Animales somos y en el basural andamos
He leído con atingencia una publicación de la buena y guapa amiga y colega escritora Verónica Lozada en relación a la falta de apoyo ciudadano a los albergues de animales, y atiendo a su llamado respondiendo abierta y públicamente, enfatizando mi solidaridad aun apenas de palabra con sus inquietudes y preocupaciones:
El tema tiene varias aristas. En realidad no es tan sencillo ni de comprender ni de solucionar el problema que no solo pasa por la concepción que nos hemos hecho los seres humanos de los animales en general y de las mascotas en particular. Es un asunto que no se explica solo desde una perspectiva axiológica o una económica o sociocultural, incluso tampoco desde un punto de vista filosófico. Lo que tú experimentas con tus asilados, también y toda proporción guardada y según sea el caso, lo experimenta toda clase de hospicios; lo que tampoco ha de ser leído como un vano consuelo.
Hay una tendencia perniciosa en el hombre de marginar, olvidar, vilipendiar, maltratar, menoscabar, o abusar de los débiles y los necesitados.
La filantropía no es nada más un asunto de voluntad o de fe, hacen falta recursos, organización, relaciones. No es gratuito que sean solo unos muy pocos casos de instituciones (pienso por ejemplo en el Teletón) que consigan instalarse en el ánimo de los inversionistas como algo más que una conmovedora causa caritativa; detrás incluso hay todo un aparato fiscal que incide en la apropiación de la causa por vía de la deducibilidad. Y ya no hablemos de las mediaciones que suponen los medios de comunicación al alcance.
¡El interés tiene pies!, dice el refrán y por ahora el ser humano no ha dado un carácter económico tal a los animales (fuera de los de granja) que signifique una "utilidad". Por esa entre muchas otras razones el hombre no valora la vida, en general, y menos si no se identifica con ella. Desde este punto de vista, nos toleramos entre nosotros en tanto animales porque nos hemos dado ese carácter utilitario, al menos por el breve período de tiempo de la vida cuando nos consideramos "laboralmente productivos", que ya está visto que luego pasamos al otro lado del redil como poco menos que estorbos.
A ojos de muchos, los animales son solo eso, animales, por mucho que les gusten y los mimen, por mucha gracia que vean en sus caritas y sus travesuras. También están, claro, los que se pasan al extremo contrario y humanizándolos hasta la exageración los sobrevalúan. Los movimientos ecologistas, los persignados ante los horrores y crueldades humanas, los espantados, los dizque conscientes que propugnan por los derechos de los animales, al final del día no son ni más ni menos que cualquiera y las posturas de muchos (claro que hay honrosas excepciones) no pasan de la extensión de su lengua y el peso de su culpa y vergüenza ajenas. Queriendo expiar sus arrepentimientos tajan lo noble con la misma virulencia que los horroriza. Ejemplos: los esfuerzos por "borrar" la tauromaquia y el circo, en vez de propugnar por modificar las maneras como se efectúa el espectáculo. Esas iniciativas sofistas que acaban en la forma de leyes absurdas solo demuestran la falta de creatividad republicana de esos mismos que gimen y lloran como plañideras pagadas por los intereses políticos de un populismo ramplón que se dice sensiblemente democrático. Otro ejemplo: la ley en el Distrito Federal para "registrar" a las mascotas, que tiene un trasfondo más estadístico que asistencial (caso que me recordó cuando el presidente Antonio de Santana cobró impuestos metafóricamente por el aire respirado so pretexto de las ventanas). Otro más: el gravamen impuesto al alimento para mascotas sin opción de hacer deducible el gasto (en tiempos de Santana también se cobraron impuestos por perros y gatos tenidos, lo que llevó a muchos dueños de mascotas a sacarlos a la calle para evadir los impuestos, de ese tamaño y tan añejo es nuestro problema actual).
Hoy, las grandes firmas empresariales hacen caravana con sombrero ajeno deduciendo como propias las donaciones en centavos que puede o no autorizar la ciudadanía, por ejemplo, en su tiquete del mercado. Pero hay que decirlo, deducciones para una aspiración "humanitaria" pero discriminadora que aplica al supuesto beneficio de la infancia (carente de educación o afectada, por ejemplo, de cáncer). Cuando quien debería obtener el inmediato comprobante respectivo y someterlo a deducibilidad es justo esa ciudadanía, uno por uno. Pero como no todos los ciudadanos son contribuyentes cautivos... Y hay que decirlo, muchos asilos y albergues para animales tampoco.
