TODOS OPINAN

La Perinola de la Comunicación

Por J. Antonio de la Vega

Desde finales de los años noventa, la gente parece estar jugando a diario el juego de la perinola comunicativa. Con cada acontecimiento, todos tenemos algo qué decir, algo qué opinar.

Opinión y verdad: dos hermanas rijosas
Buena o mala, enterada o estúpida, la opinión pública es hoy la medida de casi todo lo que sucede en la sociedad, la economía, la política y hasta la casa. Gobernantes y artistas dependen hoy más del qué dirán, que del qué demostrar. El sondeo, la encuesta, la entrevista callejera se han vuelto el reflejo distorsionado y parcial de la realidad nacional o internacional y, sin embargo, sirven de pauta para las decisiones cruciales.
Obras van y vienen, imágenes se crean y destruyen, y en medio de la batahola que suponen los dimes y diretes del enterado bolero, suerte de periodista con la frustración de pulir la palabra en la superficie del zapato; o de la peluquera, remedo de conductora de petate radiofónico, la verdad es puesta en boca de todos y de nadie.
La verdad queda oculta tras los labios de la maledicencia u olvidada por la desmemoria del consumidor de mensajes de segunda mano.

Un mundo de falsos predicadores
Hoy, parafraseando al tango "Cambalache", da lo mismo ser experto que novato, sabio, chorro o estafador. Todos tenemos una palabra de aliento, una frase críptica, el enunciado dicaz y flamígero que arregla el mundo, deshace entuertos y resuelve conflictos.
Todos gozamos, unos más, otros menos, de cierta libertad de expresión y la ejercemos alegremente, sin reparar en las obligaciones que conlleva el derecho que la sostiene.
A cualquiera, creemos ilusos, se le suelta el micrófono, se le planta la cámara, para que diga lo que provenga desde su ronco pecho. Y ya aquella ama de casa teoriza sobre economía, cuando aquel otro viandante aconseja a los senadores sobre cuestiones técnicas legislativas.
La costurera difama a la cantante que le representa su mayor anhelo frustrado, como el periodista amarillo acomete cual burel afiebrado contra la figura opaca de un presunto criminal. Ética, necesidad, ímpetu, solidaridad, descontrol se resuelven en cada titular, en cada emisión radiofónica, en cada cafetería, incluso en espacios de expresión como este.
A la opinión educada le sigue la grosera y, a esta, la petulante violencia verbal, la misma que cuando no encuentra coyuntura dialéctica pasa de la conversación a la pelea sin mediar disculpa ni ejercitar la tolerancia.

Suma de opiniones
Por lo anterior, desde nuestra próxima entrega, aparte de nuestra opinión, nuestros estimados lectores podrán encontrar aquí, a modo de aforismos, extractos de opiniones comentadas de distintas personas en torno a variados temas. Efectuaremos citas que nos proveerán de indicios con los cuales podremos orientar nuestro personal criterio, para concluir lo más pertinente e íntimo sobre lo dicho y acontecido en el mundo, especialmente en el mundo de habla hispana; y México de modo más concreto.
A partir de allí, nuestros lectores nos podrán incluso hacernos llegar su pensamiento y su sentir, a sabiendas de que su opinión también será tomada en cuenta y, quizá, citada junto a la de renombradas personalidades.
Porque, en definitiva, todos tenemos la palabra, pero pocos la tomamos... en serio y con responsabilidad.

Anuncio víctima de la programación

Bienvenidos a este espacio, amigos lectores. He querido comenzar este espacio con una especie de divertimento que en ocasiones los analistas ejercemos cuando de atender a los contenidos de los medios se trata.
Para esto he de advertir que, a pesar de lo escrito aquí, las verdaderas intenciones de creadores y programadores suelen ser un misterio, por lo que no nos hacemos responsables si estas son diametralmente distintas de las que finalmente sus actos y obras provocan en el espectador. Nosotros analizamos la obra, por lo que la obra tiene qué decir; no analizamos la pretensión del creador ni los usos o gratificaciones del espectador.

De la teoría a la práctica
Entre las teorías existentes para explicar el fenómeno comunicativo hay dos que nos servirán de sustento para nuestro primer análisis y entrega, para esta interesante y novel revista electrónica Indicios Magazín-e de VETA Creativa. Nos referimos a las teorías del "establecimiento de la agenda" y de la "interpretación".
No nos detendremos en ellas por obvias razones de espacio y temática. Baste con decir que un programador de contenidos de medios define, a partir de ciertos criterios de la empresa para la que labora, cuál es el orden de aquéllos; es decir, determina qué va a ver o escuchar el espectador, en qué canal, a qué hora; y todo esto a despecho del espectador mismo cuya opinión, aun siendo la del consumidor de los mensajes, importa muy poco al programador, a no ser en términos de penetración, alcance, raiting y ranking, entre otras razones de orden mercadológico.



¡VIVA EL DESMADRE MEXICANO!

Por José Antonio de la Vega Torres

(Texto publicado originalmente en marzo de 2007.)

En el programa noticioso De una a tres conducido para la estación 69 del grupo radiofónico Radio Centro por el eximio periodista Jacobo Zabludovsky, en su emisión del 8 de marzo, Jacobo empleó la palabra "desmadre" para referirse al tránsito de la Ciudad de México. No faltó el radioescucha que, ya sea por ignorancia o por escandaloso pudor mal entendido, se espantó con el hecho; mejor, con lo dicho. Jacobo se dio a la tarea inmediata de consultar el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española para definir el término empleado y así justificar su uso.
Aquí, en la inauguración de esta columna dedicada a hilar disquisiciones en torno al buen o mal empleo del idioma en los medios de comunicación y la gente, quiero rescatar un comentario de Zabludovsky referente a la importancia del compromiso personal, que cada ciudadano, y especialmente cada periodista y escritor, debemos tener para con nuestro idioma y el lenguaje.



