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Foto: Kate del Castillo (cuenta Instagram). |
LEO LA NOTICIA
SIGUIENTE y me alegra:
La
talentosa actriz mexicana Kate del Castillo está de estreno con su más reciente
proyecto, la radionovela Sangre Celestial, la cual se transmite
por la emisora californiana KCRW.
En
entrevista para un medio estadounidense, Kate aseguró sentirse maravillada de
que en la actualidad el formato de la telenovela esté tomando fuerza en los
podcasts y que los latinos puedan disfrutar de este nuevo formato.
“Estoy
encantada de formar parte de esta primera radionovela bilingüe en KCRW”,
comentó la actriz luego de integrarse al proyecto.
La
historia se centra en Sol y Mundo, dos hermanos de origen mexicano que después
de la muerte de su padre descubren que él tenía nueve hijos más, por lo que
deciden viajar a Estados Unidos en busca de sus medios hermanos (EL SOL DE HERMOSILLO, 2016).
Esta noticia me
alegra, no por la protagonista humana de la misma, sino por el género al que se
refiere. Uno con el que me inicié como profesional de la comunicación: la
radionovela.
Junto con algunos
de los amigos y colegas presentes en el
grupo de Indicios
Metropolitanos en Facebook, formé parte de las filas de egresados
de los cursos que impartía en la XEW don Raúl del Campo Jr., eximio productor
de radio (su equivalente, solo por referencia, serían Valentín Pimstein, con
quien también laboré como analista literario, y Ernesto Alonso en TV) y quien,
además de escribir, dirigir y/o producir programas tan memorables como
Apague
la luz y escuche, protagonizado por Arturo de Córdova, por mencionar
solo uno de decenas, lanzó al estrellato en el espectro radiofónico a numerosas
figuras del comentario y la conducción de deportes, noticias y artistas que luego
despuntaron y se formaron un sólido nombre en la televisión.
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Don Raúl del Campo Jr. y su hija, también locutora, actriz y productora radial, Martha del Campo. |
Tuve la fortuna de
pasar todos los filtros y quedarme como asistente, guionista y cuasi productor
de las últimas radionovelas producidas en México entre 1987 y 1988: Veneno
para las ratas escrita por Felipe de Jesús Ortiz Sánchez; y como actor
en La
Parca, escrita por mi querido amigo Joaquín Guerrero Casasola, hoy
autor de varias telenovelas exitosas escritas para Argos TV.
Desafortunada,
tristemente, entre ese final de la década de los ochenta y la actualidad, la
única escuela generadora de actores y actrices capaces de provocar con la
imaginación y el potencial de su voz ha sido la vapuleada industria del
doblaje, aparte de
la
escuela creada por el mismo don Raúl. Si a eso se le suma la tozudez de
muchos comunicadores, comunicólogos, publicistas, diseñadores y mércadólogos
perezosos más proclives a extraer el audio de un video para transmitirlo como
si hecho ex profeso para un medio estrictamente auditivo como la radio (así sea
la señal de
streaming, lo que no es
propiamente radio), la calidad creativa de los contenidos de hoy se explica.
Los guionistas
actuales para “radio” no imaginan, no dan elementos para que el público
imagine, por las mismas razones anotadas y la dependencia creciente de las
nuevas tecnologías, aplicaciones, redes sociales y, por supuesto, la imagen. La
idolatría hacia la imagen como fundamento del homo videns del que hablaba Giovanni Sartori fallecido el 4 de abril
de este año derivó en formas de comunicación menos comprensivas por sintéticas,
menos imaginativas por sensacionalistas (en tanto apelar más a la
superficialidad de los sentidos en vez de la profundidad intuitiva). Esos
mismos creadores jóvenes de la llamada generación “millenial” parecen olvidar
sus bases fascinados como están por todo lo digital:
[…]
casi todo nuestro vocabulario cognoscitivo y teórico consiste en palabras
abstractas que no tienen ningún correlato en cosas visibles, y cuyo
significado no se puede trasladar ni traducir en imágenes […T]oda nuestra
capacidad de administrar la realidad política, social y económica en la que
vivimos, y a la que se somete la naturaleza del hombre, se fundamenta
exclusivamente en un pensamiento conceptual que representa —para el ojo
desnudo— entidades invisibles e inexistentes […]
[…
T]odo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus
intelligibilis […] que no es en modo alguno el mundus sensibilis, el
mundo percibido por nuestros sentidos. Y la cuestión es esta: la televisión
invierte la evolución de lo sensible en inteligible y lo convierte en el ictu
oculi, en un regreso al puro y simple acto de ver (SARTORI, 1998, págs. 45-47).
