra un coronavirus cuya normalidad inexistente sin embargo existe, a pesar de Galileo. Y pienso entre conjunciones y me digo y me recrimino y me muerdo lengua y labios y huevos, para no decir a Trump o AMLO que son... yes griegas que se multiplican berrinchudas en caprichos de malcriados por el sistema. Y veo así al capitalismo morir entre estertores ocasionados por la inquina de la codicia. Y veo que somos en el mundo tantos que, en medio del insomnio, rezo para que Dios se acomida de nosotros y nos mate de una buena vez por ventura de lo que hemos dejado de planeta. Y que venga de nuevo una Gran Guerra que nos merme y reduzca ¡más que a simple polvo!; pero, que nos deje quizás en calidad de brizna; para de veras aprender a perdonar sin volvernos pretexto del olvido. Y anhelo entonces como Dorothy volar mediante la vorágine al encuentro de la extraterrestre bruja que justifique mi hallazgo del país de Oz y reencontrarme con mi amado Toto.

Hace unos días una familiar me conminó a escribir esa novela a partir de las historias de la familia, ese "best seller" potencial y que vengo barruntando desde hace 20 años. Entonces la conjunción da paso a la disyuntiva y dudo: o muero en el intento satisfecho solo en el honor y el ego o muero por causa de la desidia o muero herido por la frustración de, otra vez, escribir en el cielo al que ya casi nadie mira si no es que acaso se hace uno evento extraordinario, ovni o fenómeno atmosférico asociado a alguna clase de torcida conspiración del destino.

Pero, al adverbio entonces le sigue la preposición normalizadora. ¿Para qué escribir todas estas líneas? ¿Para expresar un desahogo que a nadie importa y deja nada a ninguno que hubiera podido llegar hasta este signo? Cabe el silencio desde las entrelíneas y contra la ortográfica presunción de lo normal y perfecto. Tras el estallido sobreviene la sordera. Sobre la muerte, el regocijo de unos y la tristeza de otros y la indignación de los de allá y la irá de los que tienen enfrente. Desde el verbo, ese que fue en el principio para de inmediato dejar de ser, la nada se instala so pena de volverse algo, si no lo restante de un todo que es simiente de mañanas, gramática y ya.



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