Y sin embargo, se mueve

Una amistad en Facebook afirma en su muro: "Los verdaderos amig@s siempre llegan a tiempo y los demás cuando tienen tiempo. !!"

A lo que respondo:

Noooo, pues si con semejantes argumentos se mide a la gente, pues ya me fregué para toda la vida y con toda la gente, al menos contigo, porque yo, que creo ser buen amigo jamás he tenido entre mis virtudes la puntualidad, vaya ¡ni para nacer! (mis padres y hermanas no me dejarán mentir). Eso sí, quien me busca, para bien o mal, siempre me encuentra.

El tiempo es (demostrado científicamente) cosa relativa como muchas otras, pero nos empeñamos en quererlo usar como la medida más determinante de la exactitud. Es, parece, el último bastión que nos queda para aferrarnos a una dignidad de lo que creemos netamente humano. ¡Qué estúpidos somos!

Primero dejamos la tierra plana y llamamos loco al que afirmara su redondez; luego dejamos de ser el centro del universo (sistema solar) y tachamos con el sambenito de hereje o nigromante al que demostrara lo contrario; después nos supimos emparentados con los primates y cínicos nos burlamos de todo lo que implicara el término evolución hasta que estalló la revolución de las clases y puso en tela de juicio la brutalidad humana; enseguida y más recientemente nuestro ego se atomizó por causa nuestras culpas por más que querramos soterrarlas en el subconsciente y aunque optemos por fincarlas en nuestros ancestros; casi a la vez se nos dijo eso, que el tiempo es relativo y de pronto nos dimos cuenta que casi todo en esta vida y la sociedad también lo es, pero los principios administrativos con que nos guiamos se aferran a contradecir los hechos porque "así funcionamos bien".

Más para acá que para allá, se nos advirtió que el fin de la historia estaba cerca y ocurrió y como no leímos o ni siquiera ojeamos a Fukuyama y malinterpretamos a Huntington en su observaciones sobre el choque de civilizaciones pues nos reímos, como nos espantamos en cambio (a querer o no) con el advenimiento de las fechas límite 2000, 21 de diciembre de 2012, y remitiéndonos a las profecías más abigarradas nos investimos de apologistas del final de los tiempos. Pero insisto, el tiempo es algo relativo y lo que no acabó para ti hoy, acabará en algún mañana.

El ser humano todavía transita su párvula edad, pero se cree como señalaba Dalí en broma surrealista: el non plus ultra. Como el artista, aun cuando pelea por la igualdad y la libertad propende a proclamarse monárquico en sus aspiraciones capitalistas e imperialista en sus pretensiones de solidaridad socialdemócrata, entre doloridos golpes de pecho exultados por una pederastia santificada por los medios.

En otra ocasión, otro amigo, de mucho más tiempo en mi vida, afirmó palabras más o menos aquí: estar ocupado no es lo mismo que ser productivo. ¿Será? Miro hacia arriba el tiempo, espacio y palabras y signos que he ocupado para escribir ¿o producir? estas líneas y, lejos de toda tentación keynesiana, tayloriana o fayoliana o mayoyiana (Elton Mayo) estoy claro que no supondrán en conjunto la equivalencia esperada de time = money para un sistema social como el nuestro, sin embargo, la productividad asociada está aquí, presente, como lo está en las ruinas piramidales en Giza o en las ruinas humanas de cientos de miserables pernoctando bajo los puentes de las grandes ciudades. Mis dedos son máquinas que avanzan a una velocidad de ¿cuántos caractéres por minuto? Mis ojos son máquinas que leen ¿cuántas palabras, cuántas imágenes por minuto? Mi mente, tan inasible, de manera misteriosa produce ¿cuántas ideas por minuto? Esas ideas, ¿valen dinero por lo que son o son por lo que pueden valer en dinero o simplemente son aun cuando no valgan ni un centavo a los ojos de quien hasta aquí ha llegado, pacientemente, para extraer alguna utilidad y beneficio de ellas?

