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MÁS SOBRE DECANOS

Por José Antonio de la Vega Torres

En una entrega anterior intitulada "Actor avejentado involuntariamente" escribí una aclaración alrededor de la palabra "decano". Entonces, señalé como tal al "Señor Telenovela", don Ernesto Alonso (q.e.p.d). Hoy, quien ocuparía su lugar en el decanato vendría siendo posiblemente, del lado de los actores, don Joaquín Cordero; y, del lado de las actrices, indudablemente doña Amparito Arozamena.

Insistiendo en el apego a los significados de las palabras, invito a mis lectores y en particular a los especialistas del medio del espectáculo a revisar estos nombres a fin de dar certeza a mis nombramientos (mismos que de confirmarse lo harían por la vía natural del acomodo de las generaciones).

LENGUA FUERTE, IMAGEN FUERTE, MONEDA ¿FUERTE?

Por José Antonio de la Vega Torres

Recientemente uno de mis contactos en Yahoo! Respuestas expuso la pregunta siguiente:

Razones de la suba de precios en Argentina? (sic)

Si bien la pregunta se da a entender, creo que una de las claves del conocimiento humano radica en la elaboración de los cuestionamientos. Es importante preguntar, pero más lo es saber hacerlo y esto incluye saber plantear las ideas. No se ofendan quienes redactan como hablan, pero es importante señalar que aquí es obvio que se está empleando terriblemente el verbo subir. La pregunta debería decir: ¿Cuáles son las razones del alza de precios en Argentina?

Defendamos y fortalezcamos nuestro idioma tratándolo con el respeto que nos merece nuestra lengua, factor de unidad, sobre todo si lo queremos tan sólido como podrían estar nuestras monedas frente al dólar estadounidense.

ACTOR AVEJENTADO INVOLUNTARIAMENTE

Una palabra y... ¡ni Matusalén!

Por José Antonio de la Vega Torres

Foto: esmas.com/Marco Polo Dávila

En la reciente entrega del premio TVyNovelas, transmitido en vivo el domingo 13 de mayo, distintos errores de redacción por parte de los guionistas en los textos de la narración off abonaron varias perlas lingüísticas dignas de mención. Aquí sólo incluiré dos a modo de muestra.

Manuel Ojeda, la edad y el prestigio
El error más craso lo cometieron cuando, en el segmento cuya conducción quedó a cargo del actor Manuel Ojeda, los escritores pusieron en boca de la locutora una descripción de este importante histrión mexicano calificándolo como "el decano de los actores". ¡Qué! Manuel Ojeda definitivamente debería sentirse ofendido. Estoy seguro que los guionistas no tuvieron intención de afectarlo, pero lo hicieron en su ignorancia, pues al querer loar al personaje por su prestigio, terminaron sumándole años. Decano, conforme al Diccionario de la Real Academia, es un sustantivo (no adjetivo) que denomina a la persona "más antigua de una comunidad, cuerpo, junta, etc. Quien con título de tal es nombrada para presidir una corporación o una facultad universitaria, sin embargo de no ser el más antiguo". Que sepamos, Manuel Ojeda no cumple la última parte, y con respecto a la primera, si alguien es decano en la comunidad de los actores del cine, el teatro y la televisión mexicanas, ese solamente es hoy por hoy don Ernesto Alonso.

La fea más bella y la lógica
La segunda perla idiomática la apreciamos cuando los escritores pusieron en voz de la locutora que presentaba el segmento del premio al programa más popular, la idea de que, respecto a la telenovela La fea más bella, "nadie en México dejó de ver por lo menos uno de sus capítulos". ¡Vaya lógica! ¿Qué quisieron decir con esa construcción gramatical? El silogismo no cuadra. Si nadie dejó de ver por lo menos uno, entonces todos vieron a lo sumo, o sea cuando mucho, uno. ¡Qué flaco y contradictorio favor le hicieron al innegable alto rating de la mencionada novela. Lo que debieron haber dicho es: Nadie en México se perdió ni uno de sus capítulos.

