ESPIRAL INFORMATIVA


Cambalache virtual

Por J. Antonio Castillo de la Vega

Desde que lo cree, mi Paréntesis ha servido para permitir un alto en el camino y ver las cosas, hechos, personas e ideas, con la mesura del paseante que busca aparentemente distraído aclarar su pensamiento.

Desde hace algunos meses, este espacio, ahora transformado en blog junto con el resto de las secciones y columnas que conforman Indicios Magazín-e, ha servido para, además de lo dicho, descubrir mundos que se internan en otros mundos como en una interminable espiral.
Así, menos como Magallanes y más como el capitan Ahab, que vivió obsesionado con pescar a Moby Dick, o como el capitán Nemo, quien hizo lo propio en su afán por separarse de la humanidad, de un tiempo a esta parte me he descubierto convertido en una especie de eremita que, desde su cueva, aislado y sin embargo observante del entorno, lanza arponazos con la esperanza de sobrevivir, navego entre sitios, páginas web, blogs, videoblogs, audioblogs, etcétera. Me descubro difuminado entre noticias vacuas y agendas mediáticas.
A la deriva, un fenicio del siglo XXI
Repentinamente, más allá del albotoro y la revoltura informativa, escucho voces que apelan a la regulación, a la normatividad, y a estas se oponen otras no menos altisonantes de defensores de la libertad sin cortapisas.
Por un lado, padres preocupados por los contenidos que atienden sus hijos. Por el otro, hacedores despreocupados de la responsabilidad de sus actos expresivos. En medio de ambos, puestos como extremos del paréntesis, el resto de los mortales mareados y sin orientación giramos halados al fondo del torbellino de palabras e imágenes.
Lo irónico del asunto es que, como si se tratase de un agujero negro, semejante remolino del que trata de zafarse sin éxito esta entrega (o post, para usar el término técnico), absorbe todo lo que está en su proximidad: sitios web, blogs, páginas corporativas, fotos, videos, audios del momento, las señales digitales de radio y televisión, e-books, artículos; bibliotecas, tiendas, bancos, gobiernos virtuales, portales eclesiásticos, trampas estafadoras... Todo va a dar al pozo sin fondo de un oceano inmisericorde donde quizá habitan monstruos hambrientos y espantosos.
En fin, voy ahora navegando amparado bajo el velamen de estos párrafos y, aun cuando mis instrumentos de medición me indican que voy por el rumbo trazado, en verdad desconozco si más allá del horizonte de tu mirada, estimado lector, arribaré a buen puerto.
Sólo de un modo puede saberse a ciencia cierta: cuando la capitanía de puerto que habita en tu intención expresa abiertamente, mediante la bandera de tu comentario, la calma o la tormenta que avisora.

Aprendiendo a morir (Presentación)

Desde mí

Por Antonio de Vega y Torres

"Filosofar es aprender a morir" es el título de uno de los numerosos ensayos del escritor francés Michel Eyquem de Montaigne, importante autor renacentista. He querido comenzar este espacio con este tema por una simple razón: vivir es morir.

En verdad a muchas personas la muerte les resulta un tópico azas incómodo y prefieren disociarlo de toda referencia vital. Pues piensan que la muerte es desasosiego tanto como inmovilidad, cosa de espanto o indeseable, pero muy pocas veces se detienen a mirar que es lo más cotidiano y presente.

La respiración, mucho más que otras manifestaciones humanas como la risa, el trabajo incesante, el sexo o el sentimiento de culpa, por ser puramente de orden biológico es el principal indicio que nos permite comprender el valor de la vida y su vínculo indisoluble con la muerte.

Dos caras de la misma moneda, vida y muerte nos definen, nunca seremos nosotros quienes las determinen ni con leyes o buenos deseos, tampoco con actos pervertidos u odios recalcitrantes.

Comprendernos como seres humanos, a cabalidad, debería comenzar por el entendimiento de todo lo que rodea e implica a la vida como tránsito para la muerte. Igualmente, parte de ese comienzo debería ser el entendimiento de todo lo que rodea e implica la muerte en tanto fin último de la vida, tal como la conocemos.

Sin marginar puntos de vista, aproximaciones a este tema. Las meditaciones antropológicas que podrás leer aquí se encaminarán precisamente al engarce de aquellos pormenores de la vida y la muerte que nos hacen ser quienes somos: la risa, las lágrimas, el amor, la pena, los valores en todas sus formas, la política, la economía, la ecología, y en el centro de todo YO. Sí, YO; pues tendrás que perdonarme, estimado lector, internauta, paseante, curioso, o como quieras significarte, ya que, como decía el filósofo y novelista español Miguel de Unamuno, palabras más o menos, "sólo me tengo a mí para explicarme la vida".

Cada mañana, al despertar y descubrirme respirando, puedo percatarme de las múltiples posibilidades que me ofrece la vida y vivirla intensamente, no como si fuera a acabarse de pronto, sino aquilatando lo que acompaña a cada soplo, o puedo simplemente transitar. Y no es que sean dos formas de vida, una consciente de sí misma y la otra transida de rutina, sino son simplemente dos formas de morir: una, viviendo; la otra, muriendo.

