La Soledad de López Obrador
Foto: Reuters. Tomada de ABC.es |
ERA DE LA OPINIÓN... de que los títulos podían repetirse mientras el contenido no supusiera un plágio y este es el caso. Tomo el mismo título de un artículo publicado por el analista John Ackerman en la revista Polemón recientemente, ¿para qué? Enseguida viene lo que diferencia los textos.
En su artículo, interesante e incuestionable en lo general, encuentro, sin embargo, algunos elementos que me mueven a disentir. Y me disculpo si en esta ocasión no ilustro el artículo, considero que una imagen de más o de menos pueda distorsionar lo que quiero expresar.
El articulista acierta a decir que la soledad del hoy Presidente Electo, Andrés Manuuel López Obrador no se distingue de la que hayan podido experimentar sus predecesores ya ubicados en la silla del "supremo poder". Aun así, no es verdad que dicha soledad obedezca, como él afirma, "al diseño constitucional de nuestro régimen". En todo caso, habría que acusar al diseño existencial que por siglos ha establecido las relaciones, funciones y estructuras de poder en cualquier época y sitio del planeta. Los reyes feudales estaban solos, al igual que los monarcas ingleses, franceses, o Charles De Gaulle o Winston Churchill, Adolfo Hitler, hasta Salvador Allende, John F. Kennedy aunque no les dieron mucho tiempo para tomar decisiones. El poder absoluto, como la libertad, conlleva como precio la soledad. Y eso, perdónenme, lo sabemos de sobra los gobernantes y los poetas.
El articulista opina (corrección de estilo mía, al igual que el énfasis sobre el odioso por innecesario y redundante formulismo de "corrección política" contrario a la lógica de composición de textos):
Los críticos insisten [en] que el Presidente Electo debe pasar de una lógica de la oposición social a una del poder gubernamental. En lugar de atrincherarse con sus fieles, López Obrador debe ser “responsable” y gobernar en unidad con y para todos y todas. De lo contrario, el presidente electo se quedaría “solo”, en conversación y diálogo únicamente con sus amigos y allegados más cercanos.
Esta idea puedo acompañarla, en tanto crítico de AMLO que he sido. Crítico, por cierto no nada más de él, que con muchos años de antelación anuncié que este año 2018 lo tendría en sus manos. Sin embargo, cuando uno mira atento sus videos recientes es claro que el discurso de campaña parece permanente, como si López Obrador no hubiera caído en cuenta de que el triunfo obliga a un cambio de discurso, que la transición y la transferencia del poder, al ponerlo a él y a su gabinete en condiciones de poder y frente a la realidad imponente de un México más acá del más allá imaginado en sus sueños de oposición, más aterrizado que las promesas vanas y vacuas de cualquier candidatura, obligan, decía, a adaptar el discurso, el modo de comunicarse ya no nada más con sus "fieles", sino con la ciudadanía en general, pues ahora debe gobernar para todos, por todos, y si nos apresuramos a creer en sus ideales, con todos. No es con este triunfo que se inaugura la democracia como quieren hacer creer sus adherentes, como Claudia Sheinbaum con frases como "vayan acostumbrándose a la democracia" y que bien les quedaría también el saco, pues es claro que aun no han sabido perder, pues arrebatan, ni ganar, pues esquilman.
El autor también apunta:
López Obrador está comprometido con una lógica radicalmente diferente con respecto al poder gubernamental. Está dispuesto a pagar los costos de “gobernar solo”, si ello implica que jamás estará en realidad solo. El presidente electo se reserva el derecho de gobernar desde la oposición, de llevar el espíritu de lucha social hasta las esferas más altas de la administración pública estatal.
Ello implica romper con, y superar dialécticamente, la estricta dicotomía entre el gobierno y la oposición heredada después de tantas décadas de haber vivido dentro de un contexto de autoritarismo de Estado. Lo que muchos hoy llaman “responsabilidad” en el ejercicio gubernamental, en realidad implicaría un acto de traición de parte de López Obrador, ya que implica dar la espalda a las bases sociales que lo han llevado al poder.
Y no puedo estar más que en desacuerdo. Desde el hecho mismo de que la soledad de la que hablamos es inherente a cualquier posición de poder, pues también, toda proporción guardada, la vive el empresario, el campesino antes de hincar el arado, el ingeniero antes de instruir una demolición. Es la soledad asociada a las grandes decisiones, las que, si bien pueden tener como tamiz el soporte del asesoramiento de un equipo, de una pareja, un grupo de amigos, un gabinete, es el actor, solo en el escenario, quien debe tomar la decisión de hacer o dejar de hacer, y asumir las consecuencias que esa sola decisión implica y generará para todos aquellos directa o indirectamente tocados, tarde o temprano, por sus efectos.