En fin, errar es humano. Pero una adecuada revisión y correción al estilo de los libretos evitaría semejantes fallas groseras o incongruentes como las mostradas.

Anuncio víctima de la programación

Bienvenidos a este espacio, amigos lectores. He querido comenzar este espacio con una especie de divertimento que en ocasiones los analistas ejercemos cuando de atender a los contenidos de los medios se trata.
Para esto he de advertir que, a pesar de lo escrito aquí, las verdaderas intenciones de creadores y programadores suelen ser un misterio, por lo que no nos hacemos responsables si estas son diametralmente distintas de las que finalmente sus actos y obras provocan en el espectador. Nosotros analizamos la obra, por lo que la obra tiene qué decir; no analizamos la pretensión del creador ni los usos o gratificaciones del espectador.

De la teoría a la práctica
Entre las teorías existentes para explicar el fenómeno comunicativo hay dos que nos servirán de sustento para nuestro primer análisis y entrega, para esta interesante y novel revista electrónica Indicios Magazín-e de VETA Creativa. Nos referimos a las teorías del "establecimiento de la agenda" y de la "interpretación".
No nos detendremos en ellas por obvias razones de espacio y temática. Baste con decir que un programador de contenidos de medios define, a partir de ciertos criterios de la empresa para la que labora, cuál es el orden de aquéllos; es decir, determina qué va a ver o escuchar el espectador, en qué canal, a qué hora; y todo esto a despecho del espectador mismo cuya opinión, aun siendo la del consumidor de los mensajes, importa muy poco al programador, a no ser en términos de penetración, alcance, raiting y ranking, entre otras razones de orden mercadológico.



¡VIVA EL DESMADRE MEXICANO!

Por José Antonio de la Vega Torres

(Texto publicado originalmente en marzo de 2007.)

En el programa noticioso De una a tres conducido para la estación 69 del grupo radiofónico Radio Centro por el eximio periodista Jacobo Zabludovsky, en su emisión del 8 de marzo, Jacobo empleó la palabra "desmadre" para referirse al tránsito de la Ciudad de México. No faltó el radioescucha que, ya sea por ignorancia o por escandaloso pudor mal entendido, se espantó con el hecho; mejor, con lo dicho. Jacobo se dio a la tarea inmediata de consultar el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española para definir el término empleado y así justificar su uso.
Aquí, en la inauguración de esta columna dedicada a hilar disquisiciones en torno al buen o mal empleo del idioma en los medios de comunicación y la gente, quiero rescatar un comentario de Zabludovsky referente a la importancia del compromiso personal, que cada ciudadano, y especialmente cada periodista y escritor, debemos tener para con nuestro idioma y el lenguaje.



Lenguaje, responsabilidad conjunta
Cada persona viene cargada con una colección de palabras que los especialistas llaman gama léxica. Es una carga genética, pero esta se amplía y mejora, o al contrario se reduce y merma, en la medida de la experiencia cultural de la persona. Entendiendo por experiencia cultural la que se obtiene no sólo por medio de la escuela, los libros y demás productos de la inteligencia humana, sino de manera particular la que se adquiere día a día en el trato con los demás, en la comprensión de los objetos y las situaciones, en la construcción de respuestas adaptativas al entorno; o sea, en el uso, desuso o abuso de las palabras.
Escuchar al taxista cuando manda a la chingada al camionero que le avienta la lata de su transporte, poniendo en riesgo la vida del primero y la de su pasaje, en verdad resulta acústicamente molesto por altisonante. Equivale al sonido de un timbal o un silbato en la proximidad del oído. Por ello ubicamos ciertas palabras como altisonantes. Pero si el sonido, o sea la intensión, lo es, la intención o propósito magnifica o aminora el valor moral del concepto incluso hasta el exceso o la nulidad, para bien o para mal. Esto, sin embargo, más que incomodar debe ser visto simplemente como una función del lenguaje.

