Panadero, a tus zapatos

octubre 12, 2014 Santoñito Anacoreta 0 Comments

En Facebook, una amistad de ánimo recalcitrante y crítica puntillosa, apunta:
Estos señores publicistas y mercadólogos a veces se pasan de veras. No contentos con echar a perder la capacidad de raciocinio de mucha gente, encima se atreven a corromper el idioma español de maneras a veces repugnantes.

Me explico:

Si digo: "Yo paseo a mi perro", "paseo" es un verbo transitivo.
¿Y cómo sabemos eso?
Porque tiene la frase "a mi perro" que funciona como un complemento directo. Sí, sé que es un razonamiento circular, pero la gramática funciona de esa manera muchas veces.
Los verbos transitivos hacen que "transite la acción" del sujeto (Yo), en este caso, al perro. El complemento directo (perro) y el verbo transitivo (paseo) dependen uno del otro para su funcionamiento en la oración. No se da el uno sin el otro.
En cambio, si digo: "Yo paseo" o "yo paseo por el parque" NO hay complemento directo; "por el parque" es un complemento circunstancial, no es complemento directo, indica el lugar (o podría indicar el tiempo, como en "yo paseo hoy") o sea, la circunstancia. Aquí hablamos entonces de un verbo intransitivo ("paseo"), pues carece de complemento directo aunque sí pueda tener un complemento circunstancial.
Como podemos ver, "paseo" es un verbo transitivo (cuando tiene el complemento directo) o intransitivo (cuando no lo tiene); ahora sí que todo depende...
Es frecuente hoy en día encontrarse con que los anunciantes dicen: "crece tu cuenta" o "crece tu dinero" o "crece tu refresco", en lugar de lo correcto que es decir: "haz crecer" ("tu dinero", "tu refresco", "tu cuenta"). En estos casos están forzando un verbo intransitivo para que se convierta en un verbo transitivo, por una mala traducción del inglés: la palabra grow puede significar "cultivar" o "crecer". "Crecer" es un verbo intransitivo, "cultivar" es un verbo transitivo. Así que es muy probable que los originales dijeran: grow your account, money, soda, esto es: "haz crecer o cultiva tu cuenta, tu dinero, tu refresco" (brincándonos el hecho de que es absurdo decir "cultiva tu refresco"); y podemos ver que "cultivar" es verbo transitivo y "cuenta", "dinero", "refresco" son en este caso complementos directos.
Pero los anunciantes se sienten respaldados por una arrogancia y soberbia incontrolables.
Ha sido mi pelea de toooooda la vida... Pero no todos caen en cuenta. ¡Albricias! Que alquien más ya hizo conciencia del mal. Esta vez seré abogado del Diablo, dado que, como el Coloso de Rodas, tengo los pies en ambas orillas.
Todo lo expuesto por Polo (es el nombre de este amigo que firma en Facebook como L’Homme Revolté y que ya me había dado materia antes) es innegable, indubitable, demostrado y contundente. Ahora, por desgracia TODA LA VIDA (y si lo sabré dado que mi padre fue publicista y me eché varios rounds con él y sus amigos, hasta la fecha), la publicidad y la mercadotecnia han tenido la puta manía malinchista de apelar al inglés para la construcción de los slogans, lemas y textos de promesa básica. Solo se salvan copy writers como Salvador Novo, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Fernando del Paso, Roberto Gómez Bolaños "Chespirito", Álvaro Mutis, por mencionar unos cuantos. Eso, cuando bien nos va, a partir de traducciones “cuchas” a la letra, pero funcionales desde la perspectiva gestáltica de la semántica. Otras veces por pervertida influencia o de plano, en el colmo de los casos cada vez más acusados, porque sencillamente la publicidad no es hecha a modo, sino tal cual traslapada de una cultura a otra, comenzando porque un buen número de la agencias más importantes e influyentes son trasnacionales y resulta más cómodo y económico darle la vuelta al mensaje y solo cambiar aquello que pueda resultar interculturalmente ofensivo para las buenas costumbres y la moral (se entiende que el bien decir no entra en estas categorías, aun siendo un bien cultural) del público objetivo.

