Cenizas y Pandemia

febrero 19, 2021 Santoñito Anacoreta 0 Comments


ESTA SEMANA, para los creyentes cristianos y sobre todo católicos fue Miércoles de Ceniza.

El miércoles de ceniza es un día santo cristiano de oración y ayuno. Se trata de una celebración litúrgica móvil precedida por el Martes de Carnaval y es el primer día de Cuaresma,​ que son las seis semanas de penitencia antes de Pascua. 

Se celebra cuarenta días antes del domingo de ramos, día tras el que comienza la Semana Santa. Y se acostumbra la unción del símbolo cristiano (pez o cruz) en la frente de los creyentes, como un recordatorio de la marca sobre las puertas de los judíos esclavos en Egipto preparatorio de las plagas que derivaron en su liberación, motivo por el cual se celebra la pascua o pesaj y que en 2021 ocurrirá entre el 27 de marzo y el 4 de abril.

La ceniza, cuya imposición constituye el rito característico de esta celebración litúrgica, se obtiene de la incineración de los ramos bendecidos en el Domingo de Ramos del año litúrgico anterior. Sin embargo, ¿se han preguntado de dónde sale tanta ceniza para ungir a tanto creyente?

Entre la fe y la utilidad

La respuesta de sentido común es que, si es insuficiente el rescoldo de los ramos, se hace más quemando y triturando madera, virutas, papel, tela de ropa vieja, de preferencia hecha con fibras naturales como algodón, lino, seda o lanas.

El comentario que haré podrá parecer insensible, apóstata, por lo menos absurdo a los ojos de algunos. No lo hago con mala intención ni ánimo de ofender; pero, no descarto la posibilidad de que parte de las cenizas también provengan de los hornos crematorios de las funerarias y/o de las quemas e incendios tan comunes a estas alturas de cada año, si bien estas obedecen a otras razones.

Incineración de una víctima de coronavirus
en crematorio de Iztapalapa.
Foto y fuente: Chicago Tribune
¿Por qué digo esto? Porque tiempo atrás supe que las cenizas restantes, en la limpieza de los hornos (por lo menos los de crematorios veterinarios y rastros), eran vendidas, en tratándose de cenizas provenientes de productos orgánicos, para la elaboración de compostas y fertilizantes para la agricultura y la jardinería, e incluso para su procesamiento en la industria química en la elaboración de jabones, cosméticos, pegamentos (y no quiero que esto implique una odiosa remembranza de la industria nazi tras los campos de concentración) o la generación de energía eléctrica. ¿De esto último podría derivarse parte de la "necedad" del actual gobierno mexicano por apostar a la generación eléctrica a partir de la explotación del carbón, en vez de apostar a las energías renovables?

Piénsalo, amigo lector, y puede no resultar descabellada la duda, aunque parezca tétrica y horrorosa: México no es un gran productor de carbón. De hecho, la industria carbonífera mexicana con yacimientos en el norte y el sur lleva varios decenios de capa caída, por no decir que depauperada al punto de que CFE ha tenido que importar carbón, de manera especial, pero no únicamente, de EE.UU. y China, desdeñando la producción nacional como acusó en 2014 la AMDE (Academia Mexicana de Derecho Energético). Al comienzo del actual gobierno, en marzo de 2019, Manuel Bartlett titular de CFE habría afirmado que la empresa no recurriría al carbón para generar electricidad. La pandemia lo llevó a un giro de timón y a contradecirse no solo en los dichos, sino en los hechos y para sorpresa del mundo.

Las decisiones recientes en este tema para dar nuevo impulso a este rubro no nada más van a contrapelo de la tendencia mundial y las recomendaciones de especialistas en cambio climático y energía, sino muy probablemente llevan una segunda intención que es, por una parte, ocultar los tejes y manejes de la industria funeraria y, por otro lado, aprovechar los excedentes (que no han de ser tantos, si nos atenemos a las cifras oficiales de mortalidad; pero, súmense los demás residuos sólidos que generamos diario los seres humanos, y la cosa cambia) para, mezclados, incidir en un "ahorro" presupuestario ad hoc en tiempos de recesión, pandemia y "austeridad republicana". Es decir, si por un lado se apuesta a una industria sucia que incide en el efecto invernadero, por otro se le busca un lado virtuoso al propiciar la generación de energía "limpia" a partir de la incineración de "desechos solidos". Por una parte se promueve la reforestación de maderas preciosas en el sureste, por otro se "rescata" (como hiciera Vicente Fox con los ingenios azucareros) una industria como la carbonífera y, por otro se aprietan las tuercas a la minería extranjera en México, especialmente la canadiense, en un afán retrógrada por recuperar un patrón plata para sostener a un peso cuya dinámica hoy no se basa en ningún metal como antaño sino, y desde el sexenio de Ernesto Zedillo, es volátil en función de los vaivenes del mercado cambiario.

