La igualdad femenina, entre la realidad y la falacia



UNO VE LA INFORMACÍON publicada en el resumen de una infografía publicada recientemente a ojo de pájaro y lo primero que piensa es que estamos muy mal en México en lo que a la igualdad de las mujeres se refiere. Aunque México no aparece enlistado en el resumen, el estudio del Banco Mundial que lo origina permite notar que nuestro país no está tan mal en el mejoramiento de la igualdad de las mujeres, aunque manifestaciones feministas a ultranza pretendan señalar lo contrario igual que alguna mujer arraigada en el miedo o el rencor, o algún varón trasnochado.

Claro, aún falta mucho por hacer y en eso debemos aplicarnos todos (en sentido general, sin discursos eufemísticos repetitivos y fastidiosos con base en una pretendida "corrección política") y no cejar ninguna. Ni tanto que queme a la santa ni tanto que alumbre a los diablos.

México, de acuerdo con este estudio ocupa un honroso lugar 45 con una calificación de casi 90 puntos, muy por arriba del promedio general de los países que es de 76 puntos.

El estudio se base en un cuestionario aplicado en los países que permite el análisis de la creación, aplicación efectiva y seguimiento de leyes tendientes a configurar la igualdad de la mujer en temas como la movilidad, acceso al trabajo, salarios, relaciones matrimoniales y de pareja, maternidad, emprendimiento, activos y propiedades, pensión digna.

Hay rubros que México debe superar y en ello, el papel de los legisladores, al margen de los intereses electorales del momento, es fundamental.

Parece inconcebible, absurdo, que las "adelitas" defensoras de AMLO desde aquella primera campaña presidencial que derivó en el plantón de Reforma, hoy hagan tan poco por las mujeres y, en cambio, ciegas, aplaudan y toleren el ninguneo del gobierno actual que, aun teniendo féminas en puestos clave las tiene en calidad de floreros, como adorno retórico contra el "qué dirán", para que se note que la igualdad "es un hecho" aun cuando, también hay que decirlo, algunas y no por su condición de mujer, dejan bastante que desear respecto de las expectativas de la nación sobre sus respectivos desempeños. En eso, hoy, todos son coludos y rabones.

En las elecciones venideras en México, siguiendo lo que anoté en un artículo anterior, la pandemia que ha hecho estragos en el padrón electoral hará notar también el específico peso de las mujeres y de los jóvenes. Las mujeres, vapuleadas literal y metafóricamente por el actual gobierno, tanto más o menos como los anteriores, tomarán la batuta y sentarán tendencias de voto. No tengo duda de ello. Y, aunque parezca contradictorio, estoy cierto que, siendo una mayoría de simpatizantes de MORENA y de Andrés Manuel López Obrador, junto con los jóvenes inclinarán la balanza a que continúe dicho partido manteniendo una mayoría significativa en el congreso. La explicación adicional está en el el hecho de que, quienes hoy podemos estar señalando que el actual gobierno implica una regresión a las formas de administración pública (y mal hecha, además) de los años setenta, muchos de esas generaciones están muriendo por la pandemia, hayan o no votado por la llamada 4T. Los jóvenes, en cambio, en especial las mujeres jóvenes, no tienen idea de lo que eso significa, para ellas lo importante es el ahora, lo que ellas experimentan en temas de feminicidios, acoso, abusos. Ahí está la clave que, por ahora, no he visto en ningún partido abrazar en la promoción del voto. Todos están dependientes de la inercia de lo ocurrido en 2018 y en la ilusión de que el desencanto es lirio que florece en el estanque pútrido de un país que no avanza.

Sí, lo que la posición de México en este estudio revela no es nada más que vamos bien, sino que también vamos mal y que, dato tras dato, tras cada uno de esos "otros datos" tan cacareados y sin embargo tan opacos, la realidad muestra que la igualdad de la mujer en México no deja de ser una simulación y por tanto parte de la gramática de ese imbécil discurso de género políticamente correcto.

Insisto, ese discurso, lo único que hace es separar, más que unir, marcar la diferencia en vez de enfatizar las igualdades. Ellas, tercas, necesitadas de atención e igualdad, no quieren verlo. Ellos, condescendientes, les siguen el juego como el niño malcriado que le da el avión a la madre para que lo deje jugar.

