¡Arre!, que llegando al caminito...
CON UN NUEVO VIDEO, el ex candidato a la presidencia de México por el Partido Acción Nacional, Ricardo Anaya, difundió uno más de sus videos al más puro estilo, toda proporción guardada, del mismo AMLO en los años que hizo campaña para la presidencia sin que se mencionara claramente la intención (me hizo recordar aquel en que conduce una carreta en Oaxaca), al punto que ni los reclamos causaron mella o conciencia entre los ministros del Tribunal Federal Electoral en su momento.
Por supuesto, el estilo personal también se impone y no por usar las "mismas armas conceptuales y creativas" se consiguen los mismos resultados; si así fuera, Ricardo Anaya tendría que esperar dieciocho años para acceder a la presidencia, como hizo el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador. Es posible, si consideramos que son seis años de gobierno de AMLO y, como he augurado, serán desde el 2024 otros seis de una continuación de gobierno izquierdista (no necesariamente morenista), igual que sucedió cuando tuvimos en la alternancia dos panistas: Vicente Fox Quezada y Felipe Calderón Hinojosa, separados por un priyista, Enrique Peña Nieto (lo que, a ojos del sistema político mexicano pendular, coloca al PRI en el centro, lo que desubica o matiza la posición ideológica de los partidos satélites).
En contraste, ahí tenemos los diversos espots de campaña en la televisión abierta, algunos replicados en streaming y redes sociales. Unos más absurdos que otros, por no decir torpes no nada más en su hechura sino desde su concepción, como ese del Partido Encuentro Social (P.E.S.) que incluye entre sus afirmaciones de campaña, y cito:
Como sociedad, no nos gusta que se gasten nuestros recursos en partidos políticos.
Una afirmación que se antoja estúpida y contraria al inherente espíritu del mismo partido que emite tal dicho y que, además, hubo de utilizar recursos para mantener su registro luego de perderlo en las pasadas elecciones y resucitar por sobre los argumentos en contra que alegaban la inclusión de ministros de culto.
En estas campañas, no obstante lo álgido de la polarización promovida desde el gobierno federal y por el mismo presidente desde años atrás, noto una más mesurada distribución comunicativa en comparación con años anteriores. No por virtud de los estrategas de comunicación. Quizás sea explicable por la dinámica mediática que vivimos, o porque los impactos publicitarios ahora se ven más dispersos, o que los efectos anímicos de la pandemia nos pueden mantener distraídos en la búsqueda de contenidos más ligeros para sobrellevar la pesadumbre del encierro, la recesión y la angustia. Me pregunto cuánto de esa dispersión abona a la incomunicación y la efectividad publicitarias. Se verá en las elecciones venideras.
Una cosa es cierta, la cosecha de candidatos cada vez es más pobre en calidad y la oferta política en consecuencia, lo que en buena medida se explica por el bajo nivel socioeducativo de la ciudadanía en general, a pesar de los mayores índices de acceso a la educación y la cantidad de profesionales y posgraduados.
No niego que cualquiera, lo mismo Paquita "La del Barrio" como tú o yo tenemos en nuestros derechos y posibilidades ser votados. Aun así, ya he escrito que muchas veces el sentido común de un ciudadano corriente puede ser más asertivo que los años de experiencia de un político profesional. Diputados hay que no saben leer con soltura, aun a pesar de sus créditos académicos y hay burócratas que, por sus andanzas en la función pública, se saben lo duro y lo maduro, aun cuando no hayan ni siquiera terminado la primaria. Sin embargo, más allá del deseable conocimiento, capacidad probada y sensibilidad popular de un individuo, ya en el ejercicio del poder, lo hemos atestiguado, ocurren muchas cosas que o fructifican en beneficio o pudren en perjuicios de personas, grupos, ideas o la sociedad en general, por no decir del país mismo.