Este “abandono” de
lo inteligible va de la mano de la evolución lingüística que acompaña a las
nuevas tecnologías.
Recuerdo haber
tratado el tema con mis entonces estudiantes universitarios ya desde finales de
los noventa, aun cuando los datos no llamaron la atención de los medios sino
hasta casi una década después. Los estudios sobre lenguaje y vocabulario revelaban
preocupantes descensos en la cantidad de palabras y términos empleados por los jóvenes
hablantes, siendo además muchas de esas palabras variantes de ellas mismas. Un
estudio de la Academia de la Lengua reveló que la gama léxica de los adolescentes
mexicanos no excedía las 200 palabras diarias y, de ellas, alrededor del 30% se
correspondía con caló, palabras altisonantes con variaciones repetitivas, apócopes,
onomatopeyas redundantes (EFE, 2008). Eso no ha mejorado ni
cambiado en 2017. Los acrónimos, abreviaturas y simplificaciones expresivas como
los emoticones, ya típicas en la manera de expresarse hoy las personas mediante
WhatsApp, Twitter, etc., si por un lado ha desarrollado nuevas maneras de
pensar y decir más sintéticas, por otra parte, al dejar de lado, reducir,
disminuir el empleo del vasto léxico al alcance de la expresividad ha
propiciado la simplificación de las ideas hasta el extremo de la vacuidad y,
sobre todo, minar la habilidad de la lectura de comprensión. Profundizar en
algo es tomado como la antesala de lo fastidioso, aburrido, lento. En el ritmo
de los días actuales y modernos no hay cabida para el análisis. Las nuevas
generaciones se conforman con ver lo primero que sale a su alcance, no miran y
mucho menos observan; oyen, pero ya no escuchan; consumen, pero ya no paladean,
no degustan. Mucho menos cuestionan sobre una base de racionalidad, sino lo
hacen sobre un impulso de prurito conformando así el sustento “intelectual” de
la opinión en vez de fundar el juicio en argumentos y constructos lógicos
complejos.
En el afán
petulante por ser distintos, los jóvenes “de ahora” —nada distintos de los de
siempre— acaban por abrazar cualesquiera modas y tendencias que les brinden un
asidero de identidad, acabando así por uniformarse en el gusto.
Así, si en las décadas
de los cincuenta y sesenta del siglo XX los jóvenes abrazaban el rock and roll y el rock para distinguirse de sus padres y abuelos, hoy todos son rockeros, no hay contracorriente, la
contracultura ya absorbida en la cultura general se convierte en la medida del
nuevo establishment. Hoy es más
marginal quien gusta, por ejemplo, de la música barroca, que quien canta las
canciones de “Los Tigres del Norte”.
Ni siquiera, en nuestra
cultura latinoamericana, la introducción y diseminación de la música de banda,
mezcla híbrida entre lo rural, lo vernáculo y lo urbano, ha conseguido
satisfacer esa urgencia por lo auténtico. Las minorías étnicas y de variedad de
definiciones de sexo, en su pretensión de establecer su unicidad, por abrazar
los mismos gustos e intereses culturales del común denominador, tampoco han
aportado nada o muy poco a esa defensa de la identidad. Todo ha sido elevado a
la categoría de marca y cada marca apela a ser la razón de todo potencial
consumidor de lo que significa. La paradójica heterogeneidad acabó haciéndose el
paradigma de lo homogéneo. La vieja mayoría pasó a ser la minoría y, en la
defensa de los derechos de las minorías, estas han venido a conformar la nueva
mayoría, no tanto por número como por simpatía y afiliación.
[…] la imagen
no da, por sí misma, casi ninguna inteligibilidad. La imagen debe ser explicada
[…] (SARTORI, 1998, pág. 51)
El problema radica
en que hoy pocos son quienes desarrollan no nada más el conocimiento sino la
capacidad para interpretar la imagen, diseccionarla, analizarla, desglosarla,
adentrarse en su fondo más que en su forma, para hacerla inteligible. No basta
ver una imagen, hay que saber mirar y más, observar para comprender por qué lo
que no está retratado, muchas veces, es más importante que lo evidente.