Ensayar con las palabras es esto. Hablar aparentemente de todo y nada. Tomar un tema y desde él derivar las reflexiones capaces de construir un discurso que llegue (o no) a una conclusión específica. ¿La pregunta que sigue para terminar por ahora es? ¿Importa lo que yo colija? Si expongo mi corolario, no faltará quien me tache (ya ha sucedido más de una vez entre propios y extraños) de petulante engreído rollero que por mi manera de decir las cosas pretendo imponer mi razón. Si dejo el espacio abierto para que tú, amable lector, concluyas... ¿qué dirías sobre lo escrito? ¿Cuántas palabras, signos, tiempo emplearías en las empresas de pensar, organizar ideas, expresarlas en un medio como este? ¿Tu brevedad o largura serían efecto de tu capacidad o de tu incapacidad de síntesis o de análisis? 

Tiempo, medida, relatividad, evolución, ego, administración, ocio y negocio, sociedad, ser humano, productividad, fueron algunos conceptos literal o marginalmente tratados aquí a partir del dicho de una par de amistad o contactos tan comunes como tú o yo, tan poco o muy enterados en los autores mentados como tú o yo. ¿Sabios... como tú o yo? La palabra, sin embargo, se mueve.

Mi guerra más breve


Al expresar sus recuerdos, un buen amigo, ex condiscípulo preparatoriano, colega y la primera persona que me entrevistó en la vida (y no por las causas que más hubiera querido yo) ha removido mis recuerdos...

Con quien yo jugaba más era con mamá, era en realidad mi única compañera de juegos, considerando que la diferencia de edad con mis hermanas además del género suponía intereses muy distintos. Los amigos de la escuela o vecinos eran eso, solo eso y para esos momentos del patio o la calle. Con mi madre jugué casi todo incluso a los soldaditos. Sólo una vez jugué con papá y fue la guerra más determinante, la más breve de la historia.

Recuerdo que tardé poco más de una hora en acomodar los soldaditos en los diversos rincones de la sala, pensando en las estrategias, las mejores localizaciones, colinas, valles, cañadas donde emboscar, trincheras, poblados, caminos para pertechos... Había lo mismo soldados medievales, abigarrados caballeros andantes, que tropas de la primera guerra, guerreros aztecas... Mientras mamá hacía la comida.

Era miércoles, el día de la semana cuando papá llegaba a comer. Ese día llegó antes, unos minutos antes de lo esperado y lo vi como la oportunidad dorada para jugar juntos. Él aceptó de buen grado, tiró una, dos canicas ocasionando pocas bajas entre mis fuerzas, de pronto su diminuta estatura encuclillada se levantó con un mirar mezcla de fastidio y tiranía, sonrisa maléfica, enfiló el pie derecho a mis baterías y arrasó rápidamente (bueno, yo lo ví ocurrir en cámara lenta) con ellas al grito emocional de "¡Y cae una bomba atómica!; y ¡se acabó la guerra!"... Me quedé helado, en menos de un minuto el esfuerzo de más de una hora para levantar un ejército acabó disperso por la estancia. Imaginé cientos de mutilaciones, sangre por todos lados, restos, ruinas. Enseguida ordenó: "Vete a lavar las manos, vamos a comer ya" y se dirigió al baño a hacer lo propio. Escuché a mi madre anunciar desde la cocina que la comida estaba lista para servir.

Desde entonces mis juegos predilectos incluso por computador son los de soldaditos, los de estrategia, los que puedo jugar en solitario y, aun cuando me puede frustrar la inhabilidad con los controles, sé que puedo repetir hasta el cansancio la escena con el fin de vencer la adversidad, lo inesperado. Mi padre no fue de juegos ni de deportes, en cambio fue de discusiones, de charlas, de palabra, de ambición, de lucha, de paciente y amorosa impaciencia. Hoy quisiera saberlo del otro lado de la línea, escuchar su voz, tener la oportunidad de volver a acariciar su hermosa faz.

A veces no sé dónde publicar las cosas que escribo. Y no tanto porque tenga creados alrededor de 20 blogs distintos, sino porque algunos textos caen en varias categorías. Desde la muerte de papá el 18 de agosto de 2013 me hice la promesa de destinar uno de mis espacios para asentar mis memorias alrededor de él. Hacer una especie de mausoleo públicamente personal o personalmente público para honrar a quien fue raigambre, parte de mis fundamentos. Es la fecha que no lo hago, porque estoy dando vueltas a la idea de reducir el número de blogs, achicar el agua del bote de mis pretensiones antes de naufragar por ambicioso. Solo que decidir qué se va y qué se queda, dónde es más prudente y justo incluir qué clase de textos no me ha sido sencillo. Por lo pronto quede este texto aquí, un monólogo de entre mis varios, en lo que escombro la casa.