De ahí que, y aquí otro augurio en consonancia con lo que he escrito en mi blog más de una vez, preveo un notable aumento en el porcentaje de anulación en las próximas elecciones de julio. En parte, como efecto de la pandemia y los protocolos de sanidad de la mano del temor social respecto del contagio, máxime cuando se está anunciando ya la probabilidad de que en los meses veraniegos se produzcan no una sino dos olas a causa de las nuevas cepas ya presentes en México, unas más agresivas que otras: la china, la inglesa, la brasileña y la surafricana.
O sea, el abstencionismo en una mano como consecuencia del encierro de la cuarentena incidirá un poco más de lo esperado. En parte también por las consecuencias de mortalidad que la misma pandemia ejerce diariamente sobre el padrón electoral, desde el momento que el grueso de los decesos se halla estadísticamente ubicado en la porción de área de la curva normal que describe a la población adulta y adulta mayor. Un estudio de la UNAM publicado en diciembre de 2020 hizo notar que el 60% de los fallecidos por Covid-19 eran adultos entre 40 y 69 años), siendo además el sustento de sus familias. Es decir, el electorado se verá reducido por causas tanto naturales, sanitarias, como sociales y políticas. Por otro lado, el desencanto frente al partido de la "esperanza", la polarización y la carencia de opciones aceptables, decentes, con una ideología clara y no las insulsas promesas gazmoñas de siempre, llevarán a muchos a actuar en alguna de estas líneas de elección:
- Votar por el menos peor o por el que se supone mejor malo por conocido que bueno por conocer; pero, como ya conocimos que todos se cuecen en el mismo hervor, pues qué más da. Es decir, la lógica del elector promedio será muy distinta de la que lo ha caracterizado en elecciones anteriores.
- Anular el voto ya por reacción o por decepción, lo que refuerza los motivos detrás de esta forma.
- Votar en blanco, en la idea de que esta forma de expresión no implica anulación y en la esperanza de que algún día los legisladores de veras consideren hacer tanto de la anulación como del voto blanco maneras de elección vinculantes. El día menos esperado podría darse que una buena cantidad de mexicanos votara, por ejemplo, por un servidor, anotando en la casilla blanca mi nombre completo José Antonio de la Vega Torres o el de otro de su agrado, con vida y en activo. No nada más como impulso o una salida al ahí se va mexicano, sino en conciencia de que alguien fuera del sistema, y aun más independiente que los candidatos independientes sujetos a los leoninos requerimientos del sistema de partidos, podría hacer una diferencia. Digo, soñar no cuesta nada, tanto en el portador del nombre anotado como en el del elector anhelante de un mejor destino común.
En 2018, solo para la Ciudad de México y de acuerdo con el estudio muestral efectuado por el IECM (Instituto Electoral de la Ciudad de México), la anulación efectiva y eficiente alcanzó un 17%, dato este relativo respecto del conjunto de la votación y extrapolado de la diferencia entre votos anulados bajo un criterio de error (41%) y los anulados intencionalmente (59)%. El estudio consideró, a contrapelo de lo establecido por la ley y el reglamento electorales, catorce categorías de anulación, describiendo desde "el sufragio en blanco, las marcas totales y apodos a las críticas hacia partidos políticos y autoridades federales y locales, entre otras causas".
El sufragio en blanco, en teoría, no se ajusta a la anulación por antonomasia. Pero, la falta de claridad legislativa acerca de su utilidad vinculatoria al proceso ha llevado a que se le confunda incluyéndolo como una categoría de anulación, aunque en la práctica además se le contabiliza muy aparte y no hace factor determinante de anulación, como ya he anotado en varios textos anteriores.
Por supuesto que cualquiera de esas categorías se verán diferenciadas y presentan variaciones estadísticas y variantes lógicas dependiendo del tipo de comicios del que se trate y la entidad en que se haga la medición, pues no reflejará la misma anulación un comicio para elegir alcaldes, que uno para legislaturas, etc. Aún así, si tomamos como referencia el solo dato como elemento expresivo de la tendencia electoral de la ciudadanía, generalizando, podemos llegar a conclusiones interesantes. Veamos.