¿Será que el empuje reciente de criptomonedas como el Bitcoin está ejerciendo una presión grande sobre las criptomonedas a las que había apostado AMLO como ya había yo anotado en un artículo previo?



En estos dos primeros meses de 2021 el Bitcoin ha repuntado como nadie imaginaba, partiendo de los ocho mil dólares estadounidenses hasta alcanzar una cotización superior a los cincuenta y dos mil dólares (antes de publicar estas líneas), significando un crecimiento de alrededor del seiscientos cincuenta por ciento. Este dato, en el contexto de la política económica estadounidense no significa para México un buen augurio, pues la liga con esa moneda conlleva el debilitamiento de la nuestra y, según los analistas, no es descartable que entre 2021 y 2022 el nuevo orden mundial lleve a un cambio de moneda patrón al colocarse el yuán chino como la moneda de referencia.


¡Hagan sitio! O cuando nos volvamos carbón

Esto me lleva a un recuerdo anecdótico, escatológico, pero que encierra una cruda verdad. Alguna vez, en la universidad, uno de mis compañeros preguntó a cierto profesor acerca de qué era un determinado personaje sobre el cual teníamos que estudiar. El maestro que era ex militar, ex miembro del Estado Mayor Presidencial y que nos enseñaba entre otras materias Metodología de la Investigación, tosco y seco contestó: «¡Fiambre! ¡Es fiambre!». No entendiendo el compañero la palabra requirió mayor explicación, a lo que el maestro espetó impaciente: «¡Fiambre! ¡Cadáver! ¡Difunto! ¡Despojo! ¡Residuo sólido! ¡Restos mortales!». Y sí, por crudo que suene, eso somos al final de nuestra vida, independientemente de que muramos por causas naturales, pandemias, o acabemos occisos, es decir, muertos por causa violenta, asesinados por cualesquier aviesos motivos del criminal que nos despache. Al final somos fiambre, residuo sólido orgánico que, junto con otros, somos materia convertible en energía y lo que está por discutirse es nuestra huella de carbono y su incidencia en el cambio climático. Si sepultados, nos descomponemos en metano, igual que la basura, y tardamos años, quizás siglos en desintegrarnos, en compostarnos para ser uno con la tierra. Incinerados, en cambio, podemos ser disponibles de manera más pronta, expedita e inmediata para el bien común.

¿Acaso esto recuerda la película y la novela Cuando el destino nos alcance basada en la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966), de Harry Harrison? En cierto modo, quizás lo que vemos ahora con esas cenizas es una variante del soylent verde. Se trata de "hacer sitio" a los vivos y, ¡qué interesante! ¡Cómo ajusta todo incluso con una Agenda Habitat de la ONU! a la que se ligan planes de desarrollo urbano como el presentado recientemente en Naucalpan y otros municipios del país para el desarrollo de "ciudades resilientes" y que comenté tiempo atrás. Tema este que pasa por otro también tocado aquí en estos Indicios Metropolitanos y al cual tampoco nadie le quiere entrar a cabalidad, si no es para sacar tajada y raja para su molino; es decir, ni pepenadores ni industriales ni gobiernos municipales: la generación de energía a partir de la basura y la mierda que arrojamos a los cuerpos de agua y afluentes. Solo unos pocos municipios lo hacen en México, lo que tiene muy alejada la meta y propósito del mismo gobierno de López Obrador de generar el 35% de la energía a partir de fuentes renovables para 2024.

Sí, es cierto que entre las soluciones que se han buscado para desminuir la huella de carbono mexicano está la prohibición del uso de ciertos plásticos, aunque la pandemia dio al traste con tal iniciativa de ley en aspectos insospechados como el desarrollo de empaques de alimentos o el reciclaje de las bolsas de plástico mediante la reutilización, mientras por otra parte el consumo y desecho de cubrebocas, guantes, micas y otros insumos preventivos contra el Covid-19 se ha convertido en un problema más en ciudades y costas.

Uno de muchos estudios de especialistas, elaborado en 2019 al respecto, señala:

La creciente producción de residuos sólidos urbanos (RSU) está directamente relacionada con el aumento de la población en áreas urbanas y con el desarrollo económico. Actualmente más de la mitad de la población mundial se ubica en áreas urbanas y la tasa de crecimiento de la población en estas zonas se estima en 1,5%. Con la mayor demanda de bienes y servicios de la población, para el año 2025 se estima que la producción global de RSU será de 2.200 millones de toneladas al año. Por tanto, es urgente para los países en vía de desarrollo, que no poseen programas de gestión integral de residuos sólidos que los implementen, considerando los RSU como un recurso y no como un problema. [Diversos autores] plantean varias alternativas de valorización de los residuos, tales como el reciclaje, el compostaje, y la biodigestión. Adicionalmente, los RSU pueden ser aprovechados para generación de energía a través de procesos bioquímicos (digestión aeróbica y anaeróbica) y procesos termoquímicos (incineración, gasificación y pirólisis). Los procesos termoquímicos tienen mayor potencial energético y mayor capacidad de reducción del volumen de RSU. Se estima que, en todo el mundo, aproximadamente 130 millones de toneladas de RSU son procesadas en plantas de Residuo-a-Energía (RAE) cada año, y producen 45 GW-h.

La incineración de RSU es el método más usado entre los procesos termoquímicos, esto se debe a que tiene la capacidad de procesar residuos con composición heterogénea. Sin embargo, este proceso se da a altas temperaturas, lo que favorece la emisión de sustancias con grave impacto en el ambiente y la salud pública [...]
Sí, sé que suena fantasioso, producto de una mente distorsionada o de una ficción de horror. Pero, no ha de serlo tanto en un país donde las verdades oficiales en torno a la osamenta de la Paca y los 48 desaparecidos de Ayotzinapan o los "otros datos" resultaban increíbles, míticos y luego resultaron una espantosa realidad o la más ominosa mentira alrededor de la cual los gobiernos en turno nos han tenido girando y en vilo.

Polvo somos... y hasta polvo de instituciones

Tengo claro que es este un tema que nadie, en realidad, se ha puesto seriamente a investigar por lo sensible y delicado que es, en lo moral y en lo emocional, lo político y lo legal. No obstante, circunstancias como la pandemia orillan a repensar incluso estos tópicos desde una perspectiva seria, humanista tanto como humanitaria, que son dos cosas distintas. La muerte también obliga a transparencia y, como ya he dicho en otra parte, la transparencia es la más sutil de las trampas. Para saber vivir hay que saber morir, dice el libro tibetano de los muertos.

Para ninguno de nosotros es un secreto o una novedad que a lo largo del ya casi año y medio de pandemia por el SARS-2 Covid-19 (dos años, si contamos los meses previos de sufrimiento en China), uno de los problemas más acuciosos que hemos enfrentado en nuestros países es el de la saturación de las funerarias y por tanto de los crematorios, por causa del aumento en la mortandad. Eso sin mencionar el escandaloso y multitudinario sacrificio, en Dinamarca, en dos ocasiones, de visones contagiados de Covid-19 o de pollos contagiados, en Japón y Europa, por una nueva variante de gripe aviar.

En el grupo de estos Indicios Metropolitanos y su página en Facebook tuve cuidado de dar seguimiento a esas terribles noticias que nos describían incluso el "olor a muerte" en algunas delegaciones de la Ciudad de México y las inmediaciones del Estado de México, aroma ocasionado por las incesantes emanaciones del humo surgido de los hornos crematorios de funerarias y panteones saturados donde se incineraban, por norma, los cuerpos de los fallecidos, máxime si el acta de defunción indicaba como causa el Covid-19.

Ya, tiempo atrás, vecinos cercanos a esos panteones, funerarias y crematorios (algunos incluso clandestinos) habían denunciado en diversos estados de la república la "contaminación" generada por los mismos y dichas denuncias se multiplicaron con la pandemia junto con la desesperación de los deudos que, por la saturación debían velar en las condiciones más insalubres a sus fallecidos en sus casas.

Es triste decirlo, pero la pandemia hizo para la industria de la muerte una discutible bonanza que "favoreció" a constructores de ataúdes e incineradores, pero empobreció a sepultureros. Y aun así, tampoco fue beneficiado ese giro de servicios, porque acabaron rebasados como parte del sistema de salud del que forman parte.

Esto viene entonces a escribir un interesante capítulo en la historia de los cementerios y la historia de la muerte misma que, ya, ha implicado para los gobiernos y los ciudadanos y clérigos de todos los credos un abrupto, forzado cambio de mentalidad y formas de administración, tanto como lo hizo en al menos dos etapas del pasado: en la Edad Media, tras la peste negra que llevó a replantear el papel, ubicación y funcionamiento de las catacumbas y criptas, trasladándolas a los campos circundantes de las ciudades, creando los panteones y los cementerios parroquiales, así como en el enterramiento con cal o la incineración forzosa de los cadáveres y la creación de un sinnúmero de métodos más para la prevención de contagios y menoscabo de la higiene.

Otro caso fueron las epidemias de viruela o, más próxima en el tiempo, la pandemia de influenza española a comienzos del siglo veinte, en cuyo último decenio pareció darse una reversión a la tendencia sobre el control de camposantos, fundamentalmente por dos razones: una, los intereses inmobiliarios; dos, los intereses económicos parroquiales que, en el afán por dar un "servicio de calidad al público", optaron por remodelar templos (el caso más cercano a mí es el templo parroquia de Nuestro Señor del Campo Florido, en el fraccionamiento La Florida, en Naucalpan, Estado de México que, muy a pesar de su valor artístico universal, años atrás el párroco de turno decidió (y obtuvo el permiso) para alojar en la torre del campanario nichos para incensarios para allegarse recursos adicionales a los servicios de consagración, donativos y limosnas; y, como ese, hay numerosos ejemplos donde se quiera ver. En resumen, ya no cabíamos los vivos, y empiezan a no caber los muertos. 

En aquella época medieval, las cenizas de los ramos eran mezcladas ya con las cenizas de los cadáveres y en algunos templos eran ungidas con el dedo del sacerdote o pastor, o mediante el uso de sellos tallados con el símbolo al efecto en huesos de esos mismos cadáveres, humanos o animales, o en madera.

También, otro tema poco estudiado, por considerarse de poco interés noticioso, es el relativo a la especulación inmobiliaria asociada a esa "industria de la muerte" que supone no nada más la construcción de cementerios, el aprovechamiento de amplias zonas incluso "protegidas" para parcelarlas en lotes cuya propiedad temporal o a perpetuidad ha significado un negocio redondo paralelo, incluso del que se han visto beneficiadas notarías que, cuando algún lote no es "cuidado", visitado, conservado, por debajo de la mesa han llegado a cambiar los registros de propiedad permitiendo que en una misma tumba o cripta queden enterrados individuos pertenecientes a distintas familias o, incluso, que sean exhumados restos "no reclamados" (a pesar de la perpetuidad). O, se dan los casos en que los enterradores, coludidos con la administración del cementerio y algún notario, consiguen "clientes" y, conocedores de los lotes "abandonados", se dan a la tarea de exhumar sin permisos o con permisos apócrifos los restos originales para arrojarlos a las fosas comunes y/o los crematorios respectivos, dejando el lote dispuesto para su especulación y venta. Y esa escena escabrosa en la película Poltergeist de féretros saliendo de debajo de la tierra en un poblado residencial de moda construido sobre un antiguo cementerio encierra una sutil crítica.

Los medios modernos tomaron como una novedad el hecho de que el Papa Francisco modificara el rito litúrgico para, en vez de ungir la ceniza en la frente, esparcirla sobre la cabeza de los feligreses, y que otros prelados hicieran lo propio en sus respectivos templos. Pero, no hay tal novedad, sino acaso el retorno de una práctica más antigua como bien lo describen los historiadores.

Papa Francisco espolvoreando cenizas sobre cabeza de prelado.
Foto y Fuente: La Vanguardia.com

Citado por Wikipedia, el estudioso Joaquín Bastús y Carrera Vicenz, explica [énfasis mío]:

La ceniza fue entre muchos pueblos una señal de dolor y de arrepentimiento.

El esparcirse ceniza o polvo sobre la cabeza en lugar de los perfumes con que solían ungirse los orientales, el sentarse en el suelo entre ceniza o polvo, eran las señales con que se expresaban las calamidades públicas, el dolor, la penitencia, el luto de donde se derivó, como dice el señor Torres Amat, la frase comer el pan con ceniza, pues es natural que caería esta de la cabeza del que comía.

Los judíos hacían una lejía o agua lustral con las cenizas de una ternera sacrificada el día de la gran expiación, la que servía para purificar a aquellos que habían tocado algún cadáver o asistido a los funerales. Los griegos y romanos, que observaban la costumbre de quemar a los muertos, tenían urnas llamadas cinerarias en las que ponían las cenizas de aquellas personas que les habían sido queridas y cuyos restos deseaban conservar.

En la primitiva Iglesia el obispo ponía un poco de ceniza en la frente del pecador al principio de su penitencia y de aquí viene la práctica, mandada en el Concilio de Benevento celebrado en el año 1091, de ir a recibir la ceniza el primer día de cuaresma. Hay algunas órdenes monásticas, como los trapenses, que ponen a los religiosos en medio de la iglesia sobre una cruz de ceniza poco antes de morir, para recordarles su origen y a lo que van a parar.

No cabe duda que los tiempos de esta pandemia han sido para más de uno de dolor y arrepentimiento, de reflexión sobre los estilos de vida, las expectativas en más de un aspecto. El nuevo orden mundial que nos hemos visto forzados a experimentar ha sustentado tanto a los más diversos temores como a las más variopintas explicaciones oficiales o conspiracionistas. Pero, en el fondo de todo, lo que queda son los recuerdos de los fallecidos, el sufrimiento de los contagiados y familias, muchas de ellas truncadas por el azar, la desidia, la negligencia o la dinámica propia de la vida aunada al proceso del contagio. Lo que queda es una verdad de las pocas absolutas que debemos enfrentar: polvo somos... hasta nuestras instituciones.


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