Leo por ahí en una red social como Facebook el comentario de un caballero queriendo alagar a un grupo de bellas damas. Dice (sic transit): "4 bombonas!!!"
No pude contenerme y hube de intervenir así:
¡Qué feo eso de "bombonas"! Por querer a fuerza (esa tendencia tan actual) feminizar toda palabra que se encuentran, las personas terminan diciendo cada barrabasada, cada desatino, cada cosa... ¿Sabes qué es una bombona? No has hecho el favor a ninguno de los bombones que están sentadas a la mesa. Disculpen lo "pedante" del comentario, pero honor a quien honor merece y qué mejor que decirlo con propiedad.
Hemos idealizado tanto a la infancia que se nos olvida que como con cualquier especie animal está sujeta a los instintos y queremos darles características y raciocinio adultos cuando para ellos muchas cosas, a veces incluso el delito, son consecuencia de la "natural" irresponsabilidad del juego. No pequemos de naif y recordémonos cómo éramos de niños.
Nos espanta y duele la crueldad o estupidez de muchos adultos, pero hay que ver (como consta en muchas fuentes) la crueldad tan terrible que, jugando, pueden cometer los niños. Pero a los adultos nos es más fácil mirarlos como puros e inocentes y culpar a la sociedad adulta, a los profesores, a los padres, a las instituciones; demandar, exigir atención a lo que, primeramente, no atendemos ni observamos para "refrenar" y "canalizar" en nuestros hijos y cosijos.
Nos espantan los juegos violentos, los que incluyen armas y olvidamos que la explicación antropológica del juego es simple: es una preparación para las expectativas de la vida adulta: jugar al doctor, al maestro, al guerrillero o soldado, a ladrones y policías, al constructor, incluso el fútbol soccer y el americano y el ruggby tienen su razón de ser (no me crean a mí si soy nadie, lean mejor a McLuhan y otros más reconocidos) en la idea de la guerra vuelta metáfora civilizatoria; el box y sus variantes y las artes marciales y la esgrima son modos de volver "civilizada" la agresividad contra uno y el otro, unas maneras revestidas de normas, de políticas, otras de credos, filosofías, metafísica.
Queremos culpar a esos instrumentos de distorsionar, torcer la mente de nuestros infantes para pervertirlos, cuando esa perversión ya es parte de nosotros, con o sin juegos de vídeo o filmes. El acoso escolar no necesitaba de Internet para dimensionarse como ahora lo sobre dimensionamos los adultos. Ocurría con la misma terrible gravedad en siglos pasados, pero no se sabía en el orbe, nomás en el pequeño pero suficiente mundo de los allegados a la víctima.
Y digo suficiente porque bastaba que la niña de mis ojos me supiera, digamos, cobarde para defenderme de los cábulas gañanes, para que me sintiera un pusilánime con ganas de quitarme la vida, por ejemplo, o incidir en mi desarrollo ulterior hasta hacerme quien soy.
Quisiéramos que los juegos de vídeo y los programas de TV y el cine y los cómics fueran más "edificantes". ¿En qué modo? ¿Del modo que al final de cuentas no ocurren las cosas en la vida? La vida no es color de rosa y no es la más excitante aventura. Los juegos, el mito y los ritos de diversa índole tienen su función clara: proveer de una proyección de las expectativas de la vida y la existencia, preparar al futuro "guerrero", "sacerdote", al "oficial" (especialista en algún oficio), al "profesionista", a la "madre", la "esposa", etcétera para desempeñarse con relativo éxito en una lucha cotidiana donde, a querer o no, Darwin tenía razón y sobrevive el más fuerte o por lo menos el que no es tan torpe o deficiente.
La aventura de ir al Mundial es equivalente a un mito de transición, en el que un pueblo entero adolescente, espera mediante enfrentar enemigos y dificultades, pasar las pruebas que le permitan trascender a un estado mayor en el reconocimiento propio, generacional y general. Pero ya quiero ver con las primeras fallas mínimas cómo esos mismos que se escandalizan del "bullying" lo pondrán en práctica en contra de la selección o de algunos seleccionados así en Twitter como en los periódicos o las pláticas de café.
Ante esta cruda realidad sólo me resta solicitar: congruencia señoras y señores; que sin congruencia no hay sentido común que valga.