Las palabras están para usarse
La moralidad o uso cultural, es decir la costumbre de emplear ciertos vocablos para expresar de bote pronto la emoción que suscita un evento o un acontecimiento específicos, establece la norma y determina las acepciones de las palabras. Esto sucede en todos los idiomas. Y pasa así porque el lenguaje es la herramienta y el indicio fundamental para la comprensión y el basamento de las conductas adaptativas de los seres humanos. Por eso su uso, desuso y abuso son responsabilidad conjunta de todos nosotros y según el contexto al que estemos circunscritos.
Es tarea individual y social ampliar, proteger, redefinir, modificar, crear la colección de palabras que nos prestamos diariamente en ejercicio de la libre expresión, cuidando siempre, eso sí y en la medida de lo posible y el sentido común, no herir la susceptibilidad, no provocar con nuestra expresión sentimientos difamantes o calumniosos por implicar dolo, si bien es cierto que este no puede probarse cabalmente y menos cuando en ocasiones no es causa de lo causado, sino efecto de una causa primigenia, como el desamor.
Por ejemplo, una mujer o un hombre despechados, irracionalmente y llevados por la turbación que el desamor les puede provocar, en un momento determinado mientan la madre al individuo causante de la falta del querer y, acto seguido, diseminan entre propios y extraños improperios y calificativos que difaman al agente a los ojos de otros. Entonces, la persona objeto de atención de los vilipendios se ve en la necesidad de probar la falsedad de lo que para ella resultan calumnias y así solicitar la reparación del daño moral. Ella deberá probar la razón que sostiene a sus dichos y, de ser necesario, destacar la fuente que permita la demostración indefectible a la luz de los hechos y no sólo los dichos.


Actitud estética para la libertad de expresión
Ante los embates del ambiente, las emociones experimentadas por cada persona son relativamente incontrolables, pero no lo es así la forma expresiva elegida para canalizarlas y demostrarlas abiertamente. El beso no contiene la emoción, la expresa. Y hay tantas formas de besar como matices emocionales asociados. ¿Quién tiene el instrumento capaz de medir la subjetividad de los actos emotivos?
En la medida que una persona desarrolla una actitud estética, es decir sensible, frente a las cosas y sus semejantes, abre la posibilidad para la ampliación de recursos adaptativos y por ende expresivos. Todas las palabras cumplen con un objetivo adaptativo y por ello no se las debe temer ni hay razón para su repulsa. Al contrario, obligan a su comprensión esmerada si se quieren evitar fallas de interpretación.
En México, los mexicanos (y no sólo el tránsito, como apuntó Zabludovsky) somos un desmadre. No hay autoridad que nos contenga o nos someta al orden y la disciplina. Nuestra democracia incipiente raya en la anarquía. Retamos al que se nos pone enfrente, ponemos en duda las razones de estado, el control lo vemos como represión, y la represión la revestimos de método libertario. Somos una fiesta constante, embriaguez de los sentidos ante la muerte, el amor y la crisis .
Así, la manifestación pública es un desmadre tanto como las finanzas públicas. El cinismo político termina en desmadre. La mezquindad mesiánica desmadra las buenas conciencias. Los golpes de pecho desbordan la intolerancia correligionaria sin importar su signo. El exceso está a la vuelta de la esquina, todos los días, de distintas maneras, con varias facetas: corrupción, inseguridad, cochupos, mentadas, agandalle, mentiras, promesas exageradas, desempleo, desregulación, reformas y parches legislativos, etc. No deja de ser sintomático de la irresponsabilidad implícita en nuestro desmadre mexicano incluso la doble cara de nuestros connacionales emigrantes que, una vez en Europa o EE.UU., se comportan como niños buenos (no todos, claro) en espera de su estrellita verde, mientras cuando regresan (si regresan) momentáneamente a su terruño en Oaxaca, Zacatecas o Michoacán, presumen su nuevo estatus y acentuando su prepotencia, tras la cual radican sus complejos, desacatan normas como liberados y hacen y deshacen impunemente.
¡Viva el desmadre mexicano!