La responsabilidad social, entonces, no puede ni debe estar a discusión y mirarla con ojos menos demagógicos y más pragmáticos no la convierte en una suerte de traición, siempre y cuando se sostenga en los principios y valores que le dieron origen y las inquietudes que la animan. La incongruencia estribaría en convertirse en gobernante remedo de lo que se sustituye tanto como en uno meramente opositor, ¿opositor de qué? ¿Del estatus quo? De acuerdo, lo compro, a sabiendas que ese estatus quo, a querer o no hizo posible la llegada al poder del propio AMLO y la gente que lo rodea y acompaña, más ciega que los ciegos ciudadanos entre los que Andrés Manuel debe demostrar que ni es el tuerto elevado a rey, ni es el confiado reyezuelo ataviado con ropajes invisibles. Hoy tiene la oportunidad de iluminarnos y proveernos un nuevo derrotero o desilusionarnos otra vez como todos los demás.
Mirar la "cuarta transformación" como un mero "cambio de régimen", como explica Ackerman, es resultado de una visión miope, de corto alcance. Hablar de una "cuarta transformación" va allende de un cambio de poder o de la llegada de la "oposición" al mismo. Es una propuesta que, de concretarse, inscribirá el hecho en los anales de la historia como una etapa nueva sustentada en las ideas liberales del siglo XIX, la edificación de una República y la consolidación de la herencia revolucionaria, una herencia aun en deuda frente a la población mexicana.
Nadie, que yo haya leído y mucho menos quien suscribe estas líneas, propende a insitir en "meter a López Obrador dentro del viejo molde autoritario". Todo lo contrario, comulgo con la idea de que ese molde se rompa y se haga un nuevo clisé, mejor, una nueva matriz de estereotipía desde el cual fundamentar y justificar nuestra incipiente democracia. Pero, no es con chabacanerías como podrá conseguirse, como tampoco con golpes de pecho, dedos flamígeros o con muchas de las actitudes que los seguidores de AMLO, ensoberbecidos, pretenden acallar a la que ahora es su disidencia, su oposición, pues comienzan a actuar tal como los que ellos han deprecado. Si yo no voté por él y, en cambio, asenté mi nombre en una casilla blanca, no fue por desencanto sino en franca rebeldía. Porque de todos los candidatos no se hacía uno y, aun así, estaba convencido de que AMLO saldría triunfante y airoso como sucedió finalmente y no por aquello de que "la tercera es la vencida".
Lo he dicho y lo sostengo. AMLO no me parece un peligro para México como algunos adujeron y todavía. El riesgo lo tenemos en los atavismos de quienes lo rodean y siguen, atavismos comparables a los de quienes denuestan al personaje; muchos de ellos arrivistas, otros tantos convenencieros y oportunistas, los más, renegados o rencorosos que, víctimas del sistema, ahora esperan de alguna manera ser resarcidos en sus afanes mezquinos o en sus sueños justicieros.
Para terminar, Ackerman señala:
Quien debe cambiar su punto de vista con respecto al poder gubernamental no es entonces el futuro presidente, sino quienes próximamente estarán en la oposición. Las reacciones de muchos integrantes de la oligarquía y de la vieja clase política a la decisión de organizar una consulta ciudadana y de cancelar las obras del aeropuerto de Texcoco evidenciaron una clara falta de madurez y de oficio político.
Si vamos acambiar puntos de vista debe ser en ambas partes. La oposición triunfó y ahora debe aceptarse y asumirse como gobierno. Ello no implica jugar con las mismas reglas del predecesor, es válido introducir variantes que vuelvan a este gobierno entrante único y original. Pero, esto no puede ser a costa de la investidura de la autoridad que ahora portan, la autoridad del voto mayoritario en las urnas, la autoridad de los cargos públicos que, más que nunca, estarán en el ojo crítico, sensible de cada mexicano y extranjero. Ya no son más aspirantes, son ejecutantes.
Y sí, del otro lado, los que fueron gobierno han de hacer lo propio para conseguir un equilibrio de poderes en pro de la ciudadanía, aprender a decir NO cuando antes decían SÍ, o sí, en vez de no. Los gritos y los sombrerazos de unos o de otros, antes o ahora, solo han evidenciado la supina inmadurez política de muchos de los actores que, nostálgicos de las delicias del poder, ahora se las tienen que ver sumidos en la anomia resultante de su derrota.