Algo equivalente sucede con los contenidos de audio y vídeo, pues ya es costumbre o manía indolente común que luego de grabarse un vídeo se le extraiga el sonido y se lo transmita tal cual como material radiofónico, pasando por alto que los lenguajes de los medios auditivo y visual son y deben ser diferentes, y cumplen con funciones distintas y complementarias, siendo que el primero apela o debe apelar más a la imaginación.

Los publicistas y mercadólogos —como los políticos, adictos apostadores a la desmemoria—, se la viven echando al cesto de la basura las minucias de la misma herramienta elemental de que depende su trabajo: el lenguaje.

La justificación de mis colegas, como mi querida Ana María Olabuenaga (de las principales y más influyentes publicistas hoy por hoy), por mencionar dos pesos pesados, descansa en un hecho también poco discutible o por lo menos poco discutido o entendido por el vulgo aun cuando se trata de una falacia; y advierto en esta crítica que el asunto no ha de ser visto tampoco de manera tan simplista como lo hizo el amigo cuyo apunte detonó este artículo: la construcción gramatical del inglés es mucho más contundente y directa que la del español, y la cantidad de palabras que mantienen su relación con el origen etimológico lo hace un idioma más maleable para los fines de recordación. Lo que en español se consigue con una rima, así se trate de un ripio, en inglés se logra con una sola palabra, no tanto por su fonética y significado denotativo, a veces tampoco por su valor connotativo como por el peso metalingüístico que conlleva culturalmente.

Uno de los rounds más sabrosos que me eché con mi papá, José Antonio de la Vega Acuña, fue cuando salió aquel anuncio de la firma de electrodomésticos Whirlpooll que acuñaba el esperpento (que acabó medio instalado en el ánimo popular, muy a pesar mío y de otros): "practicidad", tomado de la traducción literal del inglés practicity, y si bien la etimología permite la construcción del concepto, eso no lo hace menos horrendo acústica como intelectualmente. Este neologismo lo que pretendía y pretende es describir aquel objeto que tiene una "forma" (pseudoprefijo griego eidos, idea, -idad) práctica. Ahora bien, la “forma práctica” puede serlo desde varios aspectos, uno puede ser el ergonómico, en tanto una constitución ajustada a las condiciones y necesidades corporales del usuario, otro en cuanto a la funcionalidad. Así, puede pensarse que casi cualquier objeto creado por el hombre presenta "practicidad": un refrigerador o un zapato, por ejemplo, pero esta se comprueba en el uso, en el consumo mismo aún más que en la estética del diseño y sobre todo respecto de la aplicación específica del objeto. El zapato que aprieta no es práctico, no posee practicidad.

Con esto de los neologismos publicitarios ocurre lo que con los adverbios (véase mi texto sobre el tema) en el uso común y cotidiano. Lo he dicho aquí en anteriores entregas, periodistas, publicistas y mercadólogos (y ya se suman los traductores ramplones con ínfulas de expertos correctores de estilo y los políticos diligentes), se han convertido en los principales enemigos de la herramienta que los sustenta: el lenguaje, y más específicamente el idioma. Porque el mal está extendido como pandemia por todo el mundo, y ahora, incluso, el español, como un asunto de moda, es empleado de la misma manera en la publicidad en inglés desde que se ha enfatizado el interés por conquistar el mercado latino, cada vez más numeroso, en Estados Unidos. Uno de los primeros ejemplos lo tuvimos en el cine, en el film Terminator. ¿Quién ha olvidado la escena con uno de los primeros parlamentos que pronunció Arnold Schwarzenegger en su carrera histrónica: "hasta la vista, Baby"?