Esta frase encierra un absurdo, pues significa que en realidad no lo tiene uno todo. Y no es para sentirse mal, ninguno estamos del todo plenos en la vida, siempre hay algo que sentimos que nos falta o nos sobra. O estamos colmados o estamos insatisfechos y es causa de las expectativas que nos hacemos de las cosas y las personas, somos dados a poner todos los huevos en el mismo canasto cuando en verdad la fe, siendo una, es divisible entre las posibilidades que la vida ofrece.
En realidad, de todo tenemos todos algo, aunque sea un triste indicio, mismo en que se encierra la esperanza de más y mejor.
Si nos metemos en honduras metafísicas, los seres humanos, en tanto seres, es decir entes, somos tan cosas como lo que denominamos así.
Cosificarnos no es sino entendernos lo más humildemente posible como uno entre tantos entes que existen; lo que en todo caso nos distingue del resto es que somos animados, esto es, tenemos un ánima, a la que damos características de espíritu (inteligencia) y alma (forma de manación o fluctuación).
En el afán de considerarnos además únicos, nos queremos separar del resto de los animales aduciendo que los otros tienen una inteligencia, cierta manera de conciencia, pero no espíritu y ya no digamos alma (aún hoy la discusión clásico-griega y medieval al respecto se sostiene a pesar de los avances científicos en pro o en contra).
Más que plantear que la frase mentada se trata de una frase "vacía", lo que afirmo es su carácter de ab-surdo, o sea de "lo totalmente otro, distinto" (de acuerdo con la etimología del término).
El enunciado expone el trasfondo de una creencia compartida por todos nosotros: creo tener todo (dinero, poder, fama, dicha, etcétera), pero también hace evidente la conciencia que alcanza quien, más allá de su acto de credulidad o su fe, en un lapso, en un instante cae en cuenta que ante el impedimento de tener (que no poseer) a ese otro (humano o divino) para sí tanto o más valioso que el resto, sencillamente no lo tiene todo (ni el mismo Dios lo tiene todo, puesto a reflexionar sobre su particular situación agravada por la eternidad, por más que lo definamos como omnipotente y omnisciente y ubicuo).
Ese hueco, ese (eso sí) vacío, esa nada consciente, impertinente insight existencial es efecto de alguna causa, de una falla, ya en lo humano como en lo divino; por ejemplo, el rechazo de la persona querida, deseada o necesaria para considerarse uno pleno, satisfecho. O más simple, la espera en soledad de la réplica del otro.
La totalidad no significa completud como la solitud no supone aislamiento o abandono. Esto es, para ponerlo con otras palabras quizá más llanas, como la imagen que esboza en su letra el tango "Fumando espero":
Fumar es un placer, genial, sensual fumando espero a la que tanto quiero tras los cristales de alegres ventanales y mientras fumo mi vida no consumo porque flotando el humo me suelo adormecer tendido en mi sofá, fumar y amar vera mi amada feliz y enamorada sentir sus labios o besar con besos sabios y el devaneo sentir con mas deseo cuando en sus ojos veo sedientos de pasión por eso estando mi bien es mi fumar un edén dame el humo de tu boca dame que mi pasión provoca corre que quiero enloquecer de placer sintiendo ese calor de el humo embriagador que acaba por prender la llama ardiente del amor. dame el humo de tu boca dame que mi pasión provoca corre que quiero enloquecer de placer sintiendo ese calor de el humo embriagador que acaba por prender la llama ardiente del amor.
Mientras espero a la que quiero (una de esas tantas musas que pueblan mi poesía y otros escritos) las tengo a todas, ¡sí, soy el "todas mías"!, me hago a la idea de que tengo todo, lo prescindible y lo imprescindible a mi alrededor, mas no la tengo a ella en específico como ni ella a mí (independientemente de que pueda tener a otro más acomodado a su existencia).
Por eso hablé en un comienzo de expectativas, de esperanza. Y esta conciencia comporta tanto placer como dolor que encierra un absurdo, pues significa que en realidad uno no lo tiene todo. Y no es para sentirse mal, ninguno esta del todo pleno en la vida, siempre hay algo que todos sentimos que nos falta o nos sobra. O estamos colmados o estamos insatisfechos y es causa de las expectativas que nos hacemos de las cosas y las personas, somos dados a poner todos los huevos en el mismo canasto cuando en verdad la fe, siendo una, es divisible entre las posibilidades que la vida ofrece.
En realidad, de todo tenemos todos algo, aunque sea un triste indicio, mismo en que se encierra la esperanza de más y mejor.