Aun estamos los otros, los de en medio, los que ni hemos sido oposición directa ni colaboración o afiliados. Los ciudadanos pedestres que diario tenemos que ver de dónde sacamos para comer. Nosotros, habiendo o no emitido nuestro voto a favor de unos u otros, ni somos gobierno, ni somos oposición aunque coincidamos y simpaticemos con uno u otro lados. Somos los que estamos y estaremos en el trasfondo de esas decisiones tomadas en soledad por el gobernante y a un a pesar de la corriente opositora o la solidaria con la causa. Somos nosotros los que no podemos gozar los elevados sueldos de los diputados, aun cuando estos hayan sido "reducidos" por "austeridad repúblicana". Somos nosotros los que vivimos en austeridad cotidiana, angustiados por los efectos de una economía que camina sobre ruedas gracias o por desgracia de tal o cual decisión del gobernante en turno. Somos nosotros los que sufrimos o nos creemos las mentiras, los mitos, que en los altos círculos de la política se construyen para la manipulación de las conciencias y obtener, de nuevo, el poder para hacer o dejar de hacer.
Andrés Manuel no puede seguir en calidad de estrella youtubera, con videos (aun cuando no los monetice) que muestran un estancamiento ¿o congruencia? en el modo de comunicarse. Veo con buenos ojos las bondades del canal, en tanto medio de acercamiento, de proximidad; lo que me preocupa es el contenido discursivo. Más parece estar en eterna campaña, elaborando y reelaborando promesas que, ya lo ha ido comprobando, están más que rebasadas por la realidad misma, esa a la que tiene que adaptarse tanto como debemos hacerlo sus seguidores, su gabinete y nosotros, sus críticos.
Nadie piensa que gobernar es sencillo y, para muestra, un botón. y no es la decisión del aeropuerto sino otra tanto o más importante y que apunta a consolidar el populismo virtuoso (que no la demagogia) tras el discurso lopezobradorista, y este es: los congresistas de MORENA ahora tienen el poder para promover al menos una reforma de ley que permita, de veras, una mejor distribución del ingreso. Me refiero a extender al resto de la población la Ley de Salario Máximo aplicada por ahora sobre los emolumentos de los funcionarios públicos y el resto, salvo la Suprema Corte de Justicia (¡si Juárez viviera...!) aun en resistencia, gozando de sus privilegios. Propuesta, esta que hice ya varios años atrás en mis textos, pero quizá deba volver a explicarla:
- Ley de Salarios Máximos
- Todos Coludos o Todos Rabones (primera y segunda partes)
Y esta es solo una propuesta. Podría mencionar la urgente necesidad de hacer un inventario de impuestos para administrar de manera más racional las fuentes de ingreso impositivo del gobierno, pues es claro que los mexicanos estamos sobretasados con impuestos sobre impuestos o con impuestos combinados con impuestos disfrazados, todos, como una mañosa maraña de tasaciones con las cuales los gobiernos han pretendido remendar el saco lleno de agujeros provocados por la evasión y la elusión fiscales. Parece que la ansiedad santanista de crear impuestos hasta para cobrar el aire que respiramos sigue siendo la consigna entre nuestros gobernantes. El asunto no es reducir impuestos, sino eliminar los irracionales, ilógicos y yuxtapuestos, hacer más congruente la fiscalización, justa, para que la resistencia civil al pago de impuestos sea menor dentro de su "natural" proceder. ¿IEPS al servicio telefónico y la Internet? ¿Sólo para "castigar" a Carlos Slim? ¡Antes he podido pagar mi teléfono en tiempo y forma para gozar de la conexión por la cual publico estas líneas!, si bien no sé si podré hacerlo en el siguiente mes.
Por otra parte, la de ahora tampoco ha sido la primera vez que, como puede leerse en la fuente de la fotografía que ilustra este artículo, AMLO ha enfrentado la soledad en la política. La enfrentó cuando se le negó la posibilidad de ser gobernador de Tabasco, cuando decidió crear el partido MORENA (cosa que también con mucha anticipación vislumbramos en estos indicios que ocurriría, como sucedió).
Mientras las consultas populares, el plebiscito y la revocación de mandato no sean más que meros adornos, esferitas navideñas en el árbol de la Constitución y no sean vinculantes, no pasarán de ser objetos de buenos deseos, armas demagógicas peor que populistas, el más grosero y grande dedote con atole que le puedan brindar a la población.
Todo estriba en cómo percibimos lo que percibimos.
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