China y el dilema civilizatorio
Foto por Ramil Sabirov formulario PxHere |
LA PREGUNTA clave en los tiempos que vivimos es quién vencerá la actual guerra blanda existente, sin duda, entre las democracias y las autocracias, y la cual la experimentamos de muchas maneras: en la difusión de contenidos, la censura disfrazada de métodos de control o defensa de los derechos individuales o grupales. Se trata de una pregunta que no pasa de forma simplista de examinar los desarrollos nacionales o los roles individuales de personajes concretos, sino que requiere el examen autocrítico de cada uno de nosotros. Preguntémonos cuántos de nosotros hemos estado dispuestos o hemos reclamado para nuestra realidad la aplicación de "mano dura" para combatir la corrupción, la inseguridad y un largo etcétera, y cuántos de nosotros y hasta qué hondura hemos defendido los derechos humanos, la libertad sin cortapisas.
Sin duda, para el caso de China —y espero que el solo mencionarla aquí no conlleve la proscripción de mis ideas—, el tema no es cuestionar los efectos probablemente positivos de su capitalismo sui géneris, sino el tozudo, añejo modo imperial de ser autoritario que siempre caracterizó desde la antigüedad a esta nación solo "sometida" por los mongoles cuando se evidenció la debilidad de la idea democrática basada a ultranza en la libertad sin control. China fue una antes de los mongoles y otra después de ellos, aunque hoy y como efecto de la Revolución Cultural que está pasando por una tercera fase pretenda negarlo. Se replegó tras sus murallas y se asomó al mundo varias veces, como quien se asoma a la ventana para ver el estado del temporal y, cuando el clima es propicio, sale a preparar el terreno en que habrá de hincar las simientes. El tiempo hoy es sin duda propicio para China.
El tema no es si debemos temer o estigmatizar a China, verla con recelo, igual que hemos hecho con otros países que, en el desarrollo civilizacional, se han ido relevando en el juego de la hegemonía de muchas maneras, unas más atrabiliarias que otras, unas más francas que otras. El tema es cómo una institución enferma de elefantiasis y tan pervertida como es el Partido Comunista Chino encarna lo mismo que dice combatir: corrupción, desigualdad, infelicidad.
Ahora, en las democracias latinoamericanas, entre las más nuevas y jóvenes del mundo junto con algunas de África, se antoja que habría un caldo de cultivo ideal para prender esas ideas autoritarias como nunca antes. ¿Será? De nosotros y del concepto que tengamos de nosotros mismos dependerá si China disemina solo sus capitales de inversión o si además nos dejamos influir política y socialmente mermando nuestras libertades, esas por las que tantos siglos estuvimos luchando por hacer valer. O incluso, hasta qué punto estamos dispuestos a conceder un acotado control sobre ellas, renuciando a algunas en el interés supuesto de una mayor armonía.
México, en concreto, hoy tiene un puesto preponderante y definitorio en las decisiones en torno a este tema. El problema, digámoslo con todas sus letras, no es si se instala o no el comunismo aquí como sistema de gobierno, sino la forma como lo haga. El tema no es, sigo con la fórmula, si nos enredamos en concepciones de "austeridad republicana" o de "pobreza franciscana", si vestimos traje de marca o sayal y sandalias o casaca maoista. Siempre he dicho que México tiene más una vocación socialdemócrata, por la que la Revolución Mexicana sirvió de inspiración ni más ni menos al Leninismo. Pero, también he escrito y aquí y ahora lo repito y asiento, las ambiciones personales y de grupo han terminado pudriendo cualquier sistema político o económico por muy noble que se haya presentado en teoría, lo que aplica así para lo emanado de la Revolución Mexicana, el chavismo, el socialismo stalinista, el comunismo maoista, el capitalismo keynesiano y sus variantes neoliberales. Aplica lo mismo a la Pax Romana que a los "abrazos y no balazos".
En 1989 vivimos la estrepitosa caída del socialismo real. China comunista, al más clásico estilo de la legendaria, se sentó a observar hacia afuera, mientras adentro se uniformaba. Desde la uniformidad arraigó un rasero. Hoy vemos y vivimos el desmoronamiento ruidoso, doloroso, tardado del capitalismo real. La experiencia nos ha demostrado que ni socialismo ni capitalismo reales resolvieron los problemas de fondo de las sociedades y los pueblos, por lo pronto en lo económico. El capitalismo comunista de inspiración maoista presume lo contrario y lo peor para el ego occidental es que es evidente, medible y empieza a cundir de forma viral, igual que el Covid, aunque el serpentear del dragón vaya dejandro tras de sí más inquina disfrazada de nobleza solidaria.
El virus del mono, en este contexto y entre verdad o mentira (por aquello de los montajes mediáticos y las teorías conspiracionistas), se antoja más bien una metáfora de ese reptar chino que ha extendido la ruta de la seda por África que otra cosa meramente de salubridad. Y el interés político por incluso cambiarle el nombre para evitar un sesgo discriminatorio o segregacionista se antoja una especie de broma tras la que se oculta la contradicción China de pretender el respeto a la diferencia fuera de sus fronteras de China unificada, mientras hacia el interior pisotea toda libertad en el afán por continuar uniformando derechos, credos, esperanzas, economía, ideología, autoconcepción, culturas étnicas, conciencias. Dentro de su territorio (y el extendido por virtud de su larga data o los nuevos convenios) China no respeta nada ni a nadie que se contraponga al concepto que de lo chino ha gestionado el venenoso Partido Comunista Chino. Y lo que por un lado presenta como soluciones virtuosas, deseables en un marco por integración internacional, por otro lo sobaja. Ahí tenemos la contradicción que no es tal del sojuzgamiento de los uigures, el Tibet, los practicantes de falun gong, mientras por otro negocia con Irán o tolera el catolicismo vaticano.