Mientras tenga vida, meditaré sin sistema sobre estas y otras razones. Mientras vaya muriendo, meditaré sobre el significado de ser humano. En ambos casos, sin esperar una conclusión teorética o dogmática, por otra parte totalmente absurda de alcanzar. Pero sí comprometido conmigo. Desde mí, para mí, en mi mundo. Circunstancia y situación. Solamente un ego, YO.

Historias al vapor 01


Balón pié

Quién iba a pensar que después de 18 años de cuidados intensivos, sanaciones, limpias, purgas, exorcismos, rezos, circo, maroma y teatro para contrarrestar los efectos hipnóticos, fanáticos, pasionales, escandalosos y tumultuosos así como la limpieza profunda y constante –de esas que hasta duelen- de la mancha consanguínea que desafortunadamente había cargado durante los primeros ocho años de mi existencia, me iba a encontrar aquí sentado, contando esta historia...

Entre olas y patadas
Cuando la selección mexicana le ganara a la selección Búlgara en 1986 en pleno Estadio Azteca donde ya no cabía un alma más, yo no podía comprender muy bien lo que pasaba, todos levantábamos los brazos de manera intermitente formando así la famosa ola mexicana -que nos diera aún más fama de ocurrentes y creativos-, el comercial de la chiqui-ti-bum pasaba una y otra vez en las enormes pantallas del Azteca, corrían los vasos de cerveza, los perros calientes, se escuchaban los silbidos, las porras, los cornetazos y aún cuando no me lo creas, en aquellos ayeres, hasta los granaderos podían, despreocupadamente, permanecer atentos a las acciones en la cancha y los más aguerridos, hasta tomarse una cheve a discreción.

No sé en que momento le perdí el gusto al deporte de las patadas -si hasta lo llegué a jugar durante la escuela primaria y tenía una colección de estampas de los jugadores por países- y peor aún, comencé a considerarlo como un complot extra-terrestre para mantener distraídas a las masas o en el mejor de los casos para controlarlas –porque no vas a negar que el balón-pie controla poco más a la raza que la religión que practican- me resultaba aberrante la manera en que los aficionados permitían que la pasión se adueñara de sus estómagos e hipotálamos y se soltaran a llorar o a gritarle al televisor, cómo salían eufóricos a las calles cuando su equipo ganaba y sin más, detenían el tránsito de la avenida Reforma para juntarse en el Ángel de la Independencia y así promover el auge de las nuevas tradiciones mexicanas, pero algo sí es seguro, de que le perdí el gusto, se lo perdí, en verdad, si hasta evitaba las conversaciones sobre el tema, es más, nunca pude conversar al respecto con nadie, tanto era mi desinterés que ni sabía de estas cosas.

Quesadillas, tostadas de pata y novias con sabor a estadio
Y es en esta parte de la historia donde repito, quién iba a pensar que después de 18 años de cuidados intensivos, sanaciones, limpias, purgas y exorcismos, me iba a encontrar aquí sentado, comiendo una quesadilla de tinga en compañía de mi novia (Puma de corazón), mi suegro (anti-Puma de corazón y Pachuco de corazón) y mi suegra (partidaria ocasional del equipo favorito de corazón) con mi cara de palo, mis sonrisas condescendientes y un sinfín de preguntas reglamentarias inundándome el cerebro, -pero ahora entiendo lo que el contra-golpe significa, también del saque de meta y el de banda, el tenso penal, arbitro hijo de la chingada, si hasta me da coraje cuando interrumpen la transmisión para irse a comerciales- contando la historia de una época donde las Águilas del América han perdido preocupantemente a miles de adeptos al igual que las Chivas rayadas del Guadalajara, los Pumas de la UNAM llegan al bicampeonato y vaticinan un triple con la contratación de Bruno Marioni; un narcotraficante funda su propio equipo con el que segurito lava cantidades importantes de dinero, le pone Los dorados y nadie la hace de pedo, por todas partes vemos playeras, banderas, pintas, tajes, gorros, sombreros y hasta bufandas de su equipo favorito, el sí se pue-de, sí se pue-de, es hoy por hoy una plegaria que corean los alborotados aficionados, era una época salvaje donde la violencia entre porras se ha convertido en un incentivo para asistir a los estadios, una especie de costumbre animal les hace insultarse a diestra y siniestra y danzar por las calles y avenidas gritando conjuros extraños y por veces incomprensibles, era una época en la que el fútbol se ha convertido en un larguísimo y fortísimo brazo de la mercadotecnia de muchas marcas y ahora el sí se pue-de lo gritan los empresarios que a pasos agigantados inflaman sus arcas con el dinero de -los por fin pertenecientes a un movimiento- consumidores, era una época de excesos, de leyes incomprensibles, de brutalidad y de ignorancia, de goyas y huelums, de pechito en el césped, de caguamas y Bacardi.

¿Mi aprendizaje de todo esto?, Saber que al final de cada partido, seguiré teniendo una novia futbolera pero contenta, barriga llena, ideales rotos y una cita para el próximo encuentro, a la misma hora y por el mismo canal, sólo me queda una duda, ¿quién pagará esta vez las quesadillas?