Otros indicios a destacar de este estudio son los relativos a que, aun cuando tenemos leyes en México preocupadas por los derechos de las mujeres, en la práctica la aplicación de las mismas o es marginal o nulo en todos los rubros, especialmente los relativos a la remuneración por el trabajo y la seguridad (incluida la seguridad sanitaria), y no por fuerza en razón de que las leyes no se apliquen o no existan o estén en calidad de adefesios, sino porque las personas encargadas de ello son las que fastidian todo: varones y mujeres en puestos como médicos legistas, ministerios públicos, jueces, funcionarios, patrones, policías, sacerdotes, maestros, los mismos padres y madres inciden en replicar los patrones de conducta, los usos y costumbres nocivos que la modernidad, aun en los pueblos indígenas, no hace más sino refinar en un caldo de cultivo donde la ignorancia es el nutriente principal. Basta ver las estúpidas declaraciones de algunas feministas que ahora traen y llevan el dicho de acabar con el "pacto patriarcal", ¡cómo si el patriarcado fuera el culpable de todo mal y el matriarcado fuera la virtud en sí misma! A ésas les he dicho abierta y públicamente que les hace falta conocer, estudiar, abundar en la historia y antropología de la familia, pero eso lo trataré en otro u otros artículos, lo creo necesario ¡ya!

El día que nos veamos como personas, nada más, y nos olvidemos de las obvias diferencias de sexo, entonces podremos hablar de igualdad hasta en la cama. Pero, hablando en plata, de veras la igualdad absoluta nunca se conseguirá, ni entre ricos y pobres, ni entre mujeres y hombres y sus concepciones genéricas intermedias, sino en ciertos aspectos, los elementales y que descansan justo en la diversidad y no igualan, sino distinguen y justo por ello dan al ser su exacta dignidad. Las leyes no tendrían por qué hacer distinciones entre homicidio y feminicidio, que ya la raíz "homo" incluye a todo ser humano. No tendrían por qué establecer jornadas laborales y tratamientos distintivos para hombres y mujeres, mencionándolo. ¿No debería bastar con hablar de los derechos que todos tenemos como personas independientemente de lo que tengamos entre las piernas y en nuestras mentes?

¡Arre!, que llegando al caminito...

CON UN NUEVO VIDEO, el ex candidato a la presidencia de México por el Partido Acción Nacional, Ricardo Anaya, difundió uno más de sus videos al más puro estilo, toda proporción guardada, del mismo AMLO en los años que hizo campaña para la presidencia sin que se mencionara claramente la intención (me hizo recordar aquel en que conduce una carreta en Oaxaca), al punto que ni los reclamos causaron mella o conciencia entre los ministros del Tribunal Federal Electoral en su momento.



Por supuesto, el estilo personal también se impone y no por usar las "mismas armas conceptuales y creativas" se consiguen los mismos resultados; si así fuera, Ricardo Anaya tendría que esperar dieciocho años para acceder a la presidencia, como hizo el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador. Es posible, si consideramos que son seis años de gobierno de AMLO y, como he augurado, serán desde el 2024 otros seis de una continuación de gobierno izquierdista (no necesariamente morenista), igual que sucedió cuando tuvimos en la alternancia dos panistas: Vicente Fox Quezada y Felipe Calderón Hinojosa, separados por un priyista, Enrique Peña Nieto (lo que, a ojos del sistema político mexicano pendular, coloca al PRI en el centro, lo que desubica o matiza la posición ideológica de los partidos satélites).

En contraste, ahí tenemos los diversos espots de campaña en la televisión abierta, algunos replicados en streaming y redes sociales. Unos más absurdos que otros, por no decir torpes no nada más en su hechura sino desde su concepción, como ese del Partido Encuentro Social (P.E.S.) que incluye entre sus afirmaciones de campaña, y cito:

Como sociedad, no nos gusta que se gasten nuestros recursos en partidos políticos.

Una afirmación que se antoja estúpida y contraria al inherente espíritu del mismo partido que emite tal dicho y que, además, hubo de utilizar recursos para mantener su registro luego de perderlo en las pasadas elecciones y resucitar por sobre los argumentos en contra que alegaban la inclusión de ministros de culto.

En estas campañas, no obstante lo álgido de la polarización promovida desde el gobierno federal y por el mismo presidente desde años atrás, noto una más mesurada distribución comunicativa en comparación con años anteriores. No por virtud de los estrategas de comunicación. Quizás sea explicable por la dinámica mediática que vivimos, o porque los impactos publicitarios ahora se ven más dispersos, o que los efectos anímicos de la pandemia nos pueden mantener distraídos en la búsqueda de contenidos más ligeros para sobrellevar la pesadumbre del encierro, la recesión y la angustia. Me pregunto cuánto de esa dispersión abona a la incomunicación y la efectividad publicitarias. Se verá en las elecciones venideras.

Una cosa es cierta, la cosecha de candidatos cada vez es más pobre en calidad y la oferta política en consecuencia, lo que en buena medida se explica por el bajo nivel socioeducativo de la ciudadanía en general, a pesar de los mayores índices de acceso a la educación y la cantidad de profesionales y posgraduados.