Siguiendo el estudio del IECM y comparando con los datos generales del INE de votos en 2018, cuando la participación ciudadana alcanzó poco más del 63% del padrón electoral, el porcentaje de anulación de votos (solo anulación) y en números cerrados absolutos superó el 2% (2.7% conforme a la numeralia del propio INE [p. 130]) frente al voto blanco que alcanzó el 0.000564%. Datos estos que marcan una cierta consistencia y coherencia entre las expectativas del electorado del grupo de los "aparentes indecisos" de la llamada espiral del silencio y la respuesta que este da con su voto ante la oferta de candidatos, partidos y plataformas políticas.
Un comparativo histórico permite ver que ya, en las elecciones de 2012, estos datos fueron muy similares: anulación 2.42%, si bien el voto blanco fue mayor, 0.06% como consecuencia de la confusión ya anotada líneas arriba pues, a ojos del elector, mientras los actores políticos no le hagan notar las diferencias entre voto nulo y voto blanco, estos serán siendo tomados como sinónimos y políticamente equivalentes, aunque estadística y legalmente no lo sean.
Esa enorme diferencia —aunque sea matemáticamente fraccionaria—, entre 2012 y 2018 en el voto blanco se explica por la aparición de las candidaturas independientes que, de algún modo, trajeron un elemento de mayor certitud y meta al voto blanco pues, en tratándose de candidatos, a ojos del elector siempre es más manejable cognoscitivamente contar con un nombre específico sobre el cual optar —así se trate incluso de una alianza o coalición— que apostar por una casilla vacía.
Las candidaturas independientes, entonces, trajeron un capítulo más en el perfeccionamiento del sistema democrático mexicano, aunque el sistema de partidos las convirtió en un esperpento legal, administrativo y burocrático, insensible ante la realidad de los verdaderos aspirantes a candidaturas independientes, forzándolos a justificar su aspiración mediante leoninos requisitos para los que solo los pudientes en relaciones o finanzas pudieron cumplir. Así, los candidatos independientes en las condiciones actuales solo valen como monigotes para distraer el voto inconforme, lo que no es nada despreciable en la lectura de los datos y sus significados para la democracia.
La aspiración legítima de un hijo cualquiera de vecino está, por ahora, fuera de todo alcance, a menos que el voto blanco se vea afinado desde la ley para permitir el equilibrio y, sobre todo, el destino específico del sufragio de aquel elector que no quiere anular, quiere participar y no abstenerse, pero ninguna opción registrada en la boleta le convence. Ese no es un indeciso, simplemente es un elector que no halla representación en lo establecido, ya en la forma de partidos, ya en la de candidatos. Si en el primer caso, para incluso volverse militante. Si el segundo, para simpatizar. Para ese, el voto blanco le significa el clamor por ser tomado en cuenta por la comunidad, no por imposición, seducción o conveniencia, sino por convicción comunitaria. Imagina, estimado lector, un escenario en el que un conjunto de votantes inconformes se reúnen y acuerdan votar al unísono por el compadre de la esquina, quien les parece un individuo capaz de liderarlos, pero cuyos recursos le son insuficientes para registrarse. Y estos vecinos se pasan la voz "vota por fulanito" y, en la casilla, todos anotan su nombre y resulta ganador en los comicios. Nuestra ley aun no contempla claramente ese escenario y sus consecuencias vinculantes.
Algo que el sistema de partidos olvida es que los líderes nacen y no solo se hacen, que la cacería de talentos para el liderazgo es un arte y que los líderes jamás triunfan cuando son impuestos o al menos puestos y acomodados por los intereses fácticos. Los verdaderos líderes gozan del reconocimiento pero también del escrutinio sociales.
Los casos del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador o el antecesor, Enrique Peña Nieto, vistos en perspectiva seguro no me dejarán mentir.