El futuro es de quien se atreve



BAJO EL ESPÍRITU CRÍTICO del pensamiento de Octavio Paz, la promulgación efectuada por el presidente Enrique Peña Nieto de la Reforma Energética cifró el momento culminante de su primer año de mandato en una nueva democracia mexicana hoy marcada por las venturas de la alternancia.

El PRI, que hoy gobierna, se distingue claramente del PRI de antaño al menos en un aspecto: está "reformado". Era necesario "reformar" para que el peso específico, no de una persona como la presidencial bastante disminuida por las reformas políticas de años anteriores, sino de los jóvenes cuadros que comienzan a despuntar pudieran asomarse como promesas del México que queremos.

Las paleontológicas generaciones de políticos de todo tinte y logotipo tenía y aún tiene atorados en los gañotes así como en el alma, la leyenda, el mito, los dogmas a los que aludía Octavio Paz en muchos de sus ensayos críticos como esas anclas densas que han mantenido a la barcaza encallada en el estero. La izquierda, la derecha, la etiqueta que se quiera mencionar han coexistido con sus temores, sus ensueños, sus ambiciones, sus intereses particularísimos pasándose por el arco del triunfo las necesidades verdaderas del pueblo, de la nación entera. La acumulación de poder político, de riqueza, de mendicidad ha hecho de México un país que, siendo mosaico natural, se ha convertido en un caleidoscopio de vergüenzas. Quien mira a través de su lente solo puede sentir tristeza, asco, y esbozar una sonrisa irónica. Sin embargo, quien sabe mirar, entre esos trozos de cristal halla el verde de la esperanza.

México, con todo el dolor que la incertidumbre de hoy le lacera, es más fuerte que cualquier mezquindad barata. Los recursos en su subsuelo, mares, terreno y atmósfera son y seguirán siéndole propios, empero compartidos —como debe ser— con el resto de la humanidad que conforma el planeta, y esto sin importar la nominación monetaria del dinero invertido en su explotación y aprovechamiento.

Los de hoy son tiempos de transformación. Un pueblo que se entiende como dador de parte del patrimonio de la humanidad ya no puede apostar a la exclusividad de nada y menos en una era donde la interdependencia es más que marcada, es la consigna cotidiana.

Cada vez, los seres humanos nos encaminamos más y más a la unidad necesaria. Y lo estamos haciendo por vía de la integración sistemática, ora de los recursos, ora de los afectos, ora de la economía, ora de la ecología. En la medida que nos vayamos entendiendo más como administradores obligados solidarios de la necesidad y menos como abusivos mercedarios de la abundancia, entonces la caridad, que siempre debe comenzar por casa, tendrá más sentido y sus huellas serán los indicios de un mejor mañana.

Una reforma energética, una educativa, una hacendaria, una anticorrupción, etc., son apenas el primer paso para modificar lo justo. Pero como bien apuntó Ricardo Anaya, cuando fuera presidente de la Cámara de Diputados, aún falta lo más arduo y clave que es la implementación de dichas reformas. Ponerlas en práctica va revelando la pertinencia y bondad de las mismas o todo lo contrario. Entonces y al cabo de un plazo mediano de unos 20 años sabremos los mexicanos si la promulgación fue un acierto o un yerro, como por ahora nos va pareciendo en algunos puntuales aspectos.

La historia se construye paso a paso, con buenas y malas intenciones, pero también con el reconocimiento del infortunio o la fortuna de las decisiones de unos pocos que, al amparo del poder presumiblemente otorgado por el libre sufragio, pretenden signar como afirmaciones de lo promisorio.

Es la primera ocasión que las fuerzas políticas de México hacen algo ¿realmente pensando a futuro?; quizá porque los problemas que se vislumbran van materializándose lenta, paulatina, irremisiblemente. No son tiempos de gobernar solo en función del ahora, así en lo privado como en lo público, sino de hacerlo con la claridad de que el futuro pertenece a quien se atreve al cambio.

No debemos olvidar que somos, como decía Octavio Paz, "contemporáneos de los otros hombres".