Si bien soy un crítico ácido de lo mismo que Polo ha apuntado, no obstante en mi calidad de escritor y comunicólogo no adopto la actitud de ser más papista que el Papa. Lo que este amigo pasa por alto o de plano ignora es que, como se alega en periodismo, “cabecear es un arte”, y uno que, si bien sigue y respeta las normas gramaticales, precisamente por el conocimiento de causa de las mismas y el ejercicio cotidiano de la herramienta lingüística, es harto difícil de dominar.

La frase publicitaria o slogan como el encabezamiento y la cabeza en un periódico, no nada más cumplen con una función informativa, su función primordial es persuasiva. En el primer caso, el propósito es persuadir a la compra y adquisición del bien sugerido en el anuncio. En el segundo, persuadir al lector a adentrarse en la información pertinente a un hecho concreto considerado por su valor editorial como relevante, actual y oportuno para el conocimiento y la difusión, y por supuesto adicional y no marginalmente para propiciar la venta del medio que da a conocer la noticia motivo de interés común.

No es nada fácil encontrar, ya lo he dicho antes y es norma conocida en el gremio periodístico como en el publicitario —aunque no tanto en el mercadotécnico—; no es nada fácil, repito, hallar la palabra, la frase que, en tanto concepto cumpla cabalmente con varias funciones a la vez, la informativa y la persuasiva para empezar. Si bien es un principio básico y elemental de la comunicación el hecho de que todo mensaje es multifuncional, no es menos importante que esta multifuncionalidad, por ir de la mano de la dinámica evolutiva del lenguaje dota a este en cualquier idioma de una flexibilidad suficiente como para que, en el juego de sentidos y signos, se evite la confusión, o con todo propósito esta se procure con una finalidad específica.

La observación que hace el amigo al que aludí, gramaticalmente puede ser muy correcta, de hecho lo es. Pero la publicidad y el periodismo (en la tarea de crear cabezas es una actividad netamente publicitaria) no tienen entre sus finalidades la corrección didáctica y menos pedagógica. Se trata de una literatura, de entre las ancilares —recordando a Alfonso Reyes— la más sujeta a las veleidades del público, aún más que del autor o el medio.

La estrecha liga que une al usuario del lenguaje con el mensaje publicitario no es primordialmente intelectual como sí emocional. Ignorar este dato y hecho, cosa muy frecuente en los criticones —que no los críticos— de los medios deriva en un discurso naif por desconocimiento de la parafernalia y las complicaciones de una profesión.

Cuando leo o escucho a personas hacer comentarios como el del amigo, aun cuando por un lado comprendo, comparto y defiendo su derecho a señalar lo reprobable de ciertas cosas y situaciones —que yo mismo he apuntado, por otra parte— en su visión parcial y por ende injusta (¿por desconocimiento?) noto más la soberbia del lego que la atingencia del entendido.

No lo digo en concreto por este amigo cuyas intervenciones, por lo general sesudas e interesantes dan tema de charla y más, sino por esos individuos que, insisto, en esta “opinioncracia” que nos domina desde hace por lo menos un lustro y en parte por gracia y virtud de las nuevas tecnologías de comunicación, con su ruidoso parecer abonan más al desconcierto de la mayoría y la incomunicación de las conciencias.

Sí, quienes nos dedicamos por profesión a la comunicación somos agentes de cambio (sin ser los únicos con una finalidad semejante), el asunto a cuestionar, y por ahí va el discurso del amigo como el mío en otras intervenciones, es el sentido y valor de ese cambio. En casos como el expuesto no basta con indicar la falla gramatical, hace falta comprender el trasfondo que la justifica. No sea que, como el “Chapulín Colorado” nos vayamos revolviendo en el refrán y en vez de aplicar aquello de que “a pan ajeno, navaja propia” o “zapatero, a tus zapatos”, incurramos en encajar “la propia navaja al zapatero” o en exigir remiendo al bocado alegando “panadero, a tus zapatos”.

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