Lenguaje, responsabilidad conjunta
Cada persona viene cargada con una colección de palabras que los especialistas llaman gama léxica. Es una carga genética, pero esta se amplía y mejora, o al contrario se reduce y merma, en la medida de la experiencia cultural de la persona. Entendiendo por experiencia cultural la que se obtiene no sólo por medio de la escuela, los libros y demás productos de la inteligencia humana, sino de manera particular la que se adquiere día a día en el trato con los demás, en la comprensión de los objetos y las situaciones, en la construcción de respuestas adaptativas al entorno; o sea, en el uso, desuso o abuso de las palabras.
Escuchar al taxista cuando manda a la chingada al camionero que le avienta la lata de su transporte, poniendo en riesgo la vida del primero y la de su pasaje, en verdad resulta acústicamente molesto por altisonante. Equivale al sonido de un timbal o un silbato en la proximidad del oído. Por ello ubicamos ciertas palabras como altisonantes. Pero si el sonido, o sea la intensión, lo es, la intención o propósito magnifica o aminora el valor moral del concepto incluso hasta el exceso o la nulidad, para bien o para mal. Esto, sin embargo, más que incomodar debe ser visto simplemente como una función del lenguaje.

Las palabras están para usarse
La moralidad o uso cultural, es decir la costumbre de emplear ciertos vocablos para expresar de bote pronto la emoción que suscita un evento o un acontecimiento específicos, establece la norma y determina las acepciones de las palabras. Esto sucede en todos los idiomas. Y pasa así porque el lenguaje es la herramienta y el indicio fundamental para la comprensión y el basamento de las conductas adaptativas de los seres humanos. Por eso su uso, desuso y abuso son responsabilidad conjunta de todos nosotros y según el contexto al que estemos circunscritos.
Es tarea individual y social ampliar, proteger, redefinir, modificar, crear la colección de palabras que nos prestamos diariamente en ejercicio de la libre expresión, cuidando siempre, eso sí y en la medida de lo posible y el sentido común, no herir la susceptibilidad, no provocar con nuestra expresión sentimientos difamantes o calumniosos por implicar dolo, si bien es cierto que este no puede probarse cabalmente y menos cuando en ocasiones no es causa de lo causado, sino efecto de una causa primigenia, como el desamor.
Por ejemplo, una mujer o un hombre despechados, irracionalmente y llevados por la turbación que el desamor les puede provocar, en un momento determinado mientan la madre al individuo causante de la falta del querer y, acto seguido, diseminan entre propios y extraños improperios y calificativos que difaman al agente a los ojos de otros. Entonces, la persona objeto de atención de los vilipendios se ve en la necesidad de probar la falsedad de lo que para ella resultan calumnias y así solicitar la reparación del daño moral. Ella deberá probar la razón que sostiene a sus dichos y, de ser necesario, destacar la fuente que permita la demostración indefectible a la luz de los hechos y no sólo los dichos.


Actitud estética para la libertad de expresión
Ante los embates del ambiente, las emociones experimentadas por cada persona son relativamente incontrolables, pero no lo es así la forma expresiva elegida para canalizarlas y demostrarlas abiertamente. El beso no contiene la emoción, la expresa. Y hay tantas formas de besar como matices emocionales asociados. ¿Quién tiene el instrumento capaz de medir la subjetividad de los actos emotivos?
En la medida que una persona desarrolla una actitud estética, es decir sensible, frente a las cosas y sus semejantes, abre la posibilidad para la ampliación de recursos adaptativos y por ende expresivos. Todas las palabras cumplen con un objetivo adaptativo y por ello no se las debe temer ni hay razón para su repulsa. Al contrario, obligan a su comprensión esmerada si se quieren evitar fallas de interpretación.
En México, los mexicanos (y no sólo el tránsito, como apuntó Zabludovsky) somos un desmadre. No hay autoridad que nos contenga o nos someta al orden y la disciplina. Nuestra democracia incipiente raya en la anarquía. Retamos al que se nos pone enfrente, ponemos en duda las razones de estado, el control lo vemos como represión, y la represión la revestimos de método libertario. Somos una fiesta constante, embriaguez de los sentidos ante la muerte, el amor y la crisis .
Así, la manifestación pública es un desmadre tanto como las finanzas públicas. El cinismo político termina en desmadre. La mezquindad mesiánica desmadra las buenas conciencias. Los golpes de pecho desbordan la intolerancia correligionaria sin importar su signo. El exceso está a la vuelta de la esquina, todos los días, de distintas maneras, con varias facetas: corrupción, inseguridad, cochupos, mentadas, agandalle, mentiras, promesas exageradas, desempleo, desregulación, reformas y parches legislativos, etc. No deja de ser sintomático de la irresponsabilidad implícita en nuestro desmadre mexicano incluso la doble cara de nuestros connacionales emigrantes que, una vez en Europa o EE.UU., se comportan como niños buenos (no todos, claro) en espera de su estrellita verde, mientras cuando regresan (si regresan) momentáneamente a su terruño en Oaxaca, Zacatecas o Michoacán, presumen su nuevo estatus y acentuando su prepotencia, tras la cual radican sus complejos, desacatan normas como liberados y hacen y deshacen impunemente.
¡Viva el desmadre mexicano!