La velocidad de
consumo satisface la glotonería sensual de quienes consumen signos y símbolos
sin mayor interés en el contexto conceptual que los sostiene y da su razón de
ser. Así —he dicho en otros textos míos del pasado— lo que preocupa no es ya qué
tanto leen las personas sino con qué calidad leen. Si por una parte es verdad
que el número de lectores de libros y prensa escrita ha decaído aceleradamente,
por otro lado, eso no significa que haya decaído el número de lectores en
general dados los avances de la alfabetización.
La Internet está
conformada, en su mayoría, alrededor de un 80%, por contenidos de texto verbal
frente a un todavía modesto 20% de contenidos audiovisuales, teniendo de este
la mayor proporción la imagen fija (fotografías, memes, cartones), seguida del
video que ha desplazado a la imagen animada (gif, clips). Esto obedece
primordialmente a razones de índole técnica y de programación relacionadas con
el intercambio datos e información. Pero, la apariencia nos hace creer que es
todo lo contrario: que la imagen prolifera frente a la palabra. El atractivo
natural de la imagen fija o en movimiento nos ha llevado a esa conclusión un
poco apresurada cuando no es así. Por lo tanto y contra lo que se cree, la
gente hoy lee más y no menos, solo que ahora lee más de pasada, seleccionando a
ojo de pájaro lo primero que encuentra gracias y mediante buscadores como
Google, cuyos algoritmos inteligentes facilitan el acceso a la información más
próxima en significado (no en exactitud) a lo que se espera hallar. Los
buscadores, entonces, hoy se asemejan bastante a la oratoria de vieja usanza
(aun un recurso de los políticos de nuevo cuño) más empeñada en dar al espectador
lo que desea, en vez de lo que necesita de veras. Si bien, el rápido desarrollo
en este tema ya empata a los buscadores con los viejo bibliotecarios, más
aguzados.
Decía Sartori:
[…] aun
admitiendo que el acto de ver empobrece el entendimiento— este empobrecimiento
está ampliamente compensado por la difusión del mensaje […] y por su
accesibilidad a la mayoría. Para los triunfalistas de los nuevos medios de
comunicación el saber mediante conceptos es elitista, mientras que el saber por
imágenes es democrático […] [ibid.].
Aunque no siempre, también hay que decirlo, el contexto, enfoque y contenido
mismo de la imagen no implique una finalidad democrática en sí misma, en tanto
finalidad.
Que “revivan” las
radionovelas —cuya revivificación hay que anclarla en el hoy ya añejo podcast,
suerte de cápsula radiofónica que se ha negado a morir— tendría que dar motivo
para pensar que “revive” la imaginación y se fortalece la metáfora. Que la velada
censura intelectual sobre la palabra y los conceptos que encierra, y que siguió
al sobredimensionamiento de la imagen cede, al fin, venciendo a esa “nada” que
ya acusaba el escritor de ficción surrealista Michael Ende en su afamada novela
infantil La historia sin fin. No obstante, mientras este revivificar un
género no pase a ser una práctica constante y tenga, como parece, visos de una
ocurrencia mediática y mercadológica para justificar la imbricación de los
nuevos medios, esta visión optimista que hago no deja de ser, quizás, algo más
que un salto, un dejo, un suspiro, melancolía.
Falta escuchar si
los nuevos creadores de contenidos para radio son capaces de narrar con solo
sonidos, matices, silencios; de describir ambientes, estados de ánimo con el
solo poder de los diálogos y las voces y los efectos y la música, la que ya, de
por sí, hoy enfrenta la dificultad de los derechos de autor tan acaparados por
las compañías productoras hasta el punto de haberse vuelto mejor que una virtud
en la más odiosa monserga exclusivista.
¡Enhorabuena y
larga vida a la radionovela!
Referencias
EL SOL DE HERMOSILLO. (4 de mayo de 2016). "Kate
del Castillo revive la radionovela". Recuperado el 4 de mayo de
2016, de El Sol de Hermosillo / Espectáculos:
https://www.elsoldehermosillo.com.mx/espectaculos/kate-del-castillo-revive-la-radionovela
SARTORI, G. (1998). Homo
videns. La sociedad teledirigida. Madrid: Taurus.