Aunque nos resulte "vergonzoso" o "inhumano", los albergues, los asilos también deben o deberían ser vistos como lo que son: negocios, tanto por infraestructura como por constitución, aun cuando su objeto sea asistencial. Hasta ahora yo no he conocido (no digo que no haya) veterinario que, consciente de la sobrepoblación gatuna y perruna, se aplique a esterilizar gratuitamente atendiendo en las condiciones que lo hace cuando cobra. Más de uno me ha alegado: "yo cobro tanto porque yo cuido mucho al animal, porque no uso cualquier anestesia ni opero a destajo". Está bien... ¿Y?
Por otra parte, muchos "amantes" de los animales que se dedican a recoger a diestra y siniestra como madres Teresas de Calcuta perros y gatos menesterosos sin reparar en los gastos que eso les significará, al cabo de un tiempo acaban (bien lo señala Verónica) chillando porque nadie les apoya y luego solo buscan a quién endosarle la responsabilidad que no midieron desde un principio por obedecer a su "noble" conmiseración. Tan reprobable es el abuso consciente como el resultante de la indolencia. Me veo en el espejo: luego de la muerte de mi última perrita y dada mi circunstancia actual, yo no quería animales, no por sacarle la vuelta a la responsabilidad, sino precisamente por responsable, porque sé lo que significa mantener a una mascota. Pero llegó Micha, ella me adoptó. Claro que yo pude sacarla, pero opté por darnos una oportunidad, luego me salió con domingo siete y ahora están conmigo Los Tiripitín. No han faltado los buenos amigos, preocupados, que han contribuido en contante o especie a sabiendas de mi situación. Y yo me mantengo en la brega diaria para darles lo mínimo necesario o más cuando es posible. Micha ya está operada gracias a ellos. Los Tiripitín ya están vacunados y comiendo también gracias a ellos. Faltan vacunas y esterilizar a los chiquitines y que los revise el veterinario de pe a pa. Y yo los cuido con gusto y cariño, un paso a la vez, porque así lo decidí, en la medida de mis posibilidades, y porque por algo llegaron a mi vida; y porque los mininos no me hicieron manita de puerco. Y porque sé y hago lo que está en mi mano para que nuestra situación mañana será mejor.
La situación de los animales como el de los basurales donde luego acaban, van, a querer o no, de la mano. No darle solución a uno es omitir el otro. Ya tenemos una cacareada y discutible reforma energética en ciernes de aplicarse. ¿Qué está promoviendo el gobierno de Enrique Peña Nieto a través de la Secretaría de Energía para emplear y ordenar los basurales como centros de producción de energía limpia? Los intereses de los líderes de pepenadores todavía están contrapuestos a los de gobiernos municipales (pienso en el de David Sánchez Guevara, presidente de Naucalpan de Juárez, Estado de México) y hace falta conciliarlos por bien de la comunidad toda, hacer de la basura una empresa legítima y legitimadora. Controlar los basureros supondrá también, en cierto modo, el control de la proliferación de animales callejeros y las consecuencias de salud aparejadas, pues no es comprensible tampoco que las instituciones dedicadas a combatir esta proliferación (pienso en los antirrábicos) sean vistos como el eslabón perdido de una cadena fracturada por la indiferencia y la indolencia social y gubernamental.
¿Por qué empatar el tema de los animales con el de la basura? Porque nuestras sociedades a eso han reducido a nuestros huérfanos, animales y ancianos: desperdicios dispensables, tolerados, que se acumulan, dispersan, multiplican día con día.
Bien apunta el Libro Tibetano de los Muertos que aprendiendo a morir se aprende a vivir, porque cada día que se vive se va muriendo un poco. Olvidamos, negamos, mientras nos sentimos vitales, que un día seremos como ese perro famélico abandonado, como esa lata lanzada a la cuneta del camino, seremos ese anciano olvidado, puesto entre paréntesis que, si bien le va, vive del nutrimento de sus recuerdos.
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