Tal parece que al Partido Comunista Chino lo mueve un soterrado revanchismo, como sucedió con el Partido Nacional Socialista en la Alemania de Hitler o como está pasando ahora en varios países de África y Latinoamérica; en México, por ejemplo, en quienes han distorsionado el pensamiento lopezobradorista para enarbolarlo como estandarte salvífico encarnado en la metáfora que implica el partido MORENA. No es otra cosa esa llamada "Cuarta Transformación" de aquel primigenio Partido Revoucionario que luego, cambiando siglas, diera paso al Partido Nacional Revolucionario, al Partido Revolucionario Institucional y al Partido de la Revolución Democrática. De eso y no otra vaina va la verdadera y tan cacareada "Cuarta Transformación", por más que pretendan mostrárnosla simpatizantes y detractores revestida con una doctrina historicista revivificadora del caudillismo más ramplón y rancio.
Aquí he escrito que la verdadera Cuarta Transformación es de índole económica y tecnológica, de orden mundial. Esa es una y es parte del mismo desarrollo civilizatorio, en el decurso inercial y cíclico que subyace en el mismo. Algo similar podemos decir de la gazmoña versión mexicana, si nos ceñimos solo a la característica dinámica pendular de nuestro sistema político.
Parte de mi augurio de que en 2024 volverá a gobernar la izquierda en México tiene esto como base. No es que vaya a instaurarse en México un gobieron "comunista" como temen los exaltados. Esa dinámica pendular también es aplicable al ámbito internacional y al relevo que, en las civilizaciones, hacen unos imperios respecto de otros. Y la Historia no me deja mentir. Véase como a Imperios "de izquierda" les sucedieron imperios de "derecha" dominando al mundo en su momento. El imperio democrático griego era de izquierda progresista y donde la inclinación o particularidad sexual, por ejemplo, no era determinante lo bueno o lo malo. La homosexualidad de Alejandro Magno no fue impedimento para extender su imperio autócrata hasta Afganistán ni para sentar las bases de la democracia ateniente. El imperio británico isabelino es otro ejemplo donde el discurso de género carecía de sentido y valía más el pragmatismo corsario, por decir un caso, frente a la mojigatería católica de una España envejecida. Y China internamente ha experimentado también esos vaivenes entre dinastías a las que hemos por fuerza de sumar la que hoy gobierna.
Termino como comencé. La pregunta clave no es si debemos oponernos a ese andar chino que se cuela por las rendijas como la hiedra. No es qué puede aportar todavía más allá de lo que ha hecho a lo largo de la Historia con sus inventos, filosofía, arte y ahora sus dólares. No es si estamos dispuestos a dejarnos influir por un régimen dictatorial. La clave es si nosotros tenemos la fortaleza cultural, moral, la altura de miras, la inteligencia solidaria como para mediar y así y además influir con nuestras probabas bondades democráticas y liberales sobre un sistema de vida como el chino. La pregunta es si chinos y el resto del mundo estamos preparados para vivir bajo la égide de un nuevo concepto de uniformidad.
¿Estamos listos para uniformarnos con la idea de ser solo seres humanos independientemente de la ciudadanía, la etnia, el color de piel, el credo, el sexo o la condición social? ¿Estamos listos para dar el paso hacia la construcción de un gobierno global donde el único partido lo conforme la humanidad y quienes tomen las decisiones locales, regionales, nacionales respondan a un súper emperador cabeza del planeta? ¿Estaría ese súper emperador listo y dispuesto a abrazar la diferencia inherente en el ser humano y dejarse elegir por los gobernados; o caería en la perversa y nociva autonoción del que se cree tocado por la mano de algo que unos llaman Dios y otros Razón?
Si se nos pusieran enfrente los extraterrestres para entablar relaciones diplomáticas interplanetarias, ¿quién sería más digno representante a nuestros ojos de lo que somos los seres humanos como especie, un demócrata o un tirano, un político, un sacerdote, un empresario, un filósofo, un poeta? ¿Quién lo sería a los ojos de los alienígenas? Porque quizá los alienígenas, para entrar en contacto abierto, podrían estar esperando una mano de hierro con guante de seda; o tal vez, al contrario, estarían esperando un amasijo de manos enredadas. O tal vez, como ocurre con todos los imperios y siguiendo la ley del más fuerte, nada de eso les importe y sólo piensen en conquistar, colonizar, explotar y cuando mucho designar el equivalente a un virrey mediocre pero capacitado para velar por sus intereses. ¡Qui lo sá!
Solo hay algo cierto: en nuestra orfandad ideológica postmodernista, los seres humanos hemos sido proyanquis, prorrusos, prochinos, pro-LGBT+ y muchas cosas más, menos prohumanos y eso hace el sustrato de nuestros grados de libertad.
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