No niego que cualquiera, lo mismo Paquita "La del Barrio" como tú o yo tenemos en nuestros derechos y posibilidades ser votados. Aun así, ya he escrito que muchas veces el sentido común de un ciudadano corriente puede ser más asertivo que los años de experiencia de un político profesional. Diputados hay que no saben leer con soltura, aun a pesar de sus créditos académicos y hay burócratas que, por sus andanzas en la función pública, se saben lo duro y lo maduro, aun cuando no hayan ni siquiera terminado la primaria. Sin embargo, más allá del deseable conocimiento, capacidad probada y sensibilidad popular de un individuo, ya en el ejercicio del poder, lo hemos atestiguado, ocurren muchas cosas que o fructifican en beneficio o pudren en perjuicios de personas, grupos, ideas o la sociedad en general, por no decir del país mismo.

De ahí que, y aquí otro augurio en consonancia con lo que he escrito en mi blog más de una vez, preveo un notable aumento en el porcentaje de anulación en las próximas elecciones de julio. En parte, como efecto de la pandemia y los protocolos de sanidad de la mano del temor social respecto del contagio, máxime cuando se está anunciando ya la probabilidad de que en los meses veraniegos se produzcan no una sino dos olas a causa de las nuevas cepas ya presentes en México, unas más agresivas que otras: la china, la inglesa, la brasileña y la surafricana.

O sea, el abstencionismo en una mano como consecuencia del encierro de la cuarentena incidirá un poco más de lo esperado. En parte también por las consecuencias de mortalidad que la misma pandemia ejerce diariamente sobre el padrón electoral, desde el momento que el grueso de los decesos se halla estadísticamente ubicado en la porción de área de la curva normal que describe a la población adulta y adulta mayor. Un estudio de la UNAM publicado en diciembre de 2020 hizo notar que el 60% de los fallecidos por Covid-19 eran adultos entre 40 y 69 años), siendo además el sustento de sus familias. Es decir, el electorado se verá reducido por causas tanto naturales, sanitarias, como sociales y políticas. Por otro lado, el desencanto frente al partido de la "esperanza", la polarización y la carencia de opciones aceptables, decentes, con una ideología clara y no las insulsas promesas gazmoñas de siempre, llevarán a muchos a actuar en alguna de estas líneas de elección:

  • Votar por el menos peor o por el que se supone mejor malo por conocido que bueno por conocer; pero, como ya conocimos que todos se cuecen en el mismo hervor, pues qué más da. Es decir, la lógica del elector promedio será muy distinta de la que lo ha caracterizado en elecciones anteriores.
  • Anular el voto ya por reacción o por decepción, lo que refuerza los motivos detrás de esta forma.
  • Votar en blanco, en la idea de que esta forma de expresión no implica anulación y en la esperanza de que algún día los legisladores de veras consideren hacer tanto de la anulación como del voto blanco maneras de elección vinculantes. El día menos esperado podría darse que una buena cantidad de mexicanos votara, por ejemplo, por un servidor, anotando en la casilla blanca mi nombre completo José Antonio de la Vega Torres o el de otro de su agrado, con vida y en activo. No nada más como impulso o una salida al ahí se va mexicano, sino en conciencia de que alguien fuera del sistema, y aun más independiente que los candidatos independientes sujetos a los leoninos requerimientos del sistema de partidos, podría hacer una diferencia. Digo, soñar no cuesta nada, tanto en el portador del nombre anotado como en el del elector anhelante de un mejor destino común.

En 2018, solo para la Ciudad de México y de acuerdo con el estudio muestral efectuado por el IECM (Instituto Electoral de la Ciudad de México), la anulación efectiva y eficiente  alcanzó un 17%, dato este relativo respecto del conjunto de la votación y extrapolado de la diferencia entre votos anulados bajo un criterio de error (41%) y los anulados intencionalmente (59)%. El estudio consideró, a contrapelo de lo establecido por la ley y el reglamento electorales, catorce categorías de anulación, describiendo desde "el sufragio en blanco, las marcas totales y apodos a las críticas hacia partidos políticos y autoridades federales y locales, entre otras causas".

El sufragio en blanco, en teoría, no se ajusta a la anulación por antonomasia. Pero, la falta de claridad legislativa acerca de su utilidad vinculatoria al proceso ha llevado a que se le confunda incluyéndolo como una categoría de anulación, aunque en la práctica además se le contabiliza muy aparte y no hace factor determinante de anulación, como ya he anotado en varios textos anteriores.

Por supuesto que cualquiera de esas categorías se verán diferenciadas y presentan variaciones estadísticas y variantes lógicas dependiendo del tipo de comicios del que se trate y la entidad en que se haga la medición, pues no reflejará la misma anulación un comicio para elegir alcaldes, que uno para legislaturas, etc. Aún así, si tomamos como referencia el solo dato como elemento expresivo de la tendencia electoral de la ciudadanía, generalizando, podemos llegar a conclusiones interesantes. Veamos.

Siguiendo el estudio del IECM y comparando con los datos generales del INE de votos en 2018, cuando la participación ciudadana alcanzó poco más del 63% del padrón electoral, el porcentaje de anulación de votos (solo anulación) y en números cerrados absolutos superó el 2% (2.7% conforme a la numeralia del propio INE [p. 130]) frente al voto blanco que alcanzó el 0.000564%. Datos estos que marcan una cierta consistencia y coherencia entre las expectativas del electorado del grupo de los "aparentes indecisos" de la llamada espiral del silencio y la respuesta que este da con su voto ante la oferta de candidatos, partidos y plataformas políticas.

Un comparativo histórico permite ver que ya, en las elecciones de 2012, estos datos fueron muy similares: anulación 2.42%, si bien el voto blanco fue mayor, 0.06% como consecuencia de la confusión ya anotada líneas arriba pues, a ojos del elector, mientras los actores políticos no le hagan notar las diferencias entre voto nulo y voto blanco, estos serán siendo tomados como sinónimos y políticamente equivalentes, aunque estadística y legalmente no lo sean.

Esa enorme diferencia —aunque sea matemáticamente fraccionaria—, entre 2012 y 2018 en el voto blanco se explica por la aparición de las candidaturas independientes que, de algún modo, trajeron un elemento de mayor certitud y meta al voto blanco pues, en tratándose de candidatos, a ojos del elector siempre es más manejable cognoscitivamente contar con un nombre específico sobre el cual optar —así se trate incluso de una alianza o coalición— que apostar por una casilla vacía.

Las candidaturas independientes, entonces, trajeron un capítulo más en el perfeccionamiento del sistema democrático mexicano, aunque el sistema de partidos las convirtió en un esperpento legal, administrativo y burocrático, insensible ante la realidad de los verdaderos aspirantes a candidaturas independientes, forzándolos a justificar su aspiración mediante leoninos requisitos para los que solo los pudientes en relaciones o finanzas pudieron cumplir. Así, los candidatos independientes en las condiciones actuales solo valen como monigotes para distraer el voto inconforme, lo que no es nada despreciable en la lectura de los datos y sus significados para la democracia.

La aspiración legítima de un hijo cualquiera de vecino está, por ahora, fuera de todo alcance, a menos que el voto blanco se vea afinado desde la ley para permitir el equilibrio y, sobre todo, el destino específico del sufragio de aquel elector que no quiere anular, quiere participar y no abstenerse, pero ninguna opción registrada en la boleta le convence. Ese no es un indeciso, simplemente es un elector que no halla representación en lo establecido, ya en la forma de partidos, ya en la de candidatos. Si en el primer caso, para incluso volverse militante. Si el segundo, para simpatizar. Para ese, el voto blanco le significa el clamor por ser tomado en cuenta por la comunidad, no por imposición, seducción o conveniencia, sino por convicción comunitaria. Imagina, estimado lector, un escenario en el que un conjunto de votantes inconformes se reúnen y acuerdan votar al unísono por el compadre de la esquina, quien les parece un individuo capaz de liderarlos, pero cuyos recursos le son insuficientes para registrarse. Y estos vecinos se pasan la voz "vota por fulanito" y, en la casilla, todos anotan su nombre y resulta ganador en los comicios. Nuestra ley aun no contempla claramente ese escenario y sus consecuencias vinculantes.

Algo que el sistema de partidos olvida es que los líderes nacen y no solo se hacen, que la cacería de talentos para el liderazgo es un arte y que los líderes jamás triunfan cuando son impuestos o al menos puestos y acomodados por los intereses fácticos. Los verdaderos líderes gozan del reconocimiento pero también del escrutinio sociales.

Los casos del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador o el antecesor, Enrique Peña Nieto, vistos en perspectiva seguro no me dejarán mentir.

Cenizas y Pandemia


ESTA SEMANA, para los creyentes cristianos y sobre todo católicos fue Miércoles de Ceniza.

El miércoles de ceniza es un día santo cristiano de oración y ayuno. Se trata de una celebración litúrgica móvil precedida por el Martes de Carnaval y es el primer día de Cuaresma,​ que son las seis semanas de penitencia antes de Pascua. 

Se celebra cuarenta días antes del domingo de ramos, día tras el que comienza la Semana Santa. Y se acostumbra la unción del símbolo cristiano (pez o cruz) en la frente de los creyentes, como un recordatorio de la marca sobre las puertas de los judíos esclavos en Egipto preparatorio de las plagas que derivaron en su liberación, motivo por el cual se celebra la pascua o pesaj y que en 2021 ocurrirá entre el 27 de marzo y el 4 de abril.

La ceniza, cuya imposición constituye el rito característico de esta celebración litúrgica, se obtiene de la incineración de los ramos bendecidos en el Domingo de Ramos del año litúrgico anterior. Sin embargo, ¿se han preguntado de dónde sale tanta ceniza para ungir a tanto creyente?

Entre la fe y la utilidad

La respuesta de sentido común es que, si es insuficiente el rescoldo de los ramos, se hace más quemando y triturando madera, virutas, papel, tela de ropa vieja, de preferencia hecha con fibras naturales como algodón, lino, seda o lanas.

El comentario que haré podrá parecer insensible, apóstata, por lo menos absurdo a los ojos de algunos. No lo hago con mala intención ni ánimo de ofender; pero, no descarto la posibilidad de que parte de las cenizas también provengan de los hornos crematorios de las funerarias y/o de las quemas e incendios tan comunes a estas alturas de cada año, si bien estas obedecen a otras razones.

Incineración de una víctima de coronavirus
en crematorio de Iztapalapa.
Foto y fuente: Chicago Tribune
¿Por qué digo esto? Porque tiempo atrás supe que las cenizas restantes, en la limpieza de los hornos (por lo menos los de crematorios veterinarios y rastros), eran vendidas, en tratándose de cenizas provenientes de productos orgánicos, para la elaboración de compostas y fertilizantes para la agricultura y la jardinería, e incluso para su procesamiento en la industria química en la elaboración de jabones, cosméticos, pegamentos (y no quiero que esto implique una odiosa remembranza de la industria nazi tras los campos de concentración) o la generación de energía eléctrica. ¿De esto último podría derivarse parte de la "necedad" del actual gobierno mexicano por apostar a la generación eléctrica a partir de la explotación del carbón, en vez de apostar a las energías renovables?

Piénsalo, amigo lector, y puede no resultar descabellada la duda, aunque parezca tétrica y horrorosa: México no es un gran productor de carbón. De hecho, la industria carbonífera mexicana con yacimientos en el norte y el sur lleva varios decenios de capa caída, por no decir que depauperada al punto de que CFE ha tenido que importar carbón, de manera especial, pero no únicamente, de EE.UU. y China, desdeñando la producción nacional como acusó en 2014 la AMDE (Academia Mexicana de Derecho Energético). Al comienzo del actual gobierno, en marzo de 2019, Manuel Bartlett titular de CFE habría afirmado que la empresa no recurriría al carbón para generar electricidad. La pandemia lo llevó a un giro de timón y a contradecirse no solo en los dichos, sino en los hechos y para sorpresa del mundo.

Las decisiones recientes en este tema para dar nuevo impulso a este rubro no nada más van a contrapelo de la tendencia mundial y las recomendaciones de especialistas en cambio climático y energía, sino muy probablemente llevan una segunda intención que es, por una parte, ocultar los tejes y manejes de la industria funeraria y, por otro lado, aprovechar los excedentes (que no han de ser tantos, si nos atenemos a las cifras oficiales de mortalidad; pero, súmense los demás residuos sólidos que generamos diario los seres humanos, y la cosa cambia) para, mezclados, incidir en un "ahorro" presupuestario ad hoc en tiempos de recesión, pandemia y "austeridad republicana". Es decir, si por un lado se apuesta a una industria sucia que incide en el efecto invernadero, por otro se le busca un lado virtuoso al propiciar la generación de energía "limpia" a partir de la incineración de "desechos solidos". Por una parte se promueve la reforestación de maderas preciosas en el sureste, por otro se "rescata" (como hiciera Vicente Fox con los ingenios azucareros) una industria como la carbonífera y, por otro se aprietan las tuercas a la minería extranjera en México, especialmente la canadiense, en un afán retrógrada por recuperar un patrón plata para sostener a un peso cuya dinámica hoy no se basa en ningún metal como antaño sino, y desde el sexenio de Ernesto Zedillo, es volátil en función de los vaivenes del mercado cambiario.

¿Será que el empuje reciente de criptomonedas como el Bitcoin está ejerciendo una presión grande sobre las criptomonedas a las que había apostado AMLO como ya había yo anotado en un artículo previo?



En estos dos primeros meses de 2021 el Bitcoin ha repuntado como nadie imaginaba, partiendo de los ocho mil dólares estadounidenses hasta alcanzar una cotización superior a los cincuenta y dos mil dólares (antes de publicar estas líneas), significando un crecimiento de alrededor del seiscientos cincuenta por ciento. Este dato, en el contexto de la política económica estadounidense no significa para México un buen augurio, pues la liga con esa moneda conlleva el debilitamiento de la nuestra y, según los analistas, no es descartable que entre 2021 y 2022 el nuevo orden mundial lleve a un cambio de moneda patrón al colocarse el yuán chino como la moneda de referencia.


¡Hagan sitio! O cuando nos volvamos carbón

Esto me lleva a un recuerdo anecdótico, escatológico, pero que encierra una cruda verdad. Alguna vez, en la universidad, uno de mis compañeros preguntó a cierto profesor acerca de qué era un determinado personaje sobre el cual teníamos que estudiar. El maestro que era ex militar, ex miembro del Estado Mayor Presidencial y que nos enseñaba entre otras materias Metodología de la Investigación, tosco y seco contestó: «¡Fiambre! ¡Es fiambre!». No entendiendo el compañero la palabra requirió mayor explicación, a lo que el maestro espetó impaciente: «¡Fiambre! ¡Cadáver! ¡Difunto! ¡Despojo! ¡Residuo sólido! ¡Restos mortales!». Y sí, por crudo que suene, eso somos al final de nuestra vida, independientemente de que muramos por causas naturales, pandemias, o acabemos occisos, es decir, muertos por causa violenta, asesinados por cualesquier aviesos motivos del criminal que nos despache. Al final somos fiambre, residuo sólido orgánico que, junto con otros, somos materia convertible en energía y lo que está por discutirse es nuestra huella de carbono y su incidencia en el cambio climático. Si sepultados, nos descomponemos en metano, igual que la basura, y tardamos años, quizás siglos en desintegrarnos, en compostarnos para ser uno con la tierra. Incinerados, en cambio, podemos ser disponibles de manera más pronta, expedita e inmediata para el bien común.

¿Acaso esto recuerda la película y la novela Cuando el destino nos alcance basada en la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (1966), de Harry Harrison? En cierto modo, quizás lo que vemos ahora con esas cenizas es una variante del soylent verde. Se trata de "hacer sitio" a los vivos y, ¡qué interesante! ¡Cómo ajusta todo incluso con una Agenda Habitat de la ONU! a la que se ligan planes de desarrollo urbano como el presentado recientemente en Naucalpan y otros municipios del país para el desarrollo de "ciudades resilientes" y que comenté tiempo atrás. Tema este que pasa por otro también tocado aquí en estos Indicios Metropolitanos y al cual tampoco nadie le quiere entrar a cabalidad, si no es para sacar tajada y raja para su molino; es decir, ni pepenadores ni industriales ni gobiernos municipales: la generación de energía a partir de la basura y la mierda que arrojamos a los cuerpos de agua y afluentes. Solo unos pocos municipios lo hacen en México, lo que tiene muy alejada la meta y propósito del mismo gobierno de López Obrador de generar el 35% de la energía a partir de fuentes renovables para 2024.

Sí, es cierto que entre las soluciones que se han buscado para desminuir la huella de carbono mexicano está la prohibición del uso de ciertos plásticos, aunque la pandemia dio al traste con tal iniciativa de ley en aspectos insospechados como el desarrollo de empaques de alimentos o el reciclaje de las bolsas de plástico mediante la reutilización, mientras por otra parte el consumo y desecho de cubrebocas, guantes, micas y otros insumos preventivos contra el Covid-19 se ha convertido en un problema más en ciudades y costas.

Uno de muchos estudios de especialistas, elaborado en 2019 al respecto, señala:

La creciente producción de residuos sólidos urbanos (RSU) está directamente relacionada con el aumento de la población en áreas urbanas y con el desarrollo económico. Actualmente más de la mitad de la población mundial se ubica en áreas urbanas y la tasa de crecimiento de la población en estas zonas se estima en 1,5%. Con la mayor demanda de bienes y servicios de la población, para el año 2025 se estima que la producción global de RSU será de 2.200 millones de toneladas al año. Por tanto, es urgente para los países en vía de desarrollo, que no poseen programas de gestión integral de residuos sólidos que los implementen, considerando los RSU como un recurso y no como un problema. [Diversos autores] plantean varias alternativas de valorización de los residuos, tales como el reciclaje, el compostaje, y la biodigestión. Adicionalmente, los RSU pueden ser aprovechados para generación de energía a través de procesos bioquímicos (digestión aeróbica y anaeróbica) y procesos termoquímicos (incineración, gasificación y pirólisis). Los procesos termoquímicos tienen mayor potencial energético y mayor capacidad de reducción del volumen de RSU. Se estima que, en todo el mundo, aproximadamente 130 millones de toneladas de RSU son procesadas en plantas de Residuo-a-Energía (RAE) cada año, y producen 45 GW-h.

La incineración de RSU es el método más usado entre los procesos termoquímicos, esto se debe a que tiene la capacidad de procesar residuos con composición heterogénea. Sin embargo, este proceso se da a altas temperaturas, lo que favorece la emisión de sustancias con grave impacto en el ambiente y la salud pública [...]
Sí, sé que suena fantasioso, producto de una mente distorsionada o de una ficción de horror. Pero, no ha de serlo tanto en un país donde las verdades oficiales en torno a la osamenta de la Paca y los 48 desaparecidos de Ayotzinapan o los "otros datos" resultaban increíbles, míticos y luego resultaron una espantosa realidad o la más ominosa mentira alrededor de la cual los gobiernos en turno nos han tenido girando y en vilo.

Polvo somos... y hasta polvo de instituciones

Tengo claro que es este un tema que nadie, en realidad, se ha puesto seriamente a investigar por lo sensible y delicado que es, en lo moral y en lo emocional, lo político y lo legal. No obstante, circunstancias como la pandemia orillan a repensar incluso estos tópicos desde una perspectiva seria, humanista tanto como humanitaria, que son dos cosas distintas. La muerte también obliga a transparencia y, como ya he dicho en otra parte, la transparencia es la más sutil de las trampas. Para saber vivir hay que saber morir, dice el libro tibetano de los muertos.

Para ninguno de nosotros es un secreto o una novedad que a lo largo del ya casi año y medio de pandemia por el SARS-2 Covid-19 (dos años, si contamos los meses previos de sufrimiento en China), uno de los problemas más acuciosos que hemos enfrentado en nuestros países es el de la saturación de las funerarias y por tanto de los crematorios, por causa del aumento en la mortandad. Eso sin mencionar el escandaloso y multitudinario sacrificio, en Dinamarca, en dos ocasiones, de visones contagiados de Covid-19 o de pollos contagiados, en Japón y Europa, por una nueva variante de gripe aviar.

En el grupo de estos Indicios Metropolitanos y su página en Facebook tuve cuidado de dar seguimiento a esas terribles noticias que nos describían incluso el "olor a muerte" en algunas delegaciones de la Ciudad de México y las inmediaciones del Estado de México, aroma ocasionado por las incesantes emanaciones del humo surgido de los hornos crematorios de funerarias y panteones saturados donde se incineraban, por norma, los cuerpos de los fallecidos, máxime si el acta de defunción indicaba como causa el Covid-19.

Ya, tiempo atrás, vecinos cercanos a esos panteones, funerarias y crematorios (algunos incluso clandestinos) habían denunciado en diversos estados de la república la "contaminación" generada por los mismos y dichas denuncias se multiplicaron con la pandemia junto con la desesperación de los deudos que, por la saturación debían velar en las condiciones más insalubres a sus fallecidos en sus casas.

Es triste decirlo, pero la pandemia hizo para la industria de la muerte una discutible bonanza que "favoreció" a constructores de ataúdes e incineradores, pero empobreció a sepultureros. Y aun así, tampoco fue beneficiado ese giro de servicios, porque acabaron rebasados como parte del sistema de salud del que forman parte.

Esto viene entonces a escribir un interesante capítulo en la historia de los cementerios y la historia de la muerte misma que, ya, ha implicado para los gobiernos y los ciudadanos y clérigos de todos los credos un abrupto, forzado cambio de mentalidad y formas de administración, tanto como lo hizo en al menos dos etapas del pasado: en la Edad Media, tras la peste negra que llevó a replantear el papel, ubicación y funcionamiento de las catacumbas y criptas, trasladándolas a los campos circundantes de las ciudades, creando los panteones y los cementerios parroquiales, así como en el enterramiento con cal o la incineración forzosa de los cadáveres y la creación de un sinnúmero de métodos más para la prevención de contagios y menoscabo de la higiene.

Otro caso fueron las epidemias de viruela o, más próxima en el tiempo, la pandemia de influenza española a comienzos del siglo veinte, en cuyo último decenio pareció darse una reversión a la tendencia sobre el control de camposantos, fundamentalmente por dos razones: una, los intereses inmobiliarios; dos, los intereses económicos parroquiales que, en el afán por dar un "servicio de calidad al público", optaron por remodelar templos (el caso más cercano a mí es el templo parroquia de Nuestro Señor del Campo Florido, en el fraccionamiento La Florida, en Naucalpan, Estado de México que, muy a pesar de su valor artístico universal, años atrás el párroco de turno decidió (y obtuvo el permiso) para alojar en la torre del campanario nichos para incensarios para allegarse recursos adicionales a los servicios de consagración, donativos y limosnas; y, como ese, hay numerosos ejemplos donde se quiera ver. En resumen, ya no cabíamos los vivos, y empiezan a no caber los muertos. 

En aquella época medieval, las cenizas de los ramos eran mezcladas ya con las cenizas de los cadáveres y en algunos templos eran ungidas con el dedo del sacerdote o pastor, o mediante el uso de sellos tallados con el símbolo al efecto en huesos de esos mismos cadáveres, humanos o animales, o en madera.

También, otro tema poco estudiado, por considerarse de poco interés noticioso, es el relativo a la especulación inmobiliaria asociada a esa "industria de la muerte" que supone no nada más la construcción de cementerios, el aprovechamiento de amplias zonas incluso "protegidas" para parcelarlas en lotes cuya propiedad temporal o a perpetuidad ha significado un negocio redondo paralelo, incluso del que se han visto beneficiadas notarías que, cuando algún lote no es "cuidado", visitado, conservado, por debajo de la mesa han llegado a cambiar los registros de propiedad permitiendo que en una misma tumba o cripta queden enterrados individuos pertenecientes a distintas familias o, incluso, que sean exhumados restos "no reclamados" (a pesar de la perpetuidad). O, se dan los casos en que los enterradores, coludidos con la administración del cementerio y algún notario, consiguen "clientes" y, conocedores de los lotes "abandonados", se dan a la tarea de exhumar sin permisos o con permisos apócrifos los restos originales para arrojarlos a las fosas comunes y/o los crematorios respectivos, dejando el lote dispuesto para su especulación y venta. Y esa escena escabrosa en la película Poltergeist de féretros saliendo de debajo de la tierra en un poblado residencial de moda construido sobre un antiguo cementerio encierra una sutil crítica.

Los medios modernos tomaron como una novedad el hecho de que el Papa Francisco modificara el rito litúrgico para, en vez de ungir la ceniza en la frente, esparcirla sobre la cabeza de los feligreses, y que otros prelados hicieran lo propio en sus respectivos templos. Pero, no hay tal novedad, sino acaso el retorno de una práctica más antigua como bien lo describen los historiadores.

Papa Francisco espolvoreando cenizas sobre cabeza de prelado.
Foto y Fuente: La Vanguardia.com

Citado por Wikipedia, el estudioso Joaquín Bastús y Carrera Vicenz, explica [énfasis mío]:

La ceniza fue entre muchos pueblos una señal de dolor y de arrepentimiento.

El esparcirse ceniza o polvo sobre la cabeza en lugar de los perfumes con que solían ungirse los orientales, el sentarse en el suelo entre ceniza o polvo, eran las señales con que se expresaban las calamidades públicas, el dolor, la penitencia, el luto de donde se derivó, como dice el señor Torres Amat, la frase comer el pan con ceniza, pues es natural que caería esta de la cabeza del que comía.

Los judíos hacían una lejía o agua lustral con las cenizas de una ternera sacrificada el día de la gran expiación, la que servía para purificar a aquellos que habían tocado algún cadáver o asistido a los funerales. Los griegos y romanos, que observaban la costumbre de quemar a los muertos, tenían urnas llamadas cinerarias en las que ponían las cenizas de aquellas personas que les habían sido queridas y cuyos restos deseaban conservar.

En la primitiva Iglesia el obispo ponía un poco de ceniza en la frente del pecador al principio de su penitencia y de aquí viene la práctica, mandada en el Concilio de Benevento celebrado en el año 1091, de ir a recibir la ceniza el primer día de cuaresma. Hay algunas órdenes monásticas, como los trapenses, que ponen a los religiosos en medio de la iglesia sobre una cruz de ceniza poco antes de morir, para recordarles su origen y a lo que van a parar.

No cabe duda que los tiempos de esta pandemia han sido para más de uno de dolor y arrepentimiento, de reflexión sobre los estilos de vida, las expectativas en más de un aspecto. El nuevo orden mundial que nos hemos visto forzados a experimentar ha sustentado tanto a los más diversos temores como a las más variopintas explicaciones oficiales o conspiracionistas. Pero, en el fondo de todo, lo que queda son los recuerdos de los fallecidos, el sufrimiento de los contagiados y familias, muchas de ellas truncadas por el azar, la desidia, la negligencia o la dinámica propia de la vida aunada al proceso del contagio. Lo que queda es una verdad de las pocas absolutas que debemos enfrentar: polvo somos... hasta nuestras instituciones.