Las frases del Presidente

QUE ME DISCULPE Enrique Peña Nieto​ presidente de México, pero no puedo más que coincidir esta vez (como en otras, no todas) con muchos críticos (no solo los criticones). La evidencia ahora es prueba irrefutable: los elementos significativos de un protocolo, en su sentido regla ceremonial diplomática o palatina establecida por decreto o por costumbre, no tienen su razón de ser en principios decorativos; no es adecuado a un protocolo usar un símbolo con carácter decorativo, hacerlo así revela una nula idea del valor comunicativo de elementos como una bandera, estrado, sillería, y un largo etcétera.



Las infortunadas frases pronunciadas por el presidente el 4 de febrero de 2015 durante la presentación del nuevo Secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade, "ya sé que no aplauden" y "mueve la bandera para que ya pasen a entrevistarme", en tanto ocurrencias fuera de lugar y momento parecerían no dar más que para una nota anecdótica y hasta chusca como revelan los memes creados a raíz de ello. En realidad lo que conllevan, para desgracia del presidente, es la revelación del marcado interés mediático de Enrique Peña Nieto y su equipo; interés capaz de pasar por encima de lo emblemático.

Bien decía (me gusta recordarlo con frecuencia) don Jesús Reyes Heroles: en política (como en comunicación, siempre agrego) la forma es fondo, y en este caso la forma hizo estallar el fondo de la personalidad, los motivos y desatinos de un hombre común como puede ser el presidente de un país.

No lo excuso por su condición humana, al contrario, comprendiéndola y sin perder de vista el peso de lo que a medios y población, opinión pública pues puede parecer significativo, un descuido ocurrente como el registrado resulta imperdonable. ¿Quién controla los protocolos en el gobierno mexicano? ¿Hay protocolos o, desde Vicente Fox, todo se ajusta a un conjunto de caprichos mercadológicos tendientes al cuidado de una imagen pública más que al valor institucional y simbólico de las cosas y las personas?

No quiero parecer o pecar de ortodoxo en mis apreciaciones. Si algo aprecio es el rompimiento inteligente de las normas. Me parece que Enrique Peña Nieto y su equipo, por este tipo de detalles comunicacionales, está abonando a la aceleración de su desgaste político y no solo de su imagen personal, como si no tuviera bastante con los diversos problemas que tiene entre manos para resolver en tanto mandatario de una nación tan compleja como la nuestra. Contrástense otras opiniones: Pedro Ferriz de Con, Denise Dresser en "Otra vez la hora de opinar" y Brozo...

Las Relaciones Públicas piden la palabra

Julia Orayén, la edecán y playmate
del debate presidencial en 2012.
Foto y diseño: Archivo VETA Creativa
Es un vicio común creer que las Relaciones Públicas son mero recurso para el maquillaje y el lucimiento de una marca o una figura pública. Todavía hoy se cae en el error de olvidar que las Relaciones Públicas encierran toda una filosofía objetiva cuyas finalidades no son el oropel ni el relumbrón, sino fincar en la opinión y el gusto públicos lo que un producto o un personaje tiene de valioso, de beneficioso para la comunidad de consumidores de la imagen, el mensaje o el producto en sí. Las edecanes como Julia Orayén y banderas como nuestro lábaro patrio no son meros elementos decorativos por más que las primeras puedan incluso prostituirse (se dan casos) y las segundas coserse a los calzones como hacen en el vecino país del norte.

Lo que planteo no es un argumento patriotero, sino un análisis a partir del significado que, puestas en contexto, contienen las frases del presidente. Poco importa si es un neófito en tal o cual tema, si ha leído muchos o pocos libros, si confunde un autor con otro o si sabe la "o" por lo redondo. Estoy hablando de algo que va más allá de una sola persona y que debe ser cuidado por un equipo profesional de "guardaespaldas", con conocimientos de Semiótica, de comunicación institucional y mucho más; y no nada más por asistentes con una leve noción escenográfica o coreográfica, por no llamarles simples acomodadores de efectos de marquesina.

Mi crítica va más allá que al solo presidente, porque mandatarios van y vienen. Va a las instituciones mismas de la presidencia y el Congreso, con todo el tinglado y la parafernalia que suponen, y cuyos tramoyistas, vestuaristas, utileros y demás obreros apenas si consiguen preocuparse por la logística entre cajas o por debajo de los pasagatos.

Las frases del presidente, lo mismo las dichas ante el micrófono como las dichas off the record caen, más pronto que tarde, en las cuencas de los oídos prestos a captar lo impropio. La obviedad tras de "ya se que no aplauden", con toda la ingenua ironía, en el afán bromista del rompimiento del hielo, por muy simpática que pueda parecer al autor, no siempre resulta graciosa para la audiencia siempre predispuesta en buena medida por el ambiente protocolario. Es claro que una conferencia de prensa tiene como fin informar, no es una puesta en escena aunque no deja de ser un espectáculo en tanto cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles.

La aparente trivialidad vanidosa detrás de la instrucción "mueve la bandera para que ya pasen a entrevistarme" se presta a dobles interpretaciones, desde la que justifica el dicho en el hecho mismo de la ejecución de un objetivo concreto como puede ser el apremio para el cumplimiento de un orden del día, hasta la puntada ególatra de hacer valer la propia presencia.

Pero también poco ganan los críticos acérrimos haciendo mofa de lo sucedido o los dados a desgarrarse las vestiduras por escandalitos de poca monta. La solución para unos y otros estriba en la perspicacia, tanto de quien en un momento determinado tiene la voz, como de quienes la hacen posible en su proyección e imagen.

Harían bien presidencia, gobernaturas y presidencias municipales, los congresos y ayuntamientos en contar con un área destinada a estos menesteres comunicacionales, pero de veras comandados por especialistas y no nada más por algún periodista, abogado, administrador, mercadólogo o funcionario menor metido a imagólogo.

La comunicación, este fenómeno complejo de todos los días y toda hora, es uno evasivo, evanescente, a veces inasible que requiere de una cuidada atención a los detalles que lo componen. No basta, pues, con pararse ante un micrófono con un copete aliñado y corbata anudada y leer un discurso limpio de sandeces. No bastan la presencia impecable, la sonrisa cautivadora. Si de improvisar se trata, no es suficiente tener un conocimiento promedio sobre el tema a tratar, se hace fundamental inteligencia aplicada a la improvisación y los riesgos que esta conlleva. No basta el control de los propios nervios o el dominio de la escena. Hace falta, sobre todo, sentido común.

Un ensayo de juventud (2): Consumismo y Trabajo en la visión de El Nigromante

Libre cambio y proteccionismo fueron temas de discusión y práctica en todo el siglo XIX. Ignacio Ramírez "El Nigromante" fue indudablemente uno de los liberales más distinguidos en la segunda mitad del siglo. Un resumen de sus cartas a Guillermo Prieto y Carlos de Olaguíbel y Arista [que algunos historiadores confunden con don Francisco Modesto de Olaguíbel Martinón cuando aparentemente ni siquiera hay un parentesco conocido] escritas en 1875 [incluidas en su libro Economía política] confirma su filiación liberal al refutar las prácticas proteccionistas del estado. En ellas, Ignacio Ramírez le comenta a Prieto que en el periódico Syllabus Olaguíbel se propone tres cosas que, por su falsedad, no se puede edificar ninguna teoría sobre ellas:

  1. El gobierno debe asegurar ocupación a todos los trabajadores mexicanos.
  2. El trabajador no tiene ocupación en México por la competencia que hace a nuestra industria la industria extranjera.
  3. El gobierno debe impedir la introducción en México de efectos extranjeros o dificultar su circulación por medio de onerosos impuestos, para que así dejen libre el mercado a los productos nacionales.

La primera cuestión tiene dos soluciones desde el punto de vista de "El Nigromante": una constitucional y otra científica. La respuesta constitucional es muy sencilla: en ninguna de las obligaciones del Poder Legislativo y el Ejecutivo se descubre la de dar ocupación a los trabajadores que lo necesitan. Ni en el presupuesto hay una partida consignada a ese objeto. Ni el gobierno puede ser agricultor, industrial ni comerciante. Ni los fondos públicos alcanzarían a repartir esas "limosnas" en trabajo. Esto es tan cierto que los proteccionistas mexicanos abandonan su pretendido derecho al trabajo limitándose a pedir una protección indirecta por medio de la prohibición o del gravamen fiscal sobre ciertos efectos extranjeros.

El derecho al trabajo, considera Ramírez, no podía realizarse sino por medio del comunismo y el congreso de la época no podía decretar esa revolución social y la nación no la deseaba sino hasta que la estalló tiempo después.

Pero, si se sigue la línea de pensamiento de "El Nigromante", el derecho al trabajo ni en el comunismo tiene razón de ser, porque en el comunismo el trabajo es una obligación y no un derecho.

La segunda proposición la cuestiona Ramírez... ¿Quién causa este perjuicio? ¿El productor o el comerciante extranjero? ¿El comerciante nacional que nos trae estos efectos o bien el consumidor mexicano?

La producción extranjera, por el solo hecho de su existencia, no perjudica a ninguna a ninguna industria en el mercado mexicano y es en cambio provechosa su sola presencia en el país, a decir de Ramírez; porque ella produce millones para el erario y el movimiento de, por ejemplo, nuestra industria minera.

No hay que olvidad la lucha mercantil que no es como la mala fe la supone entre mexicanos y extranjeros, sino nada más entre mexicanos; entre mexicanos consumidores y mexicanos productores.

Cada individuo es consumidor y productor. Unos mexicanos se resuelven por sacrificarse como consumidores, otros como productores y muchos sólo se ponen de acuerdo en sacrificar a los demás. De aquí proviene, explicaba Ramírez,  la obtención de la autoridad y la libertad en las profesiones y, sobre todo, en el mercado.

La mejor situación en que podrían colocarse los proteccionistas, dice "El Nigromante", sería aquella en que la mitad de los mexicanos se compusiese de consumidores y la otra mitad de productores, la diversidad de intereses resultaría más clara. Y conmina irónicamente a figurarnos la polémica:

PRODUCTORES: Os exigimos que no consumáis efectos extranjeros.

CONSUMIDORES: Os exigimos, en cambio, que produzcáis bueno y barato.
PRODUCTORES: Producimos malo y caro; lo más que haremos será comprar instrumentos extranjeros y las materias primas, para aumentar la ganancia y para vender menos caro. Pero de todos modos nosotros monopolizaremos el mercado.
CONSUMIDORES: El mercado se compone de vendedores y compradores; como nosotros no compraremos no monopolizaremos ningún mercado. ¿Quién os da derecho para disponer de nuestro dinero?
PRODUCTORES: ¡La ley! Ya algunos especuladores y sus corredores la están formulando.
CONSUMIDORES: No cuentan con nuestra voluntad.
PRODUCTORES: Van a suponerla.
CONSUMIDORES: Pues a pesar de esa estúpida ley, no queremos vuestros detestables productos. ¿Sabéis lo que quiere decir "no queremos"? Que en el terreno de los hechos apelaremos al contrabando, a la revolución y acabaremos gastando nuestro dinero en lo que se nos antoje.
PRODUCTORES: Ocurriremos a las subvenciones y a los derechos altos.
CONSUMIDORES: Así nos robaréis algunas cantidades, nos las gozaréis vosotros; desde hoy podemos designar los capitalistas y sus agentes que se repartirán el provecho. Dad esa ley y veréis quiénes amanecen ricos. Por lo que hace a vuestros malos productos, no los queremos [...]
En efecto, el consumidor es el rey del mercado; y cuando sólo hay consumidores de orden supremo, el menor cambio en la política disipa esas industrias fantásticas que solo pueden asustar a niños.

Siendo posible la protección general, se solicita una protección especial y se obtiene. Entonces otros especuladores se llaman sacrificados por el privilegio o bien demuestran que están en el mismo caso de los protegidos; nuevo negocio para los corredores del ramo proteccionista en el Congreso; nuevas concesiones y los proteccionistas se dividirán en bandas defendiendo cada uno su negocio; y ninguno tendrá seguridad en su profesión, si no cuenta con mayoría en el Congreso.

En las cartas escritas a De Olaguíbel y Arista, Ignacio Ramírez trata el tema de la libertad de trabajo, realizando una dura crítica a la manera de ver aquél el problema e incluso menciona la estrecha relación del mismo con el anterior tópico como indica en la carta a Guillermo prieto:
[...] el legislador mexicano no tiene la obligación de dar ni de asegurar ocupación a todos los trabajadores" cuyos intereses representan; reduce ud. su pretensión a que "el Gobierno garantice la libertad de trabajo"; el problema, entonces, puede formularse en estos términos; ¿Cómo puede el gobierno garantizar lo que constitucional y económicamente se llama libertad del trabajo?

En la teoría y la práctica no se han descubierto más que dos modos para garantizar la libertad de trabajo. El primero consiste en prohibir al legislador y al Ejecutivo toda intervención en los negocios individuales, si no es en lo que constituye la jurisprudencia civil y criminal; y el segundo, en confiar exclusivamente a la autoridad judicial todas las controversias que se susciten sobre los negocios civiles y criminales.
Así, pues, lo que ud. propone es una reforma constitucional que en sustancia diga: "Para garantizar la libertad de trabajo se prohíbe la importación de efectos extranjeros".
Pero el legislador mexicano jamás se atreverá a sancionar abiertamente lo que ud. propone. ¿No percibe ud. que esa proposición envuelve dos términos contradictorios? "Para garantizar la libertad de pensar, prohíbanse los autores extranjeros. Para garantizar la libertad de cultos sólo se adorarán los ídolos aztecas. Para que los jueces no vacile sólo atenderán a una e las partes. Para impedir, en fin, la ruina de muchos, en la industria, en la agricultura y en el comercio no habrá competencia.
Ese derecho de trabajar el hombre en lo que quiera y como quiera, perjudíquese quien se perjudicare, ese derecho de arruinar a otros por medio de la concurrencia es de tal suerte fundamental para todos los negocios humanos que la historia mexicana no se compone sino de luchas en favor del libre cambio. La guerra de nuestra independencia, desnuda del oropel poético y patriotero, se propuso libertar nuestra industria, agricultura y comercio del monopolio de la España. La abolición de la esclavitud llamó a todas las castas para que en un mercado libre, según sus fuerzas generales, pudieran salir vencedoras o vencidas.

El trabajo individual tiene por objeto la utilidad
[...] Se llama capitalista un hombre que puede agregar a su propio trabajo uno acumulado. De este modo cualquier productor aislado tiene interés en dos clases de consumos diferentes: los personales y los de su oficio. De aquí proviene que, como productor, cualquier individuo está interesado en el libre cambio, por poco que su industria haya salido de rudimentaria para moverse en los complicados círculos del progreso.
La concurrencia, en un mercado, es la lid en que unos productores salen vencedores y otros vencidos. Si todos los productores sólo se presentaren en la lucha armados de su trabajo personal, siempre sería difícil la victoria, porque si los más fuertes se sobrepusieren a los más débiles, en cambio los más instruidos arroyarían a los más ignorantes y los diestros derrotarían a los torpes. ¡Cuánto más se complica la cuestión cuando se considera que los contendientes no son solo los operarios, sino principalmente los capitalistas, esto es, los gigantes de la propiedad, los hombres que se arman en el trabajo acumulado en diversas formas y cantidades!

En la guerra cada uno escoge sus armas y se aprovecha, en su propio beneficio, de las ventajas que la estrategia y la táctica le ofrecen. ¡Dichoso el que a su trabajo agrega un trabajo acumulado por la instrucción, por herencia o por cualquier otro modo! Y más feliz quien dispone de un trabajo acumulado por una industria extranjera que disfrute en el mundo de una incontestable supremacía!
[...] ninguna sociedad tiene por fundamento ni las necesidades de los mendigos ni la ambición de los arbitristas; en favor de estos se permiten las empresas aventuradas y para socorrer la indigencia se inventan mil medios, todos buenos con tal que no ataquen el principio de no intervención de la autoridad en la producción y en el consumo.
No nos hagamos ilusiones. En la conciencia de todos y de cada uno brillan estas verdades: como consumidores necesitamos lo bueno y barato aunque sea extranjero; como productores necesitamos instrumentos buenos y baratos que sólo vienen de los países extranjeros. Como productores casi siempre venceremos en la concurrencia mercantil merced a la industria extranjera y como productores no llegaremos a formar una industria nacional si no educamos a nuestros artesanos y a nuestros consumidores con el consumo, concurrencia y ejemplo de la industria extranjera.
Batiéndose en retirada los proteccionistas se refugian como baluarte en este último argumento: ¿Qué hacemos con los pobres? A los pobres les importan más el pan que la ley, la ciencia y la misma patria.

Un ensayo de juventud (1): preámbulo

El autor en 1978
Foto: Archivo VETA Creativa
TAL VEZ EL TÍTULO CON QUE NOMBRO AHORA el ensayo que con esta entrega comienzo a capturar y que escribí originalmente a la tierna edad de 17 años, el 14 de abril de 1980, para la materia de Historia en la preparatoria La Salle del Estado de México no sea el mejor.

El ensayo originalmente carece de título. Lo encontré, como tantos otros textos "olvidados", depurando mis archivos. De pronto me pregunté por qué lo guardaría si en la carátula tiene la calificación de ¡40! No recuerdo si esa calificación, para ese trabajo en concreto era aprobatoria o reprobatoria, si eran puntos acumulables o qué. No hay comentarios (que era costumbre me los hicieran) de la maestra. El texto está intacto de principio a fin. Lo reviso página tras página y me sorprendo.

Loas en boca de uno son vituperios, por ello me abstengo de hacer alguna ponderación, ni siquiera relacionada con la justicia tras la nota aplicada por el criterio de la profesora. No obstante me parece que vale la pena recogerlo aquí, en este blog Tiempo y Destiempo, por entregas (para darle una corrección mínima de estilo) y para compartirlo con los amigos lectores.

El ensayo adolece de nulo rigor metodológico, aunque sí recuerdo haber hecho una investigación cuidada. Ni a bibliografía llega (lo que es favorable para efectos del blog toda vez que es raro que uno se detenga en aspectos metodológicos que pueden cansar al lector ante la pantalla, pero desfavorable para el ensayo mismo). La metodología de la investigación no la llevé como materia sino hasta el primer semestre de la carrera de Comunicación (ni siquiera en mis estudios truncos de ingeniería en el Tec de Monterrey). Es una materia, por otra parte, que me gusta enseñar aunque es pesada; y tanto que es una de las que tengo más libros en mi modesta biblioteca de alrededor de dos mil volúmenes. Por causa de esto ni yo mismo, a veces, tengo claro qué está basado en cierta fuente o qué es producto de mi creatividad en la redacción y tal me apena profundamente porque temo que el lector se llame a engaño toda vez que, como indica el "ensayo", su punto de partida es el resumen de cierta o ciertas lecturas.

En este ensayo, carente de título específico, no hay referencias directas, solo indirectas y las citas aparecen aquí y allá con singular alegría aparentemente "plagiaria", pero acomodadas a modo de dar clara idea del derrotero que van llevando las ideas. Descubro que ya desde entonces tenía "un estilo" muy personal para escribir y algo depurado. Ya había madera tallada y a medio pulir o eso quiero creer mirando mi producción literaria con visión crítica. Juego con las palabras, me adentro en los meandros de la historia como viajero en el tiempo y la crítica histórica que construyo en derredor de los variados tópicos que van concatenándose párrafo tras párrafo es ambiciosa y ¡muy actual!, aplicable aún, creo.

Ya veré si es del interés de quiénes y de cuántos. Para efectos de esta exhumación separaré el "ensayo" en tantas partes como considere necesario, antecediendo cada cual con un subtítulo apropiado (como esta primera entrega hace ver) mismo que utilizaré para la organización secuencial dentro del blog, sin que la fecha de la captura afecte la sucesión de los fragmentos. Creo que esto dará también cierta nueva frescura al texto y oportunidad a los lectores para dejar comentarios más específicos en torno a los temas y la manera como el "ensayo" los va abordando en su avance. Entrecomillo "ensayo" porque aun a esta altura dudo llamarlo de tal modo cuando me parece más bien un vulgar resumen, a reserva de contrastar con algunas fuentes que pueda identificar, por lo que en esto agradeceré a los lectores su orientación ya que espero que no se queden solo con lo presentado por mí.

Siendo este medio uno de carácter audiovisual, en la medida de lo posible incluiré elementos ilustrativos para hacer más asequible y menos árida la lectura. De igual manera, en beneficio de los lectores más exigentes en los aspectos metodológicos, cuando me ataque más o menos la certeza sobre las fuentes empleadas hace la friolera de 35 años que escribí el ensayo tengan por seguro que las mencionaré en forma, y asimismo apoyaré por virtud de las bondades tecnológicas ciertas menciones con los vínculos que puedan aclarar y/o ampliar lo dicho, remitiendo a fichas biográficas de personajes, por ejemplo en la Wikipedia o circunstancias hisstóricas concretas, abonando así a la interactividad que se espera de un hipertexto como será este ensayo desde ahora mismo y que en su versión original, mecanografiada, ni siquiera soñaba.

Sí, confieso, me he visto tentado en algunas partes y en afán de la corrección del estilo a editar mínimamente el texto original para hacerlo menos torpe en su desarrollo. Y dejaré para el final las consideraciones personales de análisis y actualización que permitan poner en un contexto actual lo dicho en el ensayo. Lo haré así para no distraer al lector con apuntes que desvirtúen las afirmaciones que hice como adolescente y para que el mismo lector pueda más tarde contrastar la maduración de las mismas con el paso de los años en mí.

 Hasta